Introducción a los derivados
Bueno, pues ya estamos aquí. En primer lugar, en días sucesivos, hablaré de conceptos necesarios para entender cuestiones posteriores. Es muy posible que cualquier lector que esté familiarizado con la operativa en derivados, encuentre los siguientes artículos (solo serán unos pocos), aburridos. De hecho, es posible que a todo el mundo les parezcan aburridos.
Sin embargo, a pesar de que muchas cosas las conocerán bastantes de los lectores, y les sobrarán las explicaciones, cualquiera que se esté adentrando por primera vez en los derivados, debe conocer. Y, por desgracia, o no hay literatura donde se expliquen dichos conceptos con la suficiente claridad, o bien yo no la conozco. En cualquier caso, los siguientes artículos, a los que estén muy familiarizados con el uso de derivados no les vendrá mal leerlos, para refrescar conceptos, y, puede que para añadir ideas. A los que no lo estén, y quieran empezar a estarlo, les resultará una lectura casi imprescindible.
A la serie de artículos que publicaré en las próximas 10 o 12 entregas, la voy a bautizar como: Derivados. Todo lo que necesitas saber, y nunca te atreviste a preguntar.
La serie comenzará con un artículo (el único), que explica los contratos de futuros.
Derivados: todo lo que necesitas saber, y nunca te atreviste a preguntar
1. Futuros. Qué son. Para qué sirven. Cómo se usan.
¿Qué son los futuros?
Para operar con futuros, lo primero que hay que hacer es saber lo que es un contrato de futuro. Para entender lo que es un contrato de futuro, no hay nada mejor que acudir al origen, a cómo aparecieron, y por qué se empezaron a usar. Al contrario de lo que la mayoría pueda pensar, los contratos de futuros surgieron en la civilización fenicia, hace miles de años como respuesta a una necesidad. Veámoslo con un ejemplo.
Ejemplo de un contrato de futuros
Supongamos un agricultor de la época. Un agricultor que cosechara trigo, y no hiciera otra cosa, tenía que vivir de su cosecha: La supervivencia de su familia y de él mismo, dependía de cómo fuera la cosecha de cada año. A su vez, la cosecha de cada año, dependía de diversos factores, algunos de los cuales (cuidados de la tierra, abonos, calidad de la semilla) dependían directamente de él y de su pericia como agricultor.
Pero había otros factores que escapaban a su control: una helada a destiempo, falta de lluvia, y en general, cualquier factor atmosférico, podían dar al traste con la cosecha de un año, y sin cosecha, no habría con qué dar de comer a su familia. Algo había que hacer para controlar los factores que escapaban de su control.
Por otro lado, un año en el que la producción de trigo en la región fuera excesivamente abundante, podía hacer que el precio al que se vendiera el trigo una vez cosechado fuera tan bajo que no fuera suficiente para subsistir, si bien, si la cosecha era escasa, podía hacer que fuera un precio lo bastante alto como para vivir durante más de un año.
Al mismo tiempo, un harinero, tenía que comprar trigo para poder hacer harina, y la subsistencia de él y de su familia dependía de que pudiera comprar el trigo a un precio razonable: si la cosecha de trigo era escasa, el precio del mismo podría ser tan alto que hiciera inviable su compra, arruinando así la posibilidad de subsistencia para ese año. Había algo que tenía que hacer para que, fuera cual fuera el precio del trigo, su subsistencia estuviera asegurada.
El agricultor y el harinero, después de hacer sus cuentas, llegaron a la conclusión de que ese año tendrían asegurada su subsistencia si el precio del trigo en el momento de la cosecha estaba entre 15 y 25 leptas la fanega. Así que firmaron un contrato por el cuál, el harinero se comprometía a comprarle la cosecha al agricultor por 20 leptas la fanega, y el agricultor se comprometía a entregarle el trigo cuando cosechara. Acababan de establecer un contrato de futuros sobre el trigo. El harinero compraba ese contrato y pagaba 20 leptas por fanega (se ponía largo), y el agricultor vendía ese contrato y recibía 20 leptas por fanega (se ponía corto). En realidad, no era exactamente así. En realidad, no se establecía pago alguno. Lo que hacían era, el agricultor, depositar en un granero una cantidad de trigo (reserva de otras cosechas), proporcional a la cantidad de trigo que hubiera comprometido en el contrato, y el harinero depositaba en un fondo una cantidad de dinero proporcional a la cantidad total de dinero que tendría que pagar el día de la entrega. Cada uno había depositado su garantía.
Veamos qué ocurría cuando llegaba la cosecha:
Caso 1. La recolección había sido muy abundante, y en el mercado, los agricultores no eran capaces de vender el trigo a más de 10 leptas la fanega. Si no hubieran negociado el agricultor y el harinero, el primero no habría podido alimentar a su familia. Como tenía un contrato por el cual el harinero se comprometía a pagarle 20 leptas la fanega, en vez de vender su trigo en el mercado se lo vendía al harinero. Le daba el trigo y el harinero le pagaba a 20. El harinero retiraba su depósito, y el agricultor recuperaba el trigo depositado. Ambos subsistían.
Caso 2. La cosecha había sido mala, había poco trigo y los agricultores lo vendían con facilidad a más de 30 leptas la fanega. Si el harinero no hubiera firmado el contrato con el agricultor, no habría podido subsistir. Como tenía un contrato por el cual el agricultor se comprometía a venderle el trigo a 20, en vez de comprarlo en el mercado, se lo compraba al agricultor a 20. El harinero recuperaba el dinero depositado y el agricultor el trigo depositado.
Qué habían conseguido los dos? Dado que ninguno de los dos sabía a qué precio estaría el trigo en el momento de la cosecha, pero los dos estaban de acuerdo en qué precio era adecuado para su subsistencia, cubrieron el riesgo mediante la firma de ese contrato. Las dos partes cubrían su riesgo. Las dos partes estaban comprometidas por contrato. Las dos partes salían beneficiadas de su acuerdo, porque su intención no era enriquecerse con la compra o venta del trigo, sino asegurar la subsistencia de sus familias.
Parémonos a pensar un momento. En el segundo caso, alguien podría pensar: el agricultor hizo el primo. Si no hubiera firmado ese contrato, habría podido vender su trigo por 30 en vez de por 20. En efecto. Así es. Se puso corto, y el precio subió. Perdió (dejó de ganar) 10 leptas por fanega. Pero recordemos la preocupación que tenía el pobre agricultor cuando sembraba el trigo: ni él ni nadie sabía cómo iría la temporada. Ni él ni nadie sabía a cuánto se podría vender el trigo cuando se cosechara. Lo único que él sabía era que, o podía venderlo a 15 como mínimo, o no podría dar de comer a sus hijos. Claro que era posible que si la cosecha no iba del todo bien pudiera venderlo a 30. Pero que fuera una cosecha magnífica y no pudiera vender la suya como mínimo a 15 era un riesgo que no podía permitirse correr: la comida de su familia era algo demasiado valioso para ponerlo en riesgo. La misma forma de pensar es válida para el primer caso y el harinero.
¿Por qué el agricultor depositaba parte del trigo en el momento de la firma, y el harinero parte del dinero? Porque dado que ambas partes estaban comprometidas, alguien tenía que ser el garante de que, en caso de que una de las partes no pudiera cumplir el contrato, la otra no se viera afectada. Si eso ocurría, era esa ‘cámara de compensación’ la que ajustaba cuentas con la parte que no cumplía, exigiéndole devolver, bien el trigo más intereses con cosechas futuras, bien el dinero más intereses a plazos. Y esa ‘cámara de compensación’, cobraba una comisión por garantizar a ambas partes que el contrato se ejecutaría pasara lo que pasara.
Como se ve, los futuros nacen, no para aumentar el riesgo, sino para eliminarlo por completo, poniendo de acuerdo a dos partes en un contrato beneficioso para ambos.
Aplicación del ejemplo en los mercados de valores
Ahora trasladémoslo al mercado de valores. En el mercado de valores, lo que hacemos la mayoría es especular. Es decir, queremos comprar más barato de lo que luego queremos vender. Operar con futuros, ofrece la ventaja de que podemos vender algo que no tenemos: lo único que tenemos que hacer es asegurarnos de que cuando ese contrato venza, tenemos lo que estamos negociando. Pero siempre podemos ‘pasar’ ese contrato a otro antes de la fecha de vencimiento. Dado que los vamos a usar para especular, corremos el riesgo de que, un valor que creemos que va a subir, no lo haga. Un riesgo que corremos exactamente igual si compramos las acciones.
Hay otra ventaja añadida. Si pensamos que un valor va a bajar, y queremos operar con acciones, sólo podemos hacer una cosa: pedir prestadas las acciones a alguien que las tenga, venderlas, y después, comprarlas y devolvérselas. El riesgo que corremos es el mismo: que en lugar de bajar, suban, y tengamos que comprarlas más caras. La ventaja de hacer esto mismo con futuros, es que las comisiones por las acciones que nos prestan son muy elevadas. Es decir, si en lugar de hacerlo con venta a crédito, hacemos la misma operación con futuros, si sale bien, ganaremos más y si sale mal perderemos menos (porque las comisiones que pagaremos serán mucho menores).
El apalancamiento
Hablemos del apalancamiento, que, en contra de lo que suele decirse, no sólo no aumenta el riesgo, sino que también lo puede disminuir. El apalancamiento viene dado de que cuando firmamos un contrato de futuro, no tenemos que pagar la totalidad de la posición, sino sólo una parte. Eso permite dos posibilidades:
a) Negociar más contratos con el dinero restante. Eso es, precisamente, operar con apalancamiento, y eso sí aumenta el riesgo.
b) Negociar el mismo número de contratos que negociaríamos si tuviéramos que depositar el total del montante, y el dinero restante, ponerlo en una cuenta de ahorro a una rentabilidad fija (creo que los tipos están ahora en torno al 4%), o utilizarlo para realizar otras operaciones y aumentar la diversificación (esto se verá más en detalle en otro artículo), lo cual optimiza el riesgo.
Analicemos lo que ocurre en este último caso: si la operación sale bien, ganaremos lo mismo que si lo hubiéramos hecho con acciones, más la rentabilidad que nos haya dado el capital restante. Si sale mal, perderemos lo mismo que si lo hubiéramos hecho con acciones, menos la rentabilidad que nos haya dado el capital restante. Teniendo todo esto en cuenta, incluso para aquellos que no operan a la baja, SIEMPRE va a conllevar menos riesgo la compra de futuros que la compra de acciones, en aquellos valores que tienen emitidos futuros. Comprar 1000 acciones, por ejemplo, del BBVA, no tiene ningún sentido: es, en todos los casos, y pase lo que pase, más rentable comprar 10 futuros, porque, pase lo que pase, tendremos asegurada la rentabilidad del capital que no tenemos que desembolsar, tanto si la operación sale bien como si sale mal.
Amenophis