El mundo de los humanos no es una excepción, aunque es cierto que nuestro cerebro ha alterado el concepto de adaptabilidad al medio, y hoy en día los procesos tecnológicos han sustituido en gran parte las limitaciones físicas. Pero aún así la selección natural y la evolución del mundo en la actualidad, sigue fiel al concepto de que sólo los capaces de evolucionar en la correcta dirección tienen futuro.
Esa implacable ley universal ha marcado siempre la diferencia en el mundo empresarial. Las corporaciones bien gestionadas sobreviven e incluso fagocitan a la competencia más débil. Otras, simplemente mueren y desaparecen, incluso dejando a sus creadores en una complicada situación deudora que les impide o dificulta futuros reintentos empresariales. Es decir un proceso perfectamente comparable a la más eficiente selección genética de la naturaleza, donde los menos capaces se extinguen sin continuidad posible. Lógicamente cuando el entorno se vuelve hostil repentinamente, la escabechina es enorme, y sólo unos pocos elegidos superarán la dificultad.
Hoy estamos ante uno de esos tiempos en que el mundo empresarial se enfrenta a una situación muy hostil y relativamente súbita: Reducción drástica de las ventas y ausencia de crédito. En este escenario muy pocas empresas van a sobrevivir si la situación no mejora a medio plazo. La recesión/depresión es un proceso con inercias muy grandes y con pocas soluciones que vayan a cambiar su rumbo de forma ágil. Pero lo peor es que no es suficiente con reducir costes o gastos, porque prescindir del endeudamiento de la noche a la mañana es inasumible para la mayoría. Así, "buenos negocios" están cerrando porque la imposibilidad de renovar los créditos les arroja a situaciones concursales sin remedio. La pregunta que cabe hacerse es: ¿Podemos considerar "buenos negocios" aquellos cuya supervivencia depende de la financiación externa? No en este Nuevo Mundo.
Muchas voces exigen que los bancos vuelvan a generar el flujo crediticio suficiente para que esas empresas que ganaban dinero y que parecían estables, puedan seguir en pie. Parece que es culpa de los bancos que muchas empresas cierren, con los consiguientes despidos y miseria social. Quizá sea una injusticia, pero la realidad es que el entorno empresarial se ha vuelto muy hostil. El resultado es y será devastador, pero los empresarios quizá debamos lamentarnos menos y adaptarnos más al medio hostil en el que nos encontramos. Entre otros motivos porque muy probablemente el flujo crediticio no va a restaurarse en los niveles conocidos jamás, y también porque si lo hace moderadamente va a ser causando un deterioro macroeconómico muy considerable, creando a su vez un entorno también muy hostil para la mayoría de empresas.
Por todo ello, la consigna política y popularmente aceptada que exige a la banca una mayor circulación del crédito, es discutible aunque pueda ser justa. La trampa de morosidad en la que se ha metido la banca (no sólo la española), prestando temerariamente a cambio de inmuebles burbujeantes y solvencias frágiles, se va a ver agravada por los efectos de la propia depresión económica a corto plazo. Hoy la banca presta con cuentagotas, y lo hace por dos motivos: El primero porque los excesos cometidos asustan y el escarmiento es palpable; pero también porque los balances están en caída libre por sus extintos beneficios y, lo que es mucho peor, por su previsible fallida técnica que precisará de ayudas públicas de todo tipo. Materialmente la banca no puede permitirse prestar a mayor ritmo. Aunque quisiera hacerlo. Sus esfuerzos se centran en su propia supervivencia, y les crecen los enanos en forma de morosidad, incapacidad de gestión de inmuebles, caída del beneficio operativo, aprovisionamientos récord, etc.
Por todo ello, parece que Darwin estará más presente que nunca en los masivos cierres empresariales. En este nuevo mundo depresivo un "buen negocio" es incompatible con un endeudamiento ni siquiera moderado, a no ser que los propios accionistas financien la empresa, como está sucediendo en muchos casos. Estas empresas financiadas por sus propios dueños serán la especie que sobrevivirá al medio hostil al que nos enfrentamos, juntamente con las privilegiadas que no precisen endeudarse. De ellas será el futuro. Quizá deberíamos dejar de demonizar a la banca como si tuvieran la obligación de hacer circular ingentes cantidades de dinero (nuestro dinero) para mantener en pie a gigantes con pies de barro debido.
Ese modelo de crecimiento empresarial basado en la financiación externa ha funcionado durante décadas, y el crecimiento ha sido sostenido y espectacular, teorizándose mucho al respecto. Pero parece evidente que quedó atrás, a pesar de nuestra incredulidad. El presente y el futuro será de unos pocos privilegiados que deberán crecer y expandirse a menor ritmo, con apalancamientos muy moderados y unos balances mucho más sólidos. Al menos hasta que seamos capaces de concebir mayores crecimientos que no se basen en el apalancamiento crediticio, que esperemos que esta vez sean más sostenibles. Darwin será implacable con todas las empresas, incluidas entidades financieras, solo que a éstas les echará una mano Keynes.