Aunque al final los índices americanos han terminado la semana con ganancias (Dow +0,4% en la semana, S&P +0,7%, Nasdaq +0,8%, Russell +0,1%), la sensación de falta de fuerzas para seguir subiendo ha sido bastante palpable esta semana, no solo a nivel de los índices sino también en las grandes compañías tecnológicas que han movido al alza a las Bolsas americanas este año. Salvo Tesla (+2,5% en la semana) y Nvidia (+1,7%), en las restantes grandes tecnológicas hemos visto o bien caídas semanales (Microsoft -1,4%, Amazon -0,5%, Meta -0,6%, Netflix -0,17%) o bien subidas muy ligeras (Apple +0,4%, Alphabet +0,5%).
Peor ha sido el comportamiento en las Bolsas europeas, que han sufrido caídas esta última semana del año, con el Eurostoxx cediendo un 1,3% en la semana, el Dax un 1,4%, nuestro Ibex y el Mib italiano un 0,9% y el Cac francés un 0,6%. La brecha entre Bolsas americanas y europeas se ha agrandado, por tanto, un poco más estos últimos días, si bien en la sesión de cierre semanal del viernes las plazas europeas quisieron recortar un poco esa distancia y vimos al Eurostoxx subiendo un 0,85% y al Dax subiendo un 0,68%, mientras el S&P y el Nasdaq caían más del 1%.
Uno de los dilemas a los que los inversores se van a enfrentar ya desde el inicio de este 2025 es, precisamente, si deben seguir o no apostando por las Bolsas norteamericanas frente a las europeas, a pesar de su sobrevaloración relativa y a pesar de que la economía norteamericana acumula una desorbitada deuda pública y un elevado doble déficit fiscal y comercial. Los inversores deben pensar si es o no sostenible eso que algunos llaman el “excepcionalismo estadounidense”, es decir, la creencia de que la economía norteamericana es superior a las demás y puede permitirse, gracias a la confianza que genera en el resto del mundo, desequilibrios que las demás no pueden permitirse, sobre todo su nivel de deuda pública.
Las casas de análisis siguen repitiendo, con razón, que las Bolsas europeas tienen mejores métricas de valoración que las norteamericanas, pero la realidad es que el dinero prefiere, hoy por hoy, ir a la economía norteamericana, y por eso año tras año Estados Unidos bate a Europa en términos bursátiles. A priori, nada indica que este año próximo la pauta vaya a cambiar, al revés, la victoria de Trump ha acentuado aún más, desde el 5 de noviembre, esa pauta y, a priori, todo parecería indicar que las empresas norteamericanas tendrán también en el 2025 una mayor capacidad de creación de valor que las europeas.
Pero ese primer dilema, seguir en Estados Unidos o apostar por Europa, no es ni mucho menos el único al que tendrán que enfrentarse los inversores en este 2025 lleno de retos, unos retos y unos dilemas que están bastante interconectados, lo que eleva la dificultad. Uno de esos otros dilemas, en cierto modo previo al anterior y tal vez más importante, el de seguir o no confiando en la renta variable frente a la alternativa más segura, o al menos aparentemente más segura, de recibir un tipo de interés en colocaciones de renta fija a corto o a largo plazo. O frente a la alternativa de dejar el dinero sin invertir, en liquidez pura y dura, a poder ser remunerada.
La sobrevaloración (al menos relativa en relación con la media histórica) de los índices nos llevaría a aconsejar de momento la liquidez o la colocación en renta fija a corto plazo. Pero hay algunas buenas razones para seguir apostando por la renta variable, a pesar de que su precio actual esté descontando un escenario perfecto (‘priced for perfection’), al menos en el caso de los grandes valores americanos que han movido los índices en los últimos años.
La primera razón es que todo indica que el deterioro del valor del dinero en términos de poder de compra va a continuar en los próximos años. Ni la Fed ni el BCE ni los restantes bancos centrales van a poder permitirse dejar de prestar asistencia financiera a la economía, porque nadie quiere correr el riesgo de una Gran Depresión y porque el mantenimiento de la paz social se ha convertido en un objetivo de política económica y, por tanto, también de la política monetaria. Si va a seguir habiendo asistencia financiera y monetaria se emitirán más dólares y más euros, y seguirá el deterioro de su valor.
La segunda razón, que conecta con la anterior, aunque en el fondo sea distinta, es que la inflación puede mantenerse relativamente alta, digamos que en el 3%-4%, como consecuencia de varios factores: uno de ellos, las políticas arancelarias y proteccionistas de Trump, y otro, los costes asociados a la transición energética y a la seguridad y defensa global. Con la inflación alta, mantener el patrimonio en liquidez no es una buena idea, ni tampoco lo es invertirlo en renta fija a medio y largo plazo.
Una tercera razón es que en una economía divergente, en la que el crecimiento se distribuye muy desigualmente, y de acceso cada vez más difícil a los recursos financieros, la opción de invertir en crédito privado o en bonos de alto riesgo (“high yields”), incluida la opción de invertir en deuda pública como alternativa a la renta variable, tiene mucho más riesgo que la de invertir directamente en renta variable, porque podemos ver casos de “default” o reestructuración. Dicho hoy suena raro, pero vamos a una economía y a un entorno monetario en los que no debería extrañarnos ver situaciones concretas de dificultad para el pago de la deuda, tanto privada como pública.
Precisamente por todo lo anterior, y esta sería una cuarta y última razón para apostar por la renta variable, puede prolongarse el entorno de “exuberancia racional” en el que los activos de calidad siguen sobrevalorados, aunque se vaya haciendo cada vez más limitado y selectivo. Este va a continuar siendo el verdadero dilema en los años próximos: aceptar el deterioro patrimonial en activos “monetarios” (incluyendo renta fija a largo) o arriesgar y tratar de elegir los activos “reales” ganadores, aunque sean caros.
La idea de fondo, el “bottom line”, es que lo que dará retorno de verdad serán los activos vinculados a la economía real, los activos con valor intrínseco que capturen el crecimiento a largo plazo, no los activos monetarios que nos ofrezcan cierto número de dólares o euros a una fecha futura. Esos dólares o euros estarán devaluados en esa fecha futura y nuestro patrimonio se habrá visto reducido. Empresas, inmuebles, materias primas o metales preciosos y arte son los activos que nos permiten escapar a ese deterioro y que podríamos, en este sentido, llamar activos “reales”. Y dentro de ellos, los que más valor pueden crear son las buenas empresas.
A partir de ahí, hay dos problemas. El primero es que seleccionar esos activos reales “ganadores” no ha sido nunca fácil y lo va a ser menos en el nuevo entorno “darwinista” hacia el que va la economía. El segundo, y esta es la novedad del 2025, es que la llegada de Trump es una pequeña revolución, y abre una etapa nueva, con un cambio muy fuerte en las reglas de juego, con un modelo proteccionista frente a la globalización de las últimas décadas y con un deseo de desmontar el “wokismo”/intervencionismo imperante en Estados Unidos y en Europa. Al final, el nuevo modelo será mejor, pero el cambio es muy fuerte y, por ello, cabe esperar una también fuerte volatilidad e incertidumbre, precisamente en este 2025 que empieza, incluidas correcciones bursátiles en EE. UU. no vistas desde hace tiempo, del 5% o del 10%, incluso aunque el ciclo alcista continúe.
Si vemos lo que ha pasado estos últimos años, podríamos decir que todo lo anterior ya se ha venido en cierto modo incubando. No ha sido un escenario fácil, con los “siete magníficos”, con los fiascos de las “meme stocks”, con la brecha antes mencionada entre los activos norteamericanos y los europeos, con la pérdida de valor de las posiciones en China, o asociadas al mercado chino (el lujo o el automóvil europeo), con el desplome de bancos como Credit Suisse o Silicon Valley Bank, que implicó la pérdida total de sus inversiones para los accionistas, con las fortunas generadas por quienes han sabido elegir empresas como Nvidia o Broadcom u otras de las grandes ganadoras, o el bitcoin.
Ese es el mundo al que vamos, un mundo que, en nuestra opinión, se hará un poco más evidente en el 2025, porque es el primer año de Trump, y eso impactará en las decisiones de la Fed y del BCE, en las decisiones de los gobiernos y de los “policy makers” y en las decisiones de las empresas y de los inversores.
Una semana con muy pocos datos macroeconómicos relevantes (si exceptuamos los PMI de manufacturas en EE. UU. y en China y el PMI compuesto en China) puede ser propicia para dar una primera vuelta, con tranquilidad a los importantes dilemas que tendremos que ir resolviendo en el 2025.
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Artículo originalmente publicado en r4.com. El presente artículo de opinión no presta asesoramiento financiero personalizado. Ha sido elaborado con independencia de las circunstancias y objetivos financieros particulares de las personas que lo reciben. El inversor que tenga acceso al presente artículo de opinión debe ser consciente de que los instrumentos a que el mismo se refiere pueden no ser adecuados para sus objetivos específicos de inversión, su posición financiera o su perfil de riesgo ya que éstos no han sido tomados en cuenta para la elaboración del presente artículo de opinión, por lo que debe adoptar sus propias decisiones de inversión teniendo en cuenta dichas circunstancias y procurándose el asesoramiento especializado que pueda ser necesario. Los datos han sido elaborados por el autor / es con la finalidad de proporcionar información general a la fecha de elaboración y está sujeto a cambios sin previo aviso. Este artículo está basado en informaciones de carácter público y en fuentes que se consideran fiables, pero dichas informaciones no han sido objeto de verificación independiente por cualquiera de las entidades del Grupo Renta 4 por lo que no se ofrece ninguna garantía, expresa o implícita en cuanto a su precisión, integridad o corrección.
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