¿Verdad que si vemos salir corriendo de un banco a un individuo con una pistola en una mano y una bolsa de billetes en la otra y se nos ocurre gritar: «¡Al ladrón, al ladrón!», difícilmente podría prosperar una querella por calumnias o ni siquiera una demanda de protección del honor de a 1 la pieza, si luego resultara que un amigo que trabaja en la entidad le había regalado un arma de juguete para que se la llevara a su hijo, junto con el dinero para pagar el internado, justo antes de que saliera el tren?
Por analogía creo que es perfectamente compatible con el respeto a la presunción de inocencia del señor Bárcenas decir que todo indica que este individuo ha robado a manos llenas e instar a autoridades y viandantes a que contribuyan a que no pueda quedarse impunemente con el botín.
Hace casi cuatro años, el 5 de abril de 2009, alegué en esta misma página que el tesorero del PP «andaba como un pato» (porque Correa aseguraba en una grabación haberle entregado «mil millones»), «nadaba como un pato» (porque en la contabilidad intervenida aparecían pagos a «L. Bárcenas», «L. B.» o «Luis el Cabrón») y «sonaba como un pato» (porque tres empleados de la Gürtel le implicaban en trapicheos de regalos y sobres con dinero). La «única explicación alternativa» a que Bárcenas fuera ese pato bien cebado que aparentaba ser era que «desde hace más de una década viniera urdiéndose una conspiración contra él, a base de preconstituir pruebas, en la seguridad de que alguien grabaría a Correa, la policía registraría el piso de Serrano y los empleados serían citados a declarar».
Si entonces ya salía, pues, del banco con una pistola en la mano, el resultado de la comisión rogatoria enviada a Suiza le ha puesto el dinero en la otra. Mientras Bárcenas no acredite de forma documentada un origen lícito para esos 22 millones de euros que llegó a tener en su cuenta y que, según aseguró al Dresdner, sólo constituía «entre el 20 y el 50 por ciento» de su patrimonio, será imposible que nadie me saque de la percepción de que estamos ante el político con más fachada de ladrón de la historia de la democracia.
La cuantía es además tal -casi 4.000 millones de las antiguas pesetas- que es imposible que ese dinero haya salido tan sólo del desvío de parte de las donaciones anónimas o de una derrama en la financiación irregular del PP. Loterías y herencias al margen, la única hipótesis en la que alguien sin actividad profesional, industrial, comercial o financiera conocida puede reunir una cantidad así es organizando «sólo o en compañía de otros» una trama de cobro de comisiones a constructoras y empresas de servicios a cambio de adjudicaciones de obras y contratos públicos. Algo así como lo que hacían los de Convergència con el melómano Rafael del Pino pero a lo bestia.
La dimensión de la fortuna de Bárcenas no sólo avala la veracidad del comentario de Correa sobre lo que le había pagado, sino que al ser esos «mil millones» de pesetas sólo la cuarta parte de lo descubierto y una pequeña porción de lo que asegura tener, hay que comenzar a pensar que no es que Bárcenas fuera parte de la trama Gürtel, sino que los de Gürtel eran parte de la trama Bárcenas. Es decir que Correa y los suyos no eran sino uno de los instrumentos que Bárcenas y otros políticos del PP cercanos a él, con capacidad de decisión o influencia en las adjudicaciones de obras, utilizaban para negociar con los licitantes.
Ahora volveremos al presunto «Luis el ladrón», pero fijémonos antes en las reacciones, sorprendentemente tibias, que el descubrimiento del pastizal suizo ha generado en el partido del que ha sido gerente y tesorero durante 20 años. ¿Verdad que si en el momento en que el fulano irrumpe en la calle, botín en mano, hay alguien que se queda de brazos cruzados con aire risueño, mientras los demás instan a detenerle, pensaremos que tiene sangre de horchata o que le unen lazos de simpatía o incluso connivencia con el atracador? ¿Verdad que si sorprendemos a alguien cuchicheándole a un policía que lo que está ocurriendo tampoco es tan grave llegaremos a la conclusión de que se trata de un cómplice del fugitivo?
Lo lógico es que si te das cuenta de que alguien ha abusado de tu confianza, una vez descubierto el pastel te pongas a la cabeza de la manifestación y seas el que más alto y más claro pidas que pague por sus culpas. Es lo mínimo que puedes hacer para ayudar a reparar el daño que tu falta de vigilancia ha deparado a los demás.
En el PP está ocurriendo exactamente lo contrario. Apenas ha habido nadie que le haya soltado cuatro frescas al tesorero multimillonario, que encima se pasea tan ricamente por la calle -sí, sí tan ricamente- alardeando de haber regularizado su situación fiscal. Por muchísimo menos el PSOE ha llamado «golfo» a Mulas. Es inquietante que las apelaciones a que la Justicia le ajuste las cuentas a Bárcenas no suenen en cambio con la claridad y decibelios que la dimensión del escándalo requiere. Fuentes de inequívoca solvencia me advierten además que hay dirigentes del PP que continúan haciendo gestiones discretas a favor del Creso de la calle Génova ante las instancias pertinentes.
La condescendencia y lenidad con que el partido le trató hace tres años cuando al ser imputado se le permitió acogerse a una «baja temporal» sin siquiera renunciar al escaño de senador, ya me pareció lo suficientemente mosqueante como para plantear una lúgubre pregunta el 11 de abril de 2010: «¿No será que aquí hay mucho más de lo que hasta ahora han descubierto la policía y los jueces y Rajoy necesita que Bárcenas mantenga la boca cerrada de igual modo que -aunque los motivos nunca serán tan execrables- González lo necesitaba respecto a Barrionuevo y Vera?».
Mientras la parte más obvia de ese «mucho más» ya ha aflorado con el fortunón en Suiza, el más sutil y pegajoso de los «motivos» empieza a despuntar en forma de sobresueldos en dinero negro entregados durante años a miembros de la dirección del partido. No tengo la menor duda de que eso es verdad porque las seis fuentes de primer nivel que lo relataron a EL MUNDO -en algunos casos de forma espontánea, en otros a instancias nuestras en trámite de corroboración- cubren la práctica totalidad de las etapas de la historia del PP desde su refundación. Es cierto que aquí no hay un rastro de cadáveres, ventanas rotas o cajas fuertes reventadas. Es un secreto compartido por muchos que deja a todos en manos de uno solo. Bárcenas los tiene pillados.Si nadie habla, él se llevará el secreto de sus minuciosas anotaciones a la tumba, siempre y cuando se le ayude a eludir la trena y a quedarse con la mayor parte de su dineral.
A Bárcenas le basta de momento con seguir dando patadas al balón procesal hacia adelante -un día se dirá que, claro, no le van a meter en la cárcel después de tantos años- mientras mantiene al Gobierno y al partido en vilo, ora con una taimada amenaza, ora con un velado desmentido. Si a mí alguien me pregunta en sede parlamentaria si he cobrado sobresueldos en dinero negro, podré rasgarme las vestiduras y soltarle cuatro coces al antagonista, pero antes diré una sola palabra: «No». ¿Por qué ese monosílabo no le vino a los labios nada menos que al ministro de Hacienda?
Pueden ustedes imaginar de qué lado estarán mis simpatías en cualquier pulso entre Aznar y el grupo Prisa; pero resulta decepcionante, desde el punto de vista del legado de quien ha sido, junto a Suárez, el mejor presidente de la democracia, que el único músculo de la zona antaño ocupada por su bigote que haya movido desde que estalló este escándalo le haya llevado a actuar contra un periódico. ¿No tiene nada que decir el presidente del PP durante las dos terceras partes de la era Bárcenas del inconmensurable géiser de billetes en el que de repente ha aparecido nadando su gerente? ¿Dónde está aquel saludable celo de quien exigía a los cargos públicos del partido e incluso a su compañero de pupitre no sólo ser honrados sino parecerlo?
La reunión del lunes de la Ejecutiva del PP fue todo un oficio de tinieblas, «algo brutal», según coincidieron dos de los asistentes. Nadie parecía fiarse de nadie. Cada uno hacía sus cábalas sobre quién habría cobrado y quién no, quién habría filtrado y quién no. Cuando el veterano presidente de una comunidad autónoma se quejó amargamente de sus dificultades para comprar su primera y única vivienda, todas las miradas confluyeron en un colega mucho más novel de reciente actualidad inmobiliaria. La frase con la que Rajoy cerró su intervención debería pasar a las antologías porque hay veces que el orden de factores sí altera el producto: «Os pido vuestra ayuda para que hechos como éstos no vuelvan a ocurrir, en el supuesto de que hayan ocurrido».
¿Cómo salir de este trance? El encargo encomendado a la nueva tesorera es similar al que le tocó desempeñar a Gallardón en el caso Naseiro. Cuando le presentó unas conclusiones que implicaban cortar cabezas, Aznar le dijo: «Con esto te cargas el partido». Ocurrió lo contrario: aquel acto de limpieza fue la primera piedra -o si se quiere la segunda- del camino hacia La Moncloa. Depurar ahora responsabilidades puede resultar desagradable, pero taparlas sería suicida pues dejaría el futuro del PP en manos de quien ya ha ensuciado su pasado.
La única forma de desarmar a un chantajista es plantarle cara con todas sus consecuencias. Rechazar el vergonzoso pacto que busca Bárcenas y afrontar que diga lo que quiera. No todos los pecados tienen la misma gravedad ni por lo tanto el mismo castigo. El máximo riesgo que en mi opinión existe para Rajoy, si se va con la verdad por delante, es tener que hacer una minicrisis de Gobierno. A cambio el PP demostraría que es capaz de regenerarse y de convertir un problema en una oportunidad.
Siendo importantes las conclusiones a las que llegue la investigación interna, el verdadero baremo para medir el desenlace de este asunto será la suerte procesal de Bárcenas. Muchos recelos de la ciudadanía se disiparían de entrada si en estricta aplicación tanto del artículo 503 1.3 b de la Ley de Enjuiciamiento Criminal como de la doctrina del Constitucional -véase STC 150/2007 de 18 de junio- la Fiscalía pidiera al instructor, tras las correspondientes citación y vistilla, la prisión provisional del tesorero. ¿Acaso no existe riesgo de fuga cuando se ha descubierto que tiene un gran botín fuera de España y que lo ha movido de sitio para impedir su bloqueo? ¿Acaso no estamos ante un ejemplo de libro de quien utiliza su libertad de movimientos para la «obstrucción del normal desarrollo del proceso» y para la «alteración, ocultación o destrucción de las fuentes de prueba» tanto en España como en Suiza? Confiemos en que la nueva actividad del juez Ruz como conferenciante -ya se sabe que en la Audiencia Nacional se puede con todo- no le distraiga de lo que está en juego en este asunto.
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