Una de las noticias que han animado este verano ha sido la dimisión del omnipresente Alexis Tsipras y la consiguiente convocatoria de elecciones en Grecia. Supongo que muchos veían venir este nuevo capítulo de la tragedia helena: montar un referéndum, ganarlo y finalmente actuar en sentido contrario al mandato ciudadano no podía conducir a una nueva situación de normalidad, como si no hubiera pasado nada. El caso es que a mí todo esto me ha hecho pensar, y me llama la atención que ni siquiera los outsiders de la política sean capaces de vencer al determinismo económico. Para bien o para mal, el gobierno de Grecia ha decidido cumplir el único guión posible en la política económica contemporánea: coger el dinero, implementar un paquete fiscal contractivo y… salir corriendo.
Las políticas ortodoxas –que no liberales- parecen más una represalia que una solución real al sobreendeudamiento de las naciones. A pesar del esfuerzo fiscal que se nos ha impuesto a los españoles, nuestro nivel de deuda pública se mantiene instalado cómodamente en el entorno del 100% de nuestro PIB. Uno de los grandes logros del Gobierno Rajoy ha sido precisamente la reducción drástica de las prestaciones por desempleo, una de las partidas más problemáticas en cualquier economía y especialmente en la española. Para ello no se han impuesto cambios relevantes en la forma de cálculo, pero el ajuste en el mercado laboral –primero vía empleo y luego vía salarios- ha hecho todo el trabajo. No seré yo quien defienda el sistema español de prestaciones, pero lo cierto es que seguimos debiendo el equivalente a nuestro producto interior bruto. No, la política fiscal de Rajoy-Montoro no está cumpliendo su objetivo: ni el crecimiento de la economía española ni el coste de financiación de nuestra deuda son consecuencia directa de las medidas ortodoxas adoptadas.
Supongo que ya es un poco tarde para corregir ciertas decisiones pero, al menos, nos queda una lección para la historia. Si no optamos por los ajustes en precios los mercados nos van a dar de tortas una y otra vez mediante ajustes en cantidades. No hablo sólo del mercado laboral, donde la reducción coyuntural de costes laborales podía haber salvado muchos empleos, temporales e indefinidos. Mercados como el del alquiler o el de la energía necesitan medidas mucho más valientes, heterodoxas, que se salgan de lo previsible. Me atrevo a sugerir un buen tajo en la fiscalidad que afecta tanto a los alquileres (rendimientos inmobiliarios, contribución urbana) como al recibo de la luz, factores productivos que pesan tanto o más que el trabajo en cualquier empresa. Pero claro, nuestros líderes sólo tienen ojos para la deuda pública y la capacidad extractiva de las Haciendas nacionales. Y más allá de lo fiscal, hacen falta medidas estructurales que actúen sobre las reglas del juego. Hay que dejar de proteger a ciertos sectores y perder el miedo a la innovación. Estoy pensando especialmente en la autosuficiencia energética, pero podemos aplicar el cuento a todos los sectores productivos. Las puertas al campo sólo benefician a los perros del hortelano, que ni comen ni dejan comer.
Las últimas noticias que nos llegan del exterior son inquietantes. No parece que nuestros dirigentes estén muy preocupados, los de aquí seguirán encantados con sus medidas y en Frankfurt continuarán bombardeando dinero a los bancos. Todo muy ortodoxo, pero inútil.
Que tengáis un buen comienzo de curso y disfrutad del finde. S2.