A pesar de no resultar demasiado original, debo decir que uno de los mejores libros que he leído en mi vida es El Príncipe de Maquiavelo, que junto con De la conjura, comprenden dos de los mejores textos jamás escritos sobre guerra y política. Es tal la admiración que me causa lo que esas páginas contienen, que sueño con el día en que sea capaz de interpretar las situaciones del día a día de una forma tan certera y lapidaria como detallan esos capítulos. Porque los razonamientos expuestos reposan sobre los ejemplos ya acaecidos en la historia, aquellos que beben directamente de las enseñanzas del mundo antiguo.
Si un piloto de avión ha de conocer de memoria el manual de instrucciones del aparato que maneja, un político debería leer varios capítulos de estos dos libros cada noche antes de dormir. No creo que pueda existir ningún master que mejore lo que estas obras contienen.
De entre la multitud de historias y citas interesantes que llenan sus páginas, hay una que me llama la atención especialmente, y es aquella en la que critica las decisiones de los últimos generales romanos, aquellas que a la postre llevaron al imperio a su decadencia y ocaso. Y es que los generales romanos, más preocupados de su imagen que de sus victorias, empezaron a prescindir de la infantería en sus tropas, pues el contar con caballería en las tropas le daba más prestigio al mando. De esta forma, el tipo de soldado sobre el que Roma había cimentados sus éxitos y conquistas desapareció de los escuadrones sin que a nadie pareciera importarle, dejando a sus ejércitos huérfanos de lo que les había hecho grandes, y mostrando una falta de humildad sin precedentes hacia su historia y sus victorias. Las nuevas técnicas habían venido para arrasar con todo lo que sonara a antiguo.
Pero la crítica no se quedaba ahí, pues el orgullo de los generales romanos impidió que éstos rectificaran a tiempo, cuando en plena batalla su error se hizo evidente. Y es que cuando el enemigo, que sí había aprendido de la historia, comenzó a destrozar a la caballería romana desde el piso, los generales romanos se reafirmaron en su error y rechazaron la última oportunidad de mostrarse dignos herederos de sus gloriosos antepasados. Dice Maquiavelo que estos generales, ante la más que presumible derrota que la infantería enemiga les infligía, no fueron capaces de tragarse su orgullo y dar orden a sus soldados para que se bajasen del caballo y pelearan contra el enemigo sobre el piso. Esa falta de humildad les llevó a la derrota militar, lo que aceleró la decadencia de todo el imperio.
No hace falta leer los artículos de Perez-Reverte para oír hablar de Europa en esos mismos términos. Europa fue grande, muy grande. Fue durante muchos siglos el centro del mundo, el lugar de donde surgían los más brillantes marineros, militares, artistas, juristas o científicos. Y así era hasta no hace tanto tiempo. En ese momento comenzó nuestro declive. Hoy en día somos tan poco humildes que rechazamos a aquellos que nos hicieron grandes (también Colón, entre otros,…) y pretendemos aplicar novedosas ideas y métodos infalibles sin mirar ni escuchar la sabia voz de la historia. Y el resultado en Europa es muy visible, pues apesta a decadencia. Mientras en otros lugares saben que la sucia y maloliente infantería es la que proporciona las victorias, en Europa seguimos apostando por la caballería. ¿Estarán nuestros generales a tiempo de dar la orden de bajarse del caballo?