Existe un problema demográfico en Occidente. El problema demográfico es que no se tienen hijos. Las corporaciones capitalistas dieron un paso al frente y dijeron “traed gente de fuera”. ¿No habría sido más fácil fomentar políticas de natalidad, apoyo a las familias numerosas, remuneración del trabajo de las amas de casa, que ser madre fuese prácticamente un trabajo pagado por el Estado, etc.? Sí, habría sido más fácil. Y no se tendrían los problemas que se tienen ahora, de grupos inasimilables que odian a muerte al Estado que les da de comer, que lo desangran económicamente y que han disparado la tasa de delincuencia. También se llega a creer que promover el multiculturalismo acabará con el “racismo”, cuando la realidad es que lo está exacerbando. ¿No se acabaría con el racismo, las discriminaciones y los distintos conflictos étnicos si cada grupo humano habitara en su propio espacio vital, sin necesidad de ideales utópicos “progresistas” de integración racial? El problema es que todo esto no habría multiplicado las rentas de “los mercados”, es decir, de una reducida casta de parásitos. Definitivamente la culpa no es tanto de los inmigrantes, sino de un sistema económico cada vez más voraz que para subsistir debe fomentar la inmigración.
El pronóstico es insostenible: una minoría de trabajadores jóvenes va a tener que sostener con su trabajo a una mayoría de pensionistas. El remedio propuesto por “los mercados” (importar inmigrantes a mansalva) está demostrando ser peor que la enfermedad. Sólo una política social de apoyo a la familia y fomento de la natalidad entre la población autóctona, podría revertir esta tendencia: remuneración y cotización a la Seguridad Social del trabajo de las amas de casa, los préstamos sin interés a las parejas jóvenes, pisos de protección oficial (se necesitaría nacionalizar stocks enteros y poner orden en el mercado de la vivienda), y cualquier medida que tienda a estimular la natalidad y solidificar la familia tradicional.
Actualmente, en cada país blanco, la tasa de natalidad está por debajo del 2.1%, el cual es el índice mínimo requerido para que una población se sostenga. Si la tasa es mayor, la población aumenta. Si la tasa es menor, la población disminuye. Y si se mantiene baja a lo largo del tiempo, eventualmente desaparece. El resultado en promedio es de un 1.3% para 2009-2010. Esto significa que el número de decesos en la mayor parte de los países blancos del mundo está rebasando el número de nacimientos. Esta situación demográfica no se había repetido desde la epidemia de peste negra que devastó a Europa en el siglo XIV.
Además de este factor fundamental para la supervivencia de una población, también se necesita el factor del espacio vital, es decir, un territorio que sea habitado exclusivamente por un grupo que comparte una misma herencia biológica, cultural y ancestral. A principios del siglo XX existían varios países con una población 100% de raza blanca. Sin embargo, actualmente no existe ninguno.
Tasas de España
1955: 2.57
1960: 2.75
1970: 2.92
1980: 2.57
1990: 1.48
2000: 1.19
2009: 1.31
Según la propia ONU, la población europea disminuirá en más de 90 millones de habitantes durante los próximos 50 años. Los demógrafos han dejado de creer que la tasa de fertilidad regresará al nivel de reemplazo en el futuro inmediato. El uso de anticonceptivos ha alcanzado niveles récords y las mujeres obtienen más títulos universitarios que los hombres, de manera que muchas prefieren desarrollar primero su profesión y luego fundar una familia, si acaso. Además, las parejas que pretenden fundar una familia, aguardan más tiempo para tener al primer hijo.
Sin bebés que restablezcan la fuerza de trabajo, los europeos encaran grandes dificultades para reunir fondos de pensión para jubilados cada vez más longevos; de modo que, a fin de mantener un saldo positivo, los gobiernos adoptan medidas desastrosas tales como elevar la edad de jubilación, aumentar impuestos e incrementar y facilitar la inmigración, legal o ilegal.
Para algunos analistas, está muy claro que los geoestrategas de la globalización están firmemente decididos a abolir la raza blanca y colonizar Occidente con pueblos tercermundistas. Los ingenieros sociales saben bien que, a la larga, de nada sirve tercermundizar la economía, la sociedad, la educación, la sanidad, la mentalidad o la cultura de un país, ya que los genes, los sentimientos, la geopolítica y los instintos tienen siempre la última palabra. Por tanto, deben tercermundizar también su código genético y su coeficiente intelectual. Europa debe perder su identidad, mezclarse con pueblos africanos y orientales y ser como una “segunda China”: mano de obra dócil y barata, carne de cañón para la máquina trituradora de carne del capitalismo salvaje y desalmado. Gente lo bastante inteligente como para mantener el sistema en marcha con su trabajo aburrido, frenético y repetitivo pero lo bastante tonta y poco imaginativa como para consumir ávidamente, sin preguntarse qué diablos ha pasado con su tierra, su pueblo y su espíritu. Los WASP de Norteamérica deben desaparecer y disolverse para dar a luz a una masa de hispanoamericanos y afroamericanos que no protestará por condiciones laborales y sociales humillantes y que se conformen con escuchar músicas mediocres, como el reggaeton, cada fin de semana para mantenerse contentos. Los australianos deben caer bajo la órbita de Asia Oriental, los criollos iberoamericanos deben sumergirse también en el mestizaje (al tener dificultades e impedimentos para constituir para ellos un espacio vital exclusivo), y los bóers, que están sufriendo limpieza étnica en estos mismos instantes, deben ser exterminados en un genocidio violento (por ejemplo, cuando muera Nelson Mandela). El lento predominio de la demografía tercermundista transformará para siempre la faz de Occidente y del mundo entero.
Los motivos para que la principal víctima de la globalización sea la raza blanca son los siguientes:
La raza blanca no se adapta a vivir en condiciones de dumping social y ambiental. Cuando la raza blanca ha padecido condiciones terribles, generalmente se ha levantado, se ha movilizado y ha luchado. La mayor parte de luchas sociales y civiles han sido iniciativa de la raza blanca. A lo largo de la historia, la raza blanca ha reaccionado numerosas veces quitándose a sus parásitos de encima, quizás también porque es la raza a la que los parásitos han acudido en mayor cantidad. Actualmente, es necesaria una enorme y costosa infraestructura de pan y circo para que la raza blanca se deje explotar. Por tanto, se trata de un grupo humano que no encajará en el nuevo modelo social (un mundo en el que se trabaje cada vez más a cambio de cada vez menos y en condiciones cada vez peores).
La raza blanca tiene más iniciativa y es más imaginativa, creativa y disciplinada que otras razas. Ha heredado una fortísima carga apolínea (racional y lógica) en sus razonamientos y tiende a hacerse demasiadas preguntas. De nuevo, para anular estas cualidades, es necesaria una enorme red mediática.
La raza blanca tiene los medios (herencia cultural, patrimonio artístico, código genético, historia, etc.) para inspirarse en el pasado y elevarse por encima de las servidumbres del mundo material y las limitaciones de su entorno. Un pueblo que ha descubierto maneras de alimentar a su espíritu e ir “más allá”, preferirá morir antes que caer en la esclavitud.
Aunque, debido a las condiciones civilizadas y protectoras que hemos creado, la raza blanca tiene más cantidad de retrasados mentales y desperdicios evolutivos que otras razas, históricamente, ha engendrado también muchos más genios. Si algún día pudiese nacer un genio capaz de levantar a las masas y ponerlas a luchar contra la globalización, lo más probable sería que dicho genio fuese de raza blanca.
La manipulación psicosocial de la raza blanca es cara. Se requiere un bombardeo de mensajes sedantes, neutralizantes y embrutecedores las veinticuatro horas al día, el mantenimiento de circos mediáticos enormes, de una educación castrante y de sistemas de domesticación de tipo religioso (véase Concilio Vaticano II), legislativo e ideológico. La manipulación social de otras razas es mucho más barata: las chucherías, el dinero y las comodidades de baja estofa sirven de sobra para seducirles. Esto es evidente tanto en el Tercer Mundo como en Asia Oriental. El Mercado ha necesitado milenios para domesticar a la raza blanca, pero en China ha bastado abrir el grifo del dinero para que el pueblo se arrojase a los brazos del consumo. En el Tercer Mundo la cosa es más sencilla aun: los objetos llamativos, la música y las drogas hacen en una generación el trabajo que con la raza blanca llevó cientos de generaciones.
Por tanto, todas las razas deben ser abolidas, pero es especialmente la raza blanca la que debe ser disuelta. El único grupo social que sobrevivirá a este maremágnum será aquel que practica para sí (pero no predica para los demás) un racismo feroz, cruzándose sólo con personas de su misma casta. El resto estará destinado a sumirse en una masa sin identidad, el ganado perfecto para llevar al matadero, el rebaño mundial con el que sueñan los jefes de la globalización. Cabe añadir que el multiculturalismo es el fin del mismo multiculturalismo, ya que a la larga, tenderá a generar una cultura única, sin nada que aglutine a las masas, salvo su común dependencia de la red global.
Pero lo que puede llegar a lo mejor será simplemente la anarquía, el desorden absoluto, la ley de la selva. En Sudáfrica, cuando el elemento civilizado de la población detenía las riendas del poder, había edificios tan lujosos como los más refinados hoteles de Paris o Nueva York por los que pasaban cabezas coronadas, presidentes y estrellas del espectáculo. Hoy esos palacios están ocupados por detritus humanos que han reemplazado las ventanas por cartones y hacen sus necesidades en bolsas de plástico que después tiran por los balcones. Este puede ser el destino de los más elegantes edificios de nuestras más modernas ciudades dentro de algunos años. Este será el futuro más probable de España y de Europa entera ¿O acaso toda esa abigarrada y montaraz humanidad que se nos ha metido por las puertas nos va a traer un nuevo siglo de oro cultural y un modelo de sociedad superior? Nos traen la cloaca, así de claro.
En la naturaleza, cuando un animal está herido, los carroñeros acuden de todas partes. El olor de la muerte los atrae como un imán. Todos quieren su trozo. España es hoy un animal moribundo. Desde el fondo del África, de los Andes o del sudeste asiático, el último de los somalíes, ecuatorianos o vietnamitas, acude a la carrera para apoderarse de su pedacito de carne en descomposición.
Con sus impuestos, los españoles financian el alojamiento, la alimentación y la sanidad de aquellos que los están sustituyendo. Cuando ya no haya más trabajadores españoles para mantener a todos estos parásitos, entonces será el caos y la violencia generalizada. La inmigración que España ha elegido está constituida en su gran mayoría por poblaciones incapaces de ganarse el pan que se comen y totalmente inaptas para producir otra cosa que gas carbónico y urea. Cagan y mean y poco más. Siempre habrá un puñado de negros, chinos, frijoles y hasta moros integrados socialmente, que paguen sus impuestos, abonen su alquiler y tiren la basura en su contenedor, pero estos serán sólo un error de guión, un error del sistema, en cierta manera.
Poco a poco los españoles se hacen reemplazar por seres venidos de los cuatro puntos cardinales de la cloaca mundial, y en el fondo están felices, la baba cayéndosele de la boca, una cerveza en la mano y la mirada fija en un campo verde con 22 jugadores corriendo detrás de una pelotica. España se va por el retrete, pero los españoles se muestran orgullosos de no caer en la tentación de la “intolerancia” y el “rechazo”.
Los españoles no difieren en esto de los demás europeos de nuestro entorno: quieren desaparecer. Sienten vergüenza de existir. Se sienten tan culpables que pasan por esta vida pidiendo perdón.
Ningún pueblo merece el genocidio, ni siquiera los pueblos que lo desean de todas sus fuerzas. A estos, nos vemos obligados por no sé escrúpulo, a defenderlos de sus propias tendencias autodestructivas. Como esos bomberos que se arriesgan para impedir a los suicidas de tirarse al vacío. Por esto, este grito en la tormenta. Por cumplir con un deber, por obedecer a un secreto impulso moral, aunque dudemos de que realmente sirva para algo...