Partiendo de la nada, alcanzaron las más altas cotas de la miseria
Groucho Marx (cita adaptada)
Cuenta la leyenda que en algún momento del albor de los tiempos dos facciones polinesias rivales se enfrentaron por el control de una parte de las Islas Marquesas, en la actual Polinesia Francesa. La tradición oral es escurridiza con los detalles; acaso porque evoca un pasado mitológico, sumergido en la poesía, difícil de concretar. Aunque sabemos que se trató de un choque durísimo entre dos reyes que eran “hermanos”. Las guerras civiles son terribles de por sí, pero en el caso de los guerreros polinesios… La única opción para el bando perdedor consistía en subirse a las canoas y echarse a la mar. En caso contrario, se enfrentaba al peligro de la aniquilación física.
Tras la derrota el rey de la facción perdedora, el ariki, llamado Hotu Matu’a, convocó a sus sacerdotes y elaboró un plan. No sólo para salir de Tahití cuánto antes, sino para elevar la moral de su gente. Necesitaban la inspiración divina. Así que un día uno de ellos tuvo un sueño revelador; en el que el dios Make Make le informó de un lugar en el que podrían resguardarse y empezar de nuevo. Era una propuesta que no podían rechazar. Tras lo cuál el rey organizó una expedición con siete de sus mejores hombres, para que saliera a mar abierto en busca de la tierra prometida.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo esa expedición dio con la isla de Pascua. Probablemente fuera por casualidad. Pues ésta se encuentra en medio de la nada oceánica, a miles de kilómetros de distancia de cualquier tierra firme. Sobrevivir más de un mes en alta mar, navegando a remo y a vela y sin rumbo fijo… hay que tenerlos bien puestos! Aunque eso sólo fue una parte de la ecuación; ya que esos marineros retuvieron de algún modo la ubicación geográfica de la isla, volvieron a por su rey y guiaron a su pueblo hacia lo desconocido.
Entre idas y venidas, el grupo de los siete navegó más de 10.000 kilómetros. Una hazaña indiscutible que constituye uno de los mayores logros de la paleo navegación. Los estudiosos todavía se preguntan cómo lo consiguieron. Se sabe muy poco porque ese conocimiento se perdió. Algunos creen que usaban la posición de las estrellas para orientarse durante la noche; y otros creen que fijaban la posición del sol e interpretaban la forma de las olas para establecer el rumbo durante el día. El caso es que estuvieron navegando de día y de noche durante meses antes de establecerse definitivamente en la isla de Pascua; a la que llamaron Te pito te henua (el ombligo de la Tierra). Luego conocida como Rapanui.
Canoa doble polinesia
El Jardín del Edén
Se cree que los primeros pobladores de la isla de Pascua llegaron entre los siglos IV y V d.C., en una sola oleada migratoria desde el archipiélago de las Marquesas. No hubo más. Me gustaría detenerme un momento en este punto porque algunos especialistas, como el gran Thor Heyerdahl, han sugerido una colonización previa de la isla por parte de los indios sudamericanos. Más allá de que los trabajos de Heyerdahl son impresionantes –cómo olvidar su expedición en la kon-tiki…-, las pruebas genéticas practicadas en la actual población de la isla descartan completamente el influjo americano y confirman su origen polinesio. Otra cosa muy distinta es que éstos pudieran haber llegado al continente americano y haber establecido algún tipo de contacto con los indios pre incaicos. Quién sabe? Hay mucha controversia con eso. Sin embargo los indicios son débiles y estamos a la espera de nuevas evidencias arqueológicas que respalden esta teoría. Hasta entonces no deberíamos perder de vista el carácter singular, cien por cien original, de la cultura rapanui.
Cuando el ariki Hotu Matu’a pisó la isla, se encontró un vergel. Los bosques crecían por doquier, la tierra era fértil y los peces abundaban en el mar. Cómo eran pocos –no más de 150 personas-, el futuro se antojaba prometedor. Aunque sólo lo sería si el rey conseguía reorganizar la estructura de su mini Estado. Así que se puso manos a la obra: fijó su corte en la costa junto a los sacerdotes y sus guerreros más leales; otorgó la propiedad de la tierra a sus hijos y mandó al centro de la isla a los prisioneros capturados durante la guerra civil para que iniciaran los trabajos agrícolas. En contra de lo que pueda parecer por tratarse de una cultura de la Edad de Piedra, la sociedad rapanui era extremadamente compleja y sofisticada. Estaba estratificada en castas. En la cúspide se hallaba al monarca, al que se veneraba como a un dios; tras el cuál venían los sacerdotes, los guerreros, los artesanos y los agricultores. El último escalafón se reservaba a los prisioneros de guerra; también llamados “orejas cortas”, que vivían en la semiesclavitud y se encargaban de las tareas más pesadas.
Durante los primeros siglos de estancia en la isla, las cosas marcharon divinamente. La disponibilidad de amplios recursos alimenticios generó un gran crecimiento demográfico que consolidó el poder territorial de los clanes. Todos ellos descendían de alguno de los hijos de Hotu Matu’a y se sometían a la autoridad central del monarca. La exuberancia irracional del momento quedó plasmada en el arte rupestre de la época. Las pinturas reflejan la vitalidad de un pueblo feliz entregado a sus quehaceres cotidianos, como la pesca o la celebración de las festividades religiosas. Asimismo los sacerdotes centralizaban la actividad económica; redistribuían la riqueza entre los miembros de las comunidades y canalizaban los excedentes productivos y demográficos hacia la construcción de los famosos moais.
Es una lástima que no se haya podido descifrar la escritura rapanui ni el significado de los petroglifos. La información está ahí afuera, pero no podemos interpretarla. Todo lo que sabemos procede de la tradición oral y de un aporte científico multidisciplinar (arqueología, estudios genetistas, del testimonio de los primeros europeos que arribaron a la isla, etc.). El cuadro general lo tenemos claro, pero todavía tenemos muchas preguntas sin responder. Desconocemos cómo evolucionaron las relaciones entre el poder central y el poder regional en manos de los clanes. Y sobre todo, nadie sabe a ciencia cierta como se construyeron los moais… Lo cuál ha suscitado algunas teorías estrafalarias como las de Erich von Däniken, quién atribuye su construcción a alienígenas venidos de otro mundo. En fin… En cualquier caso, a partir del año 800 la creciente hostilidad entre las tribus se resolvió mediante un gran pacto social que originó la aparición de un nuevo ceremonial: el tangata manu o culto del hombre-pájaro. El tangata manu consistía en una carrera atlética que reunía a los campeones de cada comunidad. Es lo que aparece en la película “Rapanui”; el primer guerrero que traía un huevo de gaviota intacto, del islote más cercano, ganaba el certamen. La victoria era valiosísima, ya que otorgaba a los vencedores la supremacía política y económica sobre toda la población de la isla durante un año.
Depredación y colapso de la sociedad rapanui
El culto al hombre-pájaro se celebró hasta el fin de la sociedad rapanui. Durante siglos cumplió su cometido de mantener la paz social. Sin embargo no eliminó las tensiones de baja intensidad entre las comunidades ni pudo contener la voracidad de la nobleza regional, siempre ávida de poder y de gloria. Tras cada triunfo en el tangata manu, el clan vencedor expoliaba a las demás. Drenaba los recursos naturales de la isla para construirse sus moais y se entregaba a un festín de despilfarro medioambientalmente insostenible.
Los moais sobre el ahu –la plataforma-, mirando hacia el interior de la isla
Jared Diamond nos cuenta en su obra “Colapso –publicada en 2005-“, cómo fueron las cosas. Sostiene que lo que acabó con la cultura rapanui no fue la falta de recursos naturales, sino la sobreexplotación de los mismos. Si las comunidades se hubieran preocupado por mantener la integridad de sus bosques -a pesar del empuje poblacional a lo largo de los siglos-, no habría pasado nada porque el ciclo natural no se habría violentado; pues todos los ecosistemas tienen cierta capacidad de regeneración. Lo que determinó la suerte de los polinesios fue la satrapía de sus clases dirigentes. La vanidad acabó con todos ellos. De 1200 a 1500 se volvieron locos construyendo moais… Querían honrar a sus antepasados construyendo gigantescas e imponentes estatuas, completamente improductivas, que esquilmaron los recursos arborícolas de su entorno. La situación me recuerda mucho a lo que pasó en el Antiguo Egipto tras la construcción de las pirámides de la IV dinastía; llegados a cierto punto, el sistema se violentó y fue incapaz de regenerarse a sí mismo. Desatándose a continuación una gran crisis del Estado que degeneró en pobreza, hambre, guerras y lágrimas.
Aunque se ha discutido mucho sobre cómo se construyeron y trasladaron las estatuas, sabemos muy poco. Lo que sí sabemos es que los mil moais de la isla fueron esculpidos en la misma cantera y que luego fueron trasladados a la costa, a 11 kilómetros de distancia. La tradición afirma que “caminaban solas” hasta su emplazamiento frente al mar. Y los freakies de la ufología sostienen que los pascuenses contaron con la ayuda de extraterrestres. Estupideces a parte, parece ser que las estatuas se trasladaron sobre raíles de madera mientras el ser humano tiraba de ellas mediante cuerdas (carecían de animales de carga). Los vestigios de esos raíles en algunas zonas de la isla apoyan esta teoría. Aunque no está totalmente confirmada, casi todos los expertos reconocen que la burbuja inmobiliaria de los moais terminó en una gran crisis medioambiental.
A finales del s. XIV, el ecosistema de la isla perdió para siempre su capacidad de autoregeneración. La destrucción del bosque finiquitó la burbuja de los moais y provocó una crisis alimentaria sin precedentes. La falta de madera generó muchísimos problemas: sin material para construir canoas la producción pesquera se resintió, las cosechas empeoraron cada año por la falta de fertilizantes y el invierno se hizo más duro por la escasez de combustible para calentarse y cocinar. El panorama era estremecedor. Llegados a este punto el único modo de reestablecer el equilibrio entre la población y los recursos disponibles, fue ajustando el tamaño de la población. Como no podían “darse a la bebida” para olvidar sus penas –pues ya no podían fermentar los cocos para emborracharse-, tomaron el camino de las armas. Así pues, los guerreros rapanui bailaron la haka y enseñaron la lengua a sus enemigos:
No os va a salvar ni el dios Make Make
Lo que pasó a continuación se pierde en la bruma de la tradición oral. Se produjo un primer choque muy violento que enfrentó a los clanes del sur contra los del norte de la isla. Centenares de moais fueron destruidos, hubo sacrificios humanos para honrar a los dioses y se produjeron revueltas sociales que amenazaron el status quo de la oligarquía gobernante. Tras el caos inicial, el conflicto degeneró en una guerra de guerrillas que duró siglos. Las élites reinstauraron el culto al hombre-pájaro con la esperanza de calmar los ánimos; pero sin suerte, porque la crisis alimentaria generaba recurrentes brotes de violencia que dispersó a los rapanui por toda la isla. Muchos poblados y centros religiosos fueron abandonados, sino destruidos. Y la gente se refugió en cuevas bien protegidas para escapar de las partidas que practicaban el canibalismo…
El fin de una Era
En 1722 el almirante holandés Jakob Roggeveen desembarcó en Rapanui el día de Pascua de Resurrección. Estimó una población de 2000 a 3000 habitantes, que vivía en la extrema pobreza al borde de la inanición. Y sólo halló un puñado de árboles perdidos en el fondo del cráter de un volcán… Ya no quedaba nada de la otrora “brillante” cultura polinesia. La gente seguía enfrentada entre sí, viviendo en chozas o en cuevas. En un estado de guerra constante y latente. No había mucho más que ver… Estuvo una semana y se largó.
Los siguientes en llegar fueron los españoles. Pero no hicieron nada; incorporaron la isla a la corona española y se marcharon. El palo vendría después… El 18 de junio de 1862, arribaron a Pascua 20 barcos esclavistas procedentes del Perú que se llevaron a 1400 nativos para que trabajaran en las haciendas o en las explotaciones de guano de ese país. En un momento en el que la esclavitud se estaba aboliendo en medio mundo, semejante iniciativa suscitó una gran polémica tanto dentro como fuera del Perú. Finalmente, la presión de la opinión pública forzó la repatriación de una docena de supervivientes que se encargó de propagar la viruela y el sarampión entre los pocos habitantes de la isla. En 1877, sólo quedaban 110 personas. Los rapanui, que cientos de años antes pudieron ser unos 10.000… se hallaban al borde la extinción, como hoy en día lo está el rinoceronte blanco o el leopardo de las nieves.
Parafraseando a Diamond, lo que pasó con los pascuences es un duro recordatorio de lo que nos puede pasar a todos si sobrecargamos los ecosistemas que nos mantienen. Los haitianos lo saben muy bien; han depredado sus bosques y si no fuera por la ayuda exterior padecerían un brutal ajuste demográfico (o la República Dominicana seria invadida por millones de masas hambrientas). No es que falten recursos, lo que sobra es la competencia irracional por los recursos naturales. El capitalismo tendría que ser rediseñado… Tarde o temprano, la expansión de los beneficios empresariales será limitada por el ecosistema de la aldea global. No lo veremos nosotros, pero sí las generaciones venideras. A no ser que dejemos de hacer el capullo!!
Un abrazo a todos/as