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La soberbia
El que cree que es el mejor, que sabe mucho, que pertenece a una casta superior, que piensa que los demás son tontos, debe procurar que todo eso sea cierto, porque sino es así, los que él cree tontos disfrutarán gastando el dinero que él perderá en el mercado.
A la mayoría de los niños cuando son pequeños su madre les dice que son los más guapos y los más listos del planeta, y una parte de ellos confía tanto en su madre que se cree a pies juntillas lo que ella le dice. Si cuando crece, la realidad no consigue abrirle los ojos, su futuro es probable que se empañe de sufrimiento. El mayor problema es que, a la soberbia, frecuentemente se le une la ignorancia como una lapa (difícilmente puede aprender alguien que cree que ya sabe), y esta combinación es muy peligrosa para el sujeto.
Esta clase de personas son las que prefieren morir antes de reconocer que se han equivocado. Son las que nutren con sus pérdidas las arcas de los ganadores. Nunca se dejarían aconsejar por alguien que no tuviera el doble de títulos que ellos, sin advertir, que alguien que ha perdido tanto tiempo en sacar tantos diplomas, es poco probable que le haya quedado tiempo para aprender algo de verdad.
La soberbia, el orgullo, la vanidad, y la obstinación que provocan, destacan entre los peores defectos que puede ostentar un operador. No reconocer los errores o hacerlo tarde, puede llevar a la ruina en una sola operación. Nadie medianamente inteligente debe permitir que unos pocos errores le inhabiliten económicamente, pues nadie sensato debe tener la pretensión de acertar todas las operaciones de su vida. Por lo tanto, la posibilidad de equivocarse, debe estar reflejada en la estrategia como parte inseparable de la misma.
Antes de empezar a operar, hay que asumir la ineludible obligación de tomar conciencia con todas sus implicaciones del tercio de operaciones que van a ocasionar pérdidas. En la estrategia anual, que obligatoriamente hay que diseñar antes de operar, estarán claramente reflejadas las acciones a tomar ante cada operación fallida, señalando los porcentajes admisibles de pérdida en cada caso.
Procure que su vanidad no le sitúe contra el mercado, éste puede destrozarle hasta convertirlo en un invertebrado. Alíese con él, acompáñelo en sus movimientos, hágase cómplice de sus manías. Procure ser su amigo, pero sin perderle el respeto. No dé nada por supuesto, por clara que parezca una operación, no la pierda de vista. No opere sin limitar la pérdida, y nunca deje de vigilar si en algún momento se traspasa el límite impuesto.
Sea humilde, pero ojo, la humildad cultivada es la más alta forma de soberbia. Una persona humilde, es la que sabe seguro que no sabe aquello que no sabe, no la que sabe que tiene que decir que no sabe.
Tenga en cuenta que sus operaciones no representan nada en el mercado, que sus conocimientos, por extensos que sean, son muy limitados comparados con la suma de conocimientos de los adversarios.
Utilice la humildad para que le proteja de caer en falsas creencias, en dogmas caducos y trasnochados que le conducirán a la ruina. Aprovéchese de las ventajas de la verdadera humildad, en vez de caer en la ostentación de decorar con ella su vanidad.