Continuamos con los artículos que vengo publicando sobre Psicología del trading en la revista trimestral Al Alza, de productos cotizados de BNP Paribas, os dejo con la tercera parte: El orgullo.
Contenido:
Hace unos años, en Suecia, se realizó un estudio entre conductores que habían experimentado accidentes graves de circulación. A los participantes se les preguntaba si se consideraban mejores o peores conductores que la media. La sorprendente respuesta fue que entre el 80% y el 90% de los encuestados se veían a sí mismos más hábiles y más seguros frente al volante que la mayoría de la gente, aun habiéndose demostrado que algunos de ellos fueron los culpables de los accidentes. Este experimento fue repetido con los mismos resultados entre estudiantes de Estados Unidos. En el mismo sentido, un estudio realizado por una compañía de seguros en 2009, sobre hábitos de conducción, concluía que los españoles creemos ser, sólo por detrás de los alemanes, los mejores conductores de Europa. Sin embargo, estos datos cambian si los que responden son los europeos. De hecho, de acuerdo a este estudio, los españoles son vistos entre los peores conductores.
Cambiando conductores por inversores, en una encuesta realizada en 1997 entre 750 inversores, el 74% de ellos aseguraba que sus carteras podría batir constantemente al S&P 500 todos los años. Es decir, en torno a tres cuartas partes de los encuestados pensaban que la rentabilidad de su cartera sería superior a la del índice año tras año, algo que tan solo inversores legendarios, como Peter Lynch, Warren Buffet o García Paramés han conseguido. Más tarde, en 1999, una revista estadounidense llamada “Money” hizo otra encuesta entre 500 lectores, preguntando si sus carteras habían tenido mejores resultados que el mercado aquel año (es decir, si habían conseguido batir al S&P 500). Uno de cada cuatro respondió que sí. No obstante, cuando se les pedía que especificasen el resultado exacto que había obtenido la cartera, el 80,0% de estos inversores tenían unas ganancias inferiores a las del mercado.
Todos estos estudios vienen a demostrar que las personas tendemos a sobrevalorar nuestras habilidades. Es por eso por lo que casi todo el mundo es experto en ingeniería informática, en mecánica, en farmacia, en medicina, en derecho, en economía... sobrestimando sus propios (y normalmente escasos) conocimientos adquiridos de manera dudosa (internet, rumores, televisión, algo que oímos en la radio...), frente a los de los profesionales. Pensamos que somos más inteligentes y que estamos mejor informados que los demás. Llevándolo al ámbito de las inversiones, uno puede, por ejemplo, escuchar en la radio una idea de un analista o leer algo en el periódico y sentirse preparado para llevar a cabo una inversión con esa única información, contra el resto del mercado, donde compiten gestores más informados y con mayores conocimientos profesionales.
En general, la gente considera que sus habilidades predictivas son superiores a las de la media. Sin embargo, en un experimento realizado por el genial Daniel Kahneman, se demostraba lo contrario. En el estudio, se pedía a los participantes responder su mejor estimación del Dow Jones dentro de un mes. Así, debían escoger un valor del que estuvieran un 99% seguros (es decir, que estuvieran seguros, pero no completamente) que el índice se situaría por debajo del mismo. Luego, tenían que escoger el rango inferior del mismo modo. Siguiendo estas instrucciones, la probabilidad de que el Dow Jones se situara fuera del rango sería del 2%. Sin embargo, las sorpresas se produjeron casi un 20% de las veces. Esto es lo que provoca el exceso de confianza: inversores que están más seguros de lo que deberían (un 98%, cuando debería estarlo en un 80%). Este experimento demuestra que la gente suele valorar más sus predicciones de lo que está justificado por la lógica.
En el año 2000, R Clarke y M Statman llegaron al mismo resultado con un experimento parecido. En este caso, los investigadores planteaban la pregunta del siguiente modo: “El índice Dow Jones Average es un índice ponderado por precio que no incluye reinversión de dividendo. En 1896 su valor era 40. En 1998 superaba los 9.000. ¿Qué valor tendría en 1998 este índice si se reinvirtiera el dividendo? Señale un rango en el que sienta un 90% seguro de que estará el resultado.” Lo cierto es que ninguna de las respuestas fue correcta. Es más, muy pocas se acercaban siquiera al resultado real (que por si alguien siente curiosidad es 652.230).
Una forma de saber si usted es de los que se creen mejores que la media es comprobar cuáles son sus intervalos máximos y mínimos para los dos ejercicios anteriores. Si eran amplios, es usted humilde y tiene la mentalidad adecuada en ese sentido para invertir. Sin embargo, si los rangos eran muy estrechos, o si, sencillamente, usted piensa que hubiera acertado, siga leyendo: este artículo le interesa realmente.
Al final, todo lo anterior tiene una palabra que lo define: orgullo. La palabra orgullo tiene un sentido negativo para nosotros debido, básicamente, a nuestra herencia cristiana, que identifica orgullo con soberbia (el primer pecado capital para Santo Tomás de Aquino). Sin embargo, lo importante no es el continente sino el contenido y el orgullo puede ser moralmente correcto. Podemos, por ejemplo, estar orgullosos de la familia, o de los amigos. Tampoco es malo estar orgullosos de nosotros mismos: desde un punto de vista ético, es correcta la estima siempre que sea apropiada. Cuando deja de serlo y es más alta de lo que debería, hablamos de soberbia.
Entendiendo el orgullo en su sentido negativo, estamos ante uno de los principales defectos, si no el peor, que se pueden tener frente al mercado. En un manual de introducción a la psicología de las inversiones, estaría en el primer capítulo.
El orgullo provoca que operemos con exceso de confianza y el exceso de confianza (tanto como el defecto) es fatal para nuestra cartera. La peor consecuencia del exceso de confianza es que puede llevarnos a alterar la información que recibimos para adecuarla a nuestra realidad. Un inversor orgulloso creerá que su información es la mejor, y que su valoración de la situación es la más correcta. Es más, un inversor orgulloso podría anclarse a su análisis e ignorar sistemáticamente cualquier información en contra. Por eso, no sabe qué es un stop loss. El soberbio tiene una idea, piensa que es correcta y ninguna nueva información le hará variar de opinión. Es cierto que muchas veces, aun teniendo la razón, el primer movimiento del mercado es en nuestra contra. Tener paciencia y creer en nuestras ideas y valoraciones es el orgullo adecuado, como decía Kostolany. Sin embargo, permitir una pérdida superior a la que estaríamos dispuestos a asumir en el momento de hacer la operación, es soberbia.
Los mercados de valores son cambiantes. Cuando uno decide operar en ellos debe tener en cuenta que no va a pelear contra el mercado, sino a “hacerle la pelota”. El que pelea contra el mercado suele salir perdiendo. Ir en contra del mercado siempre conlleva pérdidas. No hay que empeñarse en mantener una visión. Como decía Jesse Livermore, no hay lado alcista ni bajista, sino el lado correcto o incorrecto. Con ello, lo que este famoso inversor pretendía decir es que a uno le debe dar igual ser alcista o bajista, incluso ser un día alcista y otro bajista. No pasa nada por equivocarnos. Los mejores gestores pueden cambiar radicalmente de opinión de un día para otro, y no pasa nada. No pasa nada porque mantenernos en el error significa perder dinero y cambiar de postura significa ganarlo. Y uno no debe estar orgulloso de acertar, sino de ganar dinero. En los mercados financieros el que acierta no siempre gana dinero. Y al contrario.
Otro error provocado por el orgullo es la creación de unas perspectivas irreales de beneficios. El orgullo es el creador de esos eternos buscadores de suelos y de techos, esa gente que quisiera comprar en el mínimo y vender en el máximo. Jamás, en toda mi experiencia en el mercado, he conocido a nadie (particular o institucional) capaz de hacer eso ni siquiera teniendo suerte. Y no creo que exista. Debemos ser muy cuidadosos a la hora de estudiar el posible beneficio que podemos obtener con una operación. Es importantísimo evaluarlo correctamente, puesto que el beneficio potencial de la operación es la base para calcular la rentabilidad potencial de la misma. Del mismo modo que es importante evaluar la posible pérdida, que será el riesgo potencial. Comparar el riesgo potencial con el beneficio potencial es la única manera que tenemos de escoger entre inversiones. Así para el mismo riesgo, calcularemos qué posible inversión está sobre o infra valorada. Es habitual en el inversor orgulloso (porque no sabe, no entiende o simplemente no hace cuentas) infravalorar el posible riesgo de las operaciones y sobrevalorar las pérdidas, por ello pierde dinero. Sin embargo, el inversor inteligente escoge los productos de acuerdo al riesgo (o más específicamente al binomio riesgo/beneficio) de las mismos.
Debido a que el orgulloso se considera más inteligente y mejor que los demás, no diversifica. Entonces pone todo su dinero en una o dos empresas. O en un solo sector. O en un solo tipo de activo. O en una sola región. A pesar de lo anterior, estoy de acuerdo con Warren Buffet cuando critica la diversificación señalando que una persona tiene sólo una o dos ideas buenas en su vida y que por lo tanto diversificar es lo mismo que ampliar el número de posibles errores. En general, el que se hace rico es apostando su capital por un único sector. Sin embargo, el hecho es que la experiencia demuestra que hay algunas personas que ni siquiera tienen una o dos buenas ideas respecto a inversiones. No todo el mundo comienza con una sastrería y termina creando Inditex. Es más, hay personas que ni quieren ni deben aceptar ese riesgo, porque si no, todos seríamos como Sergey Brin, Larry Page o Amancio Ortega. Y no lo somos. Y no pasa nada por no serlo, podemos ser igual o más felices que ellos. Pero también podemos serlo menos, sobre todo si no nos aceptamos tal y como somos. Por ello, aunque para algunos pocos inversores diversificar no sea correcto, para el resto sí lo es. Además, la evidencia matemática demuestra que aumentando el número de productos (diversificando) podemos disminuir el riesgo para obtener la misma rentabilidad. Esto es así, e ignorarlo es dar de lado a toda la teoría moderna sobre carteras, uno de los instrumentos más potentes que existen para controlar nuestras inversiones.
Finalmente, el inversor orgulloso hace más operaciones de las debidas. Esto es así por dos motivos, en primer lugar porque piensa que es mejor que los demás, y por lo tanto se cree capaz de acertar más que los demás. En segundo lugar, el orgulloso debe satisfacer su ego. La consecuencia principal de esto es realizar “over-trading”, es decir, más operaciones de las que debería. Esto es un error gravísimo. Brad Barber y Terran Odean, estudiaron entre 1991y 1997 más de 35.000 cuentas de valores llegando, entre otras, a la conclusión de que el exceso de confianza llevaba a los inversores a sobre-operar y esto afectaba negativamente, en todos los casos, a sus carteras. Un inversor que sobre-opera satisface su ego con las operaciones positivas, olvidando rápidamente las negativas. La diferencia entre alguien que opera más de la cuenta y un jugador de ruleta es ninguna. Por ello, para entrar al mercado adecuadamente necesitamos un método que nos indique entradas y salidas de forma más o menos objetiva. Así, solo operaremos en base a este sistema. La base del mismo consistirá en escoger y testear un método que nos indique qué y cuándo elegir un activo concreto (es decir, un método de análisis) y cuánto arriesgar (es decir, un método de gestión del dinero).
Por satisfacer nuestro ego, también podemos caer en el error de no poner stop loss. Un stop de pérdidas que se ejecuta significa reconocer un error. Hasta que una operación no se cierra, la pérdida no se reconoce (pero eso no significa que no esté ahí). El uso de stop loss es algo polémico. Mientras algunos expertos señalan como condición sine qua non para introducir una operación que esta vaya acompañada de stop loss, otros no creen en ellos. Por ejemplo, algunos inversores que siguen el estilo value podrían soportar pérdidas superiores al 50% de la posición (que exigirían recuperar más del 100%). Yo pienso como A. Roy (el creado del Roy´s ratio), y creo que para llegar al largo plazo hay que sobrevivir en el corto, y un gestor no debería permitir tal pérdida, por muy seguro que esté de la empresa que ha comprado. Así, un inversor debería conocer siempre cuál es la pérdida máxima que está dispuesto a aceptar en una operación. Como hemos comentado antes, ésta es la forma más sencilla de valorar el riesgo de la misma. Si dejamos que el valor caiga por debajo de esta pérdida máxima, entonces habremos valorado mal el riesgo y por lo tanto la operación, y pondremos todo el conjunto de nuestra cartera en peligro. La única razón para no ejecutar el stop debería ser una nueva (y objetiva, teniendo en cuenta todas las emociones que nos invaden en el momento de tomar esa decisión) valoración del binomio riesgo/beneficio.
El deseo de satisfacer nuestro ego provoca la llamada “trampa de la autocomplacencia”. Esta nos induce a proclamar los éxitos a nuestras habilidades y a descargar los fracasos en los demás o en circunstancias desgraciadas. Es lo que hace que el contrario de “he aprobado” sea “me han suspendido”. En vez de reconocer nuestros errores y aprender de ellos, descargamos nuestra propia responsabilidad en circunstancias independientes de nosotros, como los demás o la mala suerte. Sin embargo, si nos ocurre algo bueno, aunque no haya sido causa nuestra, atribuimos el éxito a nuestra propia capacidad. La autocomplacencia se ve favorecida por el deseo de alimentar a nuestra propia autoestima. No todo el mundo está expuesto a esta trampa del mismo modo. Hay personas que se valoran de forma más realista. Entre ellas están aquellos que padecen de depresión clínica, que son más sinceros consigo mismos. Hasta el punto de tener efectos negativos sobre su salud. En cualquier caso, la evidencia empírica demuestra que tenemos mucha tendencia a caer en la trampa de la autocomplacencia. No obstante, la satisfacción de nuestro ego tiene también efectos positivos (es decir, favorables desde un punto de vista evolutivo). El optimismo es consecuencia de una visión positiva de la vida, relacionado con estados altos de autoestima. Existen estudios que muestran como las personas optimistas y que se autovaloran positivamente, en comparación con los pesimistas, tienen mayor suerte (aunque parezca increíble, así es), una vida más larga, mayor probabilidad de sobrevivir a un tumor… De hecho, el pesimismo, junto al tabaquismo o el sobrepeso, ha llegado a ser considerado como factor de riesgo para las enfermedades cardiovasculares.
No obstante, la autocomplacencia tiene sus riesgos. Uno de los más curiosos, sin duda, es que puede llevar a auto limitarnos. Tenemos tanto miedo al fracaso que a veces ponemos en práctica estrategias de descargo de responsabilidad. Por ejemplo, quién no ha visto a alguien –incluso a uno mismo- antes de jugar un partido de cualquier deporte, excusarse diciendo lo mucho que hace que no juega, o que no está en el mejor momento de forma, o que le duele una pierna… Actuando así, si perdemos, tenemos excusa. Si ganamos, disfrutamos doble, debido a que a pesar de todo, lo hemos conseguido. Edward Jones o Cordelia Fine son psicólogos que han estudiado esta trampa de auto limitarse, llegando a conclusiones sorprendentes en alguno de sus experimentos. Como por ejemplo, deportistas que reducen su preparación antes de una prueba o que daban ventaja al adversario, alumnos que estudiaban menos para un examen, …
Finalmente, como curiosidad, destacar el hecho de que de acuerdo con el estudio que hemos comentado de Odean y Barbier, así como otro de la Universidad de Estocolmo, todo lo anterior sobre el orgullo y la satisfacción del ego, afecta con mayor fuerza al hombre que a la mujer. Así mismo, no afecta a todas las culturas por igual. Por ejemplo, en una investigación sobre una muestra de 6 países diferentes, en la que se realizaron unas pruebas matemáticas a jóvenes de 13 años, se preguntó a los participantes tras la resolución de los ejercicios si se consideraban buenos en matemáticas. El 68% de los estadounidenses se consideraba bueno, mientras que tan solo el 23% de los coreanos se consideraba sobre la media. No obstante, los mejores resultados en estos ejercicios lo habían tenido los coreanos, mientras que los estadounidenses habían sido los peores. Sin embargo, quede lo anterior como pura curiosidad, pues una vez afectado por el exceso de orgullo, no hay distinción de nacionalidad: los efectos y los errores sobre la operativa son exactamente los mismos.
Más información:
www.lavueltaalgrafico.com (blog del autor)
Michael M. Pompian -Behavioral Finance and Wealth Management- (2006), Ed. John Wiley & Sons Inc. ISBN: 9780471745174
Matteo Motterlini -Trampas mentales- (2010), Ed. Paidos Iberica. ISBN: 9788449323973
Alfonso Álvarez González -Psicología del inversor bursátil- (2001), Ed. Pirámide. ISBN: 9788436816228
Benjamin Graham –El inversor inteligente- (2007), Ed. Deusto Ediciones. ISBN: 9788423425174
Burton G Malkiel –Un paseo aleatorio por Wall Street- (2008), Ed. Alianza Editorial. ISBN: 9788420683966
Redes para la ciencia, programa y revista de Eduard Punset.