Uno de nuestros queridos vecinos de escalera,
es un anciano gallego.
Cuando nos cruzamos con El,
de manera fortuita en el descansillo,
siempre nos recibe con su mejor sonrisa.
Nunca sabremos si sube o baja,
Nunca sabremos si sale,
o acaba de llegar…
A diferencia del resto de vecinos,
que mantenemos una postura clara,
acerca de nuestras opiniones sobre la vida,
nuestro querido gallego,
nunca tenemos certeza,
ni de lo que piensa, ni a lo que teme.
Se limita a mirarnos risueño,
cómo si supiese lo que pensamos.
Tal vez sean cosas de meigas,
o simplemente sea discreto…
Parece heredar de la mitología griega,
un Don para gobernar los tiempos.
Se pródiga cómo hijo predilecto de la BOLSA.
Diosa de los mercados del Olimpo.
En su ciclo nada sube, ni baja eternamente,
mucho menos aún es posible,
vaticinar el sentido de su marcha.
Por eso es precisamente allí,
donde los mortales terrenales,
nos perdemos a diario.
Intentamos gobernar nuestras vidas,
sincronizarlas con nuestro futuro inmediato.
Nos frustramos si tenemos que retroceder ante las pérdidas,
y nos entusiasmamos excesivamente con las ganancias.
Mientras tanto, olvidamos que el camino ha sido andado.
Necios de nosotros,
insistimos en predecir un final pixelado.
Sómos capaces de vislumbrar,
el divino gris que viste al apóstol,
cómo un verde abermellado.
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La reflexión está en nuestras manos.
Nuestro mestre galego,
nos regala la posibilidad del conocimiento.
La oportunidad de caminar,
siempre dentro del sueño
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