Además existe un motivo añadido para que la mayoría de analistas y asesores opten por las propuestas fáciles y populares: La incompetencia/incapacidad de análisis y un menor esfuerzo. ¿Para qué romperse la cabeza analizando balances de empresas que ningún colega ha se ha molestado en hacer, pudiendo recomendar algo de la lista que proporciona el departamento de análisis para el que trabaja, o de cualquier otra entidad financiera de su entorno? Es mucho más fácil elegir cualquier valor o emisión de la lista filtrada y analizada por otros, a los que se les paga para que presuntamente encuentren lo mejor del mercado, o que al menos no metan mucho la pata. De este modo los asesores financieros (bancarios o no) evitan cometer sus propias pifias, porque muchos no están capacitados para analizar concienzuda y competentemente las propuestas de inversión. Y abandonan la suerte de sus clientes en los grandes nombres que presuntamente ya han analizado de forma correcta otros que, también presuntamente, saben más que ellos.
En la mayoría de casos, la capacidad de análisis de los asesores es muy inferior a la de los departamentos especializados (y a su vez éstos suelen apoyarse en homólogos de otras entidades), y por lo tanto no existe capacidad de análisis crítico ni de alternativa. Es el mismo fenómeno que ha sucedido, en las entidades financieras, en la delegación del análisis del riesgo de inversión en estos últimos años a través de las calificadoras, eliminando los departamentos internos de valoración del riesgo en la banca, y provocando una exposición desmesurada, inconsciente, abusiva y que se ha demostrado letal para el sistema (como denunciamos en este artículo a principios de año). Y ello nos ha llevado al desastre a través de la corrupción e incompetencia de las calificadoras. Del mismo modo, si los analistas y asesores delegan el análisis de la idoneidad de las inversiones a los departamentos creados ad-hoc por las entidades financieras, jamás podrán recomendar ninguna inversión que sobresalga de la mediocridad mayoritaria. Ni para bien ni para mal. Es decir que de ahí sólo pueden salir propuestas mediocremente buenas y mediocremente malas, pero jamás sobresalientes ni estrepitosas. Propuestas de inversión que son tomadas de análisis basados en criterios de mediocridad, donde el miedo a fracasar colapsa el afán por asesorar de forma brillante.
Como ya os adelanté en la primera parte de este artículo, el otro día tuve una interesante conversación en nuestras oficinas con el director regional de un conocido banco de inversión. Un profesional de lo mejorcito que he conocido en banca y al que respeto profundamente. En ella defendía la postura de su banco respecto a la retirada de las inversiones en carteras gestionadas en fondos de Carmignac, a pesar de que las due diligences realizadas por el propio banco han resultado óptimas y reconocen que no han detectado ningún motivo que justificque tal retirada. Se ha tomado esa decisión bajo el criterio de mediocridad, aunque se utiliza el eufemismo de prudencia. Rumores que, una vez testeada su falsedad, no obstante sirven para que las decisiones de inversión de todo un banco se modifiquen como una veleta. Y eso demuestra muy poca consistencia del criterio de los analistas del banco y de sus due diligences.
Podemos encontrar infinidad de ejemplos: como que se considere, por un departamento de riesgo de un banco, una inversión muy madura de capital-riesgo como peligrosa. Y en cambio se acepte como riesgo totalmente asumible la compra de cualquier inversión cuyo subyacente sean acciones de Telefónica o de BBVA a precios absolutamente fuera del mercado y cuya probabilidad de éxito es remota. Es decir, que el riesgo a lo desconocido no es asumible por miedo a meter la pata y a haber autorizado (ya no digo propuesto) una inversión que no haya sido filtrada por el circuito habitual; y por el contrario el riesgo a lo conocido analizado o pseudo analizado por dicho circuito sí que es asumible, aunque el riesgo para el cliente sea enorme. ¿Por qué? Pues muy sencillo, porque en los riesgos desconocidos el único filtro es el del asesor o gestor, y por tanto su responsabilidad, algo inaceptable para muchos. Y es que responsabilidad y mediocridad son dos conceptos que raramente van de la mano.
La inmensa mayoría de asesores que son incapaces de realizar un análisis competente, jamás asumirán ningún riesgo personal para mejorar el de sus clientes. Y entre los que sí son competentes para un buen análisis, muy poquitos están dispuestos a asumir esa responsabilidad de filtro único, con propuestas independientes y brillantes (el que conozca a uno de estos asesores le recomiendo que lo cuide, porque es un tesoro escasísimo y en vías de extinción). Lamentablemente es mucho más habitual y facilón asumir inversiones mucho peores, mientras estén dentro del circuito política y mediocremente correcto.
Me apena ver cómo los inversores deben enfrentarse no sólo al mercado y a un mundo inversor darwiniano, sino también a los asesores y gestores financieros que utilizan de forma sistemática y generalizada el peor de los criterios, el de la mediocridad.