Estimados inversores,
Tenemos el gusto de compartir con ustedes la siguiente entrada a nuestro blog en la que Francisco Martorell, inversor de Cobas AM, nos habla de porqué no existen fórmulas mágicas a la hora de invertir, y porqué deberíamos desconfiar si alguien nos ofreciese la oportunidad de hacernos ricos de forma fácil y rápida.
A veces se nos presenta la disyuntiva de la rentabilidad obtenida de una forma u otra de un modo que yo no considero óptimo: ¿porqué yo no voy a ganar más comprando unos pocos valores directamente en el mercado que invirtiendo a través de un fondo, si en el primer caso me ahorro las comisiones de gestión y depósito?
Aquí, una vez más, procede diferenciar entre: ¿soy mejor elector de valores (stock picker) que el mejor de los gestores disponibles?, después de todos los gastos e impuestos, ¿qué ahorro real tengo invirtiendo directamente?
Vayamos por partes. Creo que la discusión en cuanto a la rentabilidad se clarifica si se descompone del siguiente modo:
1.- ¿Voy a ser capaz de batir sistemáticamente a mi índice de referencia, dividendos incluidos, y una vez deducidos todos los gastos e impuestos?
2.- ¿Hay algún gestor disponible que vaya a batir sistemáticamente a mi índice de referencia, también después de todos los gastos e impuestos?
Es decir, la elección de la forma de inversión -directa o indirecta- debe tener en cuenta mi capacidad y la del mejor gestor disponible.
Respondiendo al primer punto. ¿Qué me hace pensar que voy a ser más listo que el mercado en su conjunto, y de forma sistemática? No digo que no sea posible, pero piense un momento en aquel famoso ejemplo -real- en que la mayoría de los conductores pensaban que conducían mejor que la media. Lo cual es imposible, evidentemente. El mercado recoge el conjunto de las decisiones de compra y venta de todos los participantes. Y no es fácil batirlo, y menos a largo plazo.
Segundo punto. Existe una forma de invertir conocida como value investing que ha demostrado que se puede batir al mercado de forma sistemática. Uno puede intentar aplicarla por su cuenta. No es imposible, pero es difícil, y exige mucho trabajo, experiencia, conocimientos y especialmente una fuerte capacidad de resistencia e independencia de criterio: hay que ir a menudo contra el consenso del mercado. Y si uno no es capaz de tener un análisis propio de la suficiente calidad y unos conocimientos contables suficientes, el estropicio puede ser considerable.
Por otro lado, existen ventajas en coste de la inversión colectiva. No todo son desventajas como las comisiones. Al tener mayor volumen de operaciones, se obtienen mejores tarifas en los brokers. Además, el diferimiento fiscal -retrasar el pago de los impuestos- es una ventaja muy grande (ver Anexo al final sobre los impuestos y la rentabilidad). También lo es la posibilidad de traspasar entre fondos.
Una ventaja adicional de la inversión colectiva es que, con una inversión modesta se alcanza una gran diversificación de forma natural. Imagine que sólo puede invertir 1.000 euros. Parece más prudente y lógico canalizar la inversión a través de un fondo de inversión o un plan de pensiones.
Otro motivo para preferir la inversión colectiva, desde el punto del value investing, es que Warren Buffett recomienda sólo invertir cuando llega la oportunidad. Imagine que acaba de heredar un millón de euros. ¿Qué haría? Bueno, seguramente, lo primero sería pagar deudas, cambiar el coche tal vez, arreglar su casa y hacer un viaje de ensueño. Si le queda dinero, como espero, ¿cómo invertirlo de forma óptima? No hay respuesta a eso. Recordemos que óptimo significa inmejorable. En lugar de buscar un óptimo, a menudo lo más recomendable es conformarse con ser prudente y evitar los mayores riesgos. Al fin y al cabo, el futuro no está escrito.
DCA
Una forma racional y bastante testada de invertir es el sistema conocido en inglés como DCA (dollar cost averaging). Simplemente, consiste en invertir periódicamente importes monetarios constantes. De este modo, las fluctuaciones del mercado juegan a nuestro favor permitiéndonos comprar más (acciones, por ejemplo) cuando el mercado está en mínimos y comprar menos cuando el mercado está en máximos. Así, se rebaja el coste medio y, por tanto, se añade rentabilidad.
Otra ventaja de invertir sistemáticamente es que automatizamos el proceso. De este modo, está menos influido por nuestra psicología. A menudo ésta nos juega malas pasadas. Por ejemplo, somos conscientes de que es fundamental comprar barato; ello nos puede llevar fácilmente a la idea -casi siempre equivocada- de que es factible comprar en mínimos. Y los mínimos casi siempre se manifiestan cuando ya han pasado. Así, podríamos estar demorando el momento de compra confiando en poder comprar en el momento óptimo, cosa bastante difícil. No hay que buscar el momento óptimo, eso suele ser una quimera. Cuando el precio es correcto, hay que comprar. A lo mejor luego baja más, o tal vez no. No lo podemos saber a priori, pero existe el riesgo de no invertir en busca del momento óptimo, y ése es un coste de oportunidad demasiado grande.
También me gustaría hacer hincapié en que el inversor debe estar centrado en su proceso de inversión, no en los resultados. Esto es, en lo que podemos controlar, no en lo que no podemos controlar.
Volviendo al DCA, vamos a poner un pequeño ejemplo numérico para ilustrar su bondad. Imaginemos que invertimos 1.000 euros al mes comprando acciones de la empresa A y tenemos el proceso automatizado. En la primera fecha de compra, las acciones de A cotizan a 5 euros cada una. Compramos, pues, 200 acciones. Pasado un mes, supongamos que la acción cotiza a 10 euros. Compraremos, por tanto, 100 acciones. En conjunto, hemos comprado 300 acciones que nos han costado 2.000 euros. El precio medio resultante es de 2.000 / 300 = 6,67 euros por acción. Este precio está más cerca del mínimo (5) que del máximo (10). Hemos conseguido nuestro objetivo, que era comprar barato.
Es más fácil implantar una estrategia DCA sobre fondos que sobre acciones por varios motivos:
Las participaciones de un fondo son divisibles, a diferencia de las acciones. Ello permite una gestión más ajustada de la técnica DCA (si las acciones de nuestro ejemplo anterior cotizan a 30 euros, no vamos a poder invertir exactamente 1.000 euros).
Es más intuitivo. Invirtiendo en acciones, uno podría inventarse una variante: comprar una cantidad igual de acciones cada mes. Esta estrategia no permite la reducción del precio medio de compra que se deriva del DCA.
Finalmente, y aunque esto ya no es así siempre, se pueden programar compras sistemáticas de fondos (o de planes de pensiones) en casi cualquier plataforma. En acciones, no siempre existen las mismas facilidades.
Insistimos en que la automatización de los procesos de inversión es fundamental. Cuantas menos decisiones tomemos, mejor, damos menores oportunidades al error. Esto también es contraintuitivo, ciertamente.
Además, deberíamos acostumbrarnos a no revisar el valor de nuestra cartera muy a menudo. Por varios motivos. Aun con la mejor de las inversiones, casi la mitad de los días nuestro valor desciende. Está comprobado por parte de la psicología experimental que el dolor que nos causa una pérdida sobrepasa en al menos dos veces el placer que obtenemos al constatar una ganancia. Es así, estamos “programados” para evitar las pérdidas y el dolor. ¿Cómo podemos superar nuestra tendencia natural a tomar demasiadas decisiones financieras? El inversor inteligente es el inversor bien informado. Hace sus deberes y, antes de invertir, se convence de la bondad de su inversión a través del estudio de los factores que la determinan. Analiza la acción que va a comprar o estudia atentamente el sistema de inversión del gestor del fondo que piensa suscribir. Periódicamente, por ejemplo, cada tres meses, revisa su posición y lee los informes de sus gestores. Si sigue convencido, puede mantener o incrementar su inversión. Si no lo está, debería plantearse traspasar el fondo en cuestión.
El inversor exitoso rara vez es el que cambia a menudo de vehículo de inversión. En lugar de ello, busca un fondo cuya filosofía: conozca, comprenda y comparta
Invierte a largo plazo, preferentemente mediante aportaciones periódicas iguales. Tiene paciencia y se centra más en el proceso que en los resultados.
Antes hemos mencionado de pasada la importancia de centrarse en el proceso de inversión y no en los resultados. Es lógico poner todo nuestro esfuerzo y atención en lo que podemos controlar, no en lo que no podemos controlar.
Perseguir los resultados nos puede llevar a tomar decisiones equivocadas. Es un poco como comprar porque un activo ha subido. No sabemos si seguirá subiendo, pero quedamos deslumbrados por la subida. Algo parecido pasa con los resultados de un gestor. Para que sean relevantes, deberíamos tomar un plazo de unos cinco años, como mínimo.
Asimismo, a la hora de seleccionar un fondo debemos mirar bien todas las comisiones, así como el TER (total expense ratio).
La primera regla del inversor debería ser no invertir en algo que no se conozca. A menudo se nos tienta con la “promesa” de beneficios rápidos y fáciles. Viene a ser: no hay que preocuparse por nada, usted nos manda el dinero y nosotros nos encargamos de todo. Desde el trading, a los derivados. Desde el Forex a los negocios más oscuros. Insisto, si alguien le ofrece hacerse rico de forma fácil y rápida, desconfíe. Que se lo expliquen todo bien. Si persisten las dudas, más vale abstenerse. Piense que no existen fórmulas mágicas. Si alguien la tuviera, ¿por qué iba a querer compartirla con otras personas?
En este terreno pantanoso en el que estamos entrando debemos empezar por descartar todo lo que pueda oler a fraude: chiringuitos financieros, operaciones no reguladas y opacas.
La inversión en valor requiere principalmente: conocimientos, independencia de criterio y paciencia
Generalmente, no existe el momento óptimo para invertir. Si lo que se busca es el mínimo de mercado, éste se conoce cuando ya ha pasado. Por tanto, el inversor debe invertir cuando el precio es adecuado. Nadie puede saber si bajará o subirá. Existe una conocida paradoja que se da entre los inversores value:
Imaginemos que valoramos una determinada acción, digamos la empresa XXX en 10 euros. A menudo, se recomienda que el margen de seguridad sea al menos del 20%; esto es, en nuestro caso, compraríamos la acción si cotizara a 8 euros o menos. Pues bien, esta acción cotizaba a 9 euros y ahora ha bajado a 8 euros. ¿Debemos comprarla?
La teoría anterior dice que sí -a menos, claro, que tengamos inversiones alternativas mejores-. Compramos, pues un paquete de acciones a 8 euros; digamos, 12.000 euros. Ahora somos los felices propietarios de 12.000 / 8 = 1.500 acciones de la empresa XXX. Recordemos que, según nuestra valoración, dichas acciones valen más: 1.500 x 10 = 15.000 euros.
Tenemos, pues, una plusvalía latente de 3.000 (15.000 – 12.000), siempre y cuando nuestra valoración sea correcta. Ahora pasa un mes y las acciones de XXX cotizan a 6 euros. ¿Qué hacer? Vamos a ilustrar la diferencia entre precio y valor. Nuestras acciones compradas a 8 euros cuestan ahora 1.500 x 6 = 9.000 euros. Parece, pues, que el negocio no nos está saliendo muy bien. Hemos invertido 12.000 euros y ahora mismo el mercado valora nuestro paquete de acciones en 3.000 euros menos. Si ésta es la cartera de un fondo de inversión, debe reflejarlo en su valor liquidativo: el fondo baja.
Ahora bien, lo que el buen inversor en valor tiene que hacer en este evento es recalcular su valoración de la acción XXX. En nuestro ejemplo simplificado, el valor estimado permanece en 10 euros por acción. En consecuencia, y aquí es donde el inversor value se separa más en su comportamiento de la mayoría de los demás inversores, debemos comprar más acciones a 6 euros, ya que están muy baratas.
Por tanto, gastamos otros 12.000 euros para comprar 12.000 / 6 = 2.000 acciones más. Ahora tenemos 1.500 + 2.000 = 3.500 acciones, que nos han costado un total de 24.000 euros, pero que nosotros valoramos en 3.500 x 10 = 35.000 euros, con unas plusvalías estimadas de 11.000 euros (casi el 50% de la inversión total).
Los movimientos a corto plazo del mercado son impredecibles. A largo plazo, sin embargo, precio y valor tienden a converger. Por tanto, si nuestro análisis es correcto, las acciones de la empresa XXX tenderán a su valor de 10 euros. Esto parece un caso ideal, pero es lo que suelen hace los gestores e inversores value. Se concentran en lo importante (su valoración) y no en lo secundario (seguir las cotizaciones día a día). De este modo, como dijo Benjamin Graham, se sirven del mercado y no se convierten en sus servidores. Evidentemente, en todo este proceso, la independencia de criterio es fundamental: confianza en uno mismo, no dejarse llevar por el sentimiento de mercado ni por lo que hacen la mayoría de los inversores.
Hay que tener en cuenta que el mercado a menudo sobrerreacciona a las noticias, buenas o malas. De ahí, las oportunidades de compra -cuando el mercado se asusta- o de venta -cuando está eufórico-. Y esto es algo de lo que el inversor inteligente puede aprovecharse.
Concluiremos con un pequeño apartado dedicado a cómo poner en práctica lo que hemos comentado. Para un inversor no profesional, lo más prudente, y creo que también rentable, es invertir la mayor parte de su patrimonio a través de fondos de inversión y planes de pensiones, debidamente seleccionados. Lo más recomendable es aplicar el DCA durante años -décadas, mejor- y permitir que el interés compuesto haga su labor. Este núcleo inversor se puede complementar con algunas acciones muy escogidas. Cuando la oportunidad esté muy clara, hay que aprovecharla, y se puede ganar mucho dinero así.
Nuestro objetivo como inversor a largo plazo no es sólo ganar mucho dinero, sino también llegar vivo a la meta. Si asumimos un exceso de riesgo deslumbrados por la posibilidad de enormes ganancias podemos despertarnos arruinados.
Anexo 1. Sobre el interés compuesto.
Apenas hemos hablado de él, pero es el motor de las rentabilidades a largo plazo. Existe la regla -aproximada- del 72. Por ejemplo, si nuestra inversión da un 10% anual acumulativo -esto es, se reinvierten todos los beneficios-, en 72/10 = aprox. 7 años hemos duplicado el valor de nuestra inversión. Pero esto no acaba ahí. Ahora empieza lo mejor:
En 7 años doblamos
- En 14 años multiplicamos por 4
- En 21 años multiplicamos por 8
- En 28 años multiplicamos por 16
- En 35 años multiplicamos por 32
Etc.
Vale la pena tener paciencia, porque la recompensa es enorme.
http://www.moneychimp.com/calculator/compound_interest_calculator.htm
La calculadora moneychimp puede ayudar a hacer simulacros de inversión. Úsenla, es muy útil.
Anexo 2. Los impuestos y el interés compuesto.
Ya sabemos que nos conviene que nuestra inversión esté sujeta a los beneficios del interés compuesto. Un factor no menor es el del efecto de los impuestos sobre el rendimiento de una inversión. Hay que intentar minimizar los impuestos y diferirlo, en la medida de lo posible (pagarlos cuanto más tarde, mejor).
Es fácil ver que, por ejemplo, una inversión que rinda un 15% anual y que tribute anualmente, suponiendo un impuesto del 20% sobre las plusvalías, equivale financieramente a otra del 12% que no tribute.
r = i (1-t)
r = 0,15 * (0,8) = 0,12 = 12%
suponiendo otras cifras:
si i = 20% y t = 25%
r será 0,20 * (1,25) = 0,25 = 25%; el efecto impositivo me obliga a obtener un rendimiento bruto del 25% para obtener un rendimiento neto del 20%
Anexo 3. Sobre la diversificación.
Hemos mencionado que la inversión a través de fondos (o planes) proporciona una diversificación bastante considerable. Y hemos comentado que eso es bueno. La diversificación mejora el perfil riesgo-rentabilidad de la mayoría de las carteras de inversión. Como en casi todo en este mundo de la inversión, no hay reglas fijas. Por un lado, la diversificación extrema nos podría llevar a replicar el mercado. En ese caso, lo aconsejable sería comprar el mercado a través de un fondo o ETF de muy bajas comisiones, y de réplica física. Si no es eso lo que buscamos, podemos comprar un conjunto de fondos de inversión.
Como los fondos españoles tienen, por ley, unos límites a la concentración de sus carteras, tienen que comprar diferentes valores. Algunos inversores value de renombre como Charlie Munger han criticado públicamente la diversificación de las inversiones, diciendo que antes que invertir un dólar en su vigésima mejor idea de inversión, prefieren invertirlo en sus cinco primeras ideas de inversión. Esto tiene mucha lógica, en principio. No obstante, la inversión es un ejercicio de probabilidades: creemos que nuestra inversión será exitosa, pero no podemos estar completamente seguros de ello.
Por tanto, intentando minimizar pérdidas, no es descabellado diversificar nuestra cartera. Siempre, por supuesto, intentando que las probabilidades estén a nuestro favor. Como dice el inversor indio americano Mohnish Pabrai, cara: gano mucho; cruz: pierdo poco.
Anexo 4. Sobre los resultados.
Ya sabemos que el resultado de una inversión es cuestión de probabilidades: no hay seguridad, sino convicción. Es decir, no podemos, casi nunca, estar seguros al 100% que una inversión será provechosa. Lo que debemos es hacer todo lo que esté en nuestra mano para que el resultado sea favorable (lo más favorable posible, con la mayor probabilidad posible). En este punto, un poco de formalización puede ayudar a aclarar las ideas. Imaginemos que el resultado de una inversión viene dado por una sencilla función del tipo:
R(I) = a * B + b * P
Donde R(I) sería el resultado de nuestra inversión
B: beneficio esperado
P: pérdida si va mal la inversión (evidentemente, P<0)
a y b: son las respectivas probabilidades subjetivas estimadas para B y para P, respectivamente.
Por construcción: a + b = 1 (trabajamos en tantos por uno, por comodidad)
No vamos a calcular nada con nuestro remedo de fórmula, sino únicamente queremos poner de manifiesto las variables que afectan al rendimiento esperado de una inversión: tan importante como saber cuánto se puede ganar es saber cuánto se puede perder y, además, realizar una estimación honesta de las probabilidades de cada evento. No nos sirve de mucho tener un resultado positivo enorme si la probabilidad de que se suceda es ínfima (por ejemplo, ganar el bote de euromillones). Es lo que se conoce como esperanza matemática de beneficio.
Anexo 5. Una nota talebiana. ¿Qué es preferible: tener razón o tener suerte?
Si la inversión es un juego recurrente, creo que la respuesta correcta es tener razón. Uno puede hacer bien los deberes y aun así no tener suerte y perder dinero. Inversamente, un tonto puede tener una gran suerte y ganar mucho dinero, sin merecerlo. Sin embargo, el tonto no va a poder repetir su éxito; y el inversor inteligente sí va a tener otras oportunidades para ganar dinero -siempre que siga “vivo”, claro. En el largo plazo, el efecto del azar tiende a anularse, no así a corto plazo. Además, el azar, la suerte, no es gestionable y deberíamos concentrarnos en aquello que sí podemos gestionar. De ahí, lo de proceso, proceso, proceso.
Quedamos a su disposición para cualquier consulta en el 900151530 o [email protected].
Un cordial saludo.
Equipo de Relación con Inversores de Cobas Asset Management.