Mientras redactaba esta entrada me he encontrado en mi lista de lectura un par de artículos que vienen al caso. Por un lado, el último dato de desempleo en España según Eurostat (correspondiente a noviembre de 2012) se sitúa ya en el 26,6% de la población activa, lo que se traduce en unos 6,1 millones de desempleados. En cuanto el INE nos confirme estas cifras, será interesante profundizar en las diferencias entre paro estadístico y paro registrado, ya que hay quien empieza a fiarse más de los números del SEPE. Por otro lado leo, vía Microsiervos, un inspirador titular sobre un clásico: la mecanización de la actividad productiva. Nada nuevo en el debate económico, ya sabemos perfectamente que las máquinas van sustituyendo progresivamente a las personas en tareas automáticas y los seres humanos nos vamos centrando en las que requieren inteligencia, talento o intermediación. Lo que impresiona sobre esta afirmación, en realidad, es la proporción, que, según Kevin Kelly, co-fundador de Wired, alcanza ya el 70% a favor de la automatización, de los robots.
Pues bien, muchos nos preguntamos si, dentro del sistema económico vigente –definido como economía mixta- es posible funcionar con ese 30% de actividad reservada a las personas. Y creo que la respuesta tiene mucho que ver con la diferencia conceptual entre trabajo y empleo, porque puede ayudarnos a enfocar la solución al principal problema de la economía, que es el paro. Problema desde el punto de vista humano por razones obvias y también en el plano de la eficiencia pura y dura, por la existencia de recursos ociosos y el despilfarro de talento y competencia que repercute, no sólo sobre el funcionamiento de la economía sino de la sociedad en su conjunto. Por si alguien se ha perdido, hay que decir que el concepto empleo tiene que ver con la remuneración de la actividad que desempeñan las personas en el sistema productivo; mientras que el concepto trabajo se refiere a las tareas en sí mismas, remuneradas o no, que realizamos para solucionar problemas o cubrir necesidades perfectamente identificadas. Precisamente, en los últimos tiempos se oye mucho decir que hay mucho trabajo y poco empleo. Y esta distinción conceptual tiene su aquel ya que, como sabéis, no todos los gobiernos llaman igual al Ministerio del ramo. En la actualidad tenemos un Ministerio de Empleo y Seguridad Social; el gobierno anterior denominó al mismo departamento como Ministerio de Trabajo e Inmigración. Cuestiones organizativas aparte, es evidente que en política todavía cuenta la ideología y la forma de enfocar las soluciones a los problemas, aunque, en la práctica, todo se quede en el plano de la cosmética.
No voy a posicionarme a favor ni en contra de nadie porque me temo que todos caen en el mismo error: el de ocuparse más de la remuneración del factor trabajo que del modo que tiene el sistema económico de solucionar los problemas reales de las personas, como individuos y como colectivos. Y es que el punto de partida del flujo económico no es ni el salario ni el beneficio empresarial: son las necesidades. En esto, nuestro sistema económico demuestra una clara incompetencia y no hay más que ver las contradicciones con las que nos encontramos a diario: hay recursos (sobre todo dinero) para actividades y cosas inservibles y, sin embargo, no lo hay para cuestiones vitales. En esto podemos estar de acuerdo antes de adoptar ninguna postura ideológica y, sin embargo, galgos y podencos siguen defendiendo auténticas aberraciones en nombre del Empleo, como la construcción de infraestructuras innecesarias y económico-financieramente inviables porque dan empleo a ingenieros y obreros de todos los grupos de cotización; el mantenimiento de normativas, sobre todo fiscales, lo más complejas posible para que abogados y economistas tengamos algo que hacer; la justificación de estructuras públicas varias para tener entretenidos a unos cuantos desempleados; el sostenimiento de un sector financiero sobredimensionado para no dejar en la calle a sus trabajadores… Mientras tanto, no tenemos claro cómo resolver problemas tan básicos y tan identificables como la salud, la educación, la alimentación (me refiero a comida sana, no de tubo), el mantenimiento del medio ambiente o la movilidad de cercanías. Mejor dicho, de vez en cuando hablamos y nos pre-ocupamos de estos temas, pero no nos ocupamos en serio de ellos. Y no lo hacemos porque nos presiona lo urgente: colocar parados aunque sea barriendo aeropuertos vacíos. Lo importante, desde mi punto de vista, sería echar abajo el sistema y, con las piezas que no se hayan roto, construir de nuevo el puzzle con el objetivo de encajar necesidades en lugar de remuneraciones. Es la única manera, no ya de subsistir, sino de poner todos nuestros recursos a trabajar para hacer la tarta más grande, para crecer en cantidad y, sobre todo, en calidad.
Vamos a ver, de nuevo insisto en que este planteamiento es anterior a cualquier posicionamiento ideológico. No estoy discutiendo si las necesidades las resuelve mejor el mercado o el Estado. Estoy diciendo que, a día de hoy, no están resueltas o, por lo menos, no está garantizado que en el futuro lo estén. Y, claro, la segunda parte de esta historia, y la más emocionante, consiste en pensar cómo hacemos lo de echar abajo el sistema sin dejar a nadie tirado en la cuneta. Pues bien, este tema va para largo pero se me ocurre empezar por las famosas políticas activas de empleo –en las que, por cierto, me encuentro trabajando como empleado público, así que me permitís compaginar lo cortés con lo valiente-. Por si alguien no sabe de qué va esta historia, las políticas activas comprenden toda una gama de acciones relacionadas con la orientación, la formación –sobre todo a desempleados- o el apoyo al emprendimiento, siempre con el fin de mejorar la empleabilidad de las personas para su posterior inserción. Osea, que las políticas activas no están para colocar a nadie, sino para mejorar la situación de partida en la que se encuentran las personas que están buscando empleo de forma proactiva, sin esperar a que les llamen a casa. Bien, hasta aquí lo cortés.
Lo valiente es porque hay mucha gente que no quiere que se ponga en cuestión la efectividad de su trabajo. El hecho de que nos juguemos un sueldo mensual a veces nos lleva a no hacer autocrítica, a no pasar por una sencilla evaluación para ver cómo se pueden aprovechar mejor los recursos que se ponen a nuestra disposición. Este fenómeno es común en todos los gremios, en lo público y en lo privado, y es consecuencia de ese enfoque-empleo del que estoy hablando, en el que mantener el puesto se convierte en el fin último y solucionar problemas queda en segundo plano. Y con esto no pongo en duda la buena voluntad de nadie –muy al contrario, en mi entorno estamos sobrados de buenas intenciones-. Pero alguna que otra mejora sí que me atrevería a proponer en el tono más constructivo que puedo. Eso sí, a partir de aquí, con posicionamiento ideológico:
1. Por ejemplo, ahora que las agencias de colocación han llegado –y para quedarse- tenemos una buena oportunidad para empezar a exigir resultados. En efecto, si os llamáis agencias de colocación será porque vais a colocar a la gente, en el sentido laboral, claro. Así que show me the numbers. Sé que en este tema vais a protestar mucho, ya estoy preparado para el debate cañero. De momento, tenéis que entender que es más fácil evaluar a una agencia privada, a un externo, que a una oficina pública de empleo. Y también es más fácil quitarles el dinero de las manos si no cumplen.
2. Ya que entre esas agencias de colocación no sólo hay consultoras de recursos humanos sino que también se ha colado algún centro de formación –sí, en esto admito los riesgos de que algún agente salga corriendo con el dinero- aprovechemos para ser más exigentes con los cursos para desempleados. Me empieza a gustar la idea de que los mismos que se encargan de impartir los cursos tengan que cumplir objetivos de inserción. Hasta ahora esto se tenía en cuenta a la hora de conceder las subvenciones de formación pero, en mi opinión, es la hora de dar una vuelta de tuerca al asunto. Y, ya que estamos, podríamos aplicar el mismo rasero a sindicatos y patronales, que son los que se llevan la mayor parte de la formación para el empleo. Otra cuestión, en la que seguro que estáis de acuerdo todos, es que no están las cosas para gastar dinero en cursos de gestión contable o de introducción al guord.
3.También es un buen momento para tocar algún resorte en el programa de Escuelas Taller y Talleres de Empleo. No precisamente para que desaparezca, sino para convertirlo en semillero de pequeñas empresas. No podemos permitirnos invertir dinero en pagar sueldos que sólo van a durar un año, por bonita y útil que sea la obra que se ejecuta con cargo al programa. Pero sí podemos apostar por gente que tiene iniciativa y competencia pero igual le falta el título académico y los recursos para arrancar. Para ello, yo daría prioridad a proyectos relacionados con la economía social (es decir, actividades que sólo sean viables en formato cooperativa, y aquí no tengo ningún problema con los que proponen un Green New Deal) y a mejorar la selección de los desempleados que se van a beneficiar del programa (para ello, además del clásico curriculum y la entrevista personal, se pueden realizar dinámicas de grupo o exigir la presentación de algún trabajo-proyecto que demuestre la competencia y la iniciativa del candidato).
4. Otro tema que hay que repensar es la implicación de los Ayuntamientos en las políticas activas. Los programas de empleo se han convertido, desde hace ya tiempo, en una auténtica fuente de financiación para que las corporaciones locales sigan haciendo cosas y sacando titulares. Espero que esto no lo esté leyendo ningún alcalde…
5. Por último, y sin ánimo de ser exhaustivo, en esto de las políticas activas hace falta creatividad y buenas ideas. Las administraciones no pueden adoptar una actitud conservadora en este tema porque hay que estar constantemente observando, evaluando, reinventando. En mi opinión, las políticas activas no son campo apropiado para funcionarios quemados. Y yo no vería con malos ojos que se dejara esta competencia en manos de agentes no públicos, siempre que haya un procedimiento claro de rendición de cuentas.
Bien, ya veis que, a pesar de estar trabajando temporalmente para la administración, tengo ideas y criterios propios y puedo expresarlos libremente. Creo que la situación nos pide cierta ética y lo inteligente no es callarse para que nada se mueva en tu empresa sino cuestionarse cosas para mejorarla en beneficio de todos. Desde luego, no tiene sentido apoyar algo que no funciona con dinero del contribuyente, y en esto me da igual que el agente sea público o privado. No en nombre del Empleo.
S2.