"La culpa la tienen los especuladores"
se decían los pequeños y grandes productores de cebolla en los años 50 en los Estados Unidos de América. Fue por eso que impulsaron el así llamado Onion Futures Act que prohíbe comprar y vender contratos de futuros de cebolla como los que eran comerciados en el CME (Chicago Mercantile Exchange). La medida fue implementada en 1958 con la ayuda del entonces congresista Gerald Ford. Sí, el mismo que años más tarde llegaría a ser presidente. Eso bastaría para proteger a los productores de los especuladores. Por lo menos en la teoría.
También hoy en día la especulación sigue siendo el chivo expiatorio de todo lo que va mal en el mundo. Los especuladores son los malos de la historia, los causantes de la alta volatilidad en los mercados. Para ser justos, casi todos somos especuladores desde el momento en que compramos acciones o cualquier otro tipo valor con fines de inversión. Aún cuando invirtamos a largo plazo, especulamos que el precio de dichos valores subirá con el paso del tiempo.
Pero no es a eso a lo que se refiere la gente cuando habla de "especuladores", sino más bien a los comerciantes de futuros. Un contrato de futuros es, como su nombre lo indica, un contrato de compra o venta sobre determinados bienes o valores a un precio acordado por las partes para una fecha futura.
El hecho de que se especule sobre el desarrollo futuro de los precios comprando y vendiendo commodities, divisas o acciones que ni siquiera se posee (ni se planea poseer) suena para muchos aterradora.
Cada vez que suben los precios de los alimentos o de los recursos más básicos, los medios saben a quién culpar: a los especuladores. Pero hay algo que parecen olvidar: los especuladores no siempre le apuestan a una subida de precios. De hecho muchas veces le apuestan a la caída de precios. Y dado que "los especuladores" no son una especie de gremio organizado que trabaja y actúa en conjunto, algunos especularán al alta mientras otros lo harán a la baja.
Como ningún especulador puede predecir el futuro, muchos de ellos también pierden dinero.
Volvamos de nuevo a la historia de los contratos de futuros de cebollas y observemos los hechos con detenimiento. ¿Realmente consiguió la prohibición acabar con la volatilidad de los precios de las cebollas? Pues bien, Roger Gray de la Universidad de Stanford concluyó en 1963 que de hecho la volatilidad había aumentado después de introducirse la medida. (1)
La prohibición no es la respuesta a nada
Si algunos piensan que el mercado del petróleo es extremadamente volátil, es porque aún no han visto el mercado de cebollas. Así lo demuestra Ken Fischer en su libro "The little book of market myths". Mientras la variación estándar de los precios del petróleo entre 2000 y 2011 fue de 33,2%, la de los precios de cebollas fue de nada más y nada menos que de 205,9%.
Incluso los hijos de los granjeros que algunas vez abogaron por la medida de la prohibición, creen hoy que la regulación es en realidad más perjudicial que benéfica (2):
"I would think that a futures market for onions would make some sense today, even though my father was very much involved in getting rid of it".
Existe un sin número de motivos legítimos para comerciar con futuros. Las empresas los usan todo el tiempo para alisar los costos de las materias primas de uso diario y reducir así la inseguridad que trae consigo la volatilidad de los precios. Sin un mercado de futuros sería imposible para las aerolíneas ofrecer precios más o menos constantes. Pero también para los granjeros es de gran ayuda pues de lo contrario tendrían que vérselas con las variaciones extremas típicas de las commodities.
Los contratos de futuros aumentan la liquidez de los mercados de capitales. Además aumentan la transparencia y, sobre todo, facilitan la formación de precios.
Por eso, antes de culpar a la especulación de la volatilidad, deberíamos preguntarnos cuál es su función en la economía. La especulación por sí misma no es buena o mala. Es más bien como un cuchillo de cirugía: por supuesto que puede ser usada como arma, pero también como herramienta práctica. La mayoría de prohibiciones suelen tener buenas intenciones, pero suelen resultar en verdaderos desastres.