Querido Lector,
Poca gala hago de mi vida privada.
Eso me da libertad para escribir sin prejuicios, ni condicionantes.
A cambio, os comparto la que ha sido mi lectura obligada,
los días uno de cada mes,
desde hace treinta años.
Nacido con natural impulso,
hacia una caprichosa búsqueda de riqueza,
hallé casualmente salvación,
en este legado de las universales letras,
custodias de mi ambición:
.
Loor de la quietud i vida de la aldea la oda siguiente:
Cuando el Enero helado
me coge en esta sierra,
miro luego el humo idolatrado
de mi santa cabaña, cuyo fuego,
aun de léjos mirado,
me sirve de consuelo y de sagrado.
En estas soledades
vivo contento, alegre y descansado:
no como en las ciudades,
al bullicio sujeto del Estado;
pues no hay mayor desdicha
que á costa de la vida, amar la dicha.
Sin ambición prófana
el cielo me sustenta en esta choza.
Sale aquí la mañana
mensajera del Sol, y es su carroza
tan suave al oído,
que de sola la luz siento el sonido.
¡O santas soledades,
retratos del sagrado paraiso!
no son las vanidades
quien vuestro lustre y majestad deshizo:
vosotras con decoro
hollaís la plata y despreciaís el oro.
Sois alma del deseo,
ser de la vida, vida de la muerte,
adorno del trofeo,
centro del sabio, corazón del fuerte,
y el que una vez os trata
triunfa del vicio y la delicia mata.
¡O albergue soberano,
emulación de cuantos capiteles
el griego y el romano
fundaron, duplicando los Babeles:
vuestra quietud dichosa
es cifra de la mano poderosa.
No hay mácula ninguna
en vuestra monarquía soberana,
ni tiene la fortuna
jurisdicción en vuestra edad anciana.
El que una vez os mira
tierno de amor por vuestro amor suspira.
Fabricio, si eres rico,
mira bien el caudal que aquí poseo;
y luego te suplico
que me digas quién gana en este empleo;
que yo con mi pobreza
soy mas rico que tú con tú riqueza.
¿Tienes muchos criados?
pues no te envidio sin tener ninguno.
¿Tienes muchos ducados?
pues en mi choza no hallarás ni uno,
¿Tienes quietud? Ninguna.
Pues burlome por Dios de tu fortuna!
Cuando tú te levantas
te saluda el común desasosiego;
mas mis quietudes santas
no tienen el bullicio de ese fuego.
Mis arroyos sonoros
mudos me cantan en distintos coros
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . .
Las perlas, los diamantes,
sin esta joya de mayor tesoro,
son riquezas errantes.
Necio es el hombre que idolatra el oro;
que el sosiego del alma
es de esta vida victoriosa palma.
Viva en la corte ufano
el soberbio político muriendo,
y en solio soberano
vivan con él los que le están vendiendo;
que yo sin esta muerte
contento vivo con mi húmilde suerte.
Beba en taza dorada
el príncipe mayor: tenga su mesa
de siervos rodeada;
que yo á quien de esta vanidad no pesa,
bebo en taza de hielo
el líquido cristal de un arroyuelo.
En algodón se acueste,
rodeado de ricas colgaduras,
y su alcázar le preste
seguridad en dóricas figuras;
que yo sin tanto muro
duermo en mi choza mucho más seguro.
Despiértenle á la aurora
lisonjeros amigos y criados,
y tenga de hora en hora
visitas de señores estimados;
que yo con mejor salva recuerdo
cuando me despierta el alba.
Salga en carroza ufano,
por la ciudad haciendo cortesías,
muy á lo soberano;
que yo sin estas necias fantasías,
de espigas coronado,
desde mi carro lisonjeo el prado.
Esta quietud adoro:
esta vida pacífica poseo:
no la riqueza lloro:
la ambición ni la quiero ni deseo;
que en mí las soledades
son las siempre dichosas majestades.
Henríque Gómez (1630)
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