Mi abuela repetía muchas veces: “el que no guarda cuando tiene, no come cuando quiere”.
La última generación se burla de ese tipo de frases y consejos porque les han hecho creer que el Papá Estado siempre colmará todos sus caprichos, incluso los más absurdos. Los políticos viven de traficar con mentiras interesadas que hagan creer a la gente que ellos tienen una varita mágica capaz de multiplicar los recursos. No importa lo infantiles y absurdas que sean sus promesas electorales, la masa enardecida las cree a pies juntillas (cuestionar las promesas imposibles les obligaría a pensar, y, lo que es peor, se verían impelidos a abandonar su cómoda fantasía para acometer las acciones adecuadas que garantizaran el bienestar de su familia).
Los corruptos en el poder le han vendido al pueblo el estado de bienestar, cuando se ve claramente que lo que han conseguido es el bienestar del estado. A la gente le encanta que le digan que cada ciudadano podrá derrochar el triple de recursos que ha producido. Preguntar de dónde van a salir esos recursos se consideraría una impertinencia hacia alguien tan generoso.
Lo políticamente correcto ha sido convenientemente instalado en la programación de la gente, reemplazando eficientemente al sentido común, a la lógica y a las más elementales normas de respeto, justicia y equidad.
Todo esto no podría ocurrir si la gente fuera honesta y tuviera principios. No se puede estafar con el timo de la estampita a una persona honesta. Los corruptos conocen los defectos de la gente y se aprovechan de ellos. No hay otra explicación para que partidos demostradamente corruptos ganen una y otra vez las elecciones.
En España somos los reyes de la picaresca, no en vano la tenemos como género literario. Pero tenemos un problema, si todos somos pícaros ¿a quién vamos a engañar? Pues muy sencillo, a los pícaros tontos.
- A esos pícaros que creen que tienen 100.000 euros garantizados por el Estado en sus depósitos, y que pueden aprovecharse de esa ventaja para sacar mayor rentabilidad en entidades quebradas. Como es natural, no quieren preguntarse de dónde sacará ese dinero el Estado si quiebran un par de entidades, puesto que el Tesoro ahora no dispone de imprenta.
- A esos empresarios que cotizan más de lo que les corresponde, para luego cobrar una buena pensión el resto de su vida (ya veremos cuánto y cuándo cobran).
- A ésos que piden una ambulancia pudiendo ir en su coche o en bus, porque, de todas formas, las ambulancias las paga Rajoy de su bolsillo.
- A ésos que ven normal que las administraciones públicas paguen el triple de lo que valen los servicios que contratan, para que llegue el dinero a toda la caterva de ladrones. Total, no importa, ese dinero no es de nadie.
- Ésos que sacan recetas que no necesitan, para mandar las medicinas a los pobres (pícaros caritativos, pero la caridad bien entendida de un pícaro siempre se realiza con el dinero de los demás).
- Etc., etc.
Esta semana están todos preocupados porque se ha publicado la natalidad en España: la cifra ha sido un niño y un trocito de niño por cada mujer. Esas cifras suponen un desastre para la continuación del esquema Ponzi de la Seguridad Social (la S.S.). Nadie se plantea que las estafas piramidales un día u otro tienen que reventar y que, cuanto más tarden, más gente saldrá perjudicada. Sencillamente van a salto de mata y piensan la forma de fabricar niños de donde sea para cubrir el hueco de pícaros tontos que paguen. Tampoco se paran a pensar que la mitad de esos niños recién fabricados con subvención realizarán el sueño de su vida en la cola del paro. Lo único que hacen los políticos es pensar en soluciones en primer grado, que la mayoría de las veces producen consecuencias nefastas a largo plazo. Lo único que quieren conseguir es que la estafa reviente fuera de su mandato, el resto de consecuencias les tienen sin cuidado.
La solución que buscan para la crisis y la prima de riesgo es la misma de siempre: que los ciudadanos del norte, que son medio tontos, nos paguen las juergas hasta el infinito. Pero no para intentar salir del agujero, sino para seguir despilfarrando como en los mejores tiempos.
Entre los pícaros de la literatura y los de ahora sólo hay una diferencia: los primeros sabían que eran unos sinvergüenzas y los de ahora se creen unos genios. En cambio, el público los adora por igual. Posiblemente, porque es lo que quieren ser cuando sean mayores.
Una fábula que demuestra que las cosas siguen igual, a pesar del paso de los siglos.
El Charlatán
«Si cualquiera de ustedes
Se da por las paredes
O arroja de un tejado,
Y queda, a buen librar, descostillado,
Yo me reiré muy bien: importa un pito,
Como tenga mi bálsamo exquisito.»
Con esta relación un chacharero
Gana mucha opinión y más dinero;
Pues el vulgo, pendiente de sus labios,
Más quiere a un Charlatán que a veinte sabios.
Por esta conveniencia
Los hay el día de hoy en toda ciencia,
Que ocupan, igualmente acreditados,
Cátedras, academias y tablados.
Prueba de esta verdad será un famoso
Doctor en elocuencia, tan copioso
En charlatanería,
Que ofreció enseñaría
A hablar discreto con fecundo pico,
En diez años de término, a un borrico.
Sábelo el Rey; lo llama, y al momento
Le manda dé lecciones a un jumento;
Pero bien entendido
Que sería, cumpliendo lo ofrecido,
Ricamente premiado;
Mas cuando no, que moriría ahorcado.
El doctor asegura nuevamente
Sacar un orador asno elocuente.
Dícele callandito un cortesano:
«Escuche, buen hermano;
Su frescura me espanta:
A cáñamo me huele su garganta.»
«No temáis, señor mío,
Respondió el Charlatán, pues yo me río.
¿En diez años de plazo que tenemos,
El Rey, el asno o yo no moriremos?»
Nadie encuentra embarazo
En dar un largo plazo
A importantes negocios; mas no advierte
Que ajusta mal su cuenta sin la muerte.
Y unos vídeos con el relato de los últimos crímenes económicos y sus autores