Me han pedido en los comentarios que cuente batallitas de cuando en el parqué se contrataba de viva voz y había muy pocos especuladores. El 99% de las personas que acudían cada día eran rentistas adinerados que rara vez operaban y que iban a la bolsa a charlar con los amigos.
La falta de especuladores producía ineficiencias aprovechables en el mercado. Se dice que el hambre aguza el ingenio, pero como los asistentes a la bolsa no pasaban hambre, más bien tenían sobrepeso, no solían utilizar el ingenio casi nunca. Eso permitía que los chollos fueran aprovechados por pocos con poco dinero, con lo que había maná para todos.
Voy a contar uno de los chollos que se mantuvo rentable durante muchos de los años 80: los bonos convertibles del Banco de Santander.
La mayor parte de las operaciones brillantes que se hicieron en los mercados españoles durante el siglo XX salieron de la mollera de Don Emilio Botín. Yo me fijaba en todo lo que hacía, ya que no solía fallar casi nunca.
En los años 80 (no recuerdo fechas concretas) empezó una estrategia brillante que consistía en lo siguiente:
La cotización del Santander no debía bajar casi nunca, y cuando se producía una pequeña corrección la recuperaba enseguida. Esto se mantuvo durante años, hasta el punto que yo puse en circulación un lema que decía: “si no sabes que hacer, compra Santander”.
Los bancos tenían una figura en el parqué que se llamaba “el cuidador”. Don Emilio le había dado órdenes al cuidador que, los días que tocaba bajar la cotización del banco, él comprara las acciones necesarias para que el Santander no bajara o lo hiciera con mucha moderación, y a los pocos días tenía que haber recuperado la corrección.
Como las acciones propias en la cartera del banco tenían unos límites, Don Emilio hacía todos los años emisiones de bonos convertibles en acciones viejas del Banco de Santander. Estos bonos se convertían a voluntad del tenedor en acciones viejas dos veces al año, el 17 de abril y el 17 de octubre, con un 10% de descuento. Y a los inversores que acudían a la conversión les daba las acciones viejas que tenía la cartera del banco, y dejaba la cartera del banco limpia para poder seguir comprando acciones todos los días que hiciera falta.
Como el banco subía siempre, las acciones que había dado en el canje con un 10% de descuento, al banco le habían costado más baratas de promedio, con lo cual en esa operación el banco ganaba dinero, además de mantener la cotización y tener contentos a los accionistas y a los bonistas.
Como para un ventajista el comprar los bonos convertibles y esperar 6 meses para la conversión era poco atractivo, me aprovechaba de la falta de espabilados y compraba los bonos en el mercado secundario una semana antes del canje. De esa forma le sacaba alrededor de un 8% libre de gastos dos veces al año. Como las acciones del Santander subían siempre, no había prisa en vender las acciones que me habían adjudicado. Cuando encontraba otro chollo para el que necesitaba el dinero, vendía las acciones del Santander el mismo día que compraba otra cosa.
Pero ahí no terminaba el asunto: como el canje se hacía con acciones viejas, tenían que cotizar en alguna bolsa al precio al que se iban a adjudicar a los bonistas. Como es natural, escogían la Bolsa de Valencia para marcar esa cotización un 10% por debajo de lo que cotizaba el banco en la Bolsa de Madrid. Como podéis imaginar, allí estaba mi orden de compra limitada un 1% por encima de la cotización del canje.
Por ley, cuando se marcaba un cambio, tenían que dar al menos un 20% del volumen a las órdenes que entraban en ese precio, cosa que yo resolvía hinchando la orden para que entrara más volumen. Como los especuladores hacíamos una liquidación semanal con el agente de cambio y bolsa, que el saldo se quedara al descubierto un día no se notaba, ya que en la sesión siguiente se liquidaban las acciones sobrantes. A veces, cuando en la Bolsa de Madrid el Banco de Santander había subido, todavía se podían vender las acciones sobrantes el mismo día y fuera de hora, con un 10% de beneficio, pues en Madrid habían quedado órdenes de compra sin completar.
Todo esto demuestra que, estar a pié de obra en el momento y el lugar adecuados, es igual o más importante que tener los conocimientos adecuados para aprovecharlo.