La crisis que inventaron los medios
@Esteban Hernández
¿De verdad estamos viviendo una crisis tan grave? Porque si no sabemos sus dimensiones reales y si todo el mundo insiste en que sus consecuencias últimas resultan todavía desconocidas, ¿cómo podemos estar seguros de que la crisis es tan catastrófica como nos la están dibujando? ¿No será que los medios de comunicación, en lugar de contarnos lo que ocurre, están creando un escenario ficticio? Así, algunos expertos advierten que la crisis es real sólo en parte y que la insistencia de los medios en resaltar los aspectos negativos han acabado por darla unas dimensiones apocalípticas de las que carece. Y, advierten, al final, lo único que se ha conseguido es asustar a la gente para que no salga de casa, no consuma y no invierta.
Pero no se trata de una actitud nueva. Más al contrario, estamos ante algo recurrente, puesto que vivimos en una sociedad en alarma perpetua, asediada por múltiples amenazas, desde el terrorismo islamista y las armas de destrucción masiva hasta las distintas clases de gripe pasando por el cambio climático. Y esos contextos suelen ser retratados desde las mismas constantes comunicativas. Según avisa el sociólogo Enrique Gil Calvo, autor de El miedo es el mensaje, no se han apreciado grandes diferencias en el tratamiento mediático de las diferentes crisis, ya que “siempre se trata de explotarlas con oportunismo, sean de la naturaleza que fuere: económicas, ambientales, políticas, etc. Para Gil Calvo, el elemento que las une es la voluntad de los periodistas de construir los llamados acontecimientos mediáticos: “se suspende la información y programación habitual y se sustituye por una especie de estado de excepción periodístico, con todo el personal movilizado en cadena, reconvertido en corresponsal de guerra y retransmitiendo en directo unos acontecimientos que se presentan como trascendentales, históricos y cruciales, como si nos jugáramos nuestro orden social en ello”.
Y una vez inmersos en ese modelo, también se repiten sus defectos. En un sentido porque, como señala Luis Arroyo, secretario de la Asociación de Comunicación Política y presidente de Asesores de Comunicación Pública, los medios se han aficionado a utilizar imágenes demasiado catastrofistas. “Esto no es la Gran Depresión, cuando no había protección social de ningún tipo y la gente tenía que rebuscar entre las basuras para poder comer. Y continuamente se está diciendo que es la peor crisis de la historia, que llega la debacle y cosas similares. Y no es así: la crisis es grave, pero no estamos en la miseria absoluta”. En otro orden porque, como subraya Gil Calvo, se están utilizando principalmente aquellos datos que proporcionan los titulares más llamativos. “Como las informaciones son imposibles de contrastar, dada la absoluta incertidumbre existente, se concede licencia para infundir sospechas sobre la posible inminencia de la llegada de lo peor”.
Para el miembro de la Ejecutiva Federal del PSOE, el sociólogo José Andrés Torres Mora, este tipo de estrategias comunicativas forman parte de la lógica del periodismo, que vive “en una cierta premura por sacar informaciones que capten la atención de sus lectores y oyentes, lo que lleva a resaltar con frecuencia los datos más tremendistas”. Y es que, al final, subraya Gil Calvo, los medios no son capaces de salir del corto plazo: “la clase periodística está sometida a la dictadura de la miopía, pues su horizonte se reduce al día de hoy: principio de actualidad, presentismo, etc...”.
Sin embargo, más que ante males exclusivos de la profesión periodística, estamos ante características negativas de nuestra época, impregnando esta dinámica a toda clase de ámbitos. Empezando por el político, “cuyo horizonte se reduce a las próximas elecciones”, y por el empresarial “que sólo tiene en cuenta el actual ejercicio fiscal”. Para Gil Calvo “sólo escapan a este imperativo miope las autoridades reguladoras independientes. Pero para que sus dictámenes sean escuchados y atendidos por empresarios, políticos y periodistas, los reguladores también tienen que recurrir al alarmismo escandaloso o a la incertidumbre oscurantista”.
Sin embargo, si hubiera que destacar a los máximos responsables de esta frecuente alarma comunicativa, esos serían los políticos, en tanto ha sido desde ese entorno desde donde se ha dado mayor crédito a las previsiones catastrofistas. Como señala Luis Arroyo, “si un miembro de la Comisión europea da una rueda de prensa en la que declara que el 40% de los europeos se contagiarán de la gripe A, los medios no tienen más remedio que hacerse eco. No nos engañemos, la capacidad de las instituciones para marcar la agenda es enorme”.
Reproches a los tremendistas
Por eso, Arroyo reprocha a algunos responsables institucionales sus apariciones tremendistas, como fue el caso del Gobernador de Banco de España. “MAFO no tiene que hacer predicciones económicas, porque no es esa la función del Banco de España. Lo que ocurre es que Fernández Ordóñez siempre ha sido así, muy prepotente, creyéndose que sabe más de economía que nadie”.
Y es que quienes están al frente de las instituciones deberían ser más mesurados al expresarse públicamente, sobre todo cuando, como en estos casos, no están dando cuenta de hechos ya acontecidos sino de probabilidades que están por concretarse. El problema, para Torres Mora, es que “hay veces que los políticos pensamos que estamos en un seminario de doctorado y no es así. Tenemos que medir mucho más lo que decimos porque, entre otras cosas, hay gente que no es consciente de que hablamos de hipótesis”. En ese sentido, señala Torres Mora, el ejemplo de las pensiones puede ser revelador. “Hace unos años, la gente pensaba que íbamos a tener un problema muy serio ante la falta de cotizantes a la Seguridad Social. Y sin embargo, poco tiempo después los problemas habían desaparecido gracias a la llegada de los inmigrantes, con el consiguiente aumento de cotizantes”. Es decir, que hay que dar a las previsiones un valor más modesto: “si los modelos teóricos siempre se cumplieran, si las cosas fueran siempre previsibles, todo catedrático de economía sería millonario. Y ninguno de ellos lo es”.
Lo que ocurre, en muchos casos, es que esas previsiones negativas no son inocentes, sino que forman parte de un juego habitual de confrontación política. Así, para Torres Mora, hay elementos objetivos en esta crisis (“que es como el Titanic, hay gente abajo que lo está pasando mal y gente arriba que está bailando el vals”) pero también se da un interés particular a la hora de su comunicación pública, “el de la derecha, que quiere incrementar la percepción de la gravedad de la crisis”. Para Gil Calvo, además, este uso interesado se da siempre, ya estemos ante grandes atentados, catástrofes o pandemias. “Los políticos las explotan como arma en la dialéctica de lucha por el poder, buscando la indignación de sus electores, y los periodistas reutilizan esa dialéctica para escalar la magnitud del escándalo, buscando la indignación de sus lectores o espectadores. Y esto mucho más en España, dado el máximo grado de alineamiento político de nuestros órganos periodísticos”.
Claro que bien podría decirse que una cosa es lo que digan los medios y otra lo que hace la gente. Porque ¿creemos los ciudadanos en tanta alarma o cada vez hacemos menos caso a lo que nos dicen? Para Gil Calvo, es indudable que este estado de excepción comunicativo surte sus efectos. Y es que “la sociedad civil se divide en dos clases, ignorantes crédulos y enterados escépticos. Los primeros siempre se dejan engañar por los segundos, mientras que éstos alardean de no dejarse engañar por nadie”. El problema es que su escepticismo les impide creer a nadie, y por lo tanto no saben nunca qué es lo que puede llegar a pasar. “Y ante la duda, hacen lo mismo que suponen que harán los demás. Y al creer que los demás se comportarán como crédulos, ellos también les imitarán. El resultado es que todos, ignorantes y enterados, se conducen con credulidad, como en la ley de Gresham de la mala moneda que expulsa a la buena”.
http://www.cotizalia.com/cache/2009/05/30/noticias_33_crisis_medios_inventaron.html