Algunos de nosotros las escuchábamos atentamente y recordamos esas historias entrañables como la forma de vivir en un mundo antiguo, muy distinto al nuestro. Otros quizá hayan olvidado la mayoría de esas batallitas contadas, o incluso ni siquiera jamás las hayan querido oír con atención, probablemente por puro desinterés en un modo de vida ancestral que difícilmente iba a volver para nadie. El nuestro es un mundo hoy globalizado, moderno, tecnológico, intercomunicado, trepidante, opulento, internacional, excesivo, etc... Podemos calificarlo con infinidad de adjetivos, todos muy distantes al mundo de las batallitas de nuestros antepasados.
Estos calificativos de la actualidad tan excesivos nos han llevado al límite. Al límite del capitalismo en el primer mundo, y sin embargo al ostracismo económico del tercero. No obstante también ha favorecido el despertar de los paises emergentes, que quizá suponga la salvación de occidente en esta Gran Depresión Global en la que nos hemos metido por nuestra mala cabeza. Pero centrándonos en el primer mundo, donde tenemos la suerte de vivir, posiblemente debamos sufrir una cierta regresión que resultaría muy familiar a nuestros abuelos. Podemos volver a ver en el propietario de una vivienda, a una familia pudiente, como en aquellos tiempos en que todos vivían de alquiler, a excepción de los ricos o "de buena familia". Unos tiempos donde la clase media se llamaba trabajadora y era la norma en una sociedad donde todo faltaba y estaba por venir.
Salvando las distancias en el tiempo y en el progreso tecnológico y de todo tipo, lo que está claro es que el consumismo existente en el primer mundo hasta hace bien pocos meses ya se fue. No era sostenible, al menos todavía en este capitalismo conocido. Y no era sostenible para la clase que se ha convertido por primera vez en la historia de occidente en la más numerosa: La clase media. Jamás había visto el primer mundo una clase social mayoritaria, no sólo sin escasez de recursos sino también con tanto poder adquisitivo. Quizás porque la sociedad jamás tuvo tanto poder de endeudamiento y también tal vez porque las economías de los paises desarrollados batieron récords históricos una y otra vez, de forma cíclica, en la segunda mitad del s. XX y hasta el 2006/2007.
Ahora toca purgar les excesos, recalentamientos, burbujas, fraudes, eficiencias, especulaciones, incompetencias, abusos, endeudamientos, dilapidaciones, consumos disparatados, etc, etc, etc... Volveremos, aunque sea parcialmente, al trabajo duro de nuestros abuelos (olvidémonos ya de las 35 y de las 40 horas semanales), a los alquileres masivos, y a ver a los propietarios como las minorias privilegiadas que antaño fueron. A una clase media redimensionada en favor de un aumento de la clase media-baja, o lo que siempre llamaron nuestros antepasados clase obrera o trabajadora. Ya no será habitual que la clase media viaje al caribe de vacaciones gastando el sueldo de un año debido de trabajo, que puede convertirse en un probable subsidio de desempleo; o que cualquier joven mileurista se compre un flamante coche nuevo con muchos caballos y aire acondicionado con el sueldo que ya no ganará en los próximos cuatro años. Pero el problema no está en perder el trabajo y no poder viajar o comprarse un coche (que también). El problema que no hemos sabido identificar en estos años de ceguera expansiva es haber consumido la riqueza producida pasada (ahorros), presente y futura. Nos hemos gastado el futuro, malgastado diría yo. En los próximos años el consumismo nos vendrá moderado a cabezazos contra la pared.
Siendo optimistas podemos pensar que quizás estemos comenzando el proceso de superación de los problemas sistémicos, (esperemos que así sea) pero la sociedad tan sólo empieza a sufrir los efectos correctores de la destrucción de riqueza de toda depresión. Una riqueza virtual que hemos consumido estúpidamente en el último par de décadas en busca de una pseudo-felicidad muy malentendida. Podemos por tanto volver en los próximos años a lo que fueron los Estados del pre-bienestar, el pre-american dream. Y esperemos que esta vez no sea necesario salir de una Guerra Mundial para sentar las sólidas bases de nuevos excesos.
El insensato que reconoce su insensatez es un sabio. Pero un insensato que se cree sabio es, en verdad, un insensato.
Sidhartha Gautama (563 AC-486 AC) Fundador del Budismo.