Chorros, chorros chorros (ladrones), devuelvan nuestros ahorros.
Contra el gobierno de Eduardo Duhalde, en pleno corralito (2002)
El Día de la Marmota
Desde hace décadas todas las grandes crisis económicas argentinas siguen el mismo patrón. El gobierno imprime irresponsablemente enormes cantidades de dinero hasta que la inflación se desboca y se pierde la confianza en la moneda local. Siempre les sucede lo mismo. Los políticos tendrían que recapacitar… No me extraña nada que los argentinos deseen atesorar dólares para defenderse de las devaluaciones que cada dos por tres esquilman sus ahorros. No hace mucho la presidenta Cristina Fernández de Kirchner criticaba en la televisión esta extraña manía de sus compatriotas; tildaba su actitud de “irracional” y defendía la vigencia del cepo cambiario para evitar que éstos siguieran acumulando divisas extranjeras a costa de la legitimidad del peso. La verdad es que la escuchas hablar y casi te convence; no sólo por sus palabras, sino por sus constantes gestos a favor de la moneda nacional (aún cuando en Argentina todo el mundo sabe que ella es la primera en atesorar dólares por la puerta de atrás).
Así pues, quién tiene razón: ¿el pueblo argentino o la presidenta de la nación? A no ser que seas un fanático lector del diario oficialista Página 12, la respuesta es obvia. Las recurrentes crisis monetarias del país austral son un triste recordatorio de que el dinero tiene dueño y de que, realmente, no nos pertenece. Mientras la economía va bien los ciudadanos viven en su walt disney particular. Pero cuando el Estado tiene problemas… Bueno, no se anda con chiquitas. Los gobiernos agobiados por las deudas pueden recurrir a un amplio abanico de medidas para asegurar su supervivencia. La historia nos proporciona unos cuántos ejemplos: en la Edad Media los príncipes intentaban liquidar a los acreedores que se negaban a reestructurar los créditos (como les pasó a los templarios que fueron quemados en la hoguera o a los judíos que sufrían los pogromos en Europa central); durante el s. XIX los ingleses practicaron la política del cañoneo para someter a los pueblos con los que mantenían un elevado déficit comercial (guerras del opio en China); y más recientemente, los depositantes chipriotas han pagado el rescate de la isla con un impuestazo del 40% sobre sus ahorros. Sin embargo cuando la deuda de un país es esencialmente interna, muchos gobernantes suelen decantarse por la devaluación monetaria y por la inflación como estrategia para limpiar sus balances.
Esta última opción ha sido la preferida de los gobernantes argentinos desde tiempos inmemoriales. Ellos gastan imprudentemente y luego el pueblo paga las facturas. Da igual a quién votes. La mayoría de los políticos de aquél país están organizados en una monumental casta llamada Peronismo que está presente en todas las esferas del poder. Tenemos a peronistas de izquierdas y a peronistas de derechas; muchos están instalados en las provincias y otros en la capital; están infiltrados en la administración y en los sindicatos… Configuran un movimiento político-social, caóticamente organizado, cuyos integrantes se nutren del dinero que imprime el gobierno de turno. En él abundan las camarillas, las lealtades y deslealtades propias de la política partidista y, por supuesto, un montón de chorizos que roban a manos llenas. El mantenimiento de esa estructura de poder es carísimo. Con lo que se recauda en impuestos no alcanza. Por eso el Estado tiene que imprimir cantidades colosales de dinero para pagar miles de subvenciones, subsidios, salarios y coimas que cuelgan de la intelligentsia peronista.
Si los argentinos quieren mantener a raya a la inflación, antes deberían controlar toda esa locura de gasto (el 51% del PIB cuelga del sector público). El problema es que sus dirigentes no quieren hacerlo; ya que al recortar el gasto se dispararía el paro. Y si tienen que escoger entre el paro o la inflación, prefieren lo segundo. Al fin y al cabo, la subida de los precios garantiza la supervivencia de la casta instalada en el poder… No comparto ese proceder, pero lo entiendo. Es la misma política que se está aplicando en Estados Unidos y en otros países con inclinaciones keynesianas. Por eso digo que el país austral es, en cierto modo, “el espejo del mundo”. Salvo en una cosa: Estados Unidos puede exportar inflación y Argentina no. Tarde o temprano se la comen con “patatas”.
En los años 80 del siglo pasado el país experimentó inflaciones de 3 dígitos. La situación era tan caótica que el gobierno de Raúl Alfonsín tuvo que crear una nueva moneda, el austral, que permitiera reordenar la emisión monetaria para controlar el alza de los precios. Al principio tuvo éxito en su cometido, pero cuando en 1989 el presidente de la Reserva Federal (Alan Greenspan) subió los tipos de interés, los dólares emigraron hacia Estados Unidos en busca de mayores rentabilidades. En circunstancias normales, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) habría liberado sus reservas de divisas para defender el tipo de cambio dólar-austral. Sin embargo no lo hizo… porque no las tenía! A continuación el austral sufrió una monumental corrida que generó hiperinflación y pobreza por doquier.
Esto es lo que pasa cuando un banco central quiebra –según el INDEC la inflación llegó al 4923’6% en 1989-
Cuando los precios se disparan al 3000%, no importa lo que subas las tasas de interés para intentar contenerlos. No lo conseguirás. Más te vale resetear el sistema y empezar de nuevo. A Alfonsín todo aquello le costó la presidencia… En parte no tuvo la culpa y en parte sí. Que no consiguiera aprovechar la debilidad del austral para acumular divisa extranjera cuando podía hacerlo es un pecado mortal. Él no era peronista, pero prefirió imprimir papelitos y gastar hasta que todo reventó.
Tras Alfonsín, los argentinos eligieron a Carlos Menem como presidente. El Turco demostró ser un personaje bastante siniestro por varios motivos que ahora seria muy largo de explicar… En 1991 promulgó la Ley de Convertibilidad, por el que se estableció un tipo de cambio fijo de 1Peso=1Dólar (el peso convertible sustituyó al denostado austral). Con esta medida querían contener la inflación a “cañonazos”; ya que al tener un peso tan fuerte las importaciones se abarataban mucho. Lo cuál se reflejaba automáticamente en la dinámica de los precios. En teoría la política implantada por Menem estaba muy bien. Aunque había un problema… Para sostener ese tipo de cambio el BCRA necesitaba muchísimos dólares. Así pues, el gobierno se embarcó en un ambicioso plan para privatizar centenares de empresas que pertenecían al sector público.
Todo lo que podía venderse, se vendió. Compañías bandera como Aerolíneas Argentinas o YPF fueron compradas por los españoles. De este modo se llegó a un gran superávit por cuenta corriente que provocó un gran boom del consumo de los productos foráneos. Durante unos años las cosas fueron estupendamente; la inflación fue sometida a pesar de la euforia consumista y muchos argentinos creían haber encontrado la fuente de la riqueza eterna (paseando su nuevo status por Brasil, cuando iban de vacaciones). Lo que no sabían era que el crecimiento del país era “prestado” y que el mantenimiento de la paridad peso-dólar estaba amenazada por la fuga de capitales y por la escasa entrada de divisas procedentes del sector agroexportador (debido a la caída internacional del precio de los granos). Llegados a este punto, las autoridades podían haber relajado el tipo de cambio. Pero no lo hicieron. Supongo que no querían verle otra vez las orejas al lobo… Prefirieron endeudarse con la banca y con los acreedores internacionales para obtener los dólares que necesitaban para mantener el equilibrio con el peso.
Al endeudarse, la administración de Menem elevó peligrosamente las apuestas. El empeño en mantener un peso fuerte hundió a la industria nacional, cuya producción no podía competir con los productos importados que compraban los argentinos. La economía entró en recesión. Los negocios empezaron a cerrar, aumentó el paro y sucedió algo impensable en la historia reciente de Argentina: tuvieron deflación. A finales de 1999 la situación era desesperada. El gobierno estaba agobiado por las deudas, por la corrupción de sus funcionarios y por la crisis económica. El Turco no podía hacer mucho más… La subida de los intereses de la deuda forzó la convocatoria de nuevas elecciones presidenciales en las que venció el radical Fernando de la Rua.
De la Rua pertenecía a la otra gran familia de la política argentina, el radicalismo (siempre enfrentados a los peronistas en todo lo que hacen). Sin embargo, su obcecación por mantener la ley de Convertibilidad empeoró las cosas. A finales de 2001 los grandes inversores privados –que temían una gran devaluación del peso-, retiraron 81.000 millones de dólares del sistema bancario argentino. Los peces gordos se largaron y los pececillos -la mayoría de los ciudadanos-, dejó sus ahorros en los bancos hasta que el gobierno se vio en la necesidad de aplicar un “corralito” que evitara la corrida bancaria y la quiebra total del sistema. El decreto establecía que el corralito duraría 90 días –aunque duró 1 año!- e impuso un límite a la retirada de efectivo de 250 pesos a la semana por cuenta y titular. Por supuesto, todo aquello indignó a la clase media; que salió a la calles con la cacerola en mano para expresar su malestar. Tras la declaración del Estado de Sitio y con 39 muertos en los disturbios, el presidente De la Rua renunció al cargo. Las Cortes eligieron entonces al payaso de Adolfo Rodríguez Saá.
Rodríguez Saá sólo estuvo una semana en el poder. Durante ese período prometió “el oro y el moro” y notificó al FMI que Argentina incumpliría el pago de su deuda por valor de 90.000 millones de dólares. Hasta cierto punto la jugada de Saá es comprensible; pues la obligación del pago de la deuda habría condenado a la precariedad a varias generaciones de argentinos. De un modo parecido a lo que ahora está pasando en Grecia… Lo que es incomprensible es que, tras la notificación del default, recorriera como un hooligan los pasillos de la Casa Rosada gritando de alegría: “Ya es oficial! La Argentina no va a pagar su deuda!”. En un capitalismo normal los inversores que arriesgan demasiado pierden su dinero. Hasta ahí nada que objetar. Lo que es inadmisible es que los políticos argentinos que vivieron por encima de sus posibilidades y robaron a manos llenas se enorgullezcan de haber timado a los acreedores internacionales.
Tras Rodríguez Saá llegó Eduardo Duhalde. Otro peronista. Tan pronto llegó al poder, en 2002, soltó este discurso:
No es momento, creo, de echar culpas. Es momento de decir la verdad. La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida. Este modelo en su agonía arrasó con todo. La propia esencia de este modelo perverso terminó con la convertibilidad, arrojó a la indigencia a 2 millones de compatriotas, destruyó a la clase media argentina, quebró a nuestras industrias, pulverizó el trabajo de los argentinos. Hoy, la producción y el comercio están, como ustedes saben, parados: la cadena de pagos está rota y no hay circulante que sea capaz de poner en marcha la economía.
Durante su administración consiguió estabilizar a medias el marasmo económico en que se encontraba el país. Sin embargo como sucede siempre con los políticos, prometió lo que no podía cumplir: “el que depositó dólares (en el banco), recibirá dólares”. Así que en un momento dado de su mandato, implantó el “corralón”; por el que todos los depósitos denominados en dólares pasaron a cotizar en pesos según la relación de 1Dólar=1’40Pesos. De este modo los argentinos pagaron con sus ahorros el rescate de la nación y se cumplió el pronóstico intuido por los grandes inversores que sacaron su dinero del país para evitarse “los inconvenientes” de una gran devaluación del peso. No es de extrañar de que a Duhalde le llamaran “chorro”… Aplicó el corralón en pleno corralito; aprovechándose de la indefensión de millones de sus compatriotas.
No hay almuerzo gratis
El 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner asumió la presidencia de la Argentina. Era un completo desconocido. Pero al menos venía a proponer “un sueño” y a “no dejar que sus convicciones quedaran aparcadas a las puertas de la Casa Rosada”. Aunque el personaje tiene su claroscuros –como por ejemplo, su completo alineamiento con Menem en cuánto a la necesidad de privatizar YPF-, creo que fue un gran estadista. No estoy de acuerdo en algunas de las medidas que tomó… Pero qué diablos: los tenía bien puestos! Dicen de él que era un negociador implacable y que ni siquiera pestañeaba cuando los demás lo empujaban al borde del abismo. Jamás cedía y se mantenía firme en sus convicciones. Siempre será recordado por perseguir a los militares que cometieron crímenes de lesa humanidad durante la dictadura.
En cuánto a la macroeconomía, Kirchner se encargó de que el país volviera a la senda del crecimiento. Se propuso dos objetivos básicos: solucionar de una vez por todas el problema de la deuda y acumular divisas extranjeras que le permitieran controlar la cotización de la moneda en tiempos de incertidumbre. Respecto al tema de la deuda, negoció y acordó con los acreedores internacionales del Club de París una quita del 70% (el mismo porcentaje, por cierto, que se le aplicó a Grecia). Por otro lado puso en marcha la maquinaria del BCRA para que generase inflación. El diseño de la política inflacionaria de Néstor Kirchner merece una explicación… Con ella pretendía matar varios pájaros de un tiro. Obligaba al Banco Central a imprimir dinero para que creara una inflación real del 15 o 20% y luego manipulaba las estadísticas del organismo oficial, el INDEC, para que sólo reconociera un 10%. La diferencia entre la inflación real y la oficial se la comían los bonistas que tenían deuda interna argentina nominada en pesos. Por eso Kenneth Rogoff cree que Argentina nunca ha salido del impago de 2001; pues al manipular las estadísticas sobre la inflación, incumple las condiciones de pago de sus treasuries. Rogoff tiene razón… aunque seria un poco injusto que le pidiéramos a los argentinos lo que hoy en día hace todo el mundo: no? Asimismo, mediante la impresión de dinero los peronistas debilitaron el peso para ganar competitividad comercial en el exterior y aumentar el ingreso de divisas a través de las exportaciones.
Luego, para evitar que la subida de los precios dañara la capacidad adquisitiva de los trabajadores, el gobierno facilitó las subidas salariales incluso por encima de la inflación oficial. Y sobre todo, reguló por decreto el precio de las tarifas (agua, luz, gas, gasolina, transporte y demás). Vaya tela con Don Néstor… Esta última medida, propia de un país comunista, puso en graves apuros a las concesionarias; ya que a menudo el coste de mantenimiento y de explotación de las concesiones no podía financiarse con el precio de las tarifas. Muchas de ellas, como la francesa Suez Environment –que gestionaba la empresa Aguas de Argentina-, se marcharon del país y adiós muy buenas. Y las que no lo hicieron, redujeron las inversiones para mejorar su rentabilidad. La pugna que se entabló entre el gobierno y las concesionarias todavía continúa. Esa tensión está detrás de la expropiación de YPF a Repsol. Sin embargo, si estuvieras en la posición de Repsol… invertirías en un país dónde el precio de la gasolina facturado en pesos devaluados apenas te garantiza el retorno de la inversión? Creo que la respuesta es obvia. Y eso explica en buena parte el lamentable estado de las infraestructuras del país. En un momento dado el Estado puede recuperar la concesión; pero como tampoco tiene dinero para gestionarla, al final, tanta precariedad la pagan los ciudadanos (con apagones, accidentes ferroviarios y demás).
Tras la muerte de Néstor Kirchner la economía ha ido de mal en peor. Es muy difícil saber que está sucediendo en realidad… Aunque para mi hay tres cosas que están detrás de la reciente devaluación del peso: 1) una excesiva impresión de dinero; 2) una profunda crisis petrolífera; y 3) el tapering de la FED. En realidad hay muchas naciones emergentes que padecen el mismo problema. Pero en el caso de Argentina la situación es especialmente preocupante porque el BCRA lleva 3 años ampliando la base monetaria a un ritmo del 20% anual! Una salvajada se mire como se mire (injustificable si consideramos las cifras de crecimiento económico del país). Como los ingresos estatales decaen al mismo ritmo que la producción petrolífera, el gobierno se ve en la necesidad de imprimir papelitos para sostener la elefantiásica estructura del Estado. Naturalmente esta política genera inflación. La administración peronista la prefiere a los ajustes y al paro e intenta engañar a los ciudadanos al reconocer un IPC oficial que está muy alejado del IPC real. Sin embargo en la calle las cosas se perciben de otro modo. Los precios corren más deprisa que los salarios y la clase media vende sus pesos para comprar dólares que le permita defender sus ahorros ante futuras devaluaciones de la moneda nacional.
Evolución del dólar blue (precio en el mercado negro), respecto al dólar oficial
Como en el día de la marmota, esta película ya la han visto muchas veces los argentinos. El gabinete de Cristina Fernández de Kirchner ha intentado frenar la pasión de sus compatriotas por el billete verde mediante la implantación del cepo cambiario. Aunque en vano. La inflación continua su escalada porque el gobierno sigue imprimiendo dinero. Y así, es imposible… 2013 ha sido un año horrible. Aquí van algunos datos: el país presenta un déficit fiscal que oscila entre los 70.000 y 110.000 millones de pesos (según la ASAP); un déficit por cuenta corriente de 3000 millones de dólares y un superávit comercial que va a reducirse varios enteros porque Argentina ya es importadora neta de petróleo.
Así que Cristinita, vas a tener que comerte tus palabras:
En Argentina hay superabundancia de pesos y muy pocos dólares. Divisa que necesitan para cubrir el déficit por cuenta corriente y para pagar la deuda nacional nominada en dólares o la que todavía tienen contraída con el Club de París (procedente del impago de 2001, tras la quita). Una combinación fatal. Y para colmo de males, la Reserva Federal inicia el tapering y los capitales salen del país…
La fuga de capitales propiciada por el cambio en la política monetaria de la FED está detrás de la reciente devaluación del peso (un 20% en una sola semana). La inflación ha escalado hasta el 40% y el BCRA ha subido los tipos de interés un 30% para intentar contenerla. Aunque yo creo que se han quedado cortos… El Banco Central ha tenido que vender dólares para comprar pesos para estabilizar la moneda y frenar su descenso a los infiernos. Sus reservas se han reducido a la mitad (de 54.000 a 27.000 millones de USD). Un antiguo presidente del mismo, Mario Blejer, comentaba hace poco: “puede haber una corrida contra la moneda local, aunque no una corrida bancaria… Tenemos tiempo y divisas para revertir la situación. Pero no podemos dormirnos en los laureles”. En caso contrario, los argentinos repetirán la hiperinflación de la época de Alfonsín. El mismo Blejer añadía: “No hay almuerzo gratis… Hay que tomar decisiones difíciles”. La mayoría de los economistas están de acuerdo en que hay que dejar de despilfarrar dinero; se impone una reducción drástica del gasto público y una reforma de la política fiscal. Por supuesto todo esto reducirá el crecimiento económico y aumentará el paro. Pero teniendo en cuenta que la FED seguirá con el tapering y que el precio del petróleo seguirá por las nubes, no tienen otra opción.
Mientras tanto la economía real está cortocircuitada. La devaluación del 20% del peso ha provocado subidas del 100% en el precio de los alimentos y la inflación global, contabilizando los transportes, escalará hasta el 50% como mínimo. Los asalariados y los jubilados van a ser los más perjudicados. “Virtualmente, hay un país parado” dice Ernesto Ambrosetti –economista jefe de la Sociedad Rural Argentina (SRA); “a priori la devaluación supondría un gran beneficio para el campo, ya que su exportación seria más valiosa en pesos, pero la cuenta no es tan lineal”.
No sé que harás Cristina... Te has cargado gran parte de la herencia que te dejó tu marido. Aunque pudieran, los argentinos no te reeligirían.
Un abrazo a todos/as!
El 25