Angela Merkel lo puede decir más alto, pero no más claro. Incluso en un futuro próximo también lo dirá más alto. La factura de los rescates que tenemos ya entre manos deben pagarla quienes se arriesgaron a comprar su deuda. Es un argumento más que razonable, porque no es ni justo ni lógico que la factura de la orgía de gasto y la falta de rigor económico de países como los PIGS, la tengan que pagar todos los habitantes de la Eurozona.
Es un argumento que cae por su propio peso. Los que se arriesgaron a comprar deuda griega, irlandesa, portuguesa, española e incluso italiana, a cambio de un sustancioso diferencial sobre el Bundesbond alemán, son los que se deben ver afectados ante una posible (ahora ya más que probable) reestructuración de dicha deuda. Es decir, que quienes asumieron el riesgo, deben asumir las consecuencias en forma de pérdidas ante eventos de crédito soberanos como el irlandés que tenemos ya ante nuestras narices.
Trichet, y por supuesto Zapatero y el resto de economías de segunda división europea, tratan desesperadamente de acallar a Merkel y que los mercados sigan anestesiados pensando que cualquier rescate será expoliado de los bolsillos de todos los habitantes de la Eurozona en forma de dinero público por decreto ley. Sólo así se evitaría que Mr. Market (los inversores) abandone definitivamente la deuda periférica y el diferencial o spread de riesgo entre la deuda alemana y la de los PIGS se acentuase hasta el infinito y más allá, forzando un default masivo que sólo se podría reestructurar devaluando fuertemente una divisa que habría dejado ya por entonces de ser única. Ese escenario es el que Trichet, Barroso, Zapatero, temen y conocen bien, y tratan de evitar como sea, a costa de los ricos a los que exigen pagar las facturas sin rechistar. Y esos ricos no son otros que los alemanes.
Pero el razonamiento que proclama Merkel, ya abiertamente y cargado de razón es diáfano: "No podemos explicar por más tiempo, a nuestros votantes y a nuestros contribuyentes, que deben cargar con los riesgos en lugar de quienes precisamente se han hecho ricos con ello". ¿Cómo podemos pretender que todos los contribuyentes alemanes paguen una reestructuración (default) de deuda que los bancos (entre otros los españoles) vienen comprando con codicia? ¿Acaso no es de una lógica aplastante que quienes se arriesgaron a comprar bonos soberanos de PIGS sean, al menos a partir de ahora, los que pierdan dinero? ¿No es precisamente esa probabilidad de pérdida la que cotiza la prima de riesgo cuando el bono irlandés o español paga 500 puntos básicos más que el alemán? A quienes evitaron la deuda periférica por su riesgo intrínseco y despreciaron una rentabilidad mayor, a cambio de la mayor seguridad en otro tipo de inversión, les quedaría cara de aún más tontos si esas pérdidas se repartiesen entre todos los bolsillos cubriéndolas con dinero público indefinidamente.
La banca española, gran tenedora de deuda periférica, se frota las manos a la vez que las utiliza para contar los rendimientos conseguidos en el pasado y presente con esas primas de riesgo por encima del bono alemán. Algunos dirán: Qué listos han sido al invertir en bonos PIGS con altos rendimientos y con la garantía solidaria de los Estados más potentes de la UE. Y qué tontos han sido el resto que han preferido la seguridad financiera ante la decisión política. Pero cuando cada palo tenga que aguantar su vela, los inversores abandonarán la deuda soberana periférica a su propia suerte, o sea la de países con déficits gigantescos y en quiebra técnica, financiera y económica, y sin la protección alemana.
Las decisiones políticas tienen fecha de caducidad, especialmente cuando contradicen a Mr. Market. La paciencia, la solidaridad y la ingenuidad de los ricos (alemanes) tiene un límite, y la reestructuración griega y la irlandesa nos han llevado ya muy cerca de él. Ángela Merkel , como bien dice, no podrá engañar por mucho tiempo más a sus votantes y contribuyentes. Y cuanto más potentes económicamente se sientan, menos dispuestos estarán a seguir pagando las codiciosas apuestas perdedoras de los bancos y demás listillos de la periferia.
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