Después de casi cinco años de crisis, la economía española todavía no ve la salida del túnel y muchos se preguntan cómo es posible que no se haya producido un estallido social contundente, más allá de algunas demostraciones improductivas de cabreo y de las iniciativas contra los desahucios. En el fondo, nada de lo que se está organizando pretende cambiar el sistema ni poner soluciones revolucionarias encima de la mesa, sino recuperar lo mejor de tiempos pasados. Y es que, afortunadamente, la sociedad española cuenta con tres fuertes muros de contención: las organizaciones benéficas, las redes familiares y la economía sumergida. Y nuestros anti líderes están muy tranquilos porque este país lo aguanta todo.
No hay una única explicación para la economía sumergida. Desde luego, hasta Cayo Lara admitirá que nuestro sistema fiscal tiene gran parte de la culpa. IVA, IRPF y cotizaciones sociales conforman un entramado impositivo regresivo que se ensaña con las rentas más bajas y con las empresas más débiles. En segundo lugar, hacer las cosas bien, dentro de la estricta legalidad, es complejo y cuesta demasiado en tiempo y honorarios de abogados y gestorías. Coste que no evita errores y puede conllevar sanciones. En tercer lugar, también está la picaresca patria: en todos los niveles económicos hay gente que torea al erario público por deporte o por afán de maximizar rentas y de minimizar esfuerzos. Y, por último, hay un factor clave que, desde mi punto de vista, deja pequeñas las tres explicaciones anteriores: no estamos acostumbrados a pensar a lo grande. Planteamos nuestras actividades productivas en plan cutre, racaneando en los costes en lugar de crear proyectos de alto valor añadido que generen ingresos recurrentes. Preferimos ir tirando y, a ser posible, llevarnos las migajas solos, sin compañeros molestos de viaje. Admitiendo que es buena idea que la Seguridad Social nos bonifique las cuotas de autónomos durante unos cuantos meses y que Hacienda se enrolle un poquito, creo que lo fundamental no es eso, sino que nuestras empresas, grandes o pequeñas, empiecen a pensar en vender más y mejor. Y que los consumidores nos vayamos dando cuenta de que la economía no se va a reactivar si seguimos montados en el todogratis. A no ser que nos conformemos con un sistema de tres empresas: el banco, el supermercado baratito y los de la luz y el gas.
Hace un par de entradas, hablando de cooperativas y empleo, mencionaba una figura jurídica que funciona en Francia y en Bélgica y que parece resolver bastante bien el problema de los trabajadores intermitentes. Se trata de la cooperativa de impulso empresarial, tal y como la ha traducido el ordenamiento andaluz. Es una estructura paraguas que tiene como socios a desempleados, emprendedores o trabajadores con actividad intermitente. Además hay socios de estructura que prestan servicios de orientación, formación, consultoría de negocio y asesoramiento, encargados de gestionar la parte burocrática de las contrataciones (para los socios que optan por el Régimen General de la Seguridad Social) o las altas censales (en el caso de los socios que opten por el Régimen de Autónomos). La cooperativa no busca trabajo ni clientes a nadie, se limita a dar seguridad jurídica a las personas que se integran en ella hasta que su actividad se consolida y llega el momento de volar solo (o acompañado de otros socios por medio de un proyecto empresarial). La cooperativa utilizar la figura del intermediario conveniado para realizar los trámites oportunos en nombre de los socios, que por su parte pueden seguir todos sus movimientos por medio de una intranet. Y la cooperativa se puede financiar de dos formas: mediante un tercer tipo de socio (instituciones que adelantan dinero), y mediante cuotas o comisiones que pagan los socios usuarios (personalmente me parece mejor que la cooperativa se autofinancie para evitar tutelas pero admito que sería interesante que los servicios autonómicos de empleo canalizaran sus esfuerzos a través de este tipo de estructura, aportando dinero y personal cualificado no funcionario).
A día de hoy se han constituido dos cooperativas de impulso empresarial bajo la normativa andaluza: SMARTIB, dirigida a emprendedores del mundo artístico y cultural, y SBP (Se Buscan Periodistas), que pretende convertirse en una plataforma de lanzamiento de proyectos relacionados con el sector de comunicación. Por supuesto, esta fórmula se ajusta como un guante a otros colectivos que pululan por la economía sumergida: trabajadores del hogar, actividades relacionadas con el sector de la educación (clases particulares, extraescolares…), oficios varios de la construcción, etc. Se trata de que cada vez que salga un trabajo o un cliente no haya que hacer una gymkhana para legalizar la actividad.
Todavía quedan algunos flecos que atar con las administraciones: hasta la fecha la intermediación conveniada sólo la utilizan los bancos, hay reticencias entre los inspectores de trabajo, no está claro si es admisible capitalizar la prestación por desempleo en este tipo de cooperativa… Pero, desde mi punto de vista, plataformas como estas resuelven mejor los problemas de la activación de los desempleados y la economía sumergida que otras ocurrencias como los minijobs, las becas de prácticas o los contratos a la carta.
Si nuestros anti líderes quieren resolver el problema de la economía sumergida ya no tienen excusa, sólo tienen que ver lo que se ha hecho en otros países de nuestro entorno y lo que están echando a andar artistas y comunicadores. Aunque bien mirado, igual no es tan malo que exista un colchón tan cómodo para mantener tranquila a la sociedad.
Que paséis buena semana, s2.