Una de los estabilizadores automáticos de los que tanto se hablaban estaba en la progresividad de los impuestos. En España de hecho está introducido en la constitución en el artículo 31 que dice en su primer punto: “ Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio”.
El hecho de que un sistema fiscal sea progresivo quiere decir que las rentas más altas soportan un porcentaje de impuestos superior a las rentas bajas. De esta forma cuanto mayor sea la renta, mayor será el esfuerzo y se genera un efecto de redistribución de la renta.
El concepto de estabilizador es fácil de ver; a medida que se incrementa la renta de una persona la carga impositiva sobre una persona se incrementa, lo que contribuye a enfriar las condiciones de la persona que genera una gran renta, mientras a su vez a medida que se reduce la renta, la presión impositiva cae, generando un efecto amortiguador en la pérdida de renta.
Para tratar de determinar si un sistema fiscal es progresivo o regresivo, tendremos que revisar la totalidad de los impuestos del esquema tributario de un determinado país. En un país tendremos dos grandes tipos de impuestos; aquellos que son directos y aquellos indirectos. Los impuestos directos son aquellos que gravan a las personas, (tanto las físicas como las jurídicas) en base a sus circunstancias, y los impuestos indirectos son aquellos que gravan determinado hecho independientemente de las condiciones de las personas.
Por lo tanto, siguiendo el esquema, si queremos analizar si un sistema fiscal incrementa o reduce su progresividad, la primera aproximación que debemos tener en cuenta es el reparto del coste entre estos dos grandes tipos de impuestos. Esto viene derivado porque los impuestos indirectos son regresivos por naturaleza. En consecuencia, cuanto mayor porcentaje de ingresos provengan de impuestos indirectos, mayor será la regresividad del sistema fiscal.
Para tratar de ver este concepto, lo más apropiado es tratar de determinar dos ejemplos, para comprobar lo que ocurre; para ello me gustaría comenzar con el tipo indirecto más importante, y que todos conocemos; el Impuesto sobre el Valor Añadido, que grava las compras finales de bienes y servicios.
Una persona que tiene unos ingresos de 1.000.000 de euros al año. Esta persona pongamos que ahorra y aunque vive a cuerpo de rey "solo" se gasta unos 300.000 euros al año.
Otra persona que tiene unos ingresos de 20.000 euros al año. Esta persona pongamos que ahorra 10.000 euros al año.
Evidentemente puede parecer que la primera tiene una vida más frugal por que ahorra el 70% de su renta, mientras la segunda "sólo" ahorra el 50%. La primera conclusión que debemos sacar es que a pesar de que tradicionalmente el porcentaje de ahorro se relaciona con determinados conceptos como una actitud de vida, está mucho más relacionada con la renta que con el nivel de vida. Es decir, no podremos decir absolutamente nada de si una persona es “cigarra u hormiga” a partir del porcentaje de ahorro, ya que no podemos perder de vista los ingresos. Tan solo en casos de rentas similares, dicho número nos podrá llevar a conclusiones. En todo caso, las posibilidades de ahorro siempre serán mayores en el caso de rentas altas, debido a que los gastos básicos o mínimos crecen en proporciones menores al consumo total.
Dicho de otra forma, existen unos gastos necesarios para satisfacer necesidades mínimas, que crecen con la renta, pero no en la misma proporción. Pero volviendo a nuestro ejemplo con estas dos personas, podemos comprobar lo que ocurre con el IVA:
La primera persona, si tiene unos gastos de 300.000, (suponiendo un IVA de 18%)ha gastado 254.237,29 euros más un IVA de 45.762,71. En consecuencia, el importe que paga de impuestos es un 4,5% de sus ingresos, (los 45.000 euros sobre el millón de renta).
Si vamos al segundo caso, unos gastos de 10.000 suponen que paga 8.474,58 euros más 1.525,42 de IVA. Esta persona por tanto paga en concepto de IVA un total del 7,6% de sus impuestos, (el importe que representan estos 1.500 euros sobre sus ingresos de 20.000).
Como podemos comprobar el porcentaje de renta que se destina a pagar impuestos es superior en el caso de la renta baja, debido a que el porcentaje de ahorro, sí que es definitivo para calcular la factura impositiva.
Antes he hablado de que tratar de relacionar porcentajes de ahorro y determinadas actitudes con el consumismo era una simplificación que nos podía llevar a error. Pero es que ahora espero que se comprenda que este error en realidad ha sido buscado por determinados grupos de presión para tratar de llevar la imposición hacía los impuestos indirectos, ya que introduce regresividad.
Pero ya que estamos podemos tratar de adivinar que ocurrirá si sube el IVA un par de puntos y nos vamos al 20%. Por ahora me gustaría tratar de proponer una simplificación (que luego desharé, por lo que pido paciencia) e imaginemos que se repercute el total a los consumidores.
El primero pasaría a gastar los 254.237,29 euros más 50.847,46 de IVA. O sea que pasaría a asumir un coste del 5,08% sobre sus ingresos. Evidentemente tendrá que pagar un poco más, (los 5.000 euros al año). Sin embargo, el segundo caso pasaría a pagar los 8.474,58 euros más 1.694,92 de iva. Esto significa que pasa del 7,6% al 8,4%.
Como se puede comprobar el impacto de las subidas del IVA es mayor cuanto menor sea el porcentaje de ahorro. Dado que el ahorro depende fuertemente de la renta, (repito otra vez, que más allá de estereotipos, el nivel de renta es la variable clave para determinar la capacidad de ahorro), está claro que las subidas del IVA supone un coste superior para las rentas bajas que para las altas.
Este efecto lo podemos comprobar en otros impuestos indirectos como el tabaco, hidrocarburos, alcohol, electricidad y similares. Está claro que las rentas altas pueden consumir más de estos bienes, (mejores tabacos, coches más potentes con un mayor consumo o bebidas alcohólicas de mejor calidad y por tanto más precio). Esto implica que ante subidas de impuestos en estos productos el coste para las rentas altas será mayor, pero sin embargo, para tratar de determinar el impacto sobre las personas tendremos que atenernos al peso que el consumo del bien gravado tenga sobre su patrimonio. Es decir, una subida del impuesto del gasoil afecta mucho menos al que gaste un 1% de sus ingresos en combustible que a aquel que gaste un 10%. Dado que todos y cada uno de estos bienes tienen la característica de que son inelásticos, (y por tanto aquellos en los que la cantidad demandada varía poco porcentualmente ante cambios en precios y renta), el resultado es que el impacto es claramente regresivo.
En consecuencia, cuando estamos hablando de sustituir impuestos indirectos por directos directos por indirectos, lo que estamos es en definitiva introduciendo regresividad en el sistema fiscal. Por descontado, esta regresividad tiene dos grandes ventajas que en definitiva son las que justifican el uso mayoritario de esta opción; la primera es el apoyo de las rentas altas, y por consiguiente de los medios de poder. La segunda es que es mucho más sencillo, porque al repartir el coste entre personas y no entre rentas, lo que se consigue es que la inmensa mayoría de las personas pierdan “poco”, en lugar de subidas de impuestos más elevadas y concentradas.
Si le añadimos que el coste político de recaudar impuestos indirectos es menor, por la sencilla razón de que muy poca gente es consciente de que al pagar el IVA se pagan impuestos, (por lo que se reducen los cabreos con hacienda, bajo la premisa de “ojos que no ven, corazón que no duele”), tenemos servido un cocktail en el que la regresividad ha ido ganando terreno.
Pero es que he asumido que todas las empresas repercuten la subida del IVA, cuando esto no es cierto; ya que realmente se repercute en los bienes básicos y no en los bienes no básicos, (donde el poder de la demanda es mayor y en consecuencia las empresas se comen la subida).
Si bien los dos consumidores compran productos básicos, el porcentaje que estos representan es inferior en el de gama alta. Por lógica pura y dura, hasta el punto de que el consumo en las rentas muy bajas es exclusivamente el básico, y más ahora mismo donde quien más, quien menos, está en economía de guerra.