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Asistimos a dos procesos en paralelos; por un lado está el progreso y por otro lado están toda una serie de medidas que provocan que los beneficios de este proceso se concentren en pocas manos. Es importante entender que existen estos dos procesos; sobre todo para que no acabemos concluyendo que el progreso es malo.

 

Este post es una reedición de otro publicado con el mismo nombre el 21 de octubre de 2009. Se han corregido algunos fallos de redacción. Sin embargo, los datos, el análisis y las conclusiones se han de entender referidas a 2009.

 

Los efectos del progreso.

 

 

En agosto hablaba de que era lo que significaba, en realidad, el progreso. La economía consiste en organizar de forma eficiente unos recursos limitados para convertirlos en productos destinados al consumo; es fácil inferir que el progreso es nuestra capacidad para convertir los recursos limitados en una cantidad mayor de productos para nuestro consumo.

Aquel post venía derivado de una campaña de Guinnes, que sorteaba un viaje al espacio. Sin embargo, el progreso es mucho más que eso y lo vemos en muchísimos detalles a los que no prestamos la atención debida.

No hace muchos años, era habitual que las personas tuviesen que desplazarse a fuentes públicas para acceder al agua, de forma que la tarea de ducharse requería una visita a la fuente (imaginemos que ya existían carretillas), encender el fuego en la vivienda, calentar agua, y todo un ritual para algo que hoy nos lleva cinco minutos. Las personas perdían un tiempo significativo aseándose y por tanto el tiempo disponible para trabajar se reducía considerablemente; la capacidad de la economía crece tan sólo con el agua corriente.

Podemos encontrar ejemplos en cada actividad diaria; suele ser muy fácil verlos cuando vemos ciertos programas de televisión que nos muestran la realidad en el pasado para que veamos cuanto hemos cambiado. Es fácil entender las ventajas del progreso sobre la sociedad; sin embargo a veces no nos damos cuenta de los problemas que genera.

Analizando esto desde el punto de vista empresarial, comprendemos que casi todas las actividades económicas sufren shocks con el progreso y la innovación. Por ejemplo: las granjas pueden atender muchas más vacas mediante las ordeñadoras automáticas; la consecuencia lógica es que va a sobrar una cantidad ingente de leche, a menos que muchas de las granjas se reconviertan. Entendemos que este avance técnico favorece la capacidad productiva de cada una de las granjas; esto se traduce en que se puede obtener.

Sin embargo paradójicamente, el progreso es perjudicial para el colectivo de los ganaderos ya que, si cada uno duplica su capacidad de producción, la triste realidad es que sobraría la mitad de las personas (todo ello mediante una cuenta rápida que pretendo que se tome como un símil y no como un caso real). Los ganaderos reaccionarán y buscarán fórmulas para mantener los ingresos; desde esta perspectiva se entienden las cuotas, los precios mínimos, las segmentaciones de mercado, las subvenciones y, en general, una serie de prácticas que harían levantar de su nicho a Adam Smith.

¿Qué estamos buscando? Pues sencillamente que los efectos beneficiosos del  progreso se queden en el sector. O dicho de otra forma: si se necesitan menos recursos para obtener la producción, debemos proteger a las empresas que se encuentran en ese sector; a tal efecto usamos todas las técnicas posibles, para aislar los efectos del progreso de tal forma que no se reduzca ni el precio del bien que sea  ni las facturaciones de las empresas afectadas.

Podemos comprobar los efectos de los avances en cualquier sector y actividad para ver lo que está ocurriendo. Encontraremos que, al proteger a la oferta de los efectos negativos del progreso, la triste realidad es que los efectos del progreso no llegan a la sociedad; de hecho al final hemos llegado a que este progreso supone una clara carga para el conjunto de la sociedad. Dicha situación, aparte de ser injusta, implica un problema grave que encontraremos en que la propia definición de la economía: Se necesitan los consumidores de los productos fabricados.

Es obvio que todos querríamos un sistema en el que las personas o las empresas (recursos al fin y al cabo) liberados en algo tan trivial como pueden ser las ordeñadoras automáticas encontrasen su hueco cubriendo otras necesidades nuevas de la sociedad (lo que antes se denominaba reconversión). Esto no deja de ser una clara utopía ya que los ajustes perfectos no serían humanos; sin embargo aunque jamás lleguemos al horizonte, este sí nos ha de servir como una guía o un objetivo.

En resumen; el progreso, la innovación y el crecimiento real dependen de que los ahorros en los recursos conseguidos en la obtención de leche se traduzcan en los ahorros de la renta de los ciudadanos para conseguir la leche, de forma que puedan destinar una parte mayor de su renta a consumir otros bienes. Estos bienes que se podrían consumir constituirían el mercado que proporcione las oportunidades de producción para los recursos liberados (los titulares de las granjas que sobrarían).

Pero si con demagogia, con límites, cuotas y subvenciones (o todo a la vez) no se consigue liberar los recursos necesarios para la creación de nuevos mercados todos quedamos atrapados. Los que producen de más no podrán acceder a nuevos mercados y los trabajadores habrán llegado a una situación en la que comprar una casa, un coche y tener un par de hijos con un sueldo de obrero es materialmente imposible a diferencia de la situación en los años anteriores. Claro que, después de un buen número de decisiones nefastas de política económica, de esconder el progreso y repartir los beneficios entre ciertos colectivos no muy numerosos, resulta irónico oír aquello de “estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades” por intentar conseguir un techo en alguna área metropolitana de alguna ciudad.

Creo que estos efectos aún no han sido debidamente estudiados y, por supuesto, no han sido en absoluto tenidos en cuenta para explicar la actual situación.

Podríamos apuntarnos a la teoría conspirativa. Creo que la habría resumido de forma magistral George Orwell en su gran obra “1984”; esta novela anticipa, de forma increíblemente real, una hipotética situación en la que se estaría en el año que da título al libro. Si nos damos cuenta hoy podemos encontrar muchísimas de las características sociales que se detallan en el libro; entre ellas, la que viene a cuento ahora es la sensación de escasez o de precariedad, con el racionamiento continuo. Dicho autor exponía en ese libro que era importante que las sociedades estuviesen en contante situación de necesidad o precariedad para evitar todo tipo de conflictos sociales. Por supuesto, entroncaría de lleno con las previsiones de Marx, que habla de que el progreso llevaría a la situación de la acumulación y el propio sistema capitalista por agotamiento acabaría en el comunismo.

Pero yo me apunto a la teoría de la Gran Chapuza; esa en la que unos políticos y personas ocupando puestos y más puestos en organismos de relevancia no tienen la capacidad para diagnosticar ni anticipar las situaciones reales, de forma que al final están intentando aplicar un diagnóstico diferente a cada síntoma en lugar de atajar la enfermedad.

Que todo se hace sin un plan, sin un esquema y sin analizar los efectos de las medidas lo cual nos lleva a la situación actual.

Recomendaría leer el post sobre la abundancia y la escasez, que entronca directamente con este tema.

 

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