En Rankia pocas veces hablamos sobre Rusia o Turquía, o al menos no he visto muchos post sobre estos países. Aunque parezcan lejanos juegan un roll muy importante que se ha olvidado. Tienen posiciones geoestrategicas de las que Europa depende mucho, ya sea por recursos, seguridad, relaciones diplomáticas para la solución de conflictos o negociación de acuerdos comerciales. El siguiente artículo** es un análisis interesante sobre dos libros que nos ayudarán a comprender mejor la posición de Rusia y el porqué de sus acciones.
En torno al mes de marzo del próximo año 2012 se celebrarán elecciones presidenciales en Rusia. Tras tres años de mandato de Dimitri Medvedev, la cercanía de las elecciones ha multiplicado las informaciones y los rumores sobre la posible presentación de Vladimir Putin como candidato presidencial por el partido Rusia Unida. Algunos informadores creen que efectivamente así será, otros como Gorbachov piensan que Putin se presentará en 2018 y otros, como The Economist, destacan las tiranteces entre el Presidente y el Primer Ministro, en este caso con el clásico punto de humor inglés al reproducir una broma sobre ambos que se comenta en Moscú.
“the Kremlin is divided into a Putin and a Medvedev camp. The only question is which camp Mr Medvedev will join.”
Sin embargo, todos ellos consideran la actual Presidencia de Medvedev como de perfil bajo, continuista, poco innovadora o reformadora, y en suma, sumida a los dictámenes del verdadero poder situado en la oficina del Primer Ministro.
Los siguientes libros presentan dos planteamientos desde planos distintos que nos permiten tener unas ciertas nociones de lo que puede suponer la próxima Presidencia de la Federación de Rusia tras las elecciones de 2012. Estos dos planteamientos responden no solo al tipo de análisis de cada uno de los autores, también a la propia trayectoria vital de ambos.
Por un lado, tenemos a
Edward Lucas, Editor Internacional de
The Economist. Licenciado en Económicas en la London School of Economics empezó a trabajar en Europa Central y del Este en 1986. Habla alemán, ruso, polaco, checo y lituano, lo que muestra el conocimiento y la experiencia en la zona del autor. Su libro, redactado en un estilo más periodístico, se centra principalmente en la
presidencia de Vladimir Putin (2000–2008) y hace un repaso a distintos aspectos: los tres primeros capítulos se centran en Putin, su llegada a la Presidencia, su toma de control de los principales resortes de poder y los resultados de ésta. Luego pasa a la economía rusa, a la ideología dominante, a la utilización de la política energética como brazo armado de la política exterior rusa, al papel de los estados independizados de la ex URSS y a la dimensión militar y de seguridad.
Por otro lado tenemos a
Isabelle Facon, investigadora del think-tank francés
Fondation pour la Recherche stratégique y profesora de la
École Polytechnique de París. Es especialista en temas de políticas de seguridad y defensa rusas, y ha realizado numerosos trabajos sobre las relaciones entre Rusia y la Unión Europea y sobre la política asiática de Rusia4. Su libro se adentra en el tema del poder en y de Rusia, es decir, tanto nacional como internacionalmente, mediante un análisis que resalta en mayor medida las tendencias históricas, que utiliza ampliamente la observación del discurso de las élites rusas desde los años noventa y que se maneja con los conceptos básicos asociados al concepto de poder en Relaciones Internacionales.
Visto desde una cierta distancia, mientras Isabelle Facon nos ofrece un pensamiento más teórico, Edward Lucas nos ofrece uno más práctico. Facon juega en mayor medida con ideas y Lucas con hechos. Por eso son libros que se complementan bastante bien y que tienen puntos de convergencia interesantes, que se pueden recoger para establecer un planteamiento propio sobre la evolución de Rusia en la escena internacional en los últimos diez o veinte años; y deducir a partir de ahí una serie de hipótesis sobre las tendencias que pueden dominar la próxima presidencia de Rusia, tanto interna como externamente. Nuestro camino será inductivo, de lo más concreto a lo más general, de Lucas a Facon.
Para Lucas existe una nueva confrontación entre Rusia por un lado y Europa y Estados Unidos por otro. El título, un poco sensacionalista,
The New Cold War da a entender que esta confrontación tiene una continuidad con la Guerra Fría. Sin embargo, el propio autor reconoce al inicio del libro que se trata más de una etiqueta o “
shorthand term” en sus propias palabras. Y explica claramente que Rusia ya no es una sociedad cerrada, que no es un competidor global, que no representa una amenaza militar y que no hay un conflicto ideológico. Esta confrontación, que existe y se demuestra a lo largo del libro, es más una confrontación entre unas partes que se convierten en adversarios o socios en función de los asuntos tratados. Uno de los aspectos interesantes del libro es cómo todo al final pivota sobre la figura de Putin. Tanto cuando se habla de
violaciones flagrantes de los derechos de libertad de expresión y de prensa (por no hablar de asesinatos o de crímenes de guerra) como cuando se habla de la construcción de gaseoductos como el
Nord Steam o del resurgir del sentimiento nacionalista ruso, al final aparece detrás, explícita o sugerida, la imagen de Putin.
En este sentido, el libro de Lucas, publicado en 2008, da ciertas claves para entender lo que ha sido la presidencia de Vladimir Putin. Tal vez de este libro se saque una posición que a nuestro entender es ligeramente exagerada. Tras su lectura, si se comparasen el periodo de gobierno de Putin con el de Medvedev, podría pensarse que Medvedev no es más que el elegido para una especie de interregno de Putin. Y en buena medida es cierto. Según una encuesta que realiza mensualmente el
Levada Center, uno de los centros más prestigiosos de Rusia, de diciembre de 2007 a julio 2009 una media aproximada del 30% de los rusos consideraban que el poder real del país se hallaba en manos de Putin. Y en esa misma encuesta también se muestra que 66% pensaba que Medvedev “
opera bajo el control de Vladimir Putin y su entorno”. Así, es complicado pensar que todas y cada una de las decisiones y acciones importantes de Medvedev no han sido previamente refrendadas o impulsadas por Putin. Ambos se conocieron cuando
Anatoly Sobchak, hombre muy importante en la política reciente rusa, les reclutó para el Ayuntamiento de San Petersburgo. Cuando Putin pasó a ser Presidente de la República en 1999, Medvedev se fue con él y fue su Jefe de Campaña en 2000. Medvedev estuvo después en Gazprom y luego en diversos cargos de los gobiernos de Putin. Fue designado por éste como su sucesor, proclamado como candidato por el partido Rusia Unida y ganador de las elecciones de 2008. De este rápido resumen sin matices se podría desprender que Putin y Medvedev se conocen desde hace mucho tiempo, que Putin lo ha puesto ahí. Más si tenemos en cuenta la abundancia de la producción literaria académica y no académica sobre Putin en comparación con la que existe sobre Medvedev. Es cierto que Putin estuvo ocho años y que Medvedev lleva solo tres, pero desde luego por parte de los ámbitos académicos y mediáticos no hay un interés tan intenso en la figura de Medvedev. Putin llegó tras Yelstin, un Presidente al que se culpabilizaba de la aparición de los oligarcas, de la venta de las riquezas de Rusia, de destrozar el estado protector comunista, de la proliferación de la corrupción, de la pérdida de relevancia internacional, es decir, de casi todos los males del país, teniendo además un grave y público problema con el alcohol. Además el pasado de Putin, ex miembro del
KGB y ex Director del
FSB, provocaba un cierto temor por parte de Europa y EEUU. Y en cuanto a imagen pública, Putin mostraba juventud, fortaleza, determinación y ambición. En suma, solo la llegada de Putin a la Presidencia (sin ni siquiera entrar a analizar el proceso de llegada) se daba en un momento de extrema fragilidad y descrédito de la Presidencia de Rusia, suponía el acceso al poder de ex miembro de los servicios de inteligencia rusos y mostraba una imagen completamente renovada.
Lucas muestra en su libro la expectación que supuso la llegada de Putin y cómo a lo largo de sus años de Presidencia se fueron estableciendo una serie de parámetros de actuación (como la “
consolidación de la vertical del poder”, concepto político definido por el propio Vladimir Putin) y una serie de decisiones que le dieron un importante protagonismo mediático y académico. Informativamente, tenemos desde la
entrada de Rusia en el G8 hasta la tragedia del
submarino nuclear Kursk, pasando por la
guerra en Chechenia, la colaboración con EEUU tras el 11S en Afganistán y en temas antiterroristas, las “guerras del gas” con Ucrania, el fichaje de Schroder por Gazprom, las ampliaciones de la OTAN y de la UE, el tema del “Escudo antimisiles” norteamericano, etcétera. En cuanto a análisis económico, si bien es cierto que buena parte del desarrollo de Rusia durante la primera década del siglo XXI se debe a
las rentas energéticas, principalmente gas y petróleo, tan bien es cierto que la posición de las clases medias ha mejorado sustancialmente. En cuanto a un análisis político, existen numerosos libros sobre la figura política de Putin entre los que destacan los de
Lilia Shevtsova y
Anna Politkóvskaya.
Además, al observar la Presidencia de Medvedev, no parece que se haya movido nada en una dirección distinta a la marcada. Al frente del conflicto con Georgia, aparecía Putin pese a que Medvedev diese la orden. La reforma de la Policía es una más dentro de sucesivas reformas de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para mejorar condiciones, material, estructura, etcétera. Y encaja dentro de la política seguida por Putin. La apuesta por las nuevas tecnologías es lógica para cualquier país, y en Rusia habitualmente están relacionadas con el complejo industrial militar. Pero la política rusa es una partida de ajedrez extremadamente complicada de entender y más de jugar. No ha habido altibajos durante la Presidencia de Medvedev, pese a que la economía rusa también ha sido tocada por la crisis financiera y pese a que justamente por esto Rusia no ha podido hacer movimientos semejantes a los de Brasil o China para obtener un mayor protagonismo o un mayor peso en el sistema internacional. Es una especie de Presidencia tranquila, sin excesiva sustancia.
La Presidencia de Vladimir Putin tiene comprensiones muy distintas para los observadores europeos o estadounidenses que para los rusos. Los primeros consideran, en general, que Putin ejerció durante su mandato de manera cercana al autoritarismo; con una concepción vertical del poder en el ámbito interno, donde la libertad de prensa y de expresión fue como poco amordazada; y con una política exterior de cara amable y aparentemente renovada hasta mediados de la primera década del siglo XXI, y agresiva y dura después, desde el 2004 - 2005. Los segundos, sin embargo, tienen una visión bastante distinta. Consideran que Putin restableció el orden interno en el sentido de recomponer un estado arrasado tras la década de los noventa de finales del siglo pasado, es decir, restableció la autoridad del estado; promovió o incluso realizó un desarrollo económico que benefició a buena parte de la población rusa, y no solo a los oligarcas; combatió con decisión el terrorismo islamista checheno; restableció la firmeza de la política exterior en la defensa de los intereses nacionales rusos, en casos como la instalación del “Escudo antimisiles” norteamericano, los conflictos con los países independizados de la ex URSS, o la “conquista del Ártico”; reforzó la posición de Rusia en distintos foros internacionales y retomó una política exterior oriental del país, respondiendo así a la natural ambivalencia histórica de indecisión entre Occidente y Oriente.
Según otra encuesta del
Levada Center publicada en julio de 2009, para los rusos los tres principales logros de Vladimir Putin serían la
mejora de los estándares de vida de los ciudadanos y el aumento de los salarios y las pensiones; el desarrollo económico; y haber incrementado el optimismo y la esperanza de una rápida mejora de la situación del país; además de restaurar el orden, reforzar la posición internacional de Rusia o mejora las relaciones con el Oeste. Y un
63% consideraba que sería “una bendición para Rusia” que Putin tuviese todo el poder. Por consiguiente, no resulta extraño el éxito de Putin si esa es la valoración que realiza la población. En buena medida, Putin ha tenido éxito (sigue siendo el
político mejor valorado en Rusia) porque
su concepción y aplicación del poder se corresponde con la de buena parte de la tradición histórica rusa.
Para entender esta concepción y para comprender la dicotomía analítica de la Presidencia de Putin de la que hablábamos, podemos acudir al libro de Facon. La autora divide su libro en tres grandes epígrafes que son toda una declaración de intenciones del planteamiento que va a realizar. En primer lugar se adentra en la concepción que tiene Rusia de sí y del mundo. En segundo lugar en cómo Rusia busca el poder interno y externo. Y por último, se centra en los instrumentos que tiene Rusia actualmente para conseguir o afianzar su poder en el ámbito internacional. Facon construye su argumentación con un constante apoyo en las declaraciones de las élites rusas actuales y pasadas, en la historia del país, en datos estadísticos y en un conocimiento excelente de los diversos desafíos exteriores que afronta Rusia. Su libro nos permite entender grosso modo por qué ambas posiciones sobre la Presidencia de Putin tienen sentido en cierta medida; por qué el interés de que la Presidencia de Medvedev sea como está siendo no responde solo a un interés de Putin; por qué existen bastantes posibilidades de que Vladimir Putin se vuelva a presentar en el 2012; y por qué su vuelta y su victoria, si llegan, probablemente supondrá una política exterior rusa más dura y tendente al “divide y vencerás” hacia Europa y EEUU; más “asociativa” con países como Brasil; y en el fondo con mayor intensidad en la rivalidad con el resto del mundo.
Facon empieza poniendo las bases de lo que debe ser la
compresión mínima de lo que es Rusia, con la observación de dos rasgos básicos y específicos de Rusia que deben ser tenidos en cuenta en todo análisis mínimamente serio. Por un lado, su extensión territorial y la construcción de esta extensión. Aquí se mezclan
Historia y Geografía, la base para entender lo que ella llama un “
sentimiento constante de inseguridad”. Por la propia construcción histórica de Rusia y por las dimensiones extraordinarias de su territorio, existe dentro de la concepción política rusa un constante sentimiento de inseguridad. A grandes trazos, la Rus de Kiev, las invasiones vikingas, las invasiones mongolas, la conquista del Este, sus guerras con los pueblos escandinavos, con el Imperio Otomano, con Napoleón (en dos ocasiones), la Primera Guerra Mundial, con Hitler, con EEUU, marcan una historia en la que los golpes han venido por todos lados, a menudo sin provocación previa. Siguiendo a Otto Hintze, entre otros, podemos afirmar que muchos estados se han construido entre guerras frente al “otro” o los “otros”. Rusia no es ni ha sido una excepción pero ha tenido conflictos con poblaciones muy diversas y muy alejadas unas de otras. Y esta historia nos lleva a sus inconcebibles dimensiones (casi como China y Brasil juntos): comparte fronteras físicas con catorce países, desde Polonia hasta China, y aguas territoriales con Japón y EEUU; y el Ártico… según la concepción rusa es una continuación de su plataforma continental, así que es Rusia.
El otro dato básico que proporciona Facon para entender la concepción rusa de la política, tanto nacional como internacional, y por ende para entender el éxito de Vladimir Putin, es la
creencia de que Rusia tiene un destino específico. Un dato muy significativo de esta creencia es la existencia en ruso de la palabra
derzhavnichestvo que se puede traducir por “
Rusia es una gran potencia o no es nada” y que para acortar se suele decir que se trata de una mentalidad de gran potencia internacional (
great power ideology o great-powerness). Esta palabra reúne en un concepto toda una serie de representaciones nacionales de la idea de Rusia y de su destino. Esta concepción puede responder o no a ese sentimiento de constante inseguridad pero está intrínsecamente ligado. Rusia es un ex imperio, es una potencia europea, es una potencia asiática y es ortodoxa.
Entiende Europa y Asia a su manera, porque pertenece a ambas pero también se siente decepcionada por ambas. Y en la construcción de esas pertenencias, se forja un sentimiento de diferenciación apoyado en que Dios o la Historia tienen un lugar especial reservado para el país.
Estos dos datos también permiten entender, muy por encima, tanto la complejidad de la política rusa como los difíciles equilibrios que tiene que realizar en su política exterior. Los rusos siguieron a Putin cuando se acercó a Europa y EEUU, durante su primera legislatura, intentando establecer unos ciertos parámetros en la relación con la UE y apoyando a EEUU tras el 11-S. Y también le siguieron cuando se giró hacia Asia, hacia China, India o Irán. Porque su territorio le permite tener opciones que otros estados no tienen, porque responde a la concepción tradicional de Rusia de su política exterior.
Al igual que se puede observar la política exterior de EEUU a partir de las oscilaciones entre épocas de aislacionismo y épocas de expansionismo, se puede analizar la política exterior rusa en épocas en las que se dirige con mayor atención hacia Occidente y épocas en las que lo hace con mayor intensidad hacia Oriente. Tras el primer movimiento de la primera legislatura (movimiento lógico por diversas razones de oportunidad: la UE estaba implantando el euro y buscaba su ampliación y EEUU fue atacado) la sensación de no ser correspondido de manera acorde a los esfuerzos realizados penetró en la clase política rusa. Así, a lo largo de la segunda legislatura Rusia empezó a marcar su camino alejada de la UE y de EEUU. Y no es de extrañar que los rusos apoyasen el viraje de su política exterior, tras diez años de camino por el desierto y cinco de intentar recuperar una autoridad pérdida en la comunidad internacional.
En 2008, con Medvedev recién llegado al poder, se produjo el
conflicto entre Rusia y Georgia en Osetia del Sur. Quien acaparó las imágenes de los medios como jefe al mando de la operación rusa fue Putin.
Este conflicto marcó, por un lado, el límite de hasta dónde podía llegar EEUU en el “patio trasero” de Rusia y por otro el límite del poder de Medvedev en relación con su Primer Ministro. El año pasado el gobierno ruso presupuestó miles de millones de rublos para investigaciones científicas que aporten evidencias de la “ampliación ártica de la plataforma continental del país”, tal y como informó el Vicepresidente del Gobierno Sergei Ivanov. Vicepresidente que también es el encargado de la industria de defensa. También el año pasado el presidente Medvedev visitó las islas Kuriles, provocando la indignación de los gobernantes y de la sociedad japoneses. Estos detalles dentro de la inmensidad de la política exterior rusa no son más que una muestra más de
la gigantesca partida de ajedrez que juega Rusia, una partida semejante a las que juegan los grandes maestros con los profesionales: uno contra treinta.
Facon deja claro en su libro que nada es fácil en Rusia o para Rusia. En el exterior, tiene demasiados vecinos territoriales, con muy diversas situaciones y culturas, por lo que para cada uno de ellos se aplican diferentes políticas. Como es obvio, Bielorusia y China no se parecen en muchas cosas, y por ello Rusia no puede mantener una política igual para todos. Facon resalta que dentro del discurso de la política exterior rusa se enfatiza mucho la idea del multilateralismo como eje por el que apuesta Rusia para hacer funcionar el sistema internacional, si bien luego determinados actos de Rusia van en sentido contrario al resolver, o intentar resolver, cuestiones internacionales de manera unilateral. Y aquí caben tres posibles interpretaciones, entre otras muchas: o bien Rusia promueve el multilateralismo por un convencimiento interno tras siglos de diplomacia con muchos otros países (aparte de por su propia “multiculturalidad” representada por las miles de minorías que conviven con un 80% de rusos); o bien Rusia cree en ese multilateralismo siempre y cuando Rusia sea una de las principales potencias (sino la única, pero esto es más que dudoso pese a su “destino especial”); o bien Rusia piensa que jugando a varias bandas puede sacar mejores réditos.
Desarrollando un poco esta última hipótesis, no sería de extrañar que Putin, de volver a la Presidencia, intente practicar un ejercicio de equilibrismo sobre cuatro ejes consistente en: uno, acercarse a China y proporcionarle las materias primas necesarias para que sobrepase a EEUU en todos los aspectos comerciales y económicos (si no lo ha hecho ya, cosa que ignoramos) a cambio de acuerdos tecnológicos, militares y obviamente, financieros; dos, considerar que Europa como ente político no existe, que está abocada a su desintegración como Unión Monetaria y por lo tanto ni habría que pensar en la UE y habría que seguir estableciendo acuerdos bilaterales con cada uno de los países miembros, principal y mayoritariamente con Alemania; tres, estrechar relaciones con países como Brasil e India para terminar de dinamitar la hegemonía de EEUU; cuatro, apoyar a EEUU en asuntos al fin y al cabo potencialmente peligrosos para Rusia como son el caso de Irán o Corea del Norte a cambio de que EEUU ceda en ciertas pretensiones que tiene en Europa Oriental y Asia Central.
Y para que estos ejes respondan realmente al tipo de política exterior que practica Rusia, debemos pensar en las fuerzas que hay que ejercer para equilibrar el sistema. En este sentido tendríamos: uno, un acercamiento de posiciones con EEUU respecto a Asia Central y unas buenas relaciones con India permitirían a Rusia obtener una mayor protección frente a un desequilibrio de fuerzas excesivo en comparación con China; dos, Rusia es Europa, e insistirá en ello pese a que solo aceptaría hacer concesiones si fuese tratada al mismo nivel que Francia, Alemania o Francia, pero sobre todo unas relaciones más o menos estables con determinados países le permiten tener mediadores interesantes en sus conflictos con EEUU, ejercer de intermediarios con otros países de Asia y obtener otro contrapeso en su relación con China; tres, estrechar relaciones con Brasil e India no significa tenerles por iguales, no serán considerados socios sino instrumentos y difícilmente tendrán una posición tan importante en la política exterior rusa como EEUU, la UE y china; cuatro, el apoyo a EEUU en determinadas cuestiones irá acompañado de la retórica del multilateralismo y de la multipolaridad por lo que cualquier injerencia de EEUU en la zona de influencia rusa hará que Rusia busque el apoyo de China o Brasil en su respuesta.
El desarrollo de la hipótesis que acabamos de realizar es, en cierta medida, un ejercicio de política-ficción pero sigue siendo una de múltiples direcciones que puede tomar la política exterior rusa en el próximo mandato de Putin. Y sobre todo muestra que cada decisión que toma Rusia en el exterior va acompañada de un juego sutil de pesos y contrapesos en un intento de llevarse más o menos bien con las otras potencias sin renunciar a sus propios intereses. Porque como dice Facon Rusia “no tiene amigos verdaderos […] lo que se corresponde con su visión histórica de que sus alianzas son inestables por naturaleza”.
Para concluir en este Review-Essay hemos esbozado, a partir de los dos libros presentados, cómo la lógica del éxito de Putin tiene sentido dentro de la política rusa y aventurar cuáles pueden ser algunas de las bases de su política exterior a partir del 2012. Pero siempre hay sorpresas. Porque Rusia, además de singular, es imprevisible. Y porque, recogiendo la cita que encabeza este texto, Putin, en los acontecimientos históricos que se han dado y que puedan darse en Rusia, puede no ser más que una etiqueta.
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Andrés MENDIOROZ PEÑA es Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y empresario. Es especialista en comunicación política y corporativa, comunicación estratégica y de crisis. Artículo tomado con autorización de la
Revista Relaciones Internacionales.