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Si algo puede salir mal...

La semana pasada me resultó imposible publicar el acostumbrado artículo de opinión sobre los mercados financieros. El motivo es una acumulación de sucesos aleatorios que, sin ninguna explicación, han salpicado mi existencia desde finales de septiembre. Serios problemas relacionados con la salud bucal me han puesto en manos de mi odontólogo de confianza, a doble sesión semanal. Mes y medio comiendo pasta, purés y sopitas. 
 
No contento con ello, el destino decidió complicarme la vida fundiendo, de la noche a la mañana y sin previo aviso, mi ordenador personal. A Dios gracias que en algún momento del pasado adopté la sana costumbre de realizar copias de seguridad en un disco duro externo. Con rapidez hallé una excelente oferta por internet y cuando ya esperaba su entrega, me informaron de que habían sufrido una inoportuna rotura de stock. No quedó otra que reiniciar el proceso, extendiéndose este más tiempo del deseado. Y, cuando todo parecía volver a la normalidad, durante la noche del pasado viernes, la planta baja de mi residencia registró un conato de incendio. Por fortuna, pude solventar la incidencia con el empleo de un extintor, haciendo inútil el rápido auxilio brindado por policía y bomberos. 
 
Es bien cierto que uno puede vivir durante décadas con absoluta normalidad y, en menos de dos semanas, ver como ante sus ojos suceden todo tipo de eventos imprevistos. Si algo puede salir mal, saldrá mal, apostillaría Edward Murphy
 
La Argentina. Me enamoré del país hace más de veinte años cuando recorrí el país durante casi un mes con motivo de mi viaje de luna de miel. Eran los tiempos de Néstor Kirchner y la sociedad argentina ya acumulaba décadas y décadas de inestabilidad política, pobreza económica y fragmentación social. El próximo 10 de diciembre, Javier Milei -candidato por el LLA (La Libertad Avanza)-, asumirá el cargo de presidente de la república Argentina al imponerse, esta pasada madrugada, a su rival y actual ministro de economía, Sergio Massa de UP (Unión por la Patria), por un incuestionable 55,6% a 44,3%.  La victoria se ha producido después de que ambos candidatos accedieran a la segunda vuelta -balotaje le llaman por esas tierras-, tras no haber alcanzado ninguno de los cinco candidatos iniciales el 45% de votos afirmativos que la reforma constitucional de 1994 exige para el nombramiento directo del presidente de la república.    
 
El Pelucas, apelativo por el que el nuevo mandatario es conocido entre partidarios y detractores, se ha definido como ultraliberal y libertario. Está fuera de dudas que, por su propia naturaleza, apoyos recibidos y tipología de liderazgo con el que se identifica, el LLA se sitúa en un extremo del concepto político comúnmente entendido como “derecha”. Si nos limitamos a las promesas defendidas por Javier Milei a lo largo de la campaña electoral, advertiremos que van más allá de lo que calificaríamos como simples reformas. Esto no va de ningún ajuste; en todo caso, algo mucho más parecido a una voladura (des)controlada y generalizada de los pilares económico-sociales sobre los que ha reposado el país desde que iniciara el camino de la democracia. 
 
Es un debate interesante el que el ejemplo argentino nos plantea: por un lado, la incapacidad que exhiben nuestros representantes políticos a la hora de formular valientes propuestas de reforma. Por otro, el tremendo agujero que eso deja para que accedan al poder los clásicos salvadores de la patria, se sitúen en el extremo que se sitúen del arco parlamentario. En el caso argentino es evidente que, al borde de la hiperinflación y con más de un 40% de sus ciudadanos viviendo en niveles de pobreza extrema, es tal la pérdida de esperanza en una vida mejor -o precisamente el deseo persistente de ella- que el cuerpo electoral está dispuesto a arriesgar lo poco que le queda en un experimento social, económico y político de elevado riesgo. La gran pregunta reside en si la elección del camino que han decidido tomar, a falta de mejor alternativa, resultará la decisión acertada o, por el contrario, el país se sumirá en tiempos aún más oscuros. Desde luego si los argentinos han votado por decisiones radicales, no me cabe duda de que van a tener más cucharadas de las que pensaban, comentaba este mediodía un amigo argentino afincado en Barcelona desde hace años.

Entre confirmaciones, matizaciones y rectificaciones, Milei se ha posicionado por la legalización de la venta de armas, también de órganos humanos y contra el aborto. En compañía de su segunda al mando, Victoria Villarruel, cuestionan los crímenes cometidos durante las dictaduras militares (1976-1983), abogando por la puesta en libertad de los condenados por crímenes de lesa humanidad. La propuesta económica, definida como “la ciencia económica del libre mercado”, bebe directamente en las procelosas y puras aguas de la escuela austríaca de los Menger, von Mises, Hayek, Schumpeter o Huerta de Soto. Con la iglesia hemos topado. El propio Milei no ha tenido ningún reparo en proclamar que “filosóficamente, soy un anarquista de mercado” o “considero al estado como un enemigo”. Y es en este sentido en el que el presidente in pectore se propone -en pro de un cambio radical en el crecimiento de la economía argentina-, suprimir el peso argentino por el dólar norteamericano (dolarización), eliminar el banco central de la república, erradicar el desarrollo (asistencia) social además de privatizar tanto la educación como la sanidad. 
 
No seré yo quien se sumerja en debates cuasi teológicos, pero no se me escapa que algunas formulaciones son imposibles de llevar a la práctica pues solo funcionan en un mundo ideal. Es tan así que incluso una parte de los llamados liberales, representados por la escuela económica de Chicago, liderada -entre otros-, por Milton Friedman, argumentan que es el estado quien debe de intervenir en áreas como la educación, la salud o la seguridad social, aunque sea para garantizar a toda la población unos mínimos vitales. Es algo así como lo que en Europa entendemos por justicia social que, de forma contemporánea supone el reparto equitativo de los bienes sociales, asegurando la dignidad de todos los ciudadanos como vía de cohesión social. Y es importante dejar claro que no son solo conceptos etéreos o, como algunos pretenden presentar, valores propios y exclusivos de la izquierda. Díganme si alguien, con dos dedos de frente y con independencia de su ideología, puede estar en contra de elementos como la igualdad de oportunidades de todas las personas para desarrollar su máximo potencial, el libre acceso a servicios básicos (educación, salud, vivienda, empleo) y la solidaridad de la sociedad para superar la pobreza o la exclusión social. Y sí, claro que podemos entrar en el debate sobre la naturaleza y extensión de la cobertura que los entes públicos deben de asumir, ya sea para reducir la carga impositiva o reinvertir dichos impuestos en el mejor interés de todos. Pero de ahí a propugnar un mensaje falsamente libertario, extremadamente individualista y egoísta -o debería de escribir liberticida-, en el que cada uno salva su culo y al cuerno con el prójimo, prescindiendo de cualquier ideal humanista o si usted lo prefiere, cristiano, va un mundo.
 
Nadie sabe el futuro que espera a la Argentina. Personalmente no soy nada optimista porque, coincidiendo con el análisis de los múltiples problemas que asolan al país, estoy convencido que la solución adoptada -la única realmente rupturista-, no va a conducir a nada bueno. El tiempo lo dirá.
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