En los mercados, entendemos el riesgo en dos sentidos:
- La probabilidad de que los resultados de nuestras inversiones sean diferentes de lo esperado
- Si son diferentes, la distancia respecto a lo esperado (magnitud de las diferencias)
La medida más habitual para medir el riesgo es la desviación típica de los resultados; la volatilidad. Un producto con una volatilidad más elevada será más arriesgado, ya que los resultados tendrán un rango más amplio en el que oscilar respecto a la media.
Por ejemplo, si tuviéramos un producto con una rentabilidad histórica anual del 5% y con una desviación típica del 1% significa que de media, las rentabilidades se habrán movido entre el 4% y el 6%.
En cambio si tenemos un producto con una rentabilidad histórica anual del 5% y una desviación típica del 20%, significa que en término medio, las rentabilidades anuales oscilaran entre el -15% y el +25%.
Por lo tanto, a corto plazo pueden existir diferencias en las rentabilidades que presenten estos dos productos (tanto al alza como a la baja), pero si dejamos pasar el suficiente tiempo, ambos productos tenderán a tener las mismas rentabilidades, por lo que el que hubiera seleccionado el producto menos arriesgado hubiera obtenido la misma rentabilidad que el arriesgado, con menos “sustos o alegrías” en el corto plazo. Cabe destacar que un inversor afín al riesgo podría seleccionar el producto más arriesgado a corto plazo con la esperanza de obtener rentabilidades mayores.
Pero, ¿Qué sentido tiene a largo plazo usar el riesgo?
Lo primero es saber si podemos afirmar que los retornos siguen una distribución normal, ya que así podremos concluir que a largo plazo las rentabilidades pasadas si podrán ser una referencia para estimar las rentabilidades futuras.
Si concluimos que la distribución de los retornos de un activo (por ejemplo la renta variable) es normal, podremos afirmar que a largo plazo la rentabilidad final será muy similar a la media histórica. Esto significa que pese a que a corto plazo los rendimientos puedan ser muy diferentes respecto a la media, si incluimos los rendimientos situados en los extremos (años muy alcistas y muy bajitas), llegaremos a una rentabilidad a largo plazo que se situara muy cerca de la media.
Si aceptamos que estas rentabilidades se repetirán en el largo plazo, no tiene sentido aceptar una disminución del riesgo asociada a un descenso de la rentabilidad ya que si a largo plazo ambos presentan rentabilidades positivas, deberemos escoger la mayor rentabilidad sin tener en cuenta su volatilidad asociada. Esto significa que pese a que en un escenario en el que en el corto plazo suframos importantes pérdidas a causa de la volatilidad, en el largo pazo se verán compensadas por las rachas positivas, tendiendo la rentabilidad media obtenida al promedio histórico.
Para no tener en cuenta la volatilidad asociada hay que tener diversos factores en cuenta:
- Debemos realiza una diversificación eficiente, ya que son los principales índices bursátiles los que a priori, tienen tendencia alcista a largo plazo siguiendo una distribución normal.
- Visión absoluta a largo plazo, ya que a más volátil es el producto, más tiempo necesitaremos para que se ajuste a la media.
- Fortaleza psicológica, ya que deberemos soportar grandes ciclos bajistas.
- Gestión de capital que nos permita sobrevivir a la máxima caída esperada a causa de la volatilidad soportada a corto y medio plazo.
Por lo tanto, desde un punto de vista de filosofía de inversión, con todas las premisas anteriores la estrategia más eficiente sería la de buy and hold, preferiblemente con carteras con betas altas. Si aceptamos que, de media los mercados han subido en torno al 8% o 10% y las rentabilidades pasadas si son una referencia para las futuras, deberemos seleccionar productos que repliquen índices bursátiles (minimizando costes de gestión y operativos), y apalancarnos dentro de lo que nuestra gestión de capital nos permita, ya que así amplificaremos los movimientos del mercado a largo plazo.
Además, entre los diferentes mercados que sigan una distribución normal deberemos seleccionar aquel con una rentabilidad media histórica mayor. Por ejemplo, los índices de empresas Small Caps tienen una rentabilidad media histórica mayor que los Large Caps (con un mayor riesgo asociado), así que según esta filosofía de inversión, deberíamos seleccionar únicamente según criterios de rentabilidad y no de binomio rentabilidad-riesgo, por lo que seleccionaríamos el índice Small Caps en este caso.
Por tanto, la volatilidad no debería ser un factor a tener en cuenta para la selección de activos de una cartera con visión absoluta a largo plazo.
Hay un ejemplo muy ilustrativo que resume esta filosofía de no tener en cuenta el riesgo asociado a largo plazo:
Imaginemos que dos personas (jugador A y B) aceptan participar un juego que consiste en lanzar una serie de veces una moneda al aire, y al que le toque el lado que haya seleccionado (cara o cruz) más veces ganara 100 euros, debiendo abonarle dicha cantidad el otro participante. Para dar mayor confianza, cada ronda lanzara la moneda cada uno de los participantes. Hay un detalle más, el jugador A es un experto apostador y mediante mucha práctica, análisis del peso, rotación y velocidad de la moneda al lanzarla, consiguió que un leve porcentaje superior de veces caiga su cara de la moneda cuando él la lanza, siendo la probabilidad estimada del 51% vs del 49% del rival. Teniendo en cuenta esta información, ¿aceptarían el juego? La respuesta obviamente es; ¡depende del número de lanzamientos!
La ventaja es minúscula, ya que solo la mitad de las veces (cuando el jugador A lance la moneda) obtendrá una ventaja estadística del 1%, por lo que si el juego fueran, por ejemplo, a 10 tiradas ningún inversor racional pondría en riesgo su capital, pero si fuera a 10.000 si que aceptarían el juego ya que esta ventaja se haría notar con más seguridad en un plazo más largo.
Por lo tanto, este juego tiene un gran riesgo a corto plazo para ambos jugadores ya que ni la leve ventaja del jugador A ni la mínima desventaja del jugador B tienen impacto en plazos cortos, pero el jugador experto “carece” de riesgo en el largo plazo ya que mediante la práctica y el estudio, consiguió una ventaja competitiva, siendo el largo plazo su gran amigo.
En cambio, ocurre lo opuesto con el jugador B ya que puede refugiarse en que “puede pasar cualquier cosa” en el corto plazo, y está en lo cierto, pero el largo plazo será su gran enemigo.
Si trasladamos este ejemplo a la inversión, deberíamos reformular nuestra concepción de riesgo ya que pese a las posibles pérdidas o ganancias extra que podamos experimentar en base a la media histórica (tomemos un 10% de rentabilidad) en el corto/medio plazo en los grandes índices (no en acciones individuales), estas acabaran tendiendo a dicha media por lo que si tenemos la paciencia suficiente para que nuestra inversión madure, reduciremos mucho el riesgo de sufrir pérdidas.
Por tanto no debemos ver la inversión en bolsa como un riesgo de sufrir pérdidas que se incrementa por cada día extra que estemos invertidos, sino como un riesgo de sufrir pérdidas que se reduce por cada día extra que estemos invertidos, ya que a mayor plazo temporal tengamos más probable es conseguir este objetivo de 10% de rentabilidad anual media.