Si sois habituales de la blogosfera económica, seguro que ya habéis leído algo sobre el TTIP y puede que hayáis visto cómo arden los foros sobre el tema. Los medios de comunicación convencionales, salvando a los incendiarios de costumbre, no parecen muy interesados en informar sobre ello y es razonable: no hay información cierta y contrastable sobre el TTIP de marras. Lo único que hay son rumores, especulaciones y vendas antes de la herida. Y no es para menos: por muy buena que sea una reforma, nadie puede pretender que la comunidad confíe en ella en medio de tanto secretismo.
Supongo que muchos habréis sentido la curiosidad, igual que yo, y os habéis lanzado como endemoniados a la Wikipedia, para conocer qué hay detrás de esas desconcertantes siglas. En efecto, se trata del Transatlantic Trade and Investment Partnership, que, en inglés medio-alto significa Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión. Osea, un nuevo ingrediente para la sopa de letras que caracteriza a las relaciones internacionales. Un punto y seguido en la historia de la globalización, vaya.
De entrada, mi postura es favorable a la libre circulación de capitales, bienes, personas e ideas. Otra cosa es que el objetivo de este nuevo acuerdo tenga algo que ver con el libre comercio, sobre todo teniendo en cuenta que (ab)USA no se va a convertir de su proteccionismo endémico de la noche a la mañana. Y con la poca información que se ha filtrado parece que el nuevo contubernio atlántico consiste en que empresas americanas podrán venir a vender e invertir aquí sin trabas legales y… ya veremos si los miembros de la UE pueden colocar algún jamón ibérico o vino francés adicional en el otro lado del charco. En particular, lo que me da más susto es la posibilidad de que empresas sedientas de gas pizarra vengan a buscarlo a nuestras montañas, cuando todavía no han sido capaces de armar un triste argumento creíble a favor de la famosa técnica de extracción. Ya veis: creo que la democracia no consiste en recopilar votos sino en convencer a una mayoría.
Otro aspecto que no me acaba de quedar claro es el refrendo del Acuerdo por los Parlamentos. Es evidente que Obama pedirá permiso a los suyos y el resultado será legítimo, en una democracia que parece tener buenos contrapesos. El problema lo tenemos en nuestra orilla. Se dice que el Parlamento Europeo –sí, ese que formamos el año pasado entre todos los ciudadanos y ciudadanos de la Unión- será consultado. Y puede que los parlamentos nacionales también tengan algo que decir, de modo que si Francia se niega tendremos un conflicto interplanetario pero si España pretende lo mismo no pasará absolutamente nada.
Es lo que tiene el orden económico mundial: no se negocia en posición de igualdad. Nuestras instituciones son débiles. Y lo que es peor, la suma de los beneficios que podría obtener cada nación no se distribuye equitativamente entre todos. Tenemos un solo Eurostat pero hay 28 mercados laborales. Por eso, porque no estamos preparados, no podemos estar a favor del TTIP.
No nos confundamos, esto no tiene nada que ver con el libre comercio, en el que creo profundamente. No tendremos un orden económico justo hasta que no derribemos todas las fronteras que impiden que un país del Sur pueda colocar sus productos en el Norte y salir por sí mismo de la miseria, sin depender de nuestra limosna. No tendremos un orden económico justo hasta que no entendamos que el hambre y el miedo son el efecto llamada. No, seguiremos soportando el desorden anti-económico si pretendemos combatir a los paraísos fiscales creando infiernos fiscales (no hay mejor modo de señalar el camino al capital). Y, desde luego, no veremos ningún cambio relevante en el planeta si las ideas y la información no se comparten de forma transparente. No hay nada malo en defender las libertades. Sí lo es ocultar los objetivos reales bajo la palabra Acuerdo.
Nos viene un fin de semana largo, que lo disfrutéis.
S2.