En realidad el oro no debería subir salvo en momentos de pánico, cuando a la gente ningún sitio le parece seguro para depositar su patrimonio. Para afirmar que no debería subir me baso en la única ley que rige en todos los mercados del mundo: la ley de oferta y demanda.
Lo primero que hay que analizar es la oferta. Cada año que pasa hay más oro en el mundo. A diferencia del maíz o del petróleo que se consume, la cantidad de oro va aumentando de año en año. Como no se oxida ni se pudre, aunque se esconda acaba saliendo y volviendo a la circulación, sobre todo en momentos de crisis cuando una procesión de oferentes de oro se encamina a las casas de empeños.
La demanda, como hemos dicho antes se aviva en momentos de pánico, y cuando las cosas se normalizan el dinero busca algo que le ofrezca rentabilidad. El oro no paga intereses, al contrario, además de evaporarse los intereses del dinero invertido en oro, produce un gasto de seguridad contra robos.
Imaginemos que un científico loco de esos que llevan un calcetín de cada color porque no se miran al espejo antes de salir de casa, descubre una manera barata de recoger los millones de toneladas de oro que hay disueltas en el agua del mar (una especie de imán de oro que se acoplara a los barcos y que en cada viaje atrajera hacia el imán un quintal de oro). El precio del oro de desplomaría en todos los mercados del mundo.
Después de esta introducción vamos a ver que ha pasado últimamente:
Como en todos los pánicos el precio del oro ha subido mucho. En los dos últimos años se ha doblado su precio. Eso demuestra que hace mucho tiempo ya había gente poderosa que sabía que este sistema financiero basado en incentivos por robar deprisa acabaría petando. Esta gente ya empezó a comprar oro para venderlo cuando la gente hiciera cola para comprar lingotes.
A raíz de todo eso, y debido a que cuando la gente se asusta no pide plata, ni platino, ni collares de diamantes, sólo quiere oro, el oro ha subido mucho más que los otros metales preciosos. Lógica reacción que se produce al aplicar la sagrada ley de oferta y demanda.
Al igual que en la fiebre del oro del lejano oeste había gente que se aprovechaba de los mineros, nosotros también podemos aprovecharnos de que los miedosos tengan un cerebro que funciona a piñón fijo. Habrá que venderles oro que es lo que piden y cubrirse con platino que no quiere nadie.
Como el contrato de futuros del oro tiene 100 onzas y el de platino sólo tiene 50 onzas, precisamente porque suele valer el doble, los que quieran igualar la cantidad deberán comprar dos contratos de platino y vender uno de oro cuando valgan casi al mismo precio.