John Maynard Keynes era un tipo genial, en el sentido más común del término, aquel que se refiere a la capacidad para sacar del sentido común todo lo que éste puede dar de sí, pero nada más, sólo lo justo. Y uno de los muchos momentos en los que hizo un uso apropiado de esa capacidad y de ese sentido fue cuando elaboró su propuesta para organizar el orden monetario internacional tras la II Guerra Mundial. Esa propuesta para la conferencia internacional que se celebró en 1944 en Bretton Woods, el llamado Plan Keynes, tenía como objetivo el evitar recaer en el desorden monetario internacional que contribuyó a profundizar la depresión de los años 30. Pero, sin embargo,no fue aceptado en esa conferencia, pues sus participantres pensaron que era una excentricidad de un soñador, un sinsentido común, y eligieron en su lugar el plan propuesto por el Secretario del Tesoro norteamericano, el llamado Plan White.
Pero, ¿se equivocaban los conferenciantes de esa conferencia internacional, la "madre" de todo el resto de las conferencias que bajo distintos nombres se han venido sucediendo desde entonces). Pues estoy seguro de que sí. La propuesta de Keynes partía del reconocimiento de un hecho evidente, absolutamente conocido y elemental: el de que a nivel global o mundial el sistema de intercambios es un sistema cerrado, es decir que el valor agregado de las importaciones de todos los países es igual al valor agregado de las exportaciones de todos los países, pues es obvio que las importaciones totales a nivel mundial son las exportaciones totales a ese mismo nivel. Son habas contadas, como se solía decir antes. El corolario de este hecho, que es de estricto sentido común, pero que demasiado frecuentemente se olvida hasta por los economistas, es que tan desequilibrado estructuralmente -como se suele decir- está el país que continuadamente sufre o padece un déficit en su balanza comercial como el que permanentemente disfruta de un superávit ( y obsérvese en los calificativos que uso y se usan).
Y, más aún, la solución de esos desequilibrios externos estructurales sería consecuentemente, como lo es el tango, cosa de dos, pues tan problemático debería ser y es el superávit estructural como el déficit estructural. La persecución mercantilista de un excedente en las cuentas exteriores, que se suele proclamar como objetivo de la política comercial en todas partes es, por tanto, la persecución de un desequilibrio cuya consecución efectiva por parte de algunos países exige o implica que otros países no lo logren, o sea, que entren ineludiblemente en un déficit exterior. No es posible, a nivel global, que haya unos países con excedentes sin que haya obligadamente otros con déficits, ambas cosas son las dos caras de la misma moneda. Pero de esto se sigue que la exigencia, tan habitual por parte de los mandatarios de los países estructuralmente en superávit, de ajustes y contención por parte de los países en déficit (y estoy pensando en la señora Merkel, por ejemplo) para volver al equilibrio, exigencia económica que se suele revestir además de un tono o carácter moral, como si los países con superávit hubieran hecho bien las cosas, o sea, se hubieran comportado correctamente y por tanto lo hubieran hecho mal los países con déficit; no sólo es absurda sino que, incluso, podría calificarse como “inmoral”, pues esconde acusando a los otros la propia responsabilidad en la gestación y mantenimiento de estos desequilibrios internacionales.
Pero, como acaba de decirse, esa exigencia también es económicamente absurda y lo es porque si sólo se exige a los países deudores unas políticas activas en pro del ajuste externo, para lograrlo junto con la obvia vía de aumentar sus exportaciones (bajando por ejemplo los salarios y precios o devaluando sus monedas) recurrirán sin duda también a disminuir sus importaciones (es el camino más directo, por cierto), contrayendo así los intercambios internacionales y la actividad económica a nivel global, obligando así a que los países con excedentes se ajusten pasivamente. Por ello, era un punto clave en la propuesta de Keynes en Bretton Woods el que se incluyera en los procesos de ajuste también a los países con excedentes comerciales. Proponía, para ello que se penalizara a los países acreedores o con superávits estructurales cargándoles unos intereses por los saldos excedentarios que tuviesen por encima de determinado valor. En consecuencia, también los países con excedentes comerciales tendrían incentivos en aumentar sus importaciones, estimulando en consecuencia el comercio mundial. Una vez más, también es de sentido común pensar que si en los intercambios comerciales el desequilibrio es siempre como mínimo cosa de dos, la búsqueda del equilibrio debería ser compartida activamente por las dos partes: la que tiene déficit y la que tiene superávit.
El Plan Keynes, como ya se ha dicho, fue rechazado. EE.UU. siendo tras la guerra la máxima superpotencia militar y económica no podía admitir una intromisión descarada en su autonomía. Previendo que iba a disfrutar de grandes excedentes comerciales tras una guerra que había destrozado las bases industriales de sus posibles competidores, se negó a aceptar la penalización que se establecía en el plan de Keynes. La responsabilidad de los ajustes recayó así exclusivamente en los países con déficits, pues nada incentivaba a que los países acreedores aumentasen sus importaciones. Y de implementar esos procesos de ajuste se encargó el FMI.
Pero, paradojas de la historia, desde mediados de los años 1970 la balanza comercial norteamericana ha sido deficitaria y desde 1983 también la balanza por cuenta corriente (salvo en 1991). Como ya se contó en otra entrada, http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428821-poder-dolar) la hegemónica posición política de los EE.UU. así como la consagración del dólar como moneda de reserva internacional que se hizo en Bretton Woods han permitido a los EE.UU. mantener una situación deficitaria en sus cuentas exteriores por balanza por cuenta corriente sin problemas: financiándola de una manera muy sencilla: con su propia moneda. Pero la cantidad de dólares en manos de China, Rusia, Japón y otros países ya es tan enorme que amenaza con la sostenibilidad del entero orden económico internacional. Es inimaginable el marasmo económico que sucedería si el Banco de China se desprendiese de una parte sustancial de sus reservas en dólares y activos nominados en dólares cambiándolos por otra moneda. Y a esto se suma la actual crisis económica que exigiría de una esfuerzo concertado por aumentar la demanda mundial. Por ello, cada vez resulta más claro la necesidad de un ajuste.
Y aquí, como un caso de justicia poética póstuma para Keynes a los más de 65 años de Bretton Woods, ha sido curioso saber de la “curiosa” propuesta que EEUU ha llevado a la reciente reunión del G-20 en Seúl y que no se ha aceptado, propuesta en la que se pretendía obligar a los países a tomar medidas si su superávit o déficit de cuenta corriente excediera 4% de su Producto Interno Bruto (PIB). Si hubiera otra vida tras esta, que no la hay, sin duda que Keynes, en su descanso eterno, habría experimentado una pequeña satisfacción.