Os explicaremos hoy el caso de una mujer de 80 años (podría haberse tratado de cualquier Familia, pero la realidad es que era una ancianita octogenaria) a la que invitaron a asistir a una videoconferencia con su gestor de inversiones en la banca privada de una capital española, donde confió su dinero hace tiempo.
La pobre mujer, consciente de sus limitaciones y de su inferioridad de condiciones respecto a los banqueros, pidió a sus abogados de confianza que la acompañasen a esa reunión. La visita comenzó con un desconcertante y apabullante recorrido por las instalaciones de la banca privada. Estancias pomposas, con salidas "secretas" para evitar que clientes entrantes y salientes coincidan en los pasillos y paredes y puertas insonorizadas. Hasta comedor propio con cocina industrial en la que ocasionalmente un chef subcontratado llena los estómagos de los clientes con más michelines (ceros en su cuenta), que la negligencia y la falta de ética de los banqueros se encarga de liposuccionar hasta el raquitismo. Hasta aquí todo "normal". No obstante, el surrealismo llegó esta vez hasta límites insospechados, ya que en un lugar del recorrido, sus banqueros privados le mostraron orgullosos que tenían hasta un desfibrilador cardíaco, como muestra de su "excelencia" en la atención de sus empleados/clientes. Un más que dudoso pseudo-alarde de previsión y control de riesgos que personalmente me resulta surreal y de mal gusto. Quizá por desviación profesional, sólo puedo imaginarme clientes infartados tratando de ser reanimados por sus banqueros con dicho desfibrilador después de explicarles las pérdidas perpetradas como consecuencia de sus mandatos de gestión. Desde luego para mi, ver un artilugio de esos en una banca privada me da aún más ganas de salir corriendo, con o sin parada cardíaca. No obstante, el desfibrilador ahí estaba, compartiendo instalaciones con las salidas secretas, insonorización de los habitáculos y cocina industrial...
La videoconferencia comenzó y la ancianita, tal y como marcaba el guión de los banqueros, se maravilló de la capacidad técnica del banco para ver y oír a un señor tan elegante que le hablaba de forma altisonante desde, presuntamente, muchos kilómetros de distancia. El discurso del gestor se basó en justificar la inversión en bonos irlandeses: "No tiene por qué preocuparse, ya que las autoridades europeas han garantizado este tipo de inversiones hasta el 2013 (sic)", profería sonriente el encorbatado de la pantalla mientras sus colegas presentes en la sala asentían para reforzar sus insostenibles argumentos, mirando de reojo y temiendo la posible formación financiera de los abogados acompañantes de la señora. Afortunadamente para los banqueros y desgraciadamente para la ancianita, sus abogados de confianza tan sólo eran expertos en temas jurídico-fiscales (que no es poco, sino insuficiente para la anciana), y miraban al encorbatado de la pantalla como las vacas miran al tren. Lo contrario habría sido una excepción que confirmaría la regla, y los banqueros lo sabían.
Si me permitís un inciso, de hecho ese ha sido tradicionalmente el reparto de papeles que han debido sufrir las familias en la gestión de su patrimonio. Los abogados por un lado y los banqueros por otro, unos vendiendo sus servicios a la Familia y los otros "regalando" un asesoramiento que en la mayoría de casos debería acabar en un juzgado de guardia. Tan sólo la figura de un Family Office, propio (single) o subcontratado (multi) aglutina y coordina un asesoramiento y gestión que jamás debieron perpetrarse descoordinados ni delegados en banca privada. Afortunadamente para las familias, cada vez es más común la figura del family office y la banca privada queda relegada a lo único que sabe hacer de forma inofensiva: custodiar y ejecutar las inversiones que la Familia y sus asesores (internos o externos) determinan.
Volviendo a la triste y lamentable visita de la ancianita a la banca privada, cómo me recuerda este caso a otro al que asistí hace casi una década con otra viuda y bonos argentinos en una operación, en aquella ocasión además, apalancada. Y es que estamos hablando de ahorros de toda una vida que sus maridos y/o padres les legaron para asegurar su vejez. Porque estos casos de gente mayor perjudicada o arruinada por el abuso de confianza, falta de ética y conocimientos de sus banqueros, son especialmente punzantes e inmorales, dado que la capacidad de reacción para rehacer sus economías que tantos años de esfuerzo costaron a sus difuntos, es nula. Pero eso nada le importa al banquero de turno que compra bonos irlandeses (o en su momento argentinos, o de la Generalitat, o tantas otras inversiones arriesgadas), que simplemente coloca el pescado cual ventilador esparciendo porquería, sin querer saber en qué dirección ni la ruina y dramas personales que ello pueda conllevar.
Ah, se me olvidaba, los bonos irlandeses comprados para la ancianita tienen vencimiento en el año 2020. O sea que aunque la deuda irlandesa no se hubiese reestructurado o quebrado (default) para entonces, probablemente tampoco viviría lo suficiente para ver cómo el Estado irlandés no le devuelve su dinero.
Y es que, aprovechando la insonorización de sus paredes y puertas, el desfibrilador se lo deberían meter esos gestores por cierto sitio, pero enchufado y a plena potencia...
Qué mundo Facundo!
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