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La agonía del fiador

 

En este artículo voy a hablar del fiador y del avalista de modo indistinto, porque así se hace en la práctica, aunque la fianza sea un contrato civil o mercantil y el aval sea una figura que aparece en las letras de cambio, cheques y pagarés.

En mi modesta opinión, la fianza es una figura nefasta para el sujeto al que se le coloca en esa posición. O dicho de otra manera, huye de la fianza y del aval como alma que lleva el diablo. 

Para mí es mejor pedir un préstamo que afianzar una operación. El motivo es que cuando afianzas pierdes el control y con un préstamo no. El daño es potencialmente el mismo, pero uno es asumible y el otro no lo sabes.

Cuando uno avala a otro se compromete a pagar en caso de que él no lo haga, y sólo por la cantidad que no haya cubierto el deudor principal. ¡Ah! ¡Entonces no hay problema!. Es mucho mejor avalar, porque seguro que así no me va a tocar pagar tanto y puede que hasta no pague nada. Pues bien, la realidad es que son mayores los destrozos causados por un aval que por un préstamo. El motivo es que al confiar en que no vas a tener que pagar al final, porque el chavalín al que afianzas va a pagarlo todo, te atreves a asumir más riesgos de los que asumirías si supieras que vas a pagarlo todo tú.

Otro motivo para afianzar es que si no afianzas al chavalín no le dan el préstamo y no se puede comprar la casa, el coche, o lo que sea. O si se trata de una empresa, el banco le niega la financiación que tanto necesita y eso puede suponer el cierre de la empresa y el cambio de vida, lo que puede llegar para el fiador a edades muy avanzadas para buscar trabajo, pero muy prematuras para alcanzar la soñada jubilación.

Es decir, en muchas ocasiones se afianza porque no se puede evitar. ¿Pero realmente no se puede evitar? Esto es lo primero que nos debemos plantear a la hora de tomar la decisión de afianzar o no a la persona que nos lo pide. 

Para responder esta pregunta debemos saber dos cosas: el destino del dinero prestado por el banco y los restantes bienes que tiene el prestatario. No me refiero a los ingresos que cobra, porque puede quedarse en el paro mañana. Me refiero a qué otros bienes tiene para poder responder ante el banco (o ante mí) en el caso de que no pueda pagar y me toque a mí pagar por él. Ya sé que si es tu hijo al que avalas es muy probable que no le reclames nada, pero si él tiene algo de decencia debería vender lo que tenga antes de que embarguen a su padre, y eso va a reducir el peligro. Por eso se debe tener en cuenta.

Si el dinero se va a destinar a algo superfluo (coche) no se avala. Si no tiene más recursos que su trabajo no se avala. Si es para iniciar un nuevo negocio, no se avala. Si el dinero se va a destinar a una vivienda y el niño no tiene nada más que su trabajo no se avala. 

Esto es duro. ¿Cómo le vas a decir a tu hijo que no le avalas para que se pueda comprar una casa donde vivir él con tus propios nietos? Pues no. No hay que avalar. No hay motivo para que todo el mundo sea propietario de su vivienda. Que se vaya de alquiler. La necesidad de vivienda no se tiene por qué satisfacer con una casa en propiedad. En el mundo entero se vive toda la vida en casas de alquiler y no pasa nada. Nuestra mentalidad de propietarios nos puede llevar a cometer estupideces y ésta es una de ellas. Además, puede costarnos la ruina, por el importe tan grande que tiene el aval que prestamos.

Lo que sí es duro de verdad es decir que no a un aval que nos exige el banco para dar financiación a una empresa. Vamos a analizar el caso más difícil: es una empresa familiar, donde trabajamos todos los miembros de la familia. La empresa va mal y necesita financiación. El banco nos la da, pero a cambio pide garantías y no es suficiente con el terreno sobre el que está la empresa. Necesita también el aval de la empresa matriz (si es el caso) o el aval personal de los socios. Además, la postura del banco es lógica: si el socio no confía en su propia empresa, ¿por qué va el banco a prestarle su dinero? Que se moje el socio.

Bien, pues llegado a este punto hay que sentarse durante un rato muy muy largo y tomar una decisión. Y no hay que mirar otra cosa que no sea ésta: ¿creo que con el dinero que me van a prestar voy a salir de la crisis? Repito la pregunta ¿de verdad creo que va a servir para arreglar los problemas de la empresa? No basta con que tenga esperanza de que sirva de algo. No basta con que si no recibo esa inyección seguro que me echo el cierre. Esa patada a seguir puede acabar costándome la ruina y toda una vida de trabajo. 

Hay que hacer un análisis muy frío de la situación de la empresa. Cuáles son sus problemas, qué causas me han llevado a esta situación, qué medidas voy a tomar con el dinero que pido prestado; qué riesgos tengo que afrontar. No me refiero a impagos impredecibles de clientes, que siempre hay, y en el peor momento; me refiero a posibles demandas de trabajadores, a posibles sanciones tributarias o de la seguridad social, etc. Es evidente que una inspección de trabajo o de hacienda puede llegar en cualquier momento y eso no es una variable que podamos tener en cuenta, porque igualmente puede haber un incendio y echar todo al traste. Pero hay riesgos que son más probables, y si por ejemplo la empresa no paga las cotizaciones de los trabajadores desde hace meses o no ingresa las retenciones en Hacienda, es bastante probable que en el futuro algún problema nos venga por ahí. Eso sí que hay que contarlo para saber si el dinero del banco va a servirme para arreglar mi situación.

Una vez analizados los riesgos internos de la empresa y, voy a suponer que todo está en orden o se puede arreglar con el dinero que nos prestan, viene la segunda parte. He de analizar el sector y la economía en general. Esto también es muy complicado porque nadie puede predecir el futuro. Ni siquiera los economistas aciertan a predecir el ciclo económico. Por lo tanto, siempre va a ser un análisis con limitaciones. Pero aun así algo se puede sacar en claro. Si estamos en el año 2009 y nuestra empresa es inmobiliaria, con la crisis inmobiliaria a toda pastilla y sin ningún signo de recuperación a la vista, está claro que no podemos avalar nada con nuestro patrimonio personal (aplica la analogía a cualquier sector de la actividad económica). En general, si el viento va en contra no se pueden poner en peligro nuestros ahorros. Si estamos en el año 2003 y todo el mundo va hacia arriba menos nosotros, entonces he de hacer un claro propósito de enmienda, cambiar la forma de llevar la empresa y arreglar los problemas internos, pero el viento va a favor, por lo que en principio se podría asumir el riesgo, sabiendo siempre lo que nos jugamos y partiendo de la base de que nos compensa. 

Pero ¿y si estamos en el 2015 y no tenemos ni idea de lo que va a pasar? Pues en este supuesto creo que la prudencia siempre debe prevalecer. En tal caso lo que yo haría sería reducir la financiación al mínimo y tratar de limitar el aval a un determinado porcentaje de la deuda, que es algo totalmente permisible legalmente. Pero si el banco se pone duro y nos exige un aval solidario, con renuncia a todos los beneficios legales y por el cien por cien de la deuda, siendo ésta un importe elevado a pesar de haberlo reducido todo lo posible, en esas circunstancias, creo que no se puede avalar, a menos que tu empresa tenga una ventaja competitiva clara frente a la competencia del sector.

Es posible que la empresa se pudiera salvar con la financiación recibida, aunque no tengas esa ventaja competitiva, pero en un mundo constantemente en cambio, con la competencia creciente de los países asiáticos, con una España cada vez menos competitiva en general, creo que lo prudente es no arriesgar los ahorros porque lo más probable es que el futuro sea más difícil que el presente. Y si no tengo una ventaja competitiva no debo arriesgar los esfuerzos de toda mi vida.

Soy consciente de que esta postura muestra una visión pesimista de la evolución económica en España, y que mirando la historia de los últimos cincuenta años, la realidad la contradice totalmente, porque a pesar de que ha habido crisis, España está mejor que hace cincuenta o cien años. Pero debemos tener en cuenta que el viento iba a favor de España y de Europa, mientras que ahora el viento va a favor de China y los países asiáticos. No sé si la inercia del pasado va a durar lo suficiente como para permitir que llegue la jubilación antes que la crisis de mi empresa, o si España va a retomar el camino del crecimiento sostenido. Pero lo que sí sé es que mi patrimonio no va a volver cuando se haya ido y eso me obliga a ser muy prudente con lo que he conseguido después de tantos años de esfuerzo.

En definitiva, si después de este análisis concienzudo llego a la conclusión de que mi futuro sigue siendo muy arriesgado, la contestación es no avalar. ¿Y me tengo que poner a buscar trabajo pasados los 45? La vida es muy dura, pero será mucho más dura para mí si acabo perdiendo los ahorros, el coche y la casa, porque se los lleva el banco que ejecuta su aval.

El gran problema que tiene que hacer frente el fiador es que pone su patrimonio en manos de otro. El fiador en la práctica siempre firma con un banco renunciando a todos sus beneficios, lo que en la práctica significa que le pueden pedir a él la deuda si el deudor no paga. Es decir, que si un tercero, aunque sea tu hijo, porque le van mal las cosas, no puede pagar, el banco cancela el crédito y hace una liquidación global de lo que se le debe. Eso supone la mayor parte de las veces que el banco reclama una cantidad enorme al fiador, dándole un plazo de una semana más o menos para pagarla. De lo contrario se le demandará judicialmente, en un tipo de procedimiento donde tiene la mayoría de las probabilidades en contra. Además, tengamos en cuenta que cuando se pone la demanda, automáticamente se incrementa la cuantía con un 30% del total pendiente de pago, que con carácter provisional se destina a cubrir las costas y los intereses que se devenguen durante el proceso de reclamación.

Ahí es donde está el problema de la fianza. Que cuando por fin nace (no jurídicamente, sino efectivamente, porque hasta ese momento había estado hibernando) es imposible de cumplir. Entonces vienen todas las consecuencias pactadas para el caso de incumplimiento, que conllevan normalmente unas sanciones que a lo mejor jurídicamente no son siempre desproporcionadas, pero humanamente sí que lo son.

¿y la protección del consumidor dónde queda? Lo veremos en otro post más adelante, pero: primero, no siempre es aplicable la protección del consumidor; y segundo, aunque sea aplicable la limitación de responsabilidad que deriva de esta protección normativa, nadie te quita la inoportunidad de la reclamación que recibes, para la que no te has podido preparar con tiempo y de manera adecuada.

Por eso creo que si alguien te pide que le avales en una deuda es mejor que amablemente declines el ofrecimiento. Y si no puedes negarte (de verdad que no puedes) entonces es mejor intentar asumir tú una deuda con el banco para adecuarla a tus capacidades reales de devolución. Y si tu capacidad no fuera suficiente, entonces ya tienes la excusa perfecta para eludir el compromiso.

Ya es bastante ayuda por tu parte el comprometer tu capacidad de ahorro durante los próximos cinco o diez años, por decir algún plazo. Nadie puede echarte en cara que no le avales, pero menos aún cuando le estás diciendo que durante los cinco o diez años todo lo que puedas ahorrar lo tienes comprometido con él para el caso de que no pueda pagar su deuda. Por supuesto, durante esta fase de devolución de cuotas, el pago debería ser a cargo del “afianzado” mientras pueda. Incluso mejor sería que las fueras pagando tú y las recobraras mes a mes del “afianzado” para que así no te desconectaras sentimentalmente de la deuda. Si te duele cada mes te acordarás de reclamarlas. Si te olvidas, a lo mejor acabas igual de desprevenido que con un aval.

Otra opción válida es hipotecar algún bien, y ofrecer eso en garantía, en lugar del aval que te piden. La diferencia está en que si todo va mal, pierdes el inmueble hipotecado, pero no pierdes tu sueldo, ni tu plan de pensiones, ni tus ahorros. En el aval lo puedes perder todo. Además, si optas por el aval, el banco sacará a subasta tu casa y en una subasta judicial se venden los inmuebles por cuatro perras. Lo que le falte por cobrar después de haber vendido el inmueble el banco lo va a recibir de tu sueldo, de tus ahorros y de tu pensión.

Es cierto que hipotecar una casa es más caro de constituir que firmar como avalista, porque hay que hacer una valoración de la casa, se tiene que otorgar una escritura pública (que suele ser más caro que una póliza) y se tiene que inscribir en el Registro de la Propiedad. Pero eso no supera las enormes ventajas de ver limitada tu responsabilidad futura a un solo bien, y no a todo tu patrimonio presente y futuro, que es lo que comprometes con tu aval.

Al final, usando el símil de una bomba, un préstamo o una hipoteca, es como una detonación controlada. Es evidente que hace daño, pero lo tienes todo previsto y lo puedes asumir. Pero un aval es como un acto de terrorismo, que no sabes cuándo, ni dónde te va a golpear, ni con qué intensidad. Por ello, potencialmente, es muchísimo más peligroso. De ahí la agonía del fiador.

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  1. #7
    16/12/15 17:38

    En mi familia siempre se ha dicho que es mejor dejar directamente el dinero que avalar. Por lo menos asi sabes lo que vas a perder.

  2. en respuesta a Kitty_kitty
    -
    #6
    15/12/15 15:11

    jajajaja, muy bueno. Voy a pensármelo.

  3. #5
    15/12/15 14:46

    "Si el dinero se va a destinar a algo superfluo (coche) no se avala. Si no tiene más recursos que su trabajo no se avala. Si es para iniciar un nuevo negocio, no se avala. Si el dinero se va a destinar a una vivienda y el niño no tiene nada más que su trabajo no se avala. "

    Valdría como tatuaje y todo.

  4. en respuesta a Comstar
    -
    #4
    15/12/15 14:33

    Es cierto. Como pone en alguna sentencia que he leído, hay una "asimetría" muy importante entre las partes por eso mismo que dices: porque el avalista sólo asume obligaciones, pero no obtiene ningún beneficio de la operación, más allá de los puramente espirituales. Pero yo diría que ni siquiera éstos porque hay un refrán que dice que el que presta dinero a un amigo, pierde el dinero, la salud y el amigo.

  5. en respuesta a Mariodi
    -
    #3
    15/12/15 14:30

    Muchas gracias.

  6. Top 100
    #2
    14/12/15 01:11

    Ser fiador significa que si el que es fiado no paga, tu pagas. Pagas por algo que nunca disfrutaste y otro disfrutó o malgastó.
    La simpatía no es señal de honestidad o responsabilidad.
    La cercanía familiar tampoco.

  7. #1
    13/12/15 21:31

    Muy bueno el artículo! Me ha encantado!


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