Los inversores activos tenemos un problema de ego bastante serio. Somos más chulos que un ocho. De hecho, cuando buscamos alfa es porque creemos que somos mejores que el mercado. Dicho de otra forma, somos mejores que todo el sistema financiero mundial junto. Jugamos a ganar a tíos más listos, mejor preparados, mejor informados y con mucho más dinero que nosotros. Es como si nos plantásemos delante de Gasol y le retáramos a un partidín de baloncesto y, encima, estando seguros de que vamos a ganarle. Lo que en términos deportivos nos parece una locura, en términos financieros nos parece lo más natural del mundo.
Naturalmente, tenemos ciertas ventajas y existen varios trucos que podemos utilizar a nuestro favor. En nuestro partido de baloncesto financiero, Gasol juega con un ojo tapado, los pantalones bajados a lo pingüino y una mano atada a la espalda. Concretando, las ventajas de los inversores particulares sobre los grandes inversores institucionales son:
1. No tenemos por qué exigirnos retornos constantemente superiores a los del mercado.
2. No tenemos por qué exigirnos elevados retornos a corto plazo.
3. No tenemos la obligación de estar siempre en el mercado.
4. No tenemos la obligación de respetar criterios restrictivos en la gestión de carteras.
5. Tenemos absoluta libertad de decisión sobre nuestras inversiones.
6. No tenemos que dar cuentas a nadie de lo que hacemos.
Esto nos permite tomarnos el tiempo necesario en encontrar una buena empresa infravalorada, analizarla hasta la saciedad y comprarla sin necesidad de que suba su precio más que el mercado durante los tres próximos meses. Si no encontramos ninguna empresa apetecible podemos estar en liquidez hasta que la encontremos. Si sólo encontramos tres empresas apetecibles podemos concentrar en ellas nuestra cartera. No tenemos que explicar a cada cliente que a largo plazo el valor intrínseco se verá recogido en el precio y que las caídas actuales son caprichos cortoplacistas del mercado. En definitiva, aunque no podemos compararnos a Gasol, contamos con una serie de ventajas que, bien aprovechadas, pueden hacernos ganar el partido.
Pero aquí es cuando entra en escena nuestro ego. Esa cosita pequeñita que pensábamos que teníamos controlada porque somos inversores racionales, fundamentalistas, de largo plazo y muy experimentados. Esa cosita sobre la que tanto hemos leído y sobre la que tanto hemos reflexionado. Esa cosita que, al final, por un lado u otro siempre aparece (nos demos cuenta o no). El ego... eso es lo que nos empuja a querer sufrir y a cometer errores tontos que convierten una victoria segura en una odisea. En nuestro enfrentamiento contra Gasol el ego se manifiesta en que por propia voluntad: 1) elegimos jugar con el sol de cara, 2) elegimos jugar con el viento en contra, 3) elegimos un balón muy pesado y muy grande y 4) aceptamos tener que encestar en la canasta más alta y con el aro más pequeño. En definitiva, por culpa del ego nos complicamos la vida en exceso.
Si alguien piensa que me he vuelto loco, que reflexione sobre las preguntas siguientes:
1. Si durante un determinado año hemos batido al mercado, ¿sentimos más, menos o igual satisfacción si lo conseguimos invirtiendo en Telefónica – que la tiene comprada hasta la vecina del sexto que no sabe lo que es un balance – o si lo conseguimos invirtiendo en una pequeña y desconocida empresa holandesa que hemos descubierto después de un proceso de investigación largo y lleno de casualidades?
2. ¿Nos gusta tener la razón y que eso se refleje en nuestras inversiones? Dicho de otra forma, frente al inversor medio que confía en el número 1 mundial de venta de ordenadores (Hewlett-Packard) ¿preferimos aportar por DELL? (el número 2 que está en pleno cambio y que pocos apuestan por él?
3. ¿Nos gusta llevarle la contraria al mercado y tomar posiciones de mayor riesgo a cambio de un potencial (sólo potencial) mayor beneficio? Un ejemplo claro es el del inversor que apuesta por Ford o GM en lugar de por Toyota.
4. ¿Nos creemos con unas dotes adivinatorias superiores a las del mercado? Dos empresas hacen lo mismo. Una es muy rentable (con años de experiencia y mucha tamaño) y otra no ha ganado dinero nunca (es pequeña y lleva mucho menos tiempo en el mercado). El inversor masoquista apuesta por la segunda porque según su bola de cristal la segunda va a transformarse en una empresa mucho más rentable que la primera. No sé por qué hay quienes prefieren comprar Vueling en lugar de Ryanair.
5. ¿Nos gusta ganar en las acciones en las que nuestro compañero de trabajo ha perdido dinero? El clásico ejemplo es el del pillado en el segundo o tercer escalón de la caída de Astroc. Nuestro compañero compra a 70€ y la acción cae a 48€. “Ya te decía yo que a 70€ estaba cara. En cambio a 48€...” Una semana después, un compañero de gimnasio de ambos les dice “ya os dije que a 70€ estaba carísima y a 48€ estaba cara. En cambio a 28€...” Ahora le toca el turno al que compró a 17€. ¿Por qué seguir apostando por esta empresa?
6. ¿Dirijo mis investigaciones hacia valores conocidos o hacia empresas más bien raras? Esto, que en principio es el medio para llegar al fin deseado (encontrar una buena empresa infravalorada con gran potencia), termina por convertirse en el fin. Nuestro objetivo ya no es encontrar una empresa excepcional sino encontrar una empresa muy rara. Por poner un ejemplo, el 80% de las consultas que me llegan al mail son sobre empresas rarísimas. ¿Por qué no poner las mismas energías que utilizamos al analizar extrañas empresas dedicadas a congelar a Walt Disney en valorar Citigroup o AIG? Ayer, después de estudiar, dediqué la tarde a analizar gestoras de fondos cotizadas en el mercado OTC. ¿Por qué no quedarme con State Street y dejarme de tanta tontería?
Así podemos estar media vida. Son ejemplos que cada día podemos ver en los foros. Como inversor contrarian confieso que cometo casi todos esos errores o, si lo preferís, me complico la vida más de lo que debería. ¿Dólar o Euro? ¿PFE o MRK? ¿DELL o HPQ? ¿WMT o COST? Por lo menos acerté en mi elección entre INTC y AMD... Es cierto que puedo argumentar con valoraciones, criterios de ventaja competitiva y niveles de bajo riesgo cada una de esas elecciones y que hoy por hoy no cambiaría ninguna de mis inversiones. Pero sigo cometiendo errores tontos sólo por satisfacer mi ego.
Hace tiempo mi padre me propuso comprar Telefónica entre los 11€ y los 12€. Le dije que no. Que en USA hay opciones mucho más interesantes. Lo mismo pasó cuando me propuso comprar Endesa. ¿Había realmente opciones más interesantes? El tiempo ha demostrado que no (bueno, que no he sabido encontrarlas). El problema es que comprar Telefónica y Endesa me jodía. Tengo cierta experiencia, una formación financiera alta, un método disciplinado y racional... ¡no quiero comprar lo mismo que el autobusero! ¡Quiero tirar a la canasta más alta y con el balón más pesado! El ego me impidió utilizar mis ventajas sobre Gasol y, al final, he jugado el partido tan mermado con él. Mis resultados no son malos y este año han batido mis expectativas, pero creo que en el futuro pueden ser mejores si sigo haciendo hincapié en complicarme la vida lo menos posible.
Espero que con esta confesión pública pueda ir venciendo poco a poco las tentaciones de ponerme las cosas difíciles. Cada día hay miles de posibles inversiones “simples” a nuestro alrededor tan o más rentables que aquellas más complejas que lo único que hacen es saciar nuestro ego. Reflexionemos un poco sobre qué aporta más valor a nuestra cartera (¿lo simple o lo complejo? ¿lo lejano o lo cercano?) y dirigir hacia ahí todos nuestros esfuerzos.
Por mi parte, me comprometo a: 1) aprovechar mis ventajas sobre Gasol (= inversiones largoplacistas, oportunas y procedentes); 2) a jugar a la sombra y cuesta abajo, invirtiendo en empresas “fáciles” (= bajo riesgo operativo y financiero, fuertes ventajas competitivas, infravaloradas y con negocios comprensibles); 3) y a luchar contra mi ego para que nunca más vuelva a perder una buena oportunidad de inversión (ya sea por su bajo riesgo o por su alto potencial de revalorización) como me pasó con Telefónica y Endesa.
Como dicen los americanos, “KISS!” (Keep it simple, stupid!). Sigamos con nuestra disciplina value y nuestra política de inversión pero sin complicarnos la vida en exceso. Que cada uno piense por dónde se manifiesta su ego y cómo puede luchar contra él. Hagamos que nuestras inversiones sean cada vez menos emocionales y actuemos como verdaderos inversores empresariales. ¿Sigues pensando en invertir en esa pequeña empresa turca de tratamiento de uranio o ahora te parece más interesante el BBVA?
“Hola, me llamo Pepe y voy a dejar de ser masoquista”.
PD: Padre, perdóname por no haber querido comprar Telefónica cuando me lo dijiste. :(