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Tulipomanía: La Fiebre de los Tulipanes (I)

La tulipomanía fue un periodo de euforia especulativa que se produjo en los Países Bajos en el siglo XVII. El objeto de especulación fueron los bulbos de tulipán, cuyo precio alcanzó niveles desorbitados, dando lugar a una gran burbuja económica y una crisis financiera. El relato de estos acontecimientos fue popularizado por el periodista escocés Charles Mackay, que lo reflejó, en 1841, en su libro Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes.

Se dice que el tulipán toma su nombre de una palabra turca que significa turbante. Se introdujo en Europa Occidental a mediados del siglo XVI. Conrad Gesner, a quien se atribuye el mérito de haberlo hecho famoso dice que lo vio por primera vez en 1559, en un jardín de Augsburgo propiedad del docto Consejero Herwart, un hombre muy famoso entonces por su colección de artículos exóticos. Los bulbos fueron enviados a este caballero por un amigo de Constantinopla, donde la flor era apreciada desde mucho antes. En el transcurso de los diez u once años siguientes, los tulipanes eran muy apreciados por las personas de buena posición, especialmente en Holanda y Alemania.

La gente pudiente de Amsterdam pedía directamente los bulbos a Constantinopla y pagaba por ellos precios desorbitados. Las primeras raíces que se plantaron en Inglaterra fueron traídas de Viena en 1600. La fama de los tulipanes creció año tras año hasta 1634, hasta el punto de que se consideraba una prueba de mal gusto que un hombre acaudalado no tuviera una colección de ellos.

 

El furor por poseerlos atrapó pronto a las clases medias de la sociedad. Los mercaderes y tenderos, incluso de pocos medios económicos, empezaron a competir entre sí por la rareza de estas flores y los precios absurdos que pagaban por ellas. Se sabía de un comerciante de Harlaem que había pagado por un solo bulbo la mitad de su fortuna, no con intención de revenderlo para obtener un beneficio, sino para guardarlo en su invernadero y provocar la admiración de sus conocidos.

Beckmann, en su History of Inventions, lo retrata de la siguiente manera: «Hay pocas plantas que adquieran por accidente, debilidad o enfermedad tanta variedad de colores como el tulipán. Cuando es silvestre y en su estado natural suele tener un único color, hojas largas y un tallo extraordinariamente largo. Cuando está debilitado por el cultivo, resulta más agradable a los ojos del florista. Los pétalos son entonces más pálidos, más pequeños y de un color más diversificado, y las hojas adquieren un color verde más suave. Así pues, esta obra maestra del cultivo, cuanto más bella se vuelve más débil crece, hasta que con la mayor habilidad y los cuidados más atentos apenas puede trasplantarse o incluso mantenerse viva».

En 1634 el furor de los holandeses por poseerlos era tan grande que se descuidaron las actividades ordinarias del país y toda la población, incluyendo las capas más bajas, se embarcó en el comercio del tulipán. A medida que aumentaba la manía lo hacían también los precios, hasta el punto de que en 1635 se sabía de muchas personas que invirtieron una fortuna de 100.000 florines en la compra de cuarenta raíces. Fue necesario venderlas por su peso en perits, una unidad de medida inferior a un gramo. Un tulipán de la especie denominada Admiral Liefken que pesara 400 perits valía 4.400 florines; un Admiral Van der Eyck de 446 perits valía 1.260 florines; un Childer de 106 perits valía 1.615 florines; un Viceroy de 400 perits, 3.000 florines, y el más valioso de todos, un Semper Augustus de 200 perits se consideraba barato a 5.500 florines. En comparación, un artesano holandés tenía unos ingresos que rondaban los 150 florines.

Este último (Semper Augustus, en la imagen) era tan apreciado que incluso un bulbo de calidad inferior podía alcanzar un precio de 2.000 florines. Se cuenta que una vez, a principios de 1636, sólo había dos raíces de este tipo en Holanda, y no de la mejor calidad; una era propiedad de un comerciante de Amsterdam y la otra estaba en Harlaem. Los especuladores estaban tan ansiosos por obtenerlas, que una persona ofreció por la de Harlaem la plena propiedad de doce acres de terreno edificable. La de Amsterdam se adquirió por 4.600 florines, un carruaje nuevo, dos caballos grises y un juego completo de arneses. 

 

Munting, un diligente autor de la época, que escribió un tomo de mil páginas sobre la manía de los tulipanes, ha conservado la siguiente lista de los diversos artículos y su valor, que fueron entregados a cambio de una sola raíz de la rara especie denominada Viceroy.

Dos lasts de trigo……………..448 florines

 (Hasta el siglo XVII 1 last = 1.250 kg)

Cuatro lasts de centeno……..558 florines

Cuatro bueyes adultos………480 florines

Ocho cerdos adultos…………240 florines

Doce ovejas adultas………….120 florines

Dos toneles de vino……….... .70 florines

Cuatro toneles de cerveza…...32 florines

Dos toneles de mantequilla….192 florines

Mil libras de queso……………120 florines

Una cama completa……………100 florines

Un traje de tela ………………. 80 florines

Una taza de plata………………60 florines

Total= 2.500 florines

 

Gente que había estado ausente de Holanda y que tuvo ocasión de regresar cuando esta locura estaba en su punto máximo, se encontraba a veces ante incómodas situaciones a causa de su ignorancia. Un marinero le informó de su llegada y a tal fin se presentó en su oficina, llena de balas de mercancías de todas clases. El comerciante, para recompensarle por la noticia, le regaló generosamente un hermoso arenque ahumado para su desayuno. El marinero tenía, al parecer, una gran debilidad por las cebollas, y al ver un bulbo de tulipán muy parecido a una cebolla sobre el mostrador del generoso mercader, y pensar sin duda que estaba muy fuera de lugar entre sedas y terciopelos, aprovechó con astucia una oportunidad y la deslizó hasta su bolsillo, como guarnición para el arenque.

Apenas había vuelto la espalda, cuando el comerciante echó en falta su valioso Semper Augustus, valorado en 3.000 florines.

El marinero — ¡alma cándida!— no había intentado ocultarse, y le encontraron sentado tranquilamente sobre un rollo de cuerdas, masticando el último bocado de su «cebolla». Poco podía sospechar que había estado disfrutando de un desayuno con cuyo coste se podría haber agasajado a la tripulación completa de un mercante durante un año.

 

Se cuenta otra historia de un viajero inglés, que es casi tan ridícula como la anterior. Dio la casualidad de que este caballero, botánico aficionado, vio un bulbo de tulipán en el invernadero de un rico holandés. Ignorante de sus cualidades, sacó la navaja y fue cortando las capas en plan experimental. Cuando por este medio lo hubo reducido a la mitad de su tamaño, lo cortó en dos mitades, mientras hacía eruditas observaciones sobre el singular aspecto del bulbo desconocido. De repente, el propietario se abalanzó sobre él y con los ojos llenos de furia le preguntó si sabía lo que estaba haciendo.

«Pelar una cebolla muy extraordinaria», repuso el filósofo.

 «Hundert taisend duyvel.! (¡Cien mil demonios!) —contestó el holandés—. ¡Es un Admiral Van der Eyck!».

 «Gracias — replicó el viajero, sacando su cuaderno de notas para apuntarlo—. ¿Son corrientes en su país estos Admirals?»

«¡Por todos los demonios! —dijo el holandés, agarrando por el cuello al atónito hombre de ciencia—. Venga ante el juez y lo verá».

A pesar de sus protestas, el viajero fue conducido por las calles, seguido por una multitud. Cuando se le llevó ante el magistrado se enteró, para su consternación, de que la raíz con la que había experimentado valía cuatro mil florines y, a pesar de su insistencia en las circunstancias atenuantes, fue encerrado en prisión hasta que encontró avales para el pago de esta suma.

La demanda de tulipanes de variedades raras aumentó tanto en 1636 que se crearon mercados regulares para su comercio en la Bolsa de Amsterdam, en Rotterdam, Harlem, Leyden, Alkmar, Hoorn y otras ciudades. Por primera vez fueron evidentes los síntomas de riesgo. Los corredores de bolsa, siempre alerta ante cualquier nueva especulación, comerciaban mucho con tulipanes y hacían uso de todos los medios que tan bien sabían emplear para provocar fluctuaciones en los precios. Al principio, como en todas estas manías especulativas, la confianza estaba en su cota más alta, y todo el mundo ganaba. Los corredores de tulipanes especulaban con la subida y la bajada de las existencias de tulipanes y lograban beneficios enormes comprando cuando los precios caían y vendiendo cuando subían. Muchos individuos se hicieron ricos de repente. Un anzuelo dorado colgaba tentadoramente ante la gente y uno tras otro corrían a los mercados de tulipanes, como moscas al panal de rica miel.

Todos pensaban que la pasión por los tulipanes duraría siempre y que la riqueza fluiría a Holanda y pagaría por ellos cualquier precio. Los ricos de Europa se concentrarían en las costas de Zuyder Zee y la pobreza quedaría desterrada del afortunado suelo holandés. Nobles, ciudadanos, agricultores, mecánicos, marinos, lacayos, doncellas e incluso deshollinadores y viejas lavanderas especulaban con los tulipanes. Gente de toda condición convertía sus pertenencias en dinero, que luego invertían en flores. Casas y tierras se ofrecían a la venta a precios ruinosos o se asignaban como pago de tratos cerrados en el mercado de tulipanes. Los extranjeros se contagiaron del mismo frenesí y el dinero entró a raudales en Holanda de todas partes. Los precios de los artículos de primera necesidad aumentaron gradualmente y con ellos los de casas y tierras, caballos y carruajes, y artículos de lujo de todas clases. Durante algunos meses Holanda parecía la mismísima antesala de Pluto, dios de la riqueza. Las transacciones comerciales llegaron a ser tan complejas e importantes que se hizo necesario redactar un código de leyes para guía de comerciantes. También se designaron notarios y empleados dedicados exclusivamente a este comercio. En algunas ciudades donde se ignoraba quién era el notario público, el notario de tulipanes había usurpado su lugar. 

No te quedes sin leer la segunda parte.

 

Sobre el autor: Asesor financiero e inmobiliario en Inmobiliaria Murcia.

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  1. en respuesta a Wam626
    -
    #6
    08/05/14 11:44

    Si nos fijamos en el caso de la burbuja inmobiliaria, y lo comparamos con la de los tulipanes, creo que hay bastante de parecido, pero sobre todo en pensar que "nunca podrá bajar de precio", y sobre todo cuando entrar en los negocios de este tipo personas sin formación y que piensa que tendrá altos beneficios en poco tiempo...

  2. #5
    02/05/14 23:52

    Cuando estás en medio de una burbuja no sueles ser consciente.
    Sólo cuando miras atrás, a toro pasado, piensas eso de "qué precios más absurdos".
    Os sugiero un libro sobre burbujas: "El hombre que cambió su casa por un tulipán"
    Saludos.

  3. en respuesta a earce6519
    -
    #4
    02/05/14 19:43

    Difícil acordarme de aquello, para mí es también historia. Por aquel entonces contaba con 10 añitos, como mucho invertía en canicas y cromos :)

    Aun así pienso que hay algo diferente entre esta burbuja de los tulipanes y otras como la que comentas. Cuando surge una tecnología novedosa las perspectivas exageradamente positivas hacen que el precio aumente demasiado. Creo que sería comparable a la burbuja de la South Sea Company o la surgida durante el inicio del ferrocaril. A pesar de ello, estas tecnologías en sí tiene una importancia extraordinaria (internet, comercio internacional, ferrocarriles, etc).
    Un tulipán no sirve para nada más que para mirarlo, no produce nada, al igual que otras commodities como algunos metales preciosos, arte, joyas, etc. se basan únicamente en "oferta y demanda caprichosa".

    Un saludo.

  4. #3
    earce6519
    02/05/14 16:08

    Hola, sobre especulacion absurda y a 13 años vista; acordaros de la fiebre de las .com del 2001. que es que no hace nada de tiempo.

  5. Enrique Valls Grau
    #2
    02/05/14 10:46

    Dicen que el precio del bulbo llegó a sextuplilcar el ingreso anual promedio en Amsterdam. Posiblemente sea la crisis especulativa más absurda de la historia.

  6. #1
    02/05/14 10:22

    Fantástico artículo Dulcineo. Desconocía esta historia sobre los tulipanes y su especulación y me ha dejado asombrado su similitud con la forma en la que se comportan los mercados de valores en la actualidad.
    Muchas gracias por el post, espero con ganas el siguiente. Un saludo!


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