Para invertir con éxito en un mundo incierto no necesitamos complejas estrategias de difícil mantenimiento y ejecución, el famoso principio Keep It Simple (Stupid!) funciona en casi todos los aspectos de la vida y la inversión no es una excepción. Con solo cuatro activos (renta variable, oro, renta fija de largo plazo y renta fija de corto plazo), la Cartera Permanente consigue una seguridad y estabilidad asombrosas, al tiempo que ha demostrado ser muy rentable, con ganancias anualizadas entre un 4,5% y un 5% por encima de la inflación.
Contar siempre con los activos que podamos necesitar
La clave del éxito de la Cartera Permanente es contar siempre con los activos que podamos necesitar algún día. Una vez formada, debemos dejarla funcionar sola y olvidarnos de ella 364 días al año (365 si es bisiesto), confiando en que su seguridad nos protegerá ante cualquier amenaza. Si nuestra cartera no puede proporcionarnos esa confianza, no es una cartera segura.
Quizá pienses que no necesitamos estar preparados con antelación, que es fácil predecir los cambios económicos y reaccionar con rapidez ante cualquier crisis nacional o internacional que pueda ocurrir. Pero cuando los cambios de ciclo o las amenazas parezcan asomar será justamente el momento más caro para comprar los activos necesarios, porque el mercado ya estará pujando por ellos. No importa si se trata de la amenaza de una crisis bancaria, la posibilidad de que un gobierno impague su deuda, una crisis deflacionaria o una inflación desbocada, una vez el mercado es consciente de ello sólamente podremos comprar los activos adecuados pagando un importante sobrecoste y vendiendo otros activos a precios de descuento.
Y si la amenaza finalmente pasa o el cambio de ciclo que todos habíamos anticipado no se cumple, como a menudo ocurre, los activos que compramos a precios inflados se derrumbarán y los que vendimos baratos se encarecerán de nuevo, antes de que podamos hacer el cambio. Incluso aunque estemos dispuestos a asumir este sobrecoste es posible que no pudieramos obtener la protección adecuada a tiempo, al ocurrir los sucesos durante el fin de semana, mientras estamos de vacaciones u ocupados en otros asuntos. O los cambios pueden ir sucediéndose tan lentamente que no los tomemos en serio hasta que sea demasiado tarde.
Por todo ello, únicamente podemos estar relajados y confiados en la seguridad de nuestra cartera si esta está permanente preparada ante los imprevistos y siempre es capaz de obtener ganancias sea cual sea el clima económico. La protección constante puede ser costosa y poco rentable si no se prepara adecuadamente, pero mediante la estrategia utilizada en la Cartera Permanente nos puede proporcionar buenas ganancias en el largo plazo con un coste muy pequeño.
Un activo para cada estado de la economía
En la práctica, no necesitamos preocuparnos por cada pequeño movimiento o cambio de la economía, cada sorpresa o consenso fallido de los analistas, nuestra cartera no tiene por qué subir cada día o incluso cada mes, lo importante es estar siempre preparados para los grandes cambios, los movimientos profundos. Estos movimientos cíclicos pueden ser causados por una suma de factores o por uno solo, llegar de repente o poco a poco, pero al final harán que la economía permanezca en uno de los siguientes cuatro estados, ya sea de forma momentánea o por un periodo prolongado:
1. Prosperidad: Es el estado en el que todos estamos felices, los estándares de vida crecen, las empresas florecen por todas partes y el desempleo baja. Este estado fue el predominante desde principio de los años 80 hasta finales del siglo pasado y el mejor activo para rentabilizarlo siempre es la renta variable (+2400% la RV USA de 1980 a 1999). De hecho, las acciones empiezan a subir cuando los otros estados económicos están (o parecen estar) cerca de su fin y también pueden beneficiarse de los estímulos económicos para salir de una recesión o depresión, de modo que por muy mal que creamos que está la economía la renta variable puede dar muchas alegrías a nuestra cartera (como está ocurriendo desde el año pasado).
2. Inflación: Los precios en general empiezan a subir rápidamente, por un exceso en la oferta de dinero, un encarecimiento creciente de las materias primas que repercute en el resto de la economía o una desconfianza en la divisa. A mitad de la pasada década hubo algunos amagos de inflación y los estímulos económicos de los últimos años también han avivado los temores inflacionistas, pero fue en los años 70 cuando se vivió la mayor crisis inflacionaria. En este estado el activo que con diferencia mejor se comporta es el oro, al ser su principal demanda monetaria y como reserva de valor. De hecho al contrario de lo que muchos sostienen el oro no se limita a mantener el poder adquisitivo, sino que su precio se multiplica cuando crece la demanda del mismo, como hemos visto en la última década (+300% de 2005 a 2012) o sobre todo en los 70 (+1200%).
3. Escasez de dinero (recesión): Cuando la oferta monetaria o su ritmo de crecimiento disminuyen de forma abrupta, generalmente a consecuencia de una política monetaria para frenar la inflación, empeoran las condiciones económicas, dando lugar pérdidas empresariales y aumento del desempleo. En estas condiciones la mayoría de activos pierden valor y únicamente el dinero (o productos equivalentes como la renta fija de corto plazo) se benefician de la subida de tipos de interés. Este estado económico es el peor para la Cartera Permanente (y cualquier otra cartera tradicional), no pudiendo compensar las ganancias del cash las pérdidas del resto de activos, pero lo bueno es que suele ser un periodo breve, que rápidamente da lugar a alguno de los otros tres (la mala noticia es que puede ser cualquiera de ellos).
4. Deflación (depresión): Es el estado contrario a la inflación, pero causado por un empeoramiento prolongado de las condiciones económicas, con quiebras y desempleo masivos y un desplome del consumo. En estas condiciones la mayoría de inversiones no son rentables o seguras, el dinero deja de circular y se atesora en los activos de mayor garantía, como los bonos de máxima calificación crediticia por muy bajos que estén los tipos de interés. Sin embargo, la habitual bajada de los tipos de interés (causada tanto por la demanda de activos seguros como por los intentos de los gobiernos para estimular la economía) hace que el precio de los bonos gubernamentales (AAA) de largo plazo se dispare, pudiéndonos proporcionar unas buenas ganancias en la Cartera Permanente (en un momento además donde el poder adquisitivo es mayor). El ejemplo más claro de este clima económico es la famosa Gran Depresión de los años 30 (tras la cual el precio de las acciones tardó décadas en alcanzar el de 1929), pero en los últimos años (2008-2012) hemos sufrido un amago de depresión en la que los bonos AAA de largo plazo han subido en torno al 70%.
Estos cuatro estados económicos no se dan siempre de forma excluyente, pueden solaparse mientras la economía decide hacia qué dirección va, o frenarse, acelerarse o darse la vuelta tras la sucesión de uno o varios eventos, pero en un periodo determinado siempre habrá un estado predominante. El problema es que mientras vivimos dicho periodo no es posible determinar con seguridad en qué estado nos encontramos, al recibir constantemente señales contradictorias y, aunque llegásemos a estar seguros del mismo, no tenemos forma de saber su duración, su final o qué vendrá después. Es por ello que siempre debemos contar con los cuatro activos que cubran cada uno de los periodos, y que estos puedan ser capaces de compensar las pérdidas de los demás.
La Cartera Permanente es neutral en cuanto a las expectativas sobre el futuro.
No importa lo probable o improbable que pensemos que pueda ser un estado de la economía (prosperidad, inflación, recesión o depresión) porque, en el caso de que erremos el cálculo, si nuestra inversión se basó en dichas expectativas podremos perder mucho dinero. Incluso hacerlo en el momento menos oportuno. Imaginémos por ejemplo una cartera con sobreponderación de renta variable para una persona que se retirara en 1929, o sin ir más lejos en el 2000. Su nivel de vida se vería inevitablemente reducido justo cuando más necesitaba sus ahorros. Pero una cartera típicamente conservadora en la que predominen depósitos y renta fija también puede ser muy perjudicial ante un crecimiento galopante de la inflación, que podría llegar justo cuando dejemos de trabajar (con una pensión de jubilación que, como sabemos, ya no se ajustará más al IPC). Y lo mismo si estamos tan convencidos en el final del dinero fiat que invertimos casi todo en metales, pero no llegamos a ver ese final y tenemos que sobrevivir nuestros últimos días malvendiendo monedas de oro.
El futuro es incierto y por ello nunca debemos especular con el dinero que no podemos permitirnos perder. Y predecir las probabilidades de que la economía vaya o no a estar en un determinado estado e invertir conforme a ello es especular, incluso aunque nuestra intención sea dejar todos los ahorros quietos en el banco. Sin embargo, el hecho de que tengamos un planteamiento neutral ante el futuro no implica que debamos renunciar a que nuestros ahorros crezcan, con tasas superiores a la inflación.
La Cartera Permanente, formada por renta variable, oro, renta fija de corto plazo y renta fija de largo plazo, con rebalanceos periódicos, ha obtenido un rendimiento anualizado de casi el 10% desde 1972 a 2012 para la versión medida en dólares (superando en más de un 5% la tasa de inflación oficial); mientras que la versión europea ha ganado aproximadamente un 6,50% desde 1999 (casi un 4,5% por encima de la inflación oficial). Durante todo ese tiempo, los diferentes activos que la componen sufrieron todo tipo de movimientos, que en el corto plazo pudieron anularse entre sí o sumarse, pero en el medio y largo plazo el crecimiento conjunto fue positivo y estable, con muy pocos años de pérdidas y caídas de un solo dígito.