Antes de iniciar los comentarios y reflexiones sobre el libro del padre Sirico, quiero plantear el motivo y el objetivo de este documento. Para ello he de comenzar indicando que, desde hace tiempo, la conocida como Escuela Austríaca de Economía, cuyos principales y más conocidos sabios son Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Murray Rothbard, ha venido teniendo un protagonismo cada vez mayor dentro de España e Hispanoamérica, especialmente merced la labor de gran protagonismo en los medios de personas como los prof. Jesús Huerta de Soto, Juan Ramón Rallo, Carlos Rodríguez Braun, Gabriel Zanotti o, el actual primer ministro argentino, Javier Milei. Todos ellos pertenecientes a la misma escuela de pensamiento “económico” y seguidores de aquellos tres por quienes sienten una especial reverencia.
Sin embargo, los “austríacos” españoles- o de habla en español- no se conforman con centrarse en el desarrollo y planteamiento de postulados económicos sino que, cada vez más y de forma en realidad derivada de la misma escuela que se pretende “económica” y “científica”, intenta expandir su ideología a campos distintos de la economía. Para ello, estos austríacos españoles (por generalizar o agrupar el calificativo entre su adscripción ideológica y su lengua nativa) vienen repitiendo, escribiendo, pontificando y procurando que se admita que, por un lado, el liberalismo es compatible (incluso más pues el prof. Huerta de Soto llega a afirmar que Dios mismo es “libertario”) con el catolicismo y, por otro, que su escuela de pensamiento económico proviene, se origina y son seguidores o continuadores (desde luego “rebasándolos”) de los escolásticos de Salamanca de los siglos XVI-XVII.
Es precisamente esta intención de hacer creer a muchos jóvenes- y no tan jóvenes- y a muchos miembros de la Iglesia, que su visión de la economía, de la libertad y de la Iglesia es la correcta, la que me llama a tratar de explicar, tanto a jóvenes como a católicos, por qué esto no es así. Mi tercer libro fue un primer paso en este sentido. Ahora intentaré explicar lo mismo basándome sobre el libro escrito por el sacerdote americano, católico, Robert Sirico de la misma forma que fui haciendo anotaciones al libro del profesor Gabriel Zanotti (argentino) respecto a los errores que encontraba en esa pretensión de que lo austríaco, lo liberal es, seguidor de los escolásticos del siglo de Oro y compatible con las enseñanzas de la Iglesia. No es así y su pretensión se basa en errores y diferencias, sutiles pero que terminan siendo significativas.
Por poner un ejemplo, no parece fácil que la postura de Mises respecto a que los recién nacidos (ni siquiera los no nacidos, no: explícitamente los recién nacidos) no son seres humanos, sea una postura compatible con las enseñanzas de la Iglesia Católica. Ni tampoco que la postura de Rothbard a favor del aborto, el suicidio o la compraventa de niños en un “floreciente mercado” sea muy digna de un seguidor de Cristo y compatible con la Tradición, el Magisterio o las Escrituras de la Iglesia. Y, sin embargo, los austríacos españoles insisten una y otra vez, y con mucho poder de convocatoria, que es así. Como si precisaran o quisieran buscar un sello de “bondad” sobre su postura ideológica al recabar la aprobación de la Iglesia.
Puedo entender que, al ser los escolásticos de Salamanca, los originarios de los primeros desarrollos teóricos sobre la economía los austríacos españoles quieran recurrir a ellos como sello de primogenitura, como el origen del pensamiento económico que, a través de los siglos y de diferentes errores, sólo ellos, los austríacos, han conseguido mantener en su pureza primigenia y reclamar así la primogenitura entre todas las escuelas de pensamiento económico. Pero, creo humildemente, que para considerarse continuador, seguidor de alguien- en este caso de la Escuela de Salamanca- el “continuador” debería mantener, al menos, las esencias del pensamiento originario. Y no es el caso como veremos.
Puedo entender, también, que a la Iglesia le agrade que se reconozcan los grandes méritos de aquellos sabios y cristianos que formaron tal fuente de sabiduría y Fe, pero, precisamente por ello, la buena fe de la Iglesia puede hacer que aceptemos planteamientos que terminan llevando a muchas personas (muchas almas se decía antes, de forma más hermosa) hacia lugares contra los que la Iglesia previene y condena.
Desde luego y quiero decirlo bien claro en este comentario de inicio, ninguna de las críticas que pueda realizar son contra las personas sino contra los argumentos que puedan mantener. Por supuesto, dado que el padre Sirico es sacerdote, persona consagrada, en ningún caso se me ocurre rebatir ninguna de sus apreciaciones o comentarios teológicos y, en todo momento, si alguno de mis comentarios fuera considerados por la Iglesia como no correctos, me atendré a lo que la Iglesia diga al respecto.
Los comentarios, por tanto, tienen dos grandes áreas: el prólogo y el libro en sí. La intención de separar ambos puntos es, creo, obligada; no sólo porque son autores distintos sino porque, como veremos, la mayoría de los errores están dentro del prólogo y no tanto en el padre Sirico. El resumen de estas dos visiones distintas es que el prologuista, presidente del Centro Diego de Covarrubias (una de las instituciones con nombre de escolásticos de Salamanca pero cuya labor es promover el pensamiento no de los escolásticos sino de los austríacos) escribe su prólogo de forma que parece que su intención, desde la primera página, es indicarnos cómo hemos de leer el libro del padre Sirico y cómo este libro muestra, confirma o corrobora la absoluta compatibilidad entre Iglesia Católica y el liberalismo austríaco (no sólo económico, aunque sea la cuña por la que entran en la “compatibilidad”). Tras leer el libro la primera vez, la sensación que tuve fue que el prólogo intentaba que creyera algo que el padre Sirico no pretende. Y si lo hace es de una manera tangencial.
Pero creo que es tiempo ya de comenzar con los comentarios.
Prólogo
Comienzo con la cita del primer párrafo del prólogo:
Las relaciones entre el liberalismo económico y el cristianismo siguen siendo lamentablemente conflictivas. De hecho, hasta la encíclica Centesimus annus, la Iglesia no dio realmente carta de naturaleza al capitalismo democrático con la famosa frase de Juan Pablo II: «Si por capitalismo se enciente un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva».
Hemos de decir que esa frase es literal, es decir, esa frase, sin cambiar una coma la escribió- como puede comprobarse- el papa santo. Pero, como veremos, los liberales tienen un gusto o una vocación a ocultar aquello que no les interesa, lo que no es algo que hable en su favor. Recordemos el mensaje de Cristo: “La Verdad os hará libres” … si no buscamos la verdad, si no procuramos que su esplendor sobresalga, quien triunfa no es la Verdad sino el mal, y con éste, se acaba la libertad y vence la esclavitud. Veamos el texto del papa San Juan Pablo II a este respecto para entender hacia dónde nos quieren guiar o dirigir los liberales austriacos españoles.
Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa.
Veamos que, por un lado, se nos oculta que el término “capitalismo” no es el más apreciado por el papa, sino que sería preferible hablar de “economía de empresa, de mercado o economía libre”, pues, aunque el término “capitalismo” está ampliamente aceptado, sin embargo tiene unas connotaciones que el papa no quiere dejar pasar. Por eso, aunque lo oculte el prologuista que se lamenta tanto de las relaciones conflictivas (y no favorece a la distensión del conflicto el que una parte intente tergiversar u ocultar lo que la otra dice), es conveniente que, en lo posible, defendamos que la Iglesia favorece más lo que llama economía de empresa, de mercado o economía libre y no precisamente el capitalismo.
Pero la parte principal viene con la siguiente aclaración del papa donde establece qué es lo que la Iglesia aprueba y lo que no. Y ahí el papa lo deja bien claro: se está en contra de un sistema económico- aunque se llame capitalismo- en el cual la libertad se entiende como un fin en sí mismo, en vez de estar supeditada a un sólido contexto jurídico puesto al servicio de la libertad humana integral, cuyo centro ha de ser ético y religioso. Insisto, me da mucha rabia tener que recalcar estas cosas y tener que criticar estas cosas, pero pese a ello creo que es más importante esclarecer las sutilezas por las que pueden llevarse a muchos jóvenes y a muchas personas dentro de la Iglesia a pensar que el planteamiento del liberalismo y, en concreto, la versión austríaca es aceptado y bendecido por la Iglesia. Quizás peque de exceso de celo o de querer ver lo que no hay; el problema es que entiendo que las palabras significan cosas y las ideologías basadas en el error, por pequeño que sea, termina apartando de la Verdad.
Los economistas nos dirán que la Iglesia no tiene nada que decir sobre la economía pues esta es una ciencia y sería lo mismo que si la Iglesia se dedicara a indicar qué teoría física es correcta (y, automáticamente, nos achacarían que la Iglesia niega la evolución darwinista porque creemos que Dios lo hizo todo en siete días, bueno, seis, que el séptimo descansó; y nos sacarán a relucir para mostrar el error de la Iglesia cuando entra en campos “científicos” que condenó a morir en la hoguera a Galileo por decir que la Tierra daba vueltas al Sol… y alguna otra por el estilo y de semejante tontería). Pero la Iglesia nunca ha entrado a dirimir cuál es el mejor sistema económico ni a indicar si la ley de oferta y demanda ha de figurar dentro de los Mandamientos; la Iglesia no entra en lo que de teoría económica implica el pensamiento económico, no entra en la teoría ni en la técnica; lo más que podría decir es que, en el siglo de Oro, hubo doctos sabios católicos que desarrollaron un pensamiento económico que, luego, Adam Smith sin citarlos, derivó hacia otros desarrollos y Carl Menger (padre real de la escuela austríaca), sin citarlos tampoco, derivó hacia lo que es, ahora, el pensamiento económico austríaco- por ejemplo, la visión de la inflación no como subida de precios sino como creación de dinero sin respaldo real o, por otro lado, el postular que, en general (que los austríacos olvidan esta salvedad) los precios de mercado son precios justos… de la misma forma que dictaminaron la justicia de otros precios no establecidos exclusivamente por las fuerzas del mercado, por la ley de oferta y demanda (lo que los austríacos, nuevamente, ocultan a la hora de decirse “continuadores o seguidores” de los escolásticos a quienes consideran “protoaustríacos”-.
Sin embargo, la Iglesia sí entra y tiene todo el derecho a entrar en la aplicación de esa ciencia económica, que ha de ser para el Hombre y no ser un fin en sí misma, pues la aplicación de las decisiones económicas sí tiene consecuencias morales donde la Iglesia es madre y maestra de siglos y donde los católicos debemos obediencia filial.
¿Cuál es, ya puestos, la visión austríaca y liberal del capitalismo? ¿Qué tipo de capitalismo defienden los austríacos españoles?
La construcción imaginaria de una economía de mercado pura y sin interferencias asume que […] la operación del mercado no está obstaculizada por factores institucionales. Da por hecho que el gobierno […] se abstiene de limitar su funcionamiento y lo protege de intromisiones por parte de otras personas […] que el mercado es libre; que no hay interferencia de factores ajenos al mercado con precios, niveles de salarios y tipos de interés.
Mises- Human Action, 237-38
(tomado de La Iglesia y el Liberalismo- Christopher A. Ferrara, pag. 27)
Cuando Mises, uno de los grandes popes austríacos, habla de mercado libre, puro y sin interferencias, no está hablando exclusivamente de que el estado no abra la boca para establecer leyes o restricciones que puedan coartar la función de la economía, se refiere a que tampoco ha de haber restricciones morales pues, para Mises, los valores morales no existen. Es decir, el capitalismo que defienden los austríacos es un sistema económico donde cuantas menos restricciones haya, mejor y, para muchos de ellos, si no hay ninguna- incluyendo las obligaciones morales- mejor. Desde luego, no es ése el sistema que el papa Juan Pablo II, y con él toda la Iglesia, defiende o ve bien. Más bien se parece al que condena, un sistema enfocado no en el bien del Hombre de forma integral, donde la ética y la religión conformen su centro, sino enfocado en sí mismo, en una libertad que los liberales entienden como “ausencia de coacción”, y donde cualquier precio de mercado es un precio justo, aunque éste sea un salario de miseria con el que el trabajador no puede mantener dignamente a su familia.
Por tanto, sobre la frase del papa, el prologuista del Centro Diego de Covarrubias y, por ello, promotor del pensamiento austríaco liberal, tergiversa la intención del papa al señalar que la Iglesia, a través de San Juan Pablo II, ha “dado carta de naturaleza”, es decir, ha autorizado, aprobado, bendecido el capitalismo que defiende la escuela austríaca. Juan Pablo II, la Iglesia, no han dado carta de naturaleza al capitalismo que defienden los liberales/libertarios austríacos, sino que defiende un sistema económico que tenga al Hombre por centro, al Hombre como criatura de Dios con una dignidad propia por el mero hecho de haber sido concebido. Mises, al contrario, defiende que
Los seres de ascendencia humana que, de nacimiento o por defecto adquirido, carecen de capacidad para actuar (en el sentido amplio del vocablo, no sólo en el legal), a efectos prácticos, no son seres humanos. Aunque las leyes y la biología los consideren hombres, de hecho, carecen de la característica específicamente humana. El recién nacido no es un ser actuante; no ha recorrido aún todo el trayecto que va de la concepción al pleno desarrollo de sus cualidades humanas. Sólo al finalizar tal desarrollo se convertirá en sujeto de acción.
Ludwig von Mises- La Acción Humana. Tratado de Economía
(tomado de Destapando al liberalismo- Daniel Marín Arribas, pag.97)
Es decir, para Mises los recién nacidos no son seres humanos. Lo que abre la puerta a muchas cosas con las que la Iglesia estaría en total desacuerdo, pues ¿quién es Mises para decir quién y quién no es un ser humano? Eso mismo podrían decidirlo otras muchas personas, algunas lo hicieron a lo largo de la Historia y en los años 30-40 tuvimos en Europa un ejemplo terrible de esa misma postura: yo decido quién es un ser humano y qué es lo que lo hace tal. No su naturaleza (biología), sino el parámetro que yo decida. Para Mises es la capacidad de actuar racionalmente, para los nazis era ser de raza aria, para los comunistas era el ser de “su” clase… Ese camino, negando la Verdad del ser humano, lleva no a la libertad sino a la muerte y al horror. Por supuesto no estoy diciendo que los liberales o los austríacos defiendan el nazismo, por supuesto que no. El problema es que su argumentación, basada en errores, lleva al mismo y otros lugares de un horror comparable.
En las siguientes líneas el prologuista nos comenta lo mucho que ha avanzado el mundo gracias a la “economía de mercado”, que él, al contrario que el papa, sí equipara al capitalismo. Los datos que muestra de desarrollo son ciertos, esto es un hecho y no merece la pena negarlo. No sería justo. La pobreza (tanto en términos relativos como en términos absolutos) se ha reducido desde los años 80 de una forma vertiginosa, la esperanza de vida se ha incrementado en el planeta y otros muchos logros se han conseguido. El problema no es si estos hechos son reales sino si cabe atribuirlo exclusivamente como hacen los defensores liberales austríacos al capitalismo tal y como ellos lo entienden o si es, en concreto, se debe a los postulados exclusivamente austríacos dentro de las diferentes versiones liberales que existen.
Y en este caso, debemos decir que la respuesta es no. No son atribuibles dichos logros al capitalismo ni, mucho menos, a la ideología liberal- y menos aún a la escuela austríaca, por cierto. Al igual que con los escolásticos, los austríacos vuelven a asumir que lo bueno que existe es por ellos y gracias a ellos y lo hacen en exclusividad. Pongamos algo de historia para entender la situación. Desde la Segunda Guerra Mundial se produce lo que, en Francia llaman los maravillosos 30 (o algo por el estilo, que estoy escribiendo de memoria), y se refieren a los 30 años desde 1945 a 1975, donde el crecimiento económico en Europa tiene un despegue básicamente potente y sostenido que, como es sabido, logró construir las famosas clases medias que son el sostén del desarrollo económico de una nación.
Pero, contrariamente a la pretensión austríaca de que ese logro se debió a las fuerzas del mercado, hay que indicar que fue gracias a la ayuda del Plan Marshall como pudo reconstruirse y facilitarse el crédito para que los europeos pudieran comenzar a crecer y desarrollarse tras haber sido economías destruidas por la guerra. No fue el “mercado” o la iniciativa privada, fue un planteamiento estatal la que generó el desarrollo del que se ufanan los austríacos. En España no tuvimos Plan Marshall, pero, antes de que empezaran a llegar ayudas americanas y se dignaran a comerciar con nosotros otros países (con la salvedad de Argentina quien nos apoyó en los duros años de la posguerra), ya había iniciado el proceso de inversión por nuestros propios medios en la creación de industria base. Eso fue el I.N.I. que, como bien sabemos, fue creación estatal. Posteriormente, los empresarios invirtieron, las personas ahorraron y así se pudo generar unas clases medias con cada vez mayor nivel de vida (material). La esperanza de vida en los países europeos se disparó también en esos años (el caso de España es espectacular), pero en ninguno dominaba en exclusividad el liberalismo o las recetas liberales. Sí es cierto que en España había poquísimos impuestos, pero desde luego Franco no era liberal, sino católico. Lo que implica que hay postulados económicos que se pueden defender desde el catolicismo y no sólo desde el liberalismo… como deberíamos saber si leyéramos a nuestros escolásticos, que no eran protoaustríacos, sino católicos defensores de la fe.
En esos años de desarrollo espectacular de las clases medias en el “primer mundo” vio también un desarrollo que, también casualmente, no es lo que defienden los austriacos ni los liberales: el estado del bienestar. Pero este desarrollo, que podemos centrar en la imagen de nuestra Seguridad Social como sistema de seguridad para millones de personas y de cierta tranquilidad hacia su futuro, es uno de los elementos- no liberales y, desde luego no austriacos- que han favorecido la igualdad entre los ciudadanos, de la misma forma que podemos hablar de los sistemas fiscales donde básicamente todos los países buscaron una redistribución de las rentas más solidaria con quienes menos tenían. Eso también ha ayudado a los datos materiales que hoy vemos. De la misma forma el desarrollo, propiciado por el estado comunista chino, pero apoyándose en las personas, ha sido uno de los principales causantes del descenso del número de pobres (medidos como personas con ingresos de menos de un dólar al día) en el mundo. Podemos establecer que la iniciativa privada en China ha ayudado muchísimo a ello una vez que ha recibido libertad de emprendimiento (que sería una medida que los liberales se asignarían… pero que, como sabemos, no es necesario ser liberal para defender la propiedad privada, pues los católicos o cualquier otra religión o ideología que defienda la ley natural puede defenderlo sin, por ello, ser liberal en absoluto), pero debemos insistir, dicho crecimiento ha sido buscado y promovido (y en ciertos casos ocasionado) por las directrices comunistas del estado chino. No es todo gracias y exclusivamente al liberalismo.
El resumen sobre todos estos logros vendría a ser que ha sido debido tanto por la libertad económica, pero no “libre y sin interferencias” de Mises sino, en general, con bastantes restricciones (y no todas las restricciones son malas, en especial si se ponen buscando el bien integral del Hombre respetando su dignidad… que, seguro, alguna habrá habido), y por otra parte gracias a visiones del Hombre y de la economía que, aunque puedan coincidir con alguna receta liberal de cuando en cuando en la superficie, no son liberales en su forma de ver al Hombre en su esencia. Y es esto lo que las diferencia sobre todo.
Hay algo que, sin embargo, los liberales austriacos españoles no suelen contar a la hora de hablar de los logros… el volumen de deuda. Hoy en día es descomunal, muy superior al que podía haber en los años 50-60 del siglo XX. Este crecimiento de deuda, que es al final una esclavitud, ha sido derivada, de forma indirecta, por el liberalismo. Voy a explicarlo: Los austriacos suelen quejarse, y con toda razón, de la banca central (no lo hacen tanto del sistema de banca comercial porque éstos… son privados y no malignos entes estatales). La banca central, con su poder de fijar tipos de interés, es la causante- aunque digan lo contrario- de la inflación… y aquí los austríacos estarán de acuerdo. La causa es que, al no estar fijada la cantidad de dinero al volumen de oro existente, la moneda que ya es una divisa fiduciaria, basada en la fe en el banco central y no en los activos reales en su poder, puede ser ampliada a voluntad. Es lo que se llama “imprimir dinero”. El banco central puede hacerlo a su antojo y, al hacerlo, disminuye el valor de la moneda y esto es lo que causa que suban los precios- para ajustarse al menor valor de la moneda.
Es decir, los austríacos en principio estarían en contra de que se haya abandonado el patrón oro que mantenía más estable el poder adquisitivo de la moneda. Pero el liberalismo se basa en que nada ni nadie está por encima de mi voluntad y que el Bien no existe, sólo mi interés. Y que si busco mi interés propio, dejándome hacer, si algo sale mal… el “dios mercado” proveerá y saldrá un bien mayor. Al tener los políticos una misma visión liberal (unos desde el lado de la derecha, otros desde la izquierda), cuando vieron que no tenían dinero suficiente para el oro que poseían, decidieron (Nixon en 1971) romper esa ligazón con el “dinero real” y crear dinero de la nada; con ello pudieron financiar la guerra de Vietnam. Por eso decía que, aunque los austríacos están en contra de ese abandono del patrón oro (hablo en general, hay algunos que no están en contra), es la propia ideología liberal que defienden la que ha dado razón (carta de naturaleza) a considerar de derecho lo que era su propio interés: abandonar el patrón oro y crear dinero de la nada.
Y ha sido esa llegada de un sistema de moneda fiduciaria la que ha provocado, entre otras cosas, el enorme crecimiento de deuda en estados, empresas y familias… y esa deuda es una obligación de pago sí o sí, que ha llevado a muchas personas, familias, empresas y países a la quiebra. Este “logro” no lo cuentan entre los frutos del liberalismo económico porque, en realidad, ellos defienden políticas austeras. El problema es que la ideología que defienden les lleva por un camino que termina en sitios donde muchos de ellos no querrían ir ni en pintura. Una economía que defienda la ley natural- catolicismo en nuestro caso- podría diluir el valor de la moneda… pero nunca pensaría que puede hacerlo sin consecuencias morales. El padre Juan de Mariana, escolástico, en su libro sobre la moneda de vellón, indica que salvo en casos de “guerra o cerco”, el príncipe no debe diluir el valor de la moneda, pues perjudica a todos, en especial a los que menos tienen. Y si, en esa situación de crisis, buscando el bien mayor de que todos puedan acceder al consumo, a vivir, diluye el valor de la moneda, tiene la obligación moral de, cuando la crisis ha pasado, restituir en lo posible tal valor de la moneda para que los que se vieron perjudicados en su momento se vean restituidos. Los liberales austriacos cuando citan al padre Juan de Mariana, la parte en la que permite dicha dilución de la moneda siempre la olvidan.
Hay una referencia a la Historia. Según los liberales, sólo al llegar el capitalismo y el liberalismo hace dos siglos, tras la Revolución Industrial, el mundo empezó a gozar de crecimiento. Y hay gráficas que nos dicen cómo desde hace cinco mil o dos mil años hasta 1800 no había habido crecimiento per cápita. Aparte de lo complicado que es asumir que tenemos datos equivalentes del siglo III o del VIII o del XIV, parece mentira que nunca haya habido crecimiento per cápita hasta cuando a ellos les interesa. Es bien sabido que la construcción de una catedral implica una actividad económica durante, más o menos, cien años. En Inglaterra y en otras partes de Europa, los monjes recibían las tierras baldías o pantanosas que nadie quería y, con su trabajo- católico, no austríaco ni liberal- consiguieron transformarlas en tierras productivas. En Inglaterra, así, se logró poner en producción el 20% del territorio. Según los liberales austríacos, nada de eso implica crecimiento económico. Curioso.
Nos habla el prologuista de lo injusto que es culpar al libre mercado de la pobreza de los continentes africano o hispanoamericano. Pero, al menos en el caso de Hispanoamérica- como bien sabe la Iglesia- los siglos de dominio español sí se produjo crecimiento y desarrollo no sólo económico sino también social y cultural: los primeros hospitales, colegios, universidades, etc., y también comercio con el resto de España. A España venía (como muestran en el libro El oro de América) el quinto real, es decir, el otro 80% de las riquezas extraídas en América se reinvirtieron allí. No fue la católica monarquía hispánica la que expolió a las Españas allende el mar.
Pero vino el siglo liberal por excelencia: el XIX, que los liberales tanto admiran. Rompieron y expoliaron Hispanoamérica, en el Norte, los liberales americanos masacraron y exterminaron a los indios- en algunos casos, incluso, vendiendo bonos para financiar la expedición para matar
indios-, en África entre los franceses, ingleses, belgas, alemanes… se dedicaron a masacrar y a expoliar los recursos de sus colonias. En Asia, en concreto India y China, el imperio liberal británico impuso su dominio y promovió, pues era el principal beneficiario económico, las guerras del opio. Desde luego, no todo es blanco y negro en el mundo real, y muchos estados son culpables de lo que, con razón, critican los liberal austriacos. Pero desde luego no es su explicación la que cuenta toda la verdad… y debemos buscar la verdad, aunque nos duela, porque es lo que nos hace libres.
Veamos la siguiente cita del prólogo:
De estas premisas se deriva que la clave para que la humanidad prospere no está en la distribución, sino en la creación de riqueza a través de la libertad de empresa, la libertad de mercado, la igualdad ante la ley y la protección de los derechos de propiedad.
El prologuista se refiere a unas premisas que nos ofrece antes y donde recalca “desde una perspectiva católica”. Parece mentira que, por ejemplo, de esas claves que cita para la prosperidad de la humanidad, que desde luego la Iglesia no rechaza- pues son anteriores al liberalismo-, se olvide de la interpretación del papa Francisco sobre la parábola de los panes y los peces donde el santo padre recalcaba la importancia de la “división” en vez de poner el foco en el milagro de la multiplicación. Es decir, donde la Iglesia nos dice que esa creación de riquezas está muy bien pero que también tenemos la obligación moral de compartir con los necesitados, los liberales (aunque hablen desde la perspectiva católica- y no dudo de la fe sincera del prologuista) se olvidan de esa faceta tan eminentemente cristiana.
Aunque el prologuista en su presentación del Centro que preside nos habla del respeto a la dignidad ontológica del ser humano y de que los escolásticos defendían una visión de que los actos del Hombre, incluso los económicos, eran susceptibles de juicio moral (y hace muy bien en decirlo, pues es correcto), sin embargo no parece ver la contradicción en defender eso y defender que el liberalismo austríaco de Mises, Hayek y Rothbard propone lo mismo cuando estos popes de la escuela austríaca defendían que la economía es una ciencia libre de valores, que los valores morales no dependen de un bien o mal absoluto sino de la evolución, o que la ley natural sólo se basa en los derechos de propiedad… lo que permite el aborto, el suicidio, el soborno, la calumnia, la compraventa de niños… ¿de verdad no ven la incongruencia de defender una cosa y otra como equivalentes? Cuando indica, correctamente, que el capitalismo debe estar regulado por el imperio de la ley y un sistema de valores apropiado… no se da cuenta que Juan Pablo II se refiere, mínimo, a la ley natural, no a cualquier ley positiva liberal (donde el Bien no existe, sólo mi voluntad y mi propio interés- los woke LGTBI, por cierto, son liberales); cuando habla del sistema de valores apropiado, el papa habla, mínimo, del sistema de valores tradicional cristiano no de cualquier sistema de valores consensuados por mayorías olvidadas del bien y el mal.
Por el contrario, donde se instaura un sistema económico colectivista, que trata de controlar y manipular los mercados y los valores morales y culturales, desaparecen la libertad y la responsabilidad individual, y se vulneran los principios de la concepción cristiana de la persona creada a imagen y semejanza de Dios.
Desgraciadamente no sólo en los sistemas económicos colectivistas ocurren estas cosas. No es una cuestión (aunque pueda tener su importancia a la hora de la eficacia productiva material) de si es sistema colectivista dirigido o si es desregulación cuasi absoluta de la economía. Lo importante es qué respeta dicho sistema: si la ley natural- o como católicos, la ley de Dios- o su propia voluntad. Para terminar, es curioso que termine citando el número 1905 del catecismo de la Iglesia Católica, pues define el bien común. Lo curioso no es que, como católico y centro en honor a un escolástico, cite el bien común. Lo curioso es que quien defiende, con Mises, Hayek, Rothbard y varios austriacos españoles que el bien común no existe que sólo es la suma de los intereses individuales de la gente (excusa que utilizan para atacar al estado- a cualquier estado), cite a la vez la misma existencia del bien común. Esta incoherencia suele ser bastante habitual en los planteamientos liberal austríacos.
A partir de este momento, empezaremos a reflexionar y comentar sobre el libro en sí, escrito por el padre Robert Sirico. Y lo primero que podemos decir es que, en la introducción, el padre Sirico ya nos deja claro que su planteamiento es muy diferente del del prologuista, pues en ella nos señala la importancia de reflejar las implicaciones morales, de entender cómo la creación de la riqueza no es el único fin de la economía sino que, a través de las parábolas, podamos obtener enseñanzas “trascendentes” del contexto de nuestra vida cotidiana, es decir, el fin de la economía es servir no a sí misma, como fin, no a la mera creación de riqueza sino al bien integral del Hombre donde, desde luego, figura como objetivo principal el espiritual, la “preparación para la otra vida” que dice el padre Sirico. Como bien dice recalcando este punto ético o moral: contienen una dimensión económica evidente y revelan una gran enseñanza acerca del modo en que vivimos y del modo en que «deberíamos» vivir. Son tan contemporáneas como cualquier manual de ética empresarial, … (el resaltado en negrita es mío). Esta introducción del padre Sirico delata absolutamente un planteamiento muy diferente del que se nos indicaba en el prólogo. El foco lo pone, el padre Sirico, en los aspectos morales y cómo el sistema económico que usemos ha de servir a ese fin mayor que es la vida eterna. Contrasta absolutamente con el planteamiento austríaco de una economía que se mira como fin en sí mismo, que nos habla de un derecho de propiedad absoluto, que nos dice que la ciencia económica es una ciencia libre de interferencias o requerimientos, incluyendo los morales, donde se nos niega la existencia del bien común o del propio Bien como tal, equiparándolo simplemente al propio interés, donde nos hablan de que el trabajo del Hombre no es más digno que cualquier otra mercancía y sólo ha de estar regulado por la misma ley de oferta y demanda independientemente de cualquier otra consideración (moral incluida)…
Es ese contraste el que, desde mi punto de vista, merece la pena leer el libro del padre Robert Sirico y olvidarnos del prólogo y hacia dónde quiere que creamos que nos lleva el libro. El padre Sirico pondrá el acento, el foco, a la hora de ver las parábolas desde su ángulo económico en el Hombre y la relación entre unos y otros bajo la mirada de amor de Cristo. No veremos un mensaje de que no hay un bien común, de que las implicaciones morales no forman parte del planteamiento o de que la economía sólo ha de servirse a sí misma.
1.- El tesoro escondido
Cuando leemos esta primera parábola comentada por el padre Sirico, lo primero que se nos deja claro es que Jesús no nos habla de economía, ahorro personal, sagacidad en los negocios o métodos de inversión. Cristo está muy por encima de todo ello y sabe que nuestro Bien se encuentra más allá de los bienes materiales y nos habla, siempre, del reino de Dios y cómo alcanzarlo. Pero, como es lógico en un libro que intenta sacar lecciones también desde el punto de vista económico, al poco nos hace reflexiones más centradas en el ámbito económico.
Pero llega un momento, página 31, en que hablando sobre la relación entre quien ha encontrado el tesoro y quiere comprar a su legítimo propietario el campo donde lo halló el padre Sirico nos dice algo que es normal en un sacerdote y, en cualquier católico, en relación a si existe una
obligación de informar al vendedor del valor oculto que hemos hallado. Y lo que nos dice es “Es una cuestión moral, pero también de valoración”. Desde luego este incidir en que es una cuestión moral le acerca más a los escolásticos que a los liberales austriacos para quien no existen los valores morales en la economía. Sobre el tema de la valoración volveremos luego, pero antes veamos el tema moral, porque el padre Sirico comenta, en el párrafo justo anterior a la frase citada, que respecto al tema de si el vendedor está aprovechándose de un cliente (por la diferencia en conocimientos respecto al objeto o servicio ofrecido), nos pone de ejemplos que, por esa misma razón también se aprovecharía un vendedor de helados en verano o un restaurador aprovechándose de que la gente quiere comer o una enfermera teniendo trabajo gracias a las enfermedades de las personas. Creo que se equivoca en esos ejemplos, porque la diferencia entre ellos y, por ejemplo, el cliente de un banco que pide asesoramiento al profesional está en que los enfermos sí necesitan una enfermera que les cuide en lo que ellos no saben o no pueden hacer y preferirían no tener que sufrir, sabiendo que la enfermera, incluso con errores, intentará lo posible para paliar su enfermedad. El dueño de un restaurante ofrece un servicio a los clientes que deseen comer en su local, sin trampa ni cartón (todo el mundo sabe si una comida le gusta, le parece cara o si el servicio ha sido amable como para repetir) y el puesto de helados, ofrece también algo que los consumidores conocen. Sería distinto y habría un problema moral, si el dueño del puesto de helados pusiera helado de vainilla a quien se lo ha pedido de chocolate porque con ello gana más dinero, o si se anunciara como totalmente libres de edulcorantes mientras que sus helados están llenos de ellos… o si los clientes le pidieran consejo sobre cuál está mejor y él, sin darles toda la información, les dijera que el de pistacho porque lo tiene a punto de caducar y así se lo saca de encima a un precio que no merecería su calidad.
Sobre la valoración, el padre Sirico asume el postulado austriaco: el valor es totalmente subjetivo y la mejor forma de establecerlo es mediante su precio de mercado. Esta absolutización es el error austríaco con respecto a los escolásticos. Los escolásticos nos indicaban- y tienen razón- que en general el precio de mercado es un precio adecuado, pero hay ocasiones en las que el precio adecuado o justo se establece fuera de mercado. Los austríacos se equivocan al postular que sólo el mercado es el único autorizado para establecer los precios… y lo hacen, sobre todo, porque estiman que si no es el mercado será el estado (a quien detestan y hacen responsables de, básicamente, todos los males del mundo pensando que si desapareciera- en especial de la economía- el mundo sería perfecto) quien lo establezca. Y, como digo, se equivocan (y equivocan al padre Sirico y a cuantos católicos crean que, como el padre Sirico lo defiende entonces ya lo hace la Iglesia… pues los escolásticos eran- son- Iglesia y no defienden eso ni por asomo, es más lo condenaron).
Veamos por qué están equivocados: dicen bien que el valor intrínseco de un bien o servicio es “subjetivo”, pero lo que olvidan es que no es total y absolutamente subjetivo (y esto lo sabían los escolásticos, por cierto). Desde luego el cálculo del valor de un activo es complicado de alcanzar porque depende del futuro. Me explico, un bien vale tanto como lo que pueda generar en el futuro. Hagamos el siguiente ejemplo, con un bono de renta fija, y asumiendo para facilitar el cálculo que no existe inflación. Supongamos que queremos invertir en un bono del Tesoro a cinco años que nos paga un 5%, es decir, 5 euros por cada cien invertidos. Olvidando el coste de oportunidad, lucro cesante y otras variables, ¿cuánto deberíamos pagar hoy, en ausencia de inflación, por ese bono para no perder dinero, es decir para recuperar lo invertido? El cálculo, en este ejemplo es sencillo. Lo que el bono nos va a generar a futuro es cinco euros cada uno de los años y, a vencimiento, nos devuelve los 100 euros de nominal del bono (lo que pidió prestado en la emisión), es decir: 125 euros. Si invertimos, hoy, 125,01 euros ya perdemos ese céntimo pues el bono no nos va a pagar más de lo que ha prometido. Es decir, su valor es objetivo- en esa situación idílica en que conocemos todas la variables- pues lo que nos va a generar a futuro es un “hecho” o, mejor dicho, lo será.
¿Cuál es el problema? Que el futuro no es conocible, que no todos los bienes que se adquieren son tan matemáticos como un bono (una acción, por ejemplo, tiene una duración indefinida y una renta anual, el dividendo, no especificada de antemano y sujeta a revisiones), por lo que, aquí, ya entra el componente subjetivo. Es decir, para mí puede ser que yo no quiera invertir en un bono que sólo me genere un 5% anual de rentabilidad, sino que quiero mayor rentabilidad… por lo que habré de comprarlo a menor precio que los cien que el Tesoro solicita en la emisión. Pero para otros puede ser más que atractivo ese cinco por ciento anual.
Respecto a la compra del terreno, el dueño no sabrá de la existencia del mismo (él no lo ha labrado, no lo ha buscado, no sabe de su valor oculto), pero está dispuesto a aceptar un precio por su terreno que le parece ventajoso. En este tema no hay trampa ni engaño pues, como indica el padre Sirico el que ha encontrado el tesoro no está obligado a informar de ello al dueño del terreno. Para uno representa un terreno agrícola normal, para otro puede tener dentro una mina de oro o un yacimiento exclusivo de agua o de petróleo; cada uno lo valora de forma subjetiva, aunque cada uno, en este ejemplo, desconoce todas las variables. El que compra el terreno quizás piensa que el tesoro (supongamos una mina de oro) está completo y que puede obtener un gran beneficio de él… pero si la mina está prácticamente agotada, toda su inversión se habrá arriesgado y habrá perdido dinero.
Desde luego, el tesoro de la parábola no es material, es el reino de Dios y no se marchita, ni se mancilla ni pierde su infinito valor.
2.- La perla de gran valor
Cuando leemos las reflexiones se nos indica que “demasiados cristianos reflexivos consideran moralmente sospechoso que la gente se reúna para compartir e intercambiar valores en beneficio mutuo”. Desde luego no conozco a todos los cristianos y, seguramente, el padre Sirico se haya encontrado a muchos en su vida que le hayan planteado la moralidad del comercio, pero, la verdad, incluso aunque esta fuera la experiencia personal del padre Sirico desde luego no es una reflexión basada en lo que la Iglesia dice. Por supuesto, es una actividad en la que existe el peligro de abusar de la confianza de terceros o de caer en el peligro moral de buscar el propio beneficio a costa de engañar a los clientes. Pero no podría decir que sea la norma general ni, desde luego, es el único ámbito donde ello puede producirse. Mi reflexión se basa en el mensaje que la Iglesia ha señalado desde, que yo sepa, siempre: el mal no es propio de una actividad, profesión u oficio, sino que es una decisión en la que puede caer por propio albedrío. En ese sentido, que haya muchos o pocos cristianos, musulmanes, hindúes, animistas, ateos o extraterrestres que piensen que es poco moral el ser comerciante no significa ni que sea cierto ni que sea eso lo que dice la Iglesia.
Al padre Sirico le cuesta entender cómo los cristianos sienten tal rechazo hacia el comercio y el comerciante. Insisto en que no es mi experiencia para nada ni la de nadie que conozca, pero si en algún caso ha sucedido creo que es más bien el prejuicio y la envidia de unos o la mala experiencia de otros, porque, lo cierto es que, comerciantes y clientes, tienen algo en común: son personas, criaturas de Dios que tienen la mácula del pecado original, somos criaturas caídas y, por ello, unos podemos caer en el prejuicio y la envidia y otros en la avaricia y la codicia. Pero, curiosamente, sólo aceptan o parecen aceptar- los liberales austríacos y, en este caso cae en ello mismo el padre Sirico-, que sólo los cristianos consumidores son los equivocados y sienten un prejuicio tonto e injusto hacia los comerciantes y el comercio en general. Bueno, pues no es así… seguro que habrá muchos cristianos como los que dice el padre Sirico, pero también hay muchos liberales austríacos que sólo defienden lo inmaculado de los comerciantes, empresarios, y comercio en general, como si el mal sólo existiera en aquellos que critican al “mercado”. Afortunadamente, el padre Sirico, párrafos más adelante reconoce que “las acciones en la vida real de muchos mercaderes han proporcionado abundante forraje para ello” (para la crítica), por lo que, al menos, no cae en la negación de muchos liberales austríacos donde la culpa nunca es de las empresas y empresarios sino de “los demás”, en concreto del estado.
3.- El sembrador
Cuando leemos las reflexiones iniciales del padre Sirico sobre esta parábola nos deja bien claro que, como siempre, la intención de Cristo no es económica sino salvífica y que debemos ser la buena tierra para que su semilla, Su Palabra, germine y de buen y abundante fruto. Y, para ello, como para cualquier otro cultivo, la tierra- nosotros o, más cercano al ejemplo económico, la finca- debe haber sido trabajada para que la cosecha sea, Dios mediante, abundante. Pero, posteriormente, Sirico comienza ya a entrar en el detalle económico y, así, nos dice: “Un sembrador sólo puede preparar la tierra si es su legítimo propietario o si está contratado por éste para realizar el trabajo. Esto asegura que la tierra y su creciente valor estarán protegidos de invasiones, saqueos o expropiaciones”.
Nuevamente volvemos a ver la fraseología liberal austríaca metida como algo razonable sin darle más vuelta para que sea asumido que es así, siempre y punto. Bien, pero no es así y el padre Sirico lo sabe pues conoce la Historia de la Iglesia y sabe cómo también existía propiedad comunal aprobada por la Iglesia. Cuando hablamos de propiedad privada, la sensación con el mundo liberal es que es de uno sólo (o con sus socios), pero nunca algo tan horripilante y malvado per se como lo “estatal” o lo “colectivo”. Pues aquí tenemos un caso en el que la Iglesia, al contrario del postulado liberal de que todo lo colectivo/estatal/comunal es malo y sólo cuenta el interés propio del “individuo”, sí ve con buenos ojos la forma de propiedad en la que, algo -el terreno, los aperos, etc.-, son de propiedad de la comunidad y no del “individuo” aislado de los demás. Por otra parte, convendría saber que la protección de esas invasiones, saqueos o expropiaciones (que, por sí no tienen por qué ser injustas… aunque al dueño no le haga ni pizca de gracia), ha de protegerlo alguien. Si es Rothbard, nos diría que, desde luego, el mercado y jamás el estado que no sólo es inútil sino además una cueva de ladrones. Pero dudo que el padre Sirico, sacerdote, tenga esa consideración del estado y dudo que piense que el mercado es la solución para todas las necesidades del ser humano. No lo es.
Vuelve a incidir en el prejuicio histórico, incluso en nombre de la religión, contra la propiedad privada… aunque posteriormente cita a Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia, defendiéndola como siempre ha hecho la Iglesia. Es como si, sabiendo que no es así y que serán algunas personas las que tengan esos prejuicios, el padre Sirico asumiera el propio prejuicio contra la religión y la Iglesia católica de Mises. No lo entiendo, la verdad. Hace una comparación entre el beneficio económico y la evangelización que, sinceramente, creo inapropiado. No niego que el beneficio de una empresa, en general, suponga un bien para la comunidad. Por un lado, le permite a la empresa seguir en funcionamiento, pagando a sus proveedores, trabajadores, socios, impuestos, etc., y además puede seguir ofreciendo un bien o servicio que los consumidores parecen apreciar. Eso está bien. Pero el beneficio resultante de la empresa se reparte entre los socios o, llegado el caso, con algún bonus extra para los trabajadores pero que, en definitiva, el beneficio neto resultante queda para los accionistas de la empresa. Y ello no es malo en sí mismo, no lo digo como crítica. Han puesto su dinero, se han arriesgado y obtienen como recompensa esa rentabilidad. Sin embargo, la evangelización da frutos, genera un bien que, principalmente, favorece a las almas convertidas… no a quien ha hecho la labor de evangelización. En este sentido, la evangelización, creo y puedo estar equivocado, se me parece más a la educación de los hijos dentro de una familia que al beneficio empresarial. Se educa para el bien de los niños, no para obtener, los padres, un beneficio particular (aparte de la satisfacción de ver a los hijos bien educados como buenas personas… y no siempre se consigue).
El siguiente punto que quiero comentar deja bien clara la diferencia entre el postulado liberal austríaco de mercado libre y sin valores del que defiende la Iglesia, en este caso por parte del padre Sirico que, aunque acierta al comentarlo, sin embargo, no parece criticar los postulados del liberalismo a este respecto. Nos informa en la página 52 que los productos que desee el público no siempre son los mejores, que no es labor del mercado fomentar la virtud- y es cierto- y, a continuación, viene esta cita perfecta:
Los mercados libres pueden permitir a las personas obtener los bienes y servicios que desean, tanto si sus deseos son de bienes reales como ilusorios. Otras instituciones son necesarias para canalizar sus deseos hacia lo que es verdaderamente bueno, proporcionándoles la habituación moral a la virtud. La creencia errónea de que el mercado basta para resolver todos los problemas de la humanidad es el «dogma neoliberal» que lo pondría todo en venta.
Y nos hace una cita a pie de página indicando que toma esa calificación de la encíclica del papa Francisco Fratelli Tutti. Bien, insisto en que la cita de Sirico es perfecta. En mi tercer libro hablaba de lo mismo cuando indicaba de la importancia del entorno social, del medio ambiente social si queréis, para que la “mano invisible” de Adam Smith pueda ofrecer “buenos frutos”. Si el entorno social, si no hay instituciones que canalicen los deseos del Hombre hacia lo que es verdaderamente bueno (y no estamos hablando de utilidad o placer), el fruto del sistema de libre mercado, libre empresa o, más comúnmente- y posiblemente errado-, capitalismo será muy abundante en bienes y servicios… pero no serán buenos. Las personas pueden demandar pornografía… y el mercado, que le importan tres rábanos tus vicios- es más, le gustaría saberlos para ofrecerte más-, te la proporcionará. Por un precio, claro, no se va a prostituir la gente gratis, y menos los intermediarios. Si luego el vicio lleva a lugares más tenebrosos y pervertidos, también habrá un mercado listo para cobrarte el servicio. Al mercado no le importa… al Hombre sí debería, pues es lo que nos diferencia de las máquinas y de los animales.
Por eso el padre Sirico insiste en que, al contrario que el mercado puro, libre sin interferencias- las que sean, incluso las interferencias de la “moralidad”- de Mises, nos dice que hay que ponerle trabas, que el mercado está al servicio del Hombre y no del Hombre al servicio del mercado. Que el mercado, el sistema económico debe ayudar al crecimiento “bueno” integral del ser humano. Posiblemente, ahora, liberales o no, saltarán diciendo quién dice lo que está bien, quien es el que determina lo que es verdaderamente bueno porque, nos dirán, lo que para uno es bueno para otro puede no serlo. Bien, si son ateos, creyentes de otras religiones y demás les diré que miren la ley natural, aquella que nos llama a todos a buscar el Bien y evitar el Mal. No es tan difícil, es- parafraseando a Morgan Freeman en la película La hoguera de las vanidades con Tom Hanks sobre la decencia- “aquello que os decía vuestra abuela”. Para los católicos o cristianos en general, evidentemente, la respuesta es sencilla: la institución que nos señala lo que está bien o mal es la Iglesia de Cristo, con las Escrituras, la Tradición y el Magisterio. Los liberales, tienen un problema: para ellos el primer postulado liberal es que “nada ni nadie (ni Nadie) por encima de mí para decirme lo que puedo o no puedo hacer… ya me lo decido yo solito”. Para los liberales- de cualquier ámbito político (izquierda o derecha)- el Bien no existe, es sólo su “propio interés”. Pues, con respeto y cariño, pero van apañados.
Al menos el padre Sirico, en este punto, deja clara su postura respecto al postulado de Mises… en contra, claro, aunque sin decirlo o sin sacar las consecuencias de su postura.
Para terminar, el padre Sirico nuevamente vuelve a reflejar la obsesión contra el estado de los liberales al indicarnos que “Las economías no pueden crecer si están ahogadas por las espinas de las regulaciones y los impuestos confiscatorios”. Es cierto, obviamente que esto sucede… una economía con muchas trabas termina por languidecer o morir por exceso de endeudamiento. Y esas trabas, generalmente, suelen venir de parte del estado, así que, en este punto, toda la razón. El problema es que falta la otra parte, pues si recordamos que el fin de la economía no es servirse a sí misma sino al crecimiento integral del ser humano, y no sólo producir cantidades inmensas de bienes y servicios materiales, este objetivo principal de cualquier sistema económico puede terminar matando a la semilla y no lograr que germine por una falta de regulación que lleve a lo verdaderamente bueno. Es decir, una economía que, como los ciudadanos están tan enfangados en el sexo y la pornografía produzca cantidades inmensas de la misma no será una economía sana, pues no ayuda al Hombre a lograr su fin.
4.- Los trabajadores de la viña
Cuando leemos esta parábola vemos que el padre Sirico intenta que la interpretemos (desde el punto de vista económico, no el teológico donde no me meto) con los ojos austríacos. Por eso, al inicio del capítulo nos suelta que “Esta parábola contiene una dura verdad: los trabajadores son remunerados de mutuo acuerdo”. Siendo cierto que nadie obliga a los trabajadores a aceptar el denario por jornada y, en ese único sentido, es donde reside el mutuo acuerdo, sin embargo, no es toda la realidad. Dicho así tal cual, el planteamiento austríaco es que cualquier precio es justo, que cualquier salario- por bajo que sea- es justo si el trabajador, por muy obligado que esté por las circunstancias a aceptar lo que le ofrezcan, lo acepta sin que nadie le ponga una pistola en la cabeza o le azote con un látigo. Y es esta visión austríaca la que está mal.
Poco después, a pie de página con cita incluida, el padre Sirico nos informa que ese denario es el salario de subsistencia, es decir, podríamos decir que era el importe considerado justo para que un trabajador pudiera mantener a su familia durante un día. ¿Qué significa esto? Que el evangelio nos está indicando que no vale cualquier precio, no vale cualquier sueldo… no sería justo pagar medio denario al trabajador pues no le permitiría subsistir él y su familia ese día. El dueño de la viña es consciente de ello y el sueldo que ofrece es el mínimo que permite a un obrero vivir. Sin lujos, de subsistencia… como señala el padre Sirico “de subsistencia y nada más”. Este simple entender que existe, por parte del empleador, una obligación moral de pagar a sus empleados, al menos, lo mínimo para que puedan mantener a sus familias “de forma frugal y morigerada” nos dirá el papa Pio XI en Quadragessimo Anno, cambia totalmente el significado del postulado austríaco sobre el mutuo acuerdo. Hay mínimos que hay que respetar y hay que hacerlo porque el obrero no es una máquina, sino un hermano y tiene su dignidad como hijo de Dios.
Posteriormente, el padre Sirico, y lamento decirlo, comienza a imaginarse una situación que no se señala en la parábola. Nos dice que ante la catástrofe potencial de que no hubiera contratado a suficientes trabajadores para recoger la cosecha fue a por más. No es eso lo que indica la parábola en absoluto y me atrevo a indicar que dado que el dueño es Dios es, por tanto, prudente, sabio y sabe los que necesita y los que no … no hay imprevisión por su parte. Simplemente quiere dar trabajo a cuantos lo necesiten, por eso contrata una y otra vez hasta que no queda nadie sin trabajo… no porque él no hubiera hecho una buena planificación del trabajo. De la misma forma señala, inventándoselo, que a los siguientes contratados el sueldo dependería de lo bien que lo hiciera. Lo siento padre, pero en la parábola no figura nada de eso.
En la explicación del pago, encontramos más luces y sombras. Nuevamente sale el austríaco y nos dice que ante la queja de los primeros contratados, que no se trataba de una cuestión de justicia, sino de perspectiva subjetiva… ya que había cumplido el contrato con ellos. Pero no es cierto, sí es una cuestión de justicia el pagar, según lo contratado, el denario que es el sueldo mínimo para que pudieran mantener a sus familias ese día. No es simple perspectiva subjetiva de “creo que un denario/día está bien y lo hemos acordado de mutuo acuerdo como podíamos haber acordado medio denario”. No, el primer contrato que el dueño cumple a rajatabla es cuestión de justicia para permitir a sus empleados vivir, subsistir y nada más, esa jornada.
Pocas líneas después, ante la queja por envidia de los primeros respecto a los demás que cobraron lo mismo (lo justo, recordemos, para que pudieran subsistir y nada más… y es justo que permitamos a nuestros empleados, al menos, subsistir, porque son personas, no animales, no cosas), le vuelve a salir la vena austríaca liberal y nos comenta que el dueño sí tenía derecho a hacer lo que quisiera con su propio dinero. Es más, incluso cita la frase que el dueño de la viña dice y reflexiona el padre Sirico: “Si se piensa en esto, no es más que una apelación al sentido común, y debió de resultar frustrante para aquellos primeros trabajadores”. ¿Dónde está la vena austríaca liberal? En lo siguiente. Cuando el dueño de la viña dice ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?... no termina ahí, acto seguido, si leéis la parábola dice: ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
Es decir, al revés que la libertad liberal que es, como bien decía el papa León XIII, sólo licencia y no auténtica libertad, la parábola nos dice o nos recuerda para qué es la libertad: para hacer el bien, para ser bueno… no para hacer lo que quiera sin coacción, como proclama Huerta de Soto, por ejemplo. La libertad no es para que uno haga lo que le de la real gana, es para hacer el bien. Si tuviéramos derecho a hacer el mal… ¿para qué la exigencia de los austríacos en el cumplimiento de los contratos, el decir que no puede haber violencia- física, que las demás no las contemplan-, fraude o robo? El dueño de la finca tiene libertad para ser bueno, para poder ser generoso pues, dado que puede permitírselo, quiere pagar lo suficiente a los obreros que han trabajado menos horas lo justo para que puedan subsistir con sus familias ese día. No es que el dueño pueda hacer lo que le apetezca, su libertad es, como la de todos los demás, para ayudarnos a hacer el bien… no el mal.
Tras unas breves líneas, muy bonitas, sobre la parte teológica de la interpretación respecto a la llamada a la salvación, vuelve a concluir erróneamente- desde mi punto de vista, desde luego- que “en una economía con propiedad y salarios no hay realmente igual salario por igual trabajo, o mejor dicho, no tiene porqué haberlo. Lo que hay es una remuneración por trabajo contratado.” Esto, no nos lo dice la parábola… nos indica que hay un mínimo (el de subsistencia para la familia del trabajador) que hay que pagar – si se puede- aunque unos hayan trabajado más que otros, porque todos tienen igual derecho a vivir. Es falso también que sólo haya remuneración por contrato… no nos dice que sea justo cualquier sueldo, cualquier precio. Hay precios que no serían justos pues no permitirían a los trabajadores mantenerse ellos y sus familias en el día. Es decir, como siempre con lo austríaco liberal, usan palabras que suenan bien, que parecen inocuas pero, al hacerlo de forma absoluta, sin marcar o señalizar las lindes del sendero terminan dando pie a justificar aberraciones como que los recién nacidos no son seres humanos (Mises), que las vidas de los niños, ancianos valen menos que las de un médico, arquitecto o bombero (Hayek) o la compraventa de niños, el suicidio, el aborto, el soborno, la calumnia (Rothbard). Ése es el problema, no si los tipos de interés debe fijarlos el banco central o el mercado mismo.
Por supuesto, Sirico nos recalca- contrariamente al postulado de Mises de un mercado puro y sin interferencias y, desde luego sin valores morales- que hay más cosas pues las exigencias morales, la decencia, la prudencia pueden entrar en el postulado económico a la hora de plantear actuaciones que vayan más allá de lo que el mercado por sí sólo haría. En este punto creo que conviene recordar la encíclica citada de Pio XI para comprender qué defiende la Iglesia respecto al salario justo, pues no se pretende que el empresario cuyos productos no logran alcanzar el éxito en el mercado, que no tienen una demanda suficiente como para cubrir sus costes, deba arruinarse pagando a sus empleados más de lo que puede. Eso, el papa no lo indica, al contrario, señala que la obligación moral del empresario de pagar, al menos, el suelo diario para mantener “de forma frugal y morigerada” a su familia para que éste pueda, con una vida lo suficientemente austera, pero digna, ir ahorrando poco a poco para lograr crear un pequeño patrimonio propio para cubrir futuras necesidades o imprevistos; esta obligación moral, nos dice el papa, es sin que implique que el empresario se arruine y se pierda la empresa, que sería pan para hoy y hambre para mañana. La postura de la Iglesia, y el padre Sirico desde luego lo sabe perfectamente, es más correcta que la austríaca liberal.
Donde creo que el padre Sirico se equivoca de nuevo en este capítulo es, hacia el final, cuando nos dice “Si a todo esto añadimos instituciones como los informes de crédito y otras formas de seguimiento de la reputación que fomentan el cumplimiento de las obligaciones y las promesas, podemos ver el potencial de una cultura de la moralidad para surgir del libre mercado de forma natural, sin manipulación”. Creo que es un error tremendo en un sacerdote católico la creencia de que el libre mercado puede hacer surgir la moralidad… por varios motivos. El primero es que la moral remite a la existencia del Bien y éste, por definición viene de Dios. En segundo lugar, el mercado es un máquina- muy, muy eficiente- de producir aquello que es demandado. No entra en si se demanda libros a bajo coste para que muchos niños puedan acceder a la lectura, ni si esos libros han de contarles cuentos de hadas bonitos y con enseñanzas de buena moral o si les cuentan aberraciones y perversiones que dañan su inocencia o les asustan, no entra en si se demandan muchas clínicas abortistas o burdeles donde se ofrece de todo: ellas, ellos, elles, niños, animales o artilugios… simplemente, si se demanda, lo produce y si la demanda es muy alta puede obtenerse altos beneficios del mal. La moralidad no surge del mercado. No puede surgir. Comprometerme a cumplir un contrato de pagar los servicios de una prostituta, de pagar la factura de la clínica abortista, de cumplir el contrato con mercenarios (perdón, hoy en día- con esto de normalizar las cosas malas- “contratistas de defensa”) cuando han cumplido el encargo de quitar de encima a… quien sea, no me hace más moral.
5.- El rico insensato
Cuando leemos las reflexiones del padre Sirico sobre esta parábola hay pocos comentarios que realizar, pero todos se centran en donde pone el foco el sacerdote: la redistribución de la riqueza. Por ejemplo, en cierto momento nos indica que hay un factor práctico en juego y es que la redistribución de la riqueza puede suponer una enorme pérdida de tiempo y recursos porque, al redistribuirla, no se crea riqueza sólo se traslada la riqueza que ya se ha creado, en lugar de aumentar el pastel- sigo citando- sólo se trocea y se reduce la parte de unos para aumentar la de otros. Vale, eso es cierto en cuanto a qué “aporta” el reparto de la riqueza. De la misma forma que en un barco pirata el reparto del botín no lo incrementa, sólo lo distribuye… pero es que la función de repartir el botín, la riqueza creada no es incrementarla, sino, precisamente, repartirla y, a ser posible, de forma lo más justa posible. Sólo faltara que, ahora hubiera que ponerle pegas a pagar un salario a los empleados que han contribuido a la creación de riqueza… porque hacerlo lleva tiempo, recursos y, además, no incrementa la riqueza que ya se ha generado. ¡Es que la redistribución no intenta crear riqueza, intenta repartirla!
Por supuesto, el que parte y reparte se lleva la mejor parte como diríamos en España y ello supone que el reparto puede ser justo o injusto, pero ello no invalida que no haya que tener cuidado o no se le de importancia a la función de redistribución. Y en esa labor de reparto, sea por el capitán pirata, sea por los funcionarios que siguen las leyes de los políticos, puede haber, desde luego, muchos casos de injusticia. Sin embargo, no toda la solución se resuelve “mediante contratos”. Por otro lado, la parábola de lo que nos habla en realidad es que no pongamos nuestra fe en las riquezas y bienes materiales porque, si no hemos “acumulado tesoros en el Cielo”, no nos servirán de nada una vez que nos llamen a la otra vida. Que es lo que le pasa al rico insensato.
Hace bien el padre Sirico, algo más adelante, en advertir que pensemos si cuando acudimos a demandas colectivas- más típicas en EEUU que en España- lo hacemos porque realmente hemos sido perjudicados o por si sacamos algo a rebufo de los que sí lo fueron. Y por ello nos dice algo que Mises, por ejemplo, rechazaría: “Una vez más, hay que tener ante los ojos el fin, el telos”. Eso de tener en cuenta las restricciones morales o que el fin que buscamos haya de ser bueno – y no sólo “útil o apetecible”-, no encaja con el mercado puro y sin interferencias (recordemos que por interferencias Mises no se refiere sólo a las estatales, sino también a las morales). Como señala el padre Sirico, contra Mises y su materialismo, aunque sin citarlo, es la “parábola antimaterialista definitiva”.
Hay otra frase en la que no puedo coincidir con la interpretación del padre Sirico. Nos habla de si Jesús condena la preocupación por tener una jubilación segura, el no ser una carga económica para otros por haberme asegurado una independencia financiera, que diríamos hoy y se responde- con razón- que no, que Jesús no condena eso. Pero acto seguido, y es mi visión contraria, nos dice “Las palabras de Jesús no constituyen una condena de la manipulación injusta, ni de la falta de generosidad…”, veamos, en esa parábola Jesús no dice que el rico haya almacenado el trigo para especular abusivamente sobre el precio por si vienen épocas de necesidad, pero desde luego todos los evangelios muestran que Jesús está en contra de cualquier cosa que sea injusta y, por descontado, siempre nos recuerda que hemos de ser generosos. Evidentemente en esta parábola condena, como dice Sirico, el materialismo del necio… pero si la parábola no condena la manipulación injusta no es porque no se condene en general- sobre todo la parte de “injusta”- sino, simplemente porque no es el tema de la parábola. Por eso no entiendo esta referencia de Sirico, como si pretendiera que pasáramos por delante de que “hay cosas injustas que Jesús no condena”. Supongo que es un error, porque es obvio que el padre Sirico no puede pensar eso.
Tras recordarnos que es buena cosa que un empresario prudente reinvierta parte de los beneficios, retrasando la gratificación inmediata y de esa forma seguir creando riqueza y empleos en el futuro, termina concluyendo que el objetivo de la parábola es resaltarnos la poca importancia que los bienes materiales tienen respecto a lo que de verdad importa. Y son frases hermosas las del padre Sirico.
6.- Los dos deudores
En este capítulo las reflexiones serán, probablemente, más extensas. Hablemos de la deuda, pero de la económica, pues el acto de la redención, como señala el padre Sirico, Dios anula el pecado, la ofensa cometida sobre Él mediante la gracia del sacrificio de Jesús en la Cruz. Sirico nos dice que existe un prejuicio popular contra los acreedores y que se les presenta como ricos ociosos que dañan a los pobres laboriosos pidiéndoles que devuelvan los préstamos. En la parábola, Jesús invierte los términos y el bueno es el acreedor- Dios, claro- que perdona (no la deuda económica de la historia sino, en realidad, algo más importante: el pecado). Y como bien dice Sirico, en ningún caso se dice que la deuda sea injusta, que no haya obligación real y legal de pagarla. Pero una vez dicho todo esto y de manera muy dulce, Sirico se deja caer en la visión liberal austríaca y nos dice: “La legislación de todo tipo- ya sean leyes de quiebra, restricciones a la «usura» o inflación diseñada para aligerar la carga de los deudores- favorece a los que tienen deudas”.
Bien, en primer lugar, sorprende mucho que un sacerdote católico condene la condena a la usura. Y lo peor, pienso, es que lo escribe entre signos como si tal usura no fuera real en sí misma. Él sabe, mejor que yo al menos, que la usura ha sido condenada por el cristianismo de siempre y no solo el cristianismo, los musulmanes y los judíos (entre ellos), también la prohíben. Nuestros escolásticos, por supuesto, también la condenaban, como es lógico. Los liberales austríacos, desde luego no. Es más, algunos ni siquiera considerarían que existe algo llamado “interés abusivo” siempre y cuando el acuerdo no haya tenido violencia física de por medio. Para lo austríaco, por resumir, no existe la usura… el padre Sirico, católico, aceptará con la Iglesia que existe y está condenada, pero como defensor de lo austríaco nos deja caer que son restricciones que favorecen a los que se endeudan. Una lástima. En mi último libro explicaba que la usura no implica que no se puedan cobrar intereses (y no tiene que ver con lo abusivos que sean), pues la Iglesia acepta el cobro de intereses por lucro cesante, por pérdida del poder adquisitivo de la moneda, por riesgo de impago, etc. Y, desgraciadamente, en esta economía de moneda fiduciaria la pérdida de poder adquisitivo, desde luego, se produce. Algo que no sucedía cuando la moneda era el oro, por ejemplo.
Las leyes de quiebra, en las que se fomentan acuerdos entre acreedores y deudores para, aceptando una quita aquellos, puedan, al menos, cobrar algo… son leyes que, en este sentido, pueden favorecer a ambos. ¿Qué es mejor, recuperar algo, aunque no sea todo o nada? Sin embargo, generalmente estas leyes se aplican a los grandes deudores y acreedores, no a los pequeños deudores. La crítica a la ley que permite la inflación (creación de dinero de la nada por parte de banca central y banca comercial) es una crítica que comparto, pero no olvidemos que dicha legislación fue aprobada en connivencia entre “el mercado” (los bancos) y el estado. Claro, los austríacos nos dirán que las empresas cuando miran su propio interés y pueden sacar adelante una legislación que les beneficia son “mercado” hasta que se les pilla con el carrito de los helados. Son mercado, aunque los liberales no quieran verlo, porque son entidades privadas (sus “santos”). Y, en la vida real, generalmente son los bancos quienes conceden los préstamos… y su posición no es la de aceptar quitas de las deudas de pequeños deudores (salvo que la legislación les obligue) y, cuando estos representantes del mercado, prestan el dinero- nuestro, no suyo- a malos deudores que terminan no pagando, entonces terminan llamando al estado para que les rescate (como en la Crisis Financiera Global de 2007-2008).
En vez de proponer, como hacen otras veces, que cada cual asuma su quiebra si corresponde porque “has prestado demasiado a quienes no podían pagarte”, que sería el postulado teórico del liberalismo, lo que hacen es ponerse, siempre, del lado de las empresas prestatarias y exigir que los deudores paguen sí o si. Como esto no funciona así, al final, las empresas del “mercado” usan su poder de negociación, exigen el laissez faire y, por su propio interés, reclaman que la deuda se la paguen otros, el estado al que, hasta ese momento, han querido fuera de sus negocios: fuera regulaciones o más laxas…, dejadnos solitos que, como mercado, somos más eficientes que ninguna otra alternativa y, cuando sale mal, entonces la culpa es del banco central que bajó- como le pedíamos- los tipos de interés y nos dio- como le pedíamos- dinero gratis para prestar a quien nos apeteciera. Había muchas comisiones y bonus en juego.
Siento tener que hacer estas puntualizaciones, pero no son los acreedores los buenos ni son los deudores los malos; los hay en todas las partes, los hay prudentes e imprudentes y, generalmente, lo que hay es una falta de quienes más saben, quienes más prudentes deben ser, de negarse a conseguir la última operación que nos cubra el bonus del año. Hay exceso de codicia, de avaricia y, en este sentido, es indiferente el sistema económico que se use. Es un tema moral, no de libertad de establecimiento de precios o de apertura de empresas. Ofrecer crédito cuando se necesita es una buena labor pues aporta capacidad para generar riqueza que, en general, termina beneficiando a todos, al bien común. No hay nada de malo en sí mismo en ello. El problema no es ése. Y esto mismo lo recalca, con acierto, el padre Sirico.
Luego Sirico nos habla del cobro de intereses como si fuera un problema de la Alta Edad Media, pero como he dicho, no es así, ya el judaísmo lo prohibía- y si el cristianismo lo hace también es porque asumimos todo el Antiguo Testamento y sus enseñanzas, que vemos a la luz de los Evangelios-, aunque el judaísmo lo prohíbe entre judíos pero permite abusar de los gentiles. El cristianismo lo condena independientemente de quien y con quien se practique. Está mal y no se aprueba. Para entendernos, es como si yo prestara un libro a una persona y a la hora de devolvérmelo le exigiera que me tiene que devolver el libro y, por el tiempo pasado, los dos capítulos primeros. El libro no ha perdido “valor adquisitivo” por el paso del tiempo. No se ha visto afectado por nada en cuanto a su poder de mantener la capacidad de lectura. Quizás, incluso, si es un incunable el tiempo haga que su “valor” aumente en vez de disminuir, por lo que yo no he sufrido pérdida alguna por el paso del tiempo. Sin embargo, hoy en día con el dinero de moneda fiduciaria, evidentemente, perdemos poder adquisitivo por el paso del tiempo… pero ese es uno de los motivos que la Iglesia acepta para el cobro de interés- la pérdida del poder adquisitivo.
Las restricciones que pone la legislación a la hora de cobrar la deuda suponen, dice el padre Sirico, un riesgo moral. Y es cierto si las restricciones de la legislación son injustas. Pero el riesgo moral es doble. Por un lado, sabiendo los deudores que si no pueden pagarlo todo pueden llegar a una quita con el acreedor, es posible que pidan más de lo que pueden permitirse pagar. De forma teórica, si alguien pide dinero para un negocio y le sale mal, debería- según los austríacos- jorobarse, quebrar y listo. Resulta que si la legislación favorece la creación de inflación-dinero de la nada, esto hace que las entidades ofrezcan dinero en exceso a cualquiera (y para hacer volumen y cobrar bonus rebajan los requisitos de garantía, pues buscan su “propio interés” los vendedores de crédito), cuando sale mal y no pueden cobrar todos los créditos que concedieron, estos bancos- que por ser entidades privadas son, según los austriacos liberales, “mercado”- solicitan, amenazan y consiguen que les cubran su agujero. Eso si, las comisiones y bonus cobradas por malas ventas durante años y los beneficios, gracias a esa misma legislación, obtenidos en exceso y repartidos a los accionistas… ésos no se devuelven, esos eran “producto de la eficiencia del mercado”. No, la legislación perjudica y favorece a ambos y los austríacos- y los católicos, pues para defender lo siguiente no es necesario ser “liberal”- hacen bien en criticar la mala regulación. Pero no toda regulación es mala. Fue buena cosa que, tras la crisis de 1929 se estableciera la ley (acta) Steagall-Glass por la que se obligaba a separar los negocios de banca comercial, seguros e inversión. Fue una mala regulación (aplaudida por los liberales austríacos pues suponía una “desregulación” del mercado, menores restricciones y trabas al “mercado puro y sin interferencias”) que dicha ley se aboliera.
El riesgo moral no estriba, creo, tanto en el hecho de que se regule en el sistema económico cuanto qué es lo que se regula y cómo se hace. Si tiene en cuenta la ley natural o, para los católicos, la Doctrina Social de la Iglesia las regulaciones serán buenas (aunque sabiendo que, hechas y aplicadas por Hombres, aún habrá problemas). Si se apartan, como ha sucedido, de las mismas y se fomenta la ideología liberal (sea por cualquiera de las dos facetas del mismo), se abrirá la puerta al mal y se hará más daño que bien.
El padre Sirico, respecto a la deuda, hay un momento en que nos señala que las intervenciones “desde fuera” (en el lenguaje liberal es desde el “estado” como epítome de todos los males) son equivalentes a eximir del pago de la deuda por alimentos, zapatos, servicios de fontanería… pero no es esa, desde luego, la causa principal de “endeudamiento” y, por otro lado, los escolásticos, que son Iglesia, desde luego dirían mucho al respecto. Por ejemplo, durante la pandemia el presidente Trump decidió pagar a todo americano 700$ por semana. La intención era ofrecer un ingreso mínimo para que pudieran permitirse poder pagar las facturas de vivir, de subsistir, dado que a muchísimos ciudadanos se les había prohibido trabajar y, con ello no disponían de ingresos para poder comprar comida, por poner un ejemplo. Digamos que la situación de la crisis provocó dicha intervención desde fuera. Por un lado, la obligación de quedarse en casa cuando se estaba evitando evitar muertes por contagio era una obligación venida de fuera por lo que, lógicamente, la solución debía venir, también, de fuera. El problema no es dar esos 700 dólares, sino que se dio a todos, tanto si era más de lo que cobraban trabajando o si no habían dejado de tener ingresos porque seguían trabajando. Debió haberse hecho sólo para los que se habían visto afectados de verdad, no a todos. Porque hay algo que se llama dignidad del ser humano y la obligación moral de permitir a todos que puedan comer que está por encima de si la deuda pública sube.
Y el padre Juan de Mariana estaría de acuerdo pues, aunque siempre se cita como que prohíbe la dilución de la moneda, sin embargo, la autoriza “en caso de guerra o cerco”, es decir, en una crisis (no en cualquier crisis). Es decir, de la misma forma que se podía haber establecido una moratoria en el pago de deudas, también se puede generar inflación, dinero de la nada, para que todos puedan adquirir los bienes básicos en una situación puntual de crisis y, para evitar que los precios se disparen por efecto de esa inflación, es lícito también, desde la Iglesia no desde el liberalismo austríaco, el establecer precios máximos de los bienes. ¿Qué eso generará “ineficiencias en el mercado”? Desde luego y mercado negro… pero quien lo haga sabrá que está yendo en contra del bien común establecido para que todos puedan vivir… no enriquecerse. Si en la crisis financiera global de 2007-08 en vez de dar dinero público a la banca directamente se hubiera dado ese mismo dinero a las familias para pagar, cancelar o reducir fuertemente sus hipotecas, el efecto hubiera sido muy diferente, porque las familias se habrían visto menos endeudadas- incluso liberadas- los bancos habrían recibido una fuerte inyección de dinero para reducir sus balances y los beneficiados hubieran sido muchísimos más. Pero no se hizo así.
La postura liberal hubiera sido: no inyectar dinero a nadie, no obligar a la gente a quedarse en casa aunque eso hubiera supuesto muchos más contagios y, con ello, muchos más muertos, por no tener que crear dinero nuevo (que empresas del “mercado” como la banca están creando continuamente) para dejar que la gente coma. Es como si nuestro hijo estuviera jugando al borde del precipicio y no hace caso a nuestro “no juegues ahí que te vas a caer” y, cuando está a punto de caerse, mientras los demás iríamos a recogerle y salvarle (intervención externa), los liberales dijeran: le hemos avisado, ahora que se fastidie y se caiga al precipicio. Eso no tiene sentido.
No todas las deudas se contratan de forma “libre y voluntaria” porque, pese a lo que piensen los liberales, una decisión tomada de forma libre y voluntaria no es equivalente a “nadie le apuntó con una pistola”, que es su visión de decisión libre y voluntaria. Saltar al precipicio porque no quieres que te coma un león… no es una decisión libre y voluntaria, es una decisión tomada por la fuerza de la desesperación. En una situación normal, desde luego que toda deuda debe ser pagada, pero no siempre hay una situación normal. De la misma forma que el deudor ha tomado su decisión de endeudarse de forma “libre y voluntaria” según los austriacos liberales, el acreedor acepta, también, la quita cuando sale mal de forma “libre y voluntaria” (no hay pistolas de por medio). Pero no, en este caso…los liberales nos dicen que eso es injusto. Este es el problema con los liberales, ven la paja en el ojo del deudor y no ven la viga en el acreedor.
7.- Los talentos
En este capítulo, el padre Sirico nos comenta que el uso y aprobación de Cristo de la búsqueda de la rentabilidad- aunque sea depositándola en el banco para evitar que el dinero pierda poder adquisitivo al recibir los intereses- constituye un reproche a quien vea una contradicción intrínseca entre el éxito (o la iniciativa empresarial) y la vida cristiana; y hace bien, pues la propia doctrina de la Iglesia así lo confirma, no es un problema ser empresario, el problema es no ser un buen empresario católico, es decir, poner nuestra fe en el dinero en vez de en Dios, mirar a los Hombres como mercancías o como hermanos. No es la función empresarial la que supone contradicción con el cristianismo, sino el alma con que se afronta, por ello, la Iglesia desde, al menos, la encíclica Rerum Novarum de León XIII confirmó lo que hoy se llama Doctrina Social de la Iglesia donde se muestra la complementariedad (o no contradicción) y lo mismo podrían decir nuestros escolásticos de Salamanca.
Nuevamente, y como no podíamos esperar menos de un sacerdote católico, el padre Sirico vuelve a dar más importancia al aspecto moral y, en cuanto puede nos lo recuerda: “Conllevan la responsabilidad de emplearlos de forma que honren al dador, tanto si es conocido como si no, y, en cualquier caso, de forma que sirvan a algún fin superior o telos moral. Esto es cierto tanto a nivel espiritual como material.” Desde luego, en este aspecto el padre Sirico, afortunadamente, se halla muy lejos de la visión de Mises de un mercado/economía sin restricciones morales o de Hayek con su postulado de que los valores morales surgen como una evolución (darwinismo social) o del prologuista, pues la visión de mercado que defienden los austríacos es la de Mises-Hayek-Rothbard.
Nuevamente critica la crítica que desde varios puntos se hace al sistema capitalista (recordemos que la Iglesia, por boca de San Juan Pablo II, considera más acertada la expresión de economía de empresa o economía de mercado, para distanciarse del “capitalismo”) al que califica de “experimento económico más productivo y liberal de la historia de la humanidad” porque tal crítica se hace porque extrae riqueza en lugar de crearla. Es muy oída esta crítica: los pobres son pobres porque los ricos se lo han quitado. Desde luego no es así, muchísimos ricos lo son por su trabajo, su capacidad de innovar y crear “tartas más grandes”, por producir y ofrecer bienes que son demandados por los consumidores sin mediar monopolio o cualquier otra presión, por su capacidad de ahorro y mirar el largo plazo de forma prudente (e invertir, con valor, cuando llega el momento), etc. Es decir, muchos ricos lo son porque se lo han ganado sin robárselo a nadie, es más, posiblemente muchos hayan contribuido a dar un trabajo digno a muchísimas personas que no tienen la capacidad o el valor de afrontar por sí mismos una visión de emprender… y arriesgarse a quebrar.
Sin embargo, de la misma forma que la crítica que el padre Sirico regaña es injusta, también lo es que toda crítica al capitalismo esté basada en esa queja. La Iglesia, que promueve que los empresarios sean buenos cristianos y anima a los obreros a cumplir cristianamente en su trabajo, no hace esa crítica al capitalismo. Lo que se critica no es si el sistema es muy eficiente o no (lo es, terriblemente), no se critica que la labor de emprender logre hacer más grande la tarta de bienes materiales… lo que se critica es otra cosa: la injusticia en la que el sistema puede caer sobre la parte más débil si los beneficios no se distribuyen de forma justa (el salario justo que permite a un obrero mantener a su familia de forma frugal y morigerada, por ejemplo), las condiciones del trabajo, el mirar por el bien común (que, al contrario de lo que piensan los liberales, NO es la suma de los intereses particulares), es decir, lo que se critica es la aplicación práctica del materialismo ateo que no ve al Hombre con la dignidad que le corresponde y simplemente lo ve como un medio para un fin (utilitarismo) y no a un hermano. El padre Sirico lo sabe seguro. El sistema de mercado es un sistema muy eficiente a la hora de producir bienes y servicios y, con la ayuda de las máquinas, de los sistemas modernos de comunicación (que dentro de cien años serán algo troglodita, por mucho que hoy nos ufanemos de haber inventado – de nuevo- la rueda y nos olvidemos de los progresos científicos y técnicos de toda la Historia y no sólo desde 1800, como hacen los liberales), la productividad del sistema es cada vez mayor. Esto no es malo en sí mismo, pero sin embargo mientras unos propugnan que nadie se meta en medio, otros- la Iglesia, por ejemplo- indica que es bueno que haya algún tipo de normas y regulaciones para que el bien moral (el telos que nos decía el padre Sirico) y el bien común prevalezcan. Sirico, como católico, estará – o debiera estar- de acuerdo con ello; Mises, Hayek o Rothbard, por ejemplo, no lo están. De nuevo una vez más, ¿qué capitalismo aprueba la Iglesia, el que tiene trabas y requisitos morales, aunque impidan producir un millón más de películas pornográficas (o cualquier otro bien o servicio no precisamente moralmente aceptable) de Mises o es ése, precisamente, el que condena? Desde luego es condenado el modelo de capitalismo austríaco liberal de Mises y demás. El modelo aprobado es aquel que tiene a la Doctrina Social de la Iglesia o, como mínimo la ley natural, por su centro, es decir, aquel sistema que tiene en cuenta la dignidad del Hombre en cuanto hijo de Dios y hermano de sus semejantes.
En la página 98 hay unas hermosas frases sobre la labor del empresario y los riesgos que asume con confianza, con esperanza en lograr un futuro mejor. Sin embargo, Sirico lo equipara con el término especulación que, etimológicamente, ese “ver lejos” es correcto. Sin embargo, luego se pregunta, en modo de queja, por qué muchos empresarios son vistos como explotadores, egoístas y otras lindezas. No creo que sea adecuado el cerrar el párrafo anterior con la esencia etimológica de especulación para, acto seguido, criticar, digamos a los que tachan de “odiosos especuladores” a los empresarios en búsqueda de un interés egoísta. Porque en este caso, el uso de la palabra especulación ya no tiene que ver con su etimología exacta sino con la del uso común que ve, con razón, en la especulación no el “mirar a lo lejos”, sino el aprovecharse de posiciones de ventaja para obtener un beneficio a costa de la desgracia de muchos. Y al igual que Sirico reconoce que no todos los empresarios son así, también sabe- lo indica- que, algunos, sí lo son… y es a esos a los que se hace tal crítica… que es injusta cuando se aplica a los empresarios que se comportan bien. Esa labor empresarial, Sirico nos recalca que debe servir a los demás. Entendamos esto, no está hablando de servirnos o aprovecharnos o abusar de los demás; estamos hablando de servicio.
Ese servicio no es simplemente ofrecer unos productos aceptables por el público, en condiciones de calidad y precio que el público acepta y decide adquirir… sino que tiene implicaciones morales también. Por ejemplo, devolver la vuelta correcta, por ejemplo, no vender que “asesoramos de forma independiente” y, luego, recomendamos aquellos productos que más bonus nos generan, no engañar… que no es lo mismo que justificarse conque “en la letra pequeña y en idioma enrevesado” se explican los riesgos del producto, ya no es necesario que “yo” lo haga entendible a mi cliente, allá él. Y aquí se confunde Sirico, con perdón, pues nos dice que, si no sirve a los demás, según la propia evaluación de éstos, no será un empresario de éxito. Lamentablemente, Sirico sabe que hay muchos empresarios de éxito y que su labor es más bien aprovecharse o, por decirlo de otra forma, cumplir la letra de la ley comercial pero no el espíritu. El espíritu de servicio al otro ni está ni se le espera. Lo vemos actualmente con las condiciones, sí o sí, de muchas grandes empresas donde gracias a su poder de decisión ejercen un poder de negociación muy superior al que podemos oponer nosotros y, en esos casos, el consumidor se encuentra en la tesitura de no aceptarlas- y quedar fuera, cancelado le dicen ahora- o amoldarse. Los liberales nos dicen que esta presión no es violencia, porque no es física; sin embargo, Sirico, como sacerdote católico sabe que no toda violencia es física.
Posteriormente el padre Sirico escribe sobre la desigualdad y por qué no toda desigualdad es injusta (lo que es cierto), pero como siempre con los liberales parece que todos los males o toda la injusticia sólo puede provenir del estado. Es cierto que el estado, y en especial en nuestros días con estas democracias “liberales” (así lo son, aunque cada uno entienda el liberalismo según el sueño o fantasía que se haya procurado en vez de ver la esencia del mismo) y sus intromisiones excesivas, sus incentivos perversos y demás meteduras de pata. La cuestión no es si el estado se equivoca y meta la pata más de lo que debería… lo hace, vaya que sí. La cuestión es si es la única fuente del mal en el mundo como parecen creer los liberales. Y la respuesta es “no”. Pero para eso deberían conocer la naturaleza del ser humano y no imaginarse mundos perfectos que sólo funcionan en la teoría y se convierten en pesadillas cuando alcanzan la práctica. Critican la arrogancia de un bando, con razón, pero les falta la humildad de la sabiduría que disfrazan como indiferencia o aceptación de cualquier opción como válida.
Sirico nos recuerda el incentivo perverso de la administración Trump cuando, durante la pandemia, dio dinero gratis a todos los estadounidenses. Y es cierto, hacerlo de forma indiscriminada fue un error… pero no el hecho en sí de intervenir en una situación de crisis tan particular como aquella donde muchísima gente no podía abrir sus trabajos y por tanto no podía ingresar dinero mientras las facturas seguían llegando. A menos que los liberales nos digan que hay que aprender a vivir del aire, de momento seguimos teniendo que comer, tener calefacción en casa, comprar pañales, etc. Si te impiden trabajar e ingresar o te dan dinero o te quitan la obligación de pagar por lo que adquieras… porque “vivir” y cuantos más mejor es el mínimo del bien común. La forma de hacerlo debía haber sido distinta, pero moralmente la intervención era lógica e, incluso, obligada. El padre Juan de Mariana daría la razón.
El padre Sirico termina el capítulo recordándonos el gran potencial de una economía libre y virtuosa. Lo de libre los liberales no lo ocultan ni lo callan, lo de virtuosa… ni lo nombran.
8.- El rey que va a la guerra
En este capítulo nos habla del cálculo a la hora de prepararnos ante una eventualidad. En ese cálculo, en esa planificación de lo necesario para afrontar esas eventualidades, una guerra, la construcción de una torre, un proyecto empresarial, la construcción de una autopista…, aunque el objetivo sea el éxito de lo emprendido, éste no es siempre seguro- de hecho, casi nunca- y ese riesgo debe ser tenido en cuenta por lo empresarios. A veces, a la hora de plantearse ese proyecto, la financiación puede venir de recursos propios o ajenos o una mezcla de ambos. En este caso, además del riesgo en sí del proyecto hemos de contar con el riesgo de devolución de esos préstamos que se nos han concedido y la evolución de los tipos de interés si el préstamo lo es a tipo variable.
Dado que los tipos de interés los establece, en general, el banco central y éste, para los liberales, es una gran fuente de distorsión del precio del dinero y genera señales de decisión “erróneas”. Con esto estoy de acuerdo. Pero no al cien por cien. Quiero decir, es verdad que el banco central y su política de tipos de interés es una fuente de señales monetarias de gran potencia, pero no es el único agente que crea dinero de la nada… ni tiene todo el poder a la hora de marcar el precio de mercado de los tipos de interés. Un ejemplo. Generalmente, los préstamos se otorgan en relación al tipo de interés oficial que marca el banco central, y sobre el mismo las entidades financieras establecen un diferencial mínimo que llamamos, por abreviar, Euribor. Ese es el tipo de interés al que se prestan unas a otras- cuando no pueden acceder al banco central o cuando no quieren hacerlo-, pero a los demás, en líneas generales, nos prestan con un diferencial superior respecto al Euribor. Bien, el Euribor por regla general suele estar muy cerquita del nivel oficial del banco central lo que lleva a suponer que es éste quien decide. Pero no es cierto. En Mayo de 2008, el tipo de interés del banco central había comenzado a bajar debido a la crisis financiera global pero, dado que las entidades no se fiaban unas de otras (o no se fiaban de si obtendrían dinero unas al prestárselo a otras cuando las unas lo necesitaran) el Euribor prácticamente no se movió y siguió elevado, con una diferencia respecto al tipo oficial muy superior a lo normal.
Es decir, el banco central distorsiona, pero no siempre las señales que da son seguidas. El otro agente- menos nombrado y menos culpable en teoría- de distorsionar el mercado monetario es el sistema de banca comercial con reserva fraccionaria que, aunque parezca mentira, inyecta más dinero de la nada que el propio banco central… así que, en puridad, el sistema de banca con reserva fraccionaria es más culpable que el banco central de crear inflación. ¿Por qué no se le hace tan culpable? Porque son entidades privadas, son “mercado” y, por ello, para los liberales que piensan que no puede haber mal alguno en el mercado las culpas sólo pueden provenir del banco central.
La mayor parte del capítulo es visto y tratado correctamente por el padre Sirico, abundando en la importancia de la buena planificación, de la importancia de que cada uno pueda decidir lanzarse y arriesgarse al proyecto en el que cree, de los efectos que las distorsiones al “libre mercado” causan en el mismo: descoordinación y despilfarro (aunque, como siempre, las distorsiones sólo son del lado estatal), de la valentía y los riesgos de una empresa familiar, etc. Y concluye, con acierto, que todo esto debería inspirar un mayor respeto por los empresarios por crear riqueza y puestos de trabajo y nos recuerda que hay que evitar los excesivos impuestos y…, entre otras cosas, la expansión del crédito (que, como sabemos, sólo achaca, erróneamente, al banco central).
9.- La casa construida sobre roca
En este capítulo lo recomiendo entero, pues básicamente toda la reflexión del padre Sirico es adecuada. La parábola en sí nos habla de la importancia de construir sobre buenos cimientos. En el campo económico podríamos estar hablando de una buena visión sobre lo que es la economía y a quien debe servir. En este sentido son los escolásticos de Salamanca más que otros economistas los que mejor visión han tenido, hoy incorporada a la Doctrina Social de la Iglesia. Porque su visión, de respetar la dignidad del Hombre para quien el sistema económico ha de ser servidor y no al revés, es la adecuada al mantener las decisiones que se toman en función del beneficio o daño que se causa al bien común y al bien moral del Hombre.
Eso implicará, desde luego, el respeto a la propiedad privada- pero no “irrestricto” como propugnan los austríacos en su obsesión de todo blanco-todo negro-, en el procurar que no se genere inflación mediante la intervención fraudulenta e injusta por el sistema de banca comercial y central, en procurar que los impuestos y trabas burocráticas y administrativas del estado no sean asfixiantes y contribuyan al bien común- aunque ello implique que algunos se vean perjudicados-, en procurar fomentar un entorno social, cultural y educativo donde sea prevalente la ley natural y no tanto el derecho positivo, donde se procure (y se vea bien) que el empresario que pueda permitírselo ofrezca mejores salarios a sus empleados para que, los menos afortunados, puedan también mantener a sus familias de forma frugal y morigerada, en fin, para que el sistema de producción eficiente que es el sistema de economía de empresa tenga su fin el servicio al Hombre y no a sí mismo.
10.- Lección en administración
En este capítulo el padre Sirico nos plantea tres parábolas (aunque las dos primeras son prácticamente la misma) y, curiosamente se centra en la última de ellas (el administrador astuto que le denunciaron al amo por derrochador y fue ajustando con los deudores una quita para que este favor le fuera recompensado cuando el amo le echara de su trabajo).
Pero las otras dos, en las que el amo busca un buen administrador para que reparta el alimento a sus horas, curiosamente no entra en ellas y, sin embargo, me parecen muy interesantes respecto al asunto de la “autoridad” del rey/estado. Evidentemente, en el plano teológico entiendo que ese buen administrador del “alimento” ha de ser la Iglesia como custodia del depósito de la Fe y su proclamación a todos los Hombres, pero en el plano más terrestre, es una declaración también de que el buen administrador goza de la autoridad del Señor. Como decía San Isidoro y antes, creo que también San Agustín, rex eris si recta facies; si non facies, non eris. Rey eres si actúas bien, si no, no eres rey. Es decir, no es problema el que exista una autoridad (lo digo por todos estos que, actualmente, acusan al estado de todos los males en exclusividad y su intención es un sistema anárquico pensando- ilusos- que el “mercado” proveerá), el problema es cómo se ejerce dicha autoridad.
Para entendernos, actualmente los estados tienen una visión muy liberal del mundo: nada ni nadie por encima de su voluntad, que es, en teoría, la voluntad de la mayoría, el consenso o cualquier otra excusa que se les ocurra y así legislan que, por ejemplo, matar al bebé que está creciendo dentro de su madre es un derecho, que es bueno- y así lo legislan- que los médicos en vez de curar al enfermo le procuren la muerte, legislan … cualquier cosa y, por el peso de la mayoría, asumen que la aprobación de una ley la convierte ipso facto en “bien”. Desde luego eso no es así y como católicos sabemos que el Bien es Dios y Su voluntad y lo demás, por definición, es mal. Para los no católicos la cuestión quedaría asumida en la ley natural.
Un estado que administre, que legisle basándose en la ley natural hará leyes legítimas, con autoridad (no sólo legales) y tiene derecho a reclamar su acatamiento. Lo sé, hoy en día hay mucho más de los de “non eris”, pero eso no invalida el argumento. Sirico sí recalca, como es habitual en los austríacos liberales, que muchas veces es el estado quien abusa de la situación y comete injusticia… y es absolutamente cierto. Lo que me gustaría ver en ellos es también la crítica al exceso, al abuso por parte del “mercado” (ah, no, calla… que según ellos- Mises- el mercado primero no tiene que tener restricciones y, en cuanto a abuso de precios -Hayek- no existen los precios injustos).
Cuando el padre Sirico nos habla sobre la confianza en el administrador, sobre la fidelidad del mismo al encargo del dueño nos pone el ejemplo de los directivos con respecto a los accionistas. El problema no está tanto en la raíz material de la gestión (el CEO ha conseguido que sus accionistas ganen dinero) sino en la parte moral de la misma… ¿es igual ganar una gran rentabilidad con una empresa u otra cuando una de ellas produce productos inmorales? ¿Es sólo el beneficio económico lo importante o hay que fijarse en si se logra merced a empleados menores en países del tercer mundo pobremente pagados y con condiciones de trabajo deplorables? Alguien podría decir que si mi empresa cotiza en una economía donde esos miramientos morales no existen, a mí que me de un buen dividendo y estaré contento con el administrador… más o menos lo que le pasó a Escarlata O´Hara cuando contrató a un capataz que ofrecía mano de obra de penados para el aserradero y lo que pensaba, por ejemplo, Ashley Wilkes. A Escarlata sólo le importaba ganar dinero, sin importar cómo. Nuestros escolásticos lo hubieran condenado. Scrooge- y muchos liberales- estarían del lado de Escarlata.
Ese ser buen administrador no tiene sólo la función económica/material… ha de tener en cuenta el aspecto moral. Y sus accionistas, incluso aunque obtengan un beneficio algo menor, también deberían. Pero ello debe permear toda la organización empresarial y, a ser posible, todo el sistema económico. No podemos pretender ser morales los CEO mientras se establecen incentivos perversos dentro de la organización (sí, la empresa privada, no el estado) donde se paguen jugosos bonus por colocar determinados productos financieros, por promover contratos poco entendibles por la persona normal que les da el susto posteriormente cuando descubren la verdad de lo que firmaron… todos tenemos responsabilidad en nuestras decisiones. Pero también la tiene quien para colocar un producto engaña, oculta, tergiversa información que, si la supiera o entendiera correctamente, el cliente no lo hubiera comprado jamás. También hay responsabilidad de “cuidar” de los que no se pueden cuidar solos, como dirían en “Algunos hombres buenos”.
11.- El buen samaritano
En este capítulo el padre Sirico nos reflexiona, bellamente, sobre una de las parábolas más conocidas de Jesús. Como bien dice, la pregunta que hacen a Jesús respecto a ¿quién es mi prójimo?, Sirico nos dice: “Pero esa pregunta también implica sutilmente otra: ¿Quién no es mi prójimo? Es decir, ¿a quién no debo nada?”. Al contrario que Ayn Rand en su obra- no la he leído, salvo el discurso del personaje para justificar su acto de voladura del edificio, pero sí he visto la película con Gary Cooper- que cree que un libertario como el de su novela no debe nada a nadie pues se ha hecho a sí mismo y que no tiene más obligaciones que las que figuren en un contrato, Jesús nos indica (y debería ser una advertencia para los católicos liberales de que ambas visiones no pueden ser compatibles) que sí hay una obligación hacia los demás… aunque no medie contrato de por medio. Esa obligación lo es moral y nos llama a lo más profundo de nuestro ser. Ese tipo de obligaciones (hacer el Bien, ley natural) son de las que Mises no quiere que aparezcan en nada relacionado con la economía… Jesús nos dice lo contrario. Forma parte de nuestro ser humano, de nuestra naturaleza y no podemos dejarla a un lado en ninguna actividad donde participe el Hombre. Es posible que, como he explicado en otras ocasiones y desde luego en el tercer libro, no haya efecto moral respecto a la decisión de tomarnos un BigMac o un Whopper, pero, por supuesto, el resto del tipo de acciones que realiza el Hombre no son, pese a lo que pueda pensar Mises y demás, de ese estilo. Conllevan efectos morales y ahí, la Iglesia tiene mucho y bueno que decir.
Poco después, Sirico nos califica al samaritano como un “hombre de negocios”. No discuto esta suposición: es muy probable que así fuera; sin embargo, sí discuto la obsesión de los liberales, en este caso Sirico, en evidenciar que los comerciantes/empresarios pueden ser buenas personas (y, desde luego que pueden) mientras hacen lo contrario con los relacionados con el “estado”. Lo veremos más adelante. Para justificar que el comercio y la caridad pueden reforzarse mutuamente, Sirico nos dice: “El comercio, una de las formas más comunes de compromiso social, nos acostumbra a tratar a los demás como valiosos, y puede disponernos más fácilmente a conmovernos y emocionarnos por el sufrimiento ajeno”. Creo que en esta frase es conveniente hacer alguna reflexión para evitar mal entendidos. El comercio sólo tiene de compromiso social el cumplimiento del contrato firmado o pactado: pago 20 euros por un libro y el librero está obligado a entregarme ese libro. Pero no va más allá. Eso, desde luego, no implica que el librero deba verme como “valioso” salvo en lo que respecta a “sus” ingresos o comisiones, es decir: utilitarismo que es condenado por la Iglesia (y el padre Sirico lo sabe fijo). Es muy posible que, en una relación de pequeños comerciantes o empresas o autónomos, respecto a sus clientes la relación pueda alcanzar niveles de aprecio extra por encima de la relación de negocio en sí misma, pero en líneas generales ese “valor” del cliente no pasa de esa relación pura y exclusivamente de interés comercial.
En el caso de las grandes corporaciones- pensemos en un banco- la relación es muy diferente… es más que probable que muchos clientes hayan sentido que son usados, no valorados, por la entidad en cuestión. La validez en este caso deja mucho que desear y, desde luego, el compromiso social no pasa del cumplimiento estricto (y a veces ni eso) del contrato firmado. Si alguien opina que esas entidades se conmueven o emocionan por el sufrimiento ajeno- en especial cuando dicho sufrimiento es causado por la entidad en busca de “su propio interés”- debería hacérselo mirar. No es así en absoluto. ¿Existe compromiso social entre las empresas y, digamos, el medio ambiente? Si, claro, pero no precisamente porque la “empresa” lo haya buscado, al revés, suelen ser trabas, costes o, en palabras de Mises y demás, “restricciones” ordenadas por la intervención en el mercado “puro y sin interferencias” que es lo que propugnan.
Es el mismo tipo de crítica que tuve que hacer en el libro respecto a la postura liberal de lo bien y correctamente que se vendieron las preferentes y cómo la culpa, en realidad, no era el banquero senior del banco X sino de la señora María a quien se las colocaron. Parece que no tienen contacto con la realidad de las empresas y se centran en su análisis etéreo e ideal del comportamiento del Hombre, sin valores morales, desde luego, que se dedica (la señora María también, a sus 84 años) a calcular curvas de eficiencia y niveles de utilidad marginal para sus decisiones. “Eso”, lo siento mucho, no es el ser humano.
Por supuesto que un comerciante/empresario/rico puede ser una hermosa persona, puede incluso ser un santo… pero no lo es por ser comerciante u hombre de negocios, lo es porque, por decirlo de la mejor forma ahora que estamos en Semana Santa cuando escribo, porque “vive las bienaventuranzas”. No se trata de que separe su acción económica de su vida interior sino, al revés, como solicita la Doctrina Social de la Iglesia, que su vida interior (ley natural, fe cristiana) ilumine y adapte su vida económica. Y esto se aplica a todo ser humano, tanto si es comerciante como si es funcionario o monarca (rex eris si recta facies…). El samaritano no se porta bien con el herido y robado porque el samaritano sea comerciante, sino, simplemente, porque es buena persona, que es la obligación que tenemos todos. Por esto es decepcionante- y más en un sacerdote- encontrarnos, poco después, con la frase siguiente: “Cada uno de nosotros tiene necesidades, y estar dispuesto a reconocerlas en los demás se llama solidaridad. Nunca sabemos cuándo se pedirá a los demás que hagan lo mismo por nosotros”. Digo que es decepcionante esta última frase porque Jesús no nos pide que hagamos el bien para que los demás también nos lo hagan a nosotros. El samaritano no hace el bien al caído por si algún día él necesitara su ayuda… lo hace, simple y llanamente, porque es buena persona, ve en el caído a un hermano en apuros, le ayuda porque es lo que hay que hacer. Antiguamente diríamos que es lo que hay que hacer como Dios manda.
Por ello, y con toda humildad, creo que el padre Sirico cuando nos dice que los empleados deben cultivar la buena voluntad con los compañeros, jefes incluidos porque la reciprocidad fomenta la solidaridad y el apoyo mutuo. Desde luego si existe reciprocidad (hoy cambio yo mis fechas de vacaciones porque mañana las cambias tú), hay muchas cosas que funcionan mejor que sin ellas… pero ahí sólo hay simple utilitarismo: lo hago porque me interesa, no porque tenga “buena voluntad”, no porque “yo” quiera ayudar. Es la misma sensación que tuve al leer, por ejemplo, a Hobbes o Locke y leer posteriormente a los escolásticos, para unos es suficiente con ser “buenos vecinos”, civilizados. Los otros, que hablan de Dios, piden mucho más, piden ser buenas personas. Algo que Sirico parece que no reconoce al criticar al Estado asistencial como suplantador del samaritano. El estado, precisamente, sólo hace eso, la ayuda material… es, por decirlo de alguna forma, el “buen vecino” siempre que haya reciprocidad (impuestos), no es, jamás, buena persona (de la misma forma que las “empresas” no pueden ser buenas personas… o lo son las personas que la forman- o forman el gobierno- o las empresas y gobierno no serán buenos, aunque puedan ser útiles).
Sin embargo, el papa Francisco a quien cita Sirico en relación a esta parábola y resalta que el papa es partidario de más intervención política que Sirico, sin embargo, en este aspecto en que, nos dice Sirico, el papa señala la “necesidad de un nivel más íntimo y personal de apoyo ante la vulnerabilidad humana”, es el papa quien tiene razón. La caridad no es “dar” cosas… por muy importantes que puedan ser y muy imprescindibles que resulten. La caridad habla del amor, no del contrato. El samaritano no sólo ha dado cosas para ayudar al caído, le ha dado su tiempo, su amor, su preocupación de hermano. Y sin esperar nada a cambio ni porque fuera una “regla de comerciante”. Por supuesto, la obligación moral que todos tenemos de ayudar al prójimo no implica que la podamos descargar en los hombros de los funcionarios- no es ni la primer obligación ni, seguramente, la forma más eficiente (en muchos casos) de hacerlo- pero, al contrario de lo que se desliza en la postura liberal, tampoco significa que el estado, en su obligación de procurar el bien común, no tenga ningún papel que desarrollar. El que haya mucha corrupción en muchos estados y funcionarios no implica que haya de desaparecer el estado de la misma forma que la corrupción que existe en comerciantes y empresarios no supone que todas las empresas deban desaparecer. Son cosas distintas y el mal puede entrar en todos, porque están formados por Hombres.
Todo esto, tras citarnos a Benedicto XVI, lo reconoce también el padre Sirico. El problema es que mientras nos pide que no “politicemos” la parábola asumiendo que el samaritano es una justificación para el estado del bienestar (que no lo es en absoluto), el propio padre cae en el desliz de “politizar” la parábola para el lado contrario, para rechazar el papel justo que el estado tiene en la sociedad (papel que la Iglesia reconoce desde siempre). Insisto en esto porque, en otra parábola siguiente, veremos que mientras nunca se dice claramente que el samaritano sea, efectivamente, un comerciante (y bien podría serlo, nada lo impide), en embargo sí se nos dirá lo contrario de otro personaje.
El padre Sirico critica con razón el que se arguya que la caridad privada es degradante y no sé qué más cosas. Su razonamiento es correcto. La pena es que no critique de igual modo a quien, desde el lado liberal como Mises y otros, critiquen que la caridad (como acción moral) no tenga nada que ver con la economía o con la acción del Hombre y propongan que el mercado “libre y sin interferencias” proveerá. Lo que proveerá, en caso de hacerlo, siempre será la misma ayuda material que cualquier otra institución sin valores morales; nunca proveerá caridad pues ésta está en un plano totalmente distinto.
12.- El hombre rico y Lázaro
En este capítulo el padre Sirico, nuevamente, vuelve a recordarnos que los liberales tienen una visión del mundo de la que, parece, no quieren escaparse ni abrir los ojos a lo que pasa en “el otro lado”. En la parábola anterior, el buen samaritano, sin que se nos indique en la parábola por Jesús, resulta que tenemos que asumir, por la argumentación del padre Sirico, que era un comerciante. Comerciante= bueno. En esta del pobre Lázaro y el rico, sin que se nos indique en ningún momento, el padre Sirico nos dice lo siguiente (pese a que él mismo reconoce que no se indica nada al respecto, pero insiste): “Tal vez incluso ocupaba algún cargo político”. Al igual que en la parábola anterior, no hay problema en asumir que el samaritano era comerciante o que este rico despilfarrador y despreocupado por la suerte de Lázaro fuera funcionario, político o miembro del “estado”. Nada impide que lo sea. Lo que quiero resaltar es cómo sesgamos hacia donde interesa a los liberales, simplemente porque sí. El razonamiento de que muchos ricos de la antigüedad lo eran por tener contactos con el estado y no por el comercio, o que éste vestía de lino y púrpura que era muy cara y difícil de conseguir, es muy endeble… pues ello no impide que hubiera comerciantes muy, muy ricos (los había) que pudieran permitirse esos lujos. Sin embargo, el sesgo es, en este caso: Empleado público, estado, funcionario = malo.
Este tipo de cosas son las que decepcionan al leer un libro que, por otra parte, tiene razonamientos hermosos y resalta en todas las reflexiones sobre las parábolas lo que Mises calificaría de paparruchas: la obligación moral, el Bien. Incluso nos cita a un teólogo de la, infausta, teología de la liberación (infiltración comunista en la Iglesia) a sabiendas de que la misma está no en la comunión con la Iglesia de Cristo sino en la excusa para la URSS de infiltrarse en la “opción preferencial por los pobres”. Obviamente, esa postura queda descalificada. La cuestión es que mientras razona con verdad que esa postura es politizar la parábola, no se percata de que él mismo lo hace el que el rico sea “estado”. Insisto, puede haberlo sido, de la misma forma que ha podido ser un rico comerciante sin escrúpulos… ¿o es que para los liberales esto no puede ser?
Termina el capítulo con un párrafo en el que, tras habernos hablado de la bondad de las riquezas conseguidas mediante “el intercambio voluntario y el espíritu empresarial”, en donde ciertamente no hay nada malo en enriquecerse gracias a ser honrado con los clientes, proveedores, empleados, etc., pero donde también hemos de saber (al contrario de lo que parece mostrar la postura liberal) que no toda riqueza lograda en el entorno del mercado es obtenida de forma justa, pues a veces las fuerzas del mercado mueven leyes e instituciones a su favor en esa búsqueda del “interés propio”; termina el capítulo, decía, con un párrafo que comienza con “En efecto, hay un peligro grave y eterno en ponerse la púrpura y darse un festín mientras otros a nuestro alrededor sufren dolor y hambre. Aunque no haya causa y efecto entre ambas cosas, al comportarnos así estamos cediendo a la tentación de olvidar nuestra propia mortalidad y vulnerabilidad”. Esa frase de “no hay causa y efecto” entre el disfrute del rico y el dolor del pobre es correcta en muchos casos, pero dudo que lo sea siempre. Y no, no estoy defendiendo que la economía sea una suma cero, no estoy defendiendo que la tarta no crezca y que lo que tienen unos de más es porque se lo quitan al otro.
Sin embargo, de la misma forma que asumir que la economía es un juego de suma cero es una falsa generalización, también lo es asumir que la generalización contraria es correcta. Ambas generalizaciones son erróneas. El sistema económico, per se, implica usar la creatividad del Hombre para mejorar las cosas (en concreto en el aspecto material), sea producir más o sea producir mejor lo que ahorra recursos. En ese sentido, toda economía es generadora de riqueza en líneas generales. Un agricultor planta UNA semilla y la naturaleza le da una planta con muchas nuevas semillas para plantar y procesar. La economía es generadora de riqueza o eficiencia de recursos. No es un juego de suma cero y quien así lo postule se equivoca.
Pero sí es cierto que, en ocasiones, dado que el Hombre es como es, sí hay situaciones donde unos se enriquecen a costa de otros. Desde luego nos dirán que eso sucede en el estado (y en gran parte se les puede dar la razón… pero no en todo), pero desde luego, también, nunca nos dirán que eso ocurre en el ámbito privado al que califican de “mercado” y que parece estar dotado de infalibilidad e inmaculada presencia eterna. Si hay fallos, nunca son “del mercado” sino por culpa de otros (preferiblemente el estado o asociados con él). Me recuerdan a los comunistas que cuando se les dice los frutos del comunismo dicen “no se ha aplicado bien” (el problema no es el comunismo sino “los otros”) o con los intelectuales republicanos españoles como Ortega y Gassett o Marañón cuando, al ver lo que sucedía, decían “no es eso, no es eso”. ¿Cree alguien que el asesor financiero del banco que colocó un producto estructurado por el cual él cobraba un bonus y su cliente recibía las pérdidas sobre su capital de las que nadie le había advertido o que, si lo hicieron, fue restándole importancia al suceso, … cree alguien que uno no se ha enriquecido a costa de la pérdida de otro? Eso pasa muy a menudo. No es un juego de suma cero, pero también hay casos en los que uno pierde por culpa de otro que se enriquece. De la misma forma que en países del tercer mundo, por ejemplo, algunas empresas de consultoría occidentales mediante presión diplomática/militar, soborno o chantaje o calumnia (estas tres últimas defendidas por un liberal austríaco como Rothbard, por cierto), logran “acuerdos” por el que dicho país pagará jugosas comisiones o privatizará recursos que antes eran de todos los ciudadanos y, en muchos casos, “aceptarán” el endeudamiento. No… no siempre todo rico tiene la culpa de la pobreza de cada Lázaro y sólo le corresponde la obligación moral de ayudarle como hermano. Pero a veces sí hay culpa.
13.- El hijo pródigo
En este capítulo el padre Sirico reflexiona bellamente sobre la parábola, quizás, más famosa de Jesús. Nos resalta nuevamente, al contrario de Mises, la importancia de los valores morales y en la página 162 nos muestra que, para algunos (los liberales, por ejemplo), la definición misma de la libertad es “sin límites”. Dado que esta libertad sin límites se pone en relación con la postura del hijo pródigo en su despilfarro y libertinaje, es de suponer que Sirico la vea negativamente y que, como sacerdote católico, entienda que la libertad- tal y como sabía Aristóteles- es una facultad de la razón para ayudarnos a cumplir nuestra naturaleza que es buscar el bien y evitar el mal, es decir, la libertad es una facultad para ayudarnos a hacer el bien; no el mal. Y, desde luego, no es nada parecido a “sin límites” o “sin coacción”.
En cualquier caso, las reflexiones del padre Sirico sobre esta parábola son entrañables y muy merecedoras de releerse. Y os lo recomiendo.
14.- Epílogo
En este capítulo final, el padre Sirico desarrolla unas reflexiones generales sobre el ámbito económico y cómo entenderlo a los ojos de un creyente. Algunas de ellas no suponen ningún problema, como la justicia de la propiedad privada pese a que la Creación es patrimonio común. Otras pueden demandar alguna profundidad aún mayor y merecen dedicarles tiempo, pero en todas se subraya la importancia del desapego de las riquezas. Lo que no implica que debamos buscar el ser pobres materialmente, sino que seamos pobres de espíritu, que sepamos que nuestro verdadero tesoro no se encuentra en los bienes materiales ni en el atesorar aquí en esta vida. Esa importancia de la norma moral subrayada y resaltada una y otra vez a lo largo del libro es, posiblemente, la mayor diferencia con la visión materialista que subyace en la “ciencia” económica de Mises y otros liberales. Eso, por sí solo, debería hacer pensar a muchos católicos que se llaman liberales pues, recordemos, no podemos servir a dos señores: o servimos a Cristo o al liberalismo. Como indico muchas veces (casi es ya un mantra) “hay que defender la libertad, no el liberalismo”. Porque, aunque parezca que son lo mismo, las definiciones de lo que es la libertad para cada uno es muy diferente, de ahí que los resultados lo sean… y no son a favor del liberalismo, por cierto.
Sin embargo, en este epílogo también se insiste en la visión de achacar a la Iglesia algo que la Iglesia misma no postula (recordemos cuando en Centesimus Annus San Juan Pablo II nos
recuerda que la Iglesia no se dedica a propugnar un modelo económico o a dictaminar si la ley de oferta y demanda es cierta o no), por ejemplo cuando el padre Sirico nos dice: “Para que la Iglesia sea capaz de enfrentarse a los desafíos morales que surgen en un mundo en el que la gente es más rica que nunca, tendrá que reconocer lo inadecuado de sostener una economía basada en la agricultura de subsistencia- o en políticas redistributivas que podrían devolver al mundo a esa pobreza- como la clave del florecimiento humano”. Insisto, no recuerdo que la Iglesia haya pospuesto que el modelo económico totalmente católico sea la agricultura de subsistencia (o proponer esquilmar a las clases medias para dárselo a los pobres… funcionarios y así redistribuir lo que unos pocos generan). La Iglesia recuerda siempre que el mercado, por sí sólo, es una máquina muy eficiente pero sólo en el plano material, no en el moral. Que para que el mercado, como sistema de intercambio libre entre productores y consumidores, sea servidor del Hombre (para quien se supone está hecho), debe tener en cuenta las restricciones morales, para tratar a las personas en base a su dignidad intrínseca que nadie puede conculcar pues nos ha sido conferida en el momento de la concepción. Sirico debería recordar que es Mises quien se arroga el poder de dictaminar quién o quién no es un ser humano (los recién nacidos, para Mises, no lo son) … pues él que propugna un mercado puro y sin interferencias- ni siquiera morales- es quien propugna un sistema que la Iglesia rechaza. No lo rechaza como tal sistema de mercado sino en cuanto no tenga restricciones morales y sea servidor de sí mismo en vez del bien mayor (no sólo material) del Hombre.
Un punto de mayor discrepancia resulta ser el siguiente: “¿Debemos vender todo lo que tenemos?”, pues, y lo siento, el padre Sirico tergiversa profundamente- a mi modo de ver- el significado del pasaje en que el joven rico le pregunta a Jesús qué debe hacer para ser perfecto. Por desgracia, Sirico nos dice que curiosamente, la gente no recuerda la totalidad de lo que dice Jesús, pero, creo humildemente, que es el propio padre Sirico quien tergiversa lo que realmente dice el pasaje. Veamos cómo. Sirico nos dice que, en primer lugar, Jesús le dice que debe dedicarse al comercio. Podéis ver el pasaje (Marcos 10, 17-29) y comprobaréis que eso no se comenta en ningún momento… sin embargo Sirico asume que es a eso a lo que anima al joven cuando le dice que “venda” lo que tiene y se lo de a los pobres en vez de “destruirlo”. Según el padre Sirico, al tener que vender ya está realizando un intercambio de valores y, por tanto, Jesús le ha dicho que se dedique al comercio. Yo, sinceramente, no lo veo así ni por asomo.
Quizás me equivoque, pero dedicarse al comercio implica dedicarse a una profesión donde se compra y se vende, una y otra vez, diferentes bienes o servicios. Lo que Jesús le dice al joven no es que se dedique a hacer eso, no le dice, vende lo que tienes, con lo que obtengas compras otras cosas, las vendes con plusvalía, recompras otras nuevas y así hasta que te llegue la hora de rendir cuentas ante el Altísimo… no le dice eso; le dice lo más lógico para su propósito: vende todo, porque con eso consigues un activo muy líquido y fácilmente repartible entre muchos pobres, se lo das y vente conmigo. El que se dedica al comercio es el que le comprara los muebles de su casa para ponerlos luego a la venta, o el ganado, o… ¿pero el joven? Al joven se le dice que lo haga líquido y se lo de todo a los pobres.
Eso no es decirle que se dedique al comercio. Posiblemente sea esto, el sesgo en la mirada contra el estado, lo que más choca en un libro de por sí hermoso y con reflexiones que no por sabidas no merezcan ser leídas con otras palabras. Y es una pena. El libro es importante sobre todo por trasladar a lectores que, atraídos por la parte económica, quizás haya mucho que no hayan vuelto a escuchar la Palabra de Dios y sólo eso ya es mérito importante. El problema o el riesgo que veo es que muchos puedan asumir, sin filtro, las críticas y el sesgo mercado=bueno, estado=malo, que fluye en toda la obra pues, desde luego, no es la postura de la Iglesia. El riesgo que comulgar con el mensaje liberal y creer que la Iglesia bendice el modelo socioeconómico que propugna el liberalismo cuando, al rascar un poco, se ve que es justo lo contrario pues, como recalca el padre Sirico en todo el libro, hay cosas más allá del mercado, hay valores morales que hay que tener en cuenta y, sin embargo, no parece ver la contradicción de defender la postura de aquellos que dicen que el bien no existe, sólo el interés; que los valores morales no deben tener ningún papel en las relaciones y políticas económicas; que la libertad es lo mismo que no coacción o ausencia de límites…
Por eso he querido escribir estas puntualizaciones o reflexiones sobre las reflexiones del padre Sirico, para que las sutilezas que se mezclan con las palabras hermosas puedan ser entendidas y aclaradas para que nadie caiga en el engaño. Espero que haya resultado útil
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