Sharpe se basa en un conjunto de acciones que tiene un “factor subyacente” que afecta a todas, por lo tanto asumimos cierta correlación entre los resultados de todas nuestras inversiones (por lo menos si son en el mismo tipo de producto), lo que significa que en líneas general, todas nuestras inversiones bajaran o subirán en cierta medida dependiendo de los mercados y no por la propia empresa.
Cabe destacar que nos movemos en un universo de acciones e índices sin tener en cuenta las gestiones alternativas, donde los gestores mediante técnicas y productos complejos consiguen que sus inversiones se muevan sin tener en cuenta el movimiento general del mercado y que por lo tanto son capaces de conseguir resultados positivos o negativos en todo tipo de mercados (alcistas o bajistas).
Por lo tanto en la coyuntura pasada los mercados o acciones individuales tenían relación entre sí, pero solo los sucesos de gran impacto o tendencias generales de los mercados les afectaban en gran medida. Así que las acciones tenían vida propia y se movían con forme a sus resultados empresariales y perspectivas futuras de forma mayoritaria.
Desde ese punto, las correlaciones entre los mercados han aumentado de forma constante, llegando a grandes correlaciones (superiores al 80%) entre los principales índices bursátiles.
Finalmente, Sharpe dio por supuesto que los inversores realizaban una “diversificación eficiente” dentro de sus carteras, y dejó de utilizarse la correlación para usarse la beta, ya que en un escenario sin riesgo intrínseco nuestra cartera solo estará expuesta al riesgo sistemático.
Pero, ¿hasta qué punto es útil la beta?
La beta nos dice lo que debería hacer nuestra cartera respecto a los movimientos de los mercados. Por ejemplo una beta de 1.5 significará que nuestra cartera ampliará los movimientos de los mercados en un 50% y una beta de 0.8 que nuestra cartera se moverá un 20% menos que el mercado.
Es importante mencionar los posibles errores en los que podemos incurrir si usamos la beta sin tener en cuenta la correlación. Podemos encontrar acciones con betas con valores coherentes (de 0.6 en adelante) pero que presenten correlaciones bajas con el mercado, así que esta beta no tendrá ninguna fiabilidad práctica. Este es un error común que debemos corregir mirando antes el coeficiente de correlacion de una acción con un mercado y en el caso de que sea elevado, usar la beta.
Si usamos la beta, dejaremos de usar el riesgo intrínseco (selección de valores) a nuestro favor para obtener un plus de rentabilidad, ya que únicamente nos moveremos (teóricamente) sobre la rentabilidad del mercado.
Usar la beta, tiene una premisa básica, asumimos que somos capaces de saber que hará el mercado. Esta afirmación es una generalización pero en la mayoría de las situaciones sí que es así ya que cuando un inversor busca una beta baja, es porque cree “saber” que la evolución del mercado será desfavorable y quiere protegerse, y al contrario cuando escoge una beta alta.
Entonces, ¿Cuando tener en cuenta la beta?
Dependerá de la filosofía de inversión de cada uno, si opinas que los mercados son “predecibles” las betas sí que tienen mucha utilidad ya que nos permitirán ganar más en escenarios alcistas y protegernos en bajistas. (En la práctica, si esta premisa fuera cierta, solo se usaría la beta alta dado que en escenarios bajistas directamente nos saldríamos del mercado o posicionaríamos cortos con betas altas).
En cambio si creemos que los mercados NO son predecibles, tenemos dos posibilidades:
- No tener en cuenta la beta, ya que supondría movernos sobre unos resultados (los del mercado) que no es posible conocer, y por tanto no aportaría valor.
- Si tenemos en cuenta los datos estadísticos que apuntan a que la rentabilidad a largo plazo de los índices de RV es de un 10% anual aproximadamente, solo deberíamos usar betas altas ya que pese a que no sepamos lo que sucederá, si sabemos que a largo plazo la renta variable es alcista. (Además, deberíamos tener en cuenta el riesgo que podría soportar nuestro capital y realizar una correcta diversificación)
Cabe mencionar que existen situaciones en las que desde un punto de vista cuantitativo y con visión de cartera las betas sí que aportan valor (independientemente de que asumamos que los mercados son predecibles o no) ya que nos pueden ayudar a llegar a rentabilidades objetivo o a reducir el nivel de riesgo asumido por la cartera (independientemente de los resultados futuros de los mercados).
Como conclusión, la beta solo debe tenerse en cuenta en situaciones muy concretas si el inversor cree que los mercados no son predecibles, o como pilar básico si cree que conoce los movimientos generales de los mercados.
¿Qué herramienta podrían usar los inversores que creen que los mercados no son predecibles?
La respuesta a esta pregunta está en una vuelta al inicio, la correlación. Como asumimos correlaciones muy altas en los mercados la forma habitual de trabajar es moviéndote sobre los movimientos del mercado (usar la beta), posicionándote si es alcista (con beta alta si es posible) o saliéndote si es bajista (o si debes estar invertido, con beta baja).
Pero, ¿Qué ocurriría si le damos la vuelta a la situación?
Si buscamos productos que combinándolos seamos capaces de reducir de forma drástica la correlación de nuestra cartera con los movimientos generales del mercado, si que podremos conocer de forma aproximada los resultados de nuestra cartera independientemente de los sucesos del mercado.
Esto es debido a que este tipo de empresas no se mueven por el mercado, teniendo mayor peso la situación interna de la empresa, su crecimiento, posición en el mercado etc., así que nuestros análisis (fundamental, por ejemplo) tendrán mayor impacto en la evolución futura de nuestro patrimonio ya que si nuestro capital crece o disminuye será debido a nuestras propias decisiones y no por los movimientos que tenga el mercado.
Así que la solución será buscar productos con reducida correlación con los mercados (y por lo tanto bajo riesgo sistemático) y realizar una diversificación eficiente con este tipo de productos. Para conseguir estar cartera deberemos conocer las correlaciones de cada acción o producto con los principales índices de referencia, y partiendo de aquellos que presenten las correlaciones más bajas seleccionar a los mejores en base al tipo de análisis que realicemos.
Todo ello nos llevara a una cartera “no direccional” (se aislará del mercado) con una visión hacia un retorno absoluto. Esto es un arma de doble filo debido a que en años muy alcistas nuestra cartera no replicará ese movimiento del mercado en su totalidad (incluso podría presentar pérdidas con el consiguiente coste de oportunidad extra), pero en cambio podría presentar resultados positivos en escenarios negativos del mercado. Todo ello llevara a un mayor peso de nuestras decisiones y un menor efecto de la evolución general de los mercados.
Esta estrategia tiene sus pros y sus contras, por lo que debe ser cada inversor el que elija según su filosofía de inversión cual se ajusta más a su forma de ver y entender los mercados, existiendo dos principales ramas:
Los inversores que crean que los mercados SI son predecibles, deberían buscar carteras diversificadas (eliminando riesgo intrínseco) y usar la beta como pilar fundamental, modificando su cartera y su beta en base a las expectativas de los mercados.
Los inversores que crean que los mercados NO son predecibles, deberían buscar empresas descorrelacionadas con los movimientos de los mercados y dentro de las mismas seleccionar a las mejores (más infravaloradas) con el objetivo de buscar la revalorización de estas empresas en todo tipo de escenarios, aislándose de los movimientos de los mercados.