(Publicado ayer en El Confidencial)
El Banco de España realizará en 2016 una encuesta a 20.000 hogares con el objetivo de “obtener información sobre los conocimientos financieros y la inclusión financiera” de los españoles. Cerca de 30 países coordinados por la OCDE realizarán esta investigación.
La semana pasada una cadena de televisión se adelantó y se lanzó a la calle para preguntar a los ciudadanos. Una de las preguntas que hacían a los transeúntes era si sabían que significaban las siglas T.A.E. (Tasa Anual Equivalente) que aparecían al lado de los porcentajes de productos bancarios. Aunque a muchos les sonaba, nadie de los preguntados lo sabía. Uno decía que se trataba de un impuesto, otro trataba de intuir las siglas, A de Amortización, E de España, decía. La TAE es el tipo de interés que nos sirve para comparar el coste o rendimiento de los productos financieros. Si no somos capaces de comparar, ¿cómo vamos a saber elegir?
Es muy oportuna la encuesta del Banco de España, porque va a mostrar serias deficiencias. Todos debemos tener unos mínimos conocimientos financieros hasta para realizar las operaciones más cotidianas, como el uso de una tarjeta de crédito, sin que se abuse de nosotros por nuestra ignorancia.
Igual que en el resto de sectores, la oferta de productos se adapta a la naturaleza de la demanda. Las entidades financieras saben a grandes rasgos qué conocimientos tienen sus clientes. Por ello, actualmente el tipo de interés medio que cobran por el pago aplazado de sus tarjetas de crédito los 6 mayores bancos españoles (tanto por volumen de activos como por capitalización bursátil) es el 23,87% TAE. El cálculo está realizado utilizando los tipos aplicados por las tarjetas de crédito estándar o clásica que no estén vinculadas a la contratación de otros productos para diferimientos de pago superiores al habitual (cobro a final del mes en curso). La entidad con tipo de interés más bajo cobra el 19,56% TAE y la entidad con el más alto, cobra el 27,24% TAE.
A nadie en su sano juicio y con conocimiento de causa, le interesa endeudarse de una manera habitual pagando esos tipos de interés tan elevados. ¿Por qué lo hacen? Hay tres motivos. El primero es que no leen los documentos, el segundo es que no los entienden y el tercero es que desde las entidades, a quienes preguntan, se les indica de palabra solamente el tipo de interés nominal mensual. En las seis entidades indicadas, los tipos de interés mensuales son cifras redondas y se sitúan entre el 1,5% y el 2%. Muchos clientes intuyen que esos últimos tipos de interés sí son razonables.
Posiblemente se debiera dejar de utilizar la palabra “tasa” y utilizar “tipo” en su lugar para que nadie confunda el concepto TAE con un impuesto y se asemeje a tipo de interés. Probablemente convendría limitar por defecto el tipo de interés anual máximo que se le puede aplicar a los particulares. Un tipo para intereses ordinarios y otro más elevado para intereses de demora. En el hipotético caso que alguien estuviese interesado en un préstamo con un tipo de interés superior, debería obtener el visto bueno previo de alguien (público o privado) con conocimientos y no vinculado con la entidad que lo ofrece. A pesar del progreso pasado, presente y futuro de la regulación del sector, es fundamental mejorar la formación financiera básica de los ciudadanos para que puedan defender sus intereses por sus propios medios.
En el mundo legal o fiscal los ciudadanos tomamos más precauciones y nos informamos mejor que en materia financiera, porque somos perfectamente conscientes que los intereses de la otra parte son los opuestos a los nuestros. Tenemos claro que quien nos demanda o a quien demandamos en un juicio es nuestro contrario. También sabemos que, aunque sea cierto que Hacienda somos todos, cada vez que presentamos un impuesto, los intereses de la Agencia Tributaria están confrontados con los nuestros. Sin embargo, nos fiamos totalmente de la entidad con la que contratamos los productos financieros.
En el caso de las tarjetas de crédito, los bancos dirán con razón que su producto permite a sus clientes diferir pagos si lo consideran conveniente de una manera cómoda y sencilla. No obstante, cuando llegamos al coste aparece el problema. Los intereses son tan elevados que la contratación del producto perjudica a los clientes.
En otros sectores entendemos en qué consiste el precio, sabemos comparar los productos entre sí y con los de la competencia y tenemos criterio propio para seguir o no las recomendaciones de la otra parte. Por ello, en la contratación de productos financieros hay que actuar con más precaución y no debemos pedir consejo a la persona o entidad con la que contratemos, salvo en aspectos en los que no haya conflicto. Si interviene en la contratación es un intermediario y como tal está implicado en la venta de los productos. No se puede ser distribuidor para el fabricante de servicios financieros (propia entidad, emisor tarjeta, gestora de fondos, aseguradora, etc) y asesor del cliente sin conflicto de interés.
El ejemplo de las tarjetas de crédito es sencillo de comprender y se trata de un producto muy conocido por la mayoría.
En productos complejos es más fácil abusar porque la diferencia de conocimiento entre la entidad y el cliente aumenta. Por ello, todos debemos hacernos la siguiente pregunta
¿qué nivel de conocimientos necesito? La respuesta dependerá del tipo de productos financieros que contratemos, del volumen de las operaciones y del esfuerzo, en tiempo y en dinero, que queramos dedicar.
Para ayudar a decidir, voy a indicar cinco niveles. Cada uno debe valorar en cuál cree que debe situarse. Se pueden utilizar los mismos niveles también para determinar los conocimientos legales y fiscales necesarios. Son los siguientes:
1º)
Formación propia. Variará mucho en función de los estudios cursados y de la experiencia acumulada. Es el nivel más adecuado para quienes tienen muchos conocimientos, realizan operaciones sencillas, tengan dilatada experiencia en la contratación de productos financieros o cuyos volúmenes sean reducidos. Se puede mejorar a través de cursos, masters y programas formativos, leyendo libros de finanzas personales e inversión, aprendiendo de los medios económicos tradicionales (prensa, radio o televisión) o secciones económicas de los medios generalistas y en Internet, compartiendo opiniones y experiencias en comunidades o redes sociales financieras. Un buen ejemplo de comunidad financiera es
Rankia.
2º) Preguntar a familiares o amigos. Es un recurso muy útil y gratuito a nuestro alcance. Si no abusamos, al familiar o amigo con mayor conocimiento financiero no le suelen molestar nuestras preguntas. Al contrario, lo más probable es que le guste hablar de estos temas. Además, probablemente también aprenda enseñándonos a nosotros.
3º) Consultar a un experto independiente de manera puntual. Conviene pagar puntualmente a un asesor profesional cuando se empiezan a utilizar nuevos productos financieros. Más importante que el consejo concreto son las explicaciones. Debemos aprender de él para poder valernos por nosotros mismos en el futuro y así ahorrarnos el coste. Este nivel es muy apropiado para quienes tengan una necesidad concreta, como la recepción de una herencia o quieran una segunda opinión de una operación financiera. El informe del experto nos mostrará ventajas e inconvenientes (riesgos) que desconocemos de los productos financieros.
4º) Apoyarse en un experto independiente de manera continua. Es oportuno cuando el volumen de las operaciones es elevado y heterogéneo. También es adecuado si las decisiones no dependen tanto de las características técnicas del producto financiero en sí mismo como del criterio y visión respecto a la evolución futura de un negocio o una inversión. En este caso la selección de un buen profesional es fundamental. Por otro lado, independientemente de su formación y experiencia, se les debe exigir información, compromiso y resultados de manera periódica.
5º) Contratar a una o varias personas con los perfiles necesitados. Este es el nivel que alcanzan las grandes empresas y los particulares con patrimonios más elevados. Todas las compañías del Ibex 35 contratan en nómina profesionales con conocimientos legales, fiscales y financieros de acuerdo con sus necesidades habituales. Adicionalmente, para casos complejos o específicos contratan profesionales externos. Los particulares y familias con patrimonios más elevados, aunque tengan sólidos conocimientos, también se organizan para contar con expertos propios.
Debemos tener en cuenta que es conveniente ir a un nivel superior cuando se comienza a contratar productos financieros nuevos e ir bajando de nivel a medida que aumenta nuestro aprendizaje.
Acabo resaltando que iniciativas como la encuesta que prepara el Banco de España nos ayudarán a progresar. El primer paso es ser conscientes de la necesidad de mejorar. Si todo va bien, llegaremos pronto al desarrollo de otras economías como Estados Unidos o Reino Unido, donde la inmensa mayoría del patrimonio financiero está asesorado por profesionales independientes. Este camino termina en la mejora la calidad de la oferta de productos disponibles y en una mayor satisfacción de los usuarios.