Muchas veces llevamos en nuestra cartera el fruto de decisiones que con el tiempo no han resultado lo que esperábamos. Vemos que no nos llevan a nada, que no cumplen con nuestras espectativas. Acciones o productos financieros que llevaban el sello de una promesa, con el tiempo te das cuenta que realmente no eran lo que creíamos y que más allá de nuestra ilusión, no queda nada.
Cuando estamos en esa situación, lo mejor es plantearse sanear la cartera, como un arbol en febrero, hay que podar aquellas ramas que no cumplen con nuestras exigencias, limpiar lo seco, despejar y replantear el arbol de nuestra inversión para que en primavera crezca sano y frondoso.
Es doloroso decidir qué sobra, qué perjudica a todo el arbol, pero a la larga, nos compensará, es duro dejar atrás lo que reunimos con dedicación y cariño pero una vez que cortas por lo sano, que vendes las malas inversiones , el arbol toma vigor y reverdece.
De ese modo, nuestro plan de inversión podrá redireccionarse hacia otras opciones más convenientes, con más potencial de revalorización, habremos tenido en cuenta el coste de oportunidad de mejores inversiones o al menos, tendremos liquidez disponible para cazar las oportunidades que puedan ir surgiendo en el momento más inesperado.