A ver si somos capaces de explicarlo de forma comprensible: Al analizar las potenciales propuestas para sus clientes, en muchos casos aunque afortunadamente no en todos, y ante la falta de competencia o el miedo a equivocarse y quedar en evidencia, se suelen proponer las más conocidas o simplemente las que proponen los demás especialistas. Así, los asesores, acaban recomendando mayoritariamente sota, caballo y rey, o sea las telefónicas de turno o las emisiones de RF de las grandes multinacionales archiconocidas, sea cual sea el precio de sus acciones o nivel de su endeudamiento y solvencia. Sólo porque su nombre suena más y mejor en el mundo financiero y privado, las hace también más vendibles. Y si la inversión sale rana, los gestores o asesores que la recomendaron serán tan numerosos y pertenecerán a equipos de entidades tan conocidas que nadie podrá recriminarles un mal asesoramiento en mayor medida que a sus colegas de medio mundo. El consabido mal de muchos, consuelo de tontos.
En cambio, el riesgo de equivocarse al recomendar una inversión, bien sea de bolsa, de RF, de capital riesgo, etc. con subyacentes deconocidos para la mayoría de profesionales, supondría quedar en evidencia ante los ojos de todos, sin quedar arropados por haber cometido un error común a otros asesores y entidades financieras. Todos, clientes y colegas profesionales, les señalarían con el dedo acusándoles de haber recomendado una inversión extrañamente imprudente y les lincharían profesionalmente. ¿A quién se le ocurre recomendar una inversión en una emisión de RF de una empresa desconocida en otra divisa y tener que cubrirla, pudiendo comprar bonos de la típica teleco o automobilística europea? ¿O para qué tener en cartera acciones de empresas remotas que no figuran en las circulares informativas de los departamentos de análisis de siempre? Lo lamentable es que si la inversión saliese bien, el asesor conseguiría un resultado que brillaría por encima de la media, pero el pánico a quedar por debajo de la media y a ser señalado con el dedo es mucho mayor (como reconoció un brillante director de banca con el que tuve una reveladora conversación reciente y que os comentaré en la segunda parte de este artículo). Y la mayoría, desgraciadamente para sus clientes, opta por lo fácil: Recomendar lo mismo que el resto. Así, si la cosa sale bien todos ganan, y si sale mal la mayoría de asesores y clientes naufragarán con ellos. Una práctica coraza de mediocridad que preserva su carrera profesional pero que a la vez la condena.
¿Pero qué otros motivos llevan a los asesores y gestores a utilizar el criterio de mediocridad?
Continuará...