Cuando apenas se han cumplido 10 años desde que 2 aviones repletos de pasajeros derribaron los mayores rascacielos de Nueva York, la realidad está volviendo a superar la ficción. Es cierto que lo que está ocurriendo en Japón tiene, a priori, un menor alcance global que la amenaza de terrorismo internacional que supuso aquel atentado del 9/11, pero la secuencia de los hechos acontecidos desde que la tierra temblo el pasado viernes, van más allá de lo que nuestra imaginación podía prever.
El cúmulo de circunstancias está haciendo que la tercera potencia mundial se colapse y se arrodille ante la catástrofe. No sólo tembló la tierra con grado de intensidad 9 en la escala de Richter (y aún sigue con réplicas que arrasarían cualquier otro país), sino que lo hizo con el epicentro sumergido a escasos kilómetros de la costa japonesa. Justo en frente de diversas centrales nucleares, las cuales han perdido su capacidad para enfriar la bestia ridiactiva que tienen en sus entrañas. Las desgracias se acumulan de forma siniestra, puesto que el temblor ha provocado la erupción violenta de un volcán cercano. El tsunami ha sido mucho peor que el generado por el terremoto de Sumatra, y ha arrasado poblaciones enteras penetrando hasta 20 kilómetros tierra adentro. Los muertos y desaparecidos (en su mayoría también muertos) se cuentan ya por decenas de miles, y el mar devuelve constantemente algunos cadáveres a las playas, por llamar de algún modo a la costa actual. Pero lo más estremecedor de todo es que lo peor está aún por llegar.
Si un milagro no confina la radiación de los generadores afectados, la contaminación matará a millones y millones de personas en los próximos años. Porque las muertes provocadas por el desastre de Chernóbil fueron relativamente reducidas, dada la escasa concentración de población en aquel lugar. Pero ahora estamos hablando de riesgo inminente de radiación descontrolada en uno de los países con mayor concentración de población por km2 del planeta.
La bolsa japonesa se desploma, y las asiáticas y europeas se contagian. No obstante, esta lamentable catástrofe, no es global sino local. Y en términos económicos, la afectación hacia otros mercados debería ser relativa, a pesar del pánico y contagio inicial.
Sin la admirable disciplina, espiritualidad, modernidad y eficiencia de la sociedad japonesa, el caos se habría apoderado ya del país, agravando muy mucho las consecuencias del desastre. Vaya desde aquí nuestra solidaridad con un país que amamos especialmente por muchos motivos.
Os recomiendo algunos twitters para seguir la actualidad y las vivencias del desastre al segundo: @Kirai (de nuestro amigo Héctor García); @Takeshi_Tngch; @V7VOA, @YonhapNews. También os dejamos permanente en nuestro blog el stream del canal NHK World (en inglés) para que sigáis en directo lo que sucede en Japón.
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