A diferencia de otras grandes civilizaciones contemporáneas -como Sumeria en Mesopotamia o la civilización del Valle del Indo-, no se vieron importunados por invasiones extranjeras que pudieran amenazar su estilo de vida. Gracias a su aislamiento geográfico y al mal carácter del camello –tenían que haberlo divinizado en su panteón…-, tuvieron todo el tiempo del mundo para desarrollar una cultura extraordinaria que ha pasado a la historia por sus logros científicos y arquitectónicos.
Nadie cómo Gordon Childe, supo resumir en unas pocas líneas, el proceso que dio lugar a la creación del Estado:
La necesidad de realizar grandes trabajos hidráulicos que regulasen las crecidas del Nilo obligó a crear una estructura organizativa cada vez más compleja que fue el germen del Estado centralizado egipcio. Los trabajos de drenaje e irrigación reclaman la cooperación de toda la comunidad, creando un vínculo económico que genera la solidaridad social... que conduce a la unificación política de toda la región que depende de un mismo sistema fluvial.
Los Orígenes de la Civilización, 1936
Todo este proceso, vino acompañado de una gran explosión demográfica. El aumento de la producción agrícola se traducía irremediablemente en un incremento de la población, que más tarde era reclutada para construir nuevos canales; los cuáles, a su vez, retroalimentaban el crecimiento demográfico y la extensión de los regadíos por todo el territorio. Durante siglos, sino milenios, el sistema funcionó de maravilla porque los kemetianos eran “cuatro gatos” y tenían mucho terreno por conquistar… Sin embargo, a largo plazo, la expansión del modelo se vería limitada por el tamaño de las inundaciones del Nilo y por la eficiencia del Estado a la hora de gestionar los recursos.
En cualquier caso, el éxito de la agricultura no estaba exento de problemas. Las comunidades luchaban entre sí por las mejores tierras y a menudo se enzarzaban en larguísimos conflictos relacionados con la delimitación de los campos (inevitables tras cada desbordamiento del Nilo). Los constantes litigios por la posesión de la tierra, que a menudo degeneraban en pequeños enfrentamientos armados, terminaron cuando un tipo llamado Narmer (también conocido como Menes), unificó todo el territorio bajo su mando hacia el año 3000 a.C. Fue el primer rey de Egipto. Entonces los kemetianos pasaron a ser egipcios y delegaron todos sus recursos en un Estado centralizado cuya capital se estableció en Menfis.
A partir de entonces, empezó una época de gran prosperidad. La paz política garantizó el trabajo de los escribas; porque pudieron reorganizar el mundo rural a su antojo para mejorar su productividad y, con ello, consolidar el surgimiento del Estado. Con el paso del tiempo, algunos de ellos utilizaron su posición para establecerse como casta sacerdotal; otros pasaron a dedicarse al lucrativo negocio del comercio; unos pocos se erigieron en líderes políticos regionales; y el resto siguió haciendo lo que había hecho siempre, controlar los inputs y outputs de la contabilidad agrícola. Asimismo, el aumento de la producción agrícola consolidó la aparición de varios centros urbanos a lo largo de todo el cauce del Nilo, cuyas poblaciones se emanciparon de las tareas labriegas.
En la cúspide social se instaló el faraón; al que lo seguían en importancia los sacerdotes, los escribas, los comerciantes y, finalmente, los artesanos y los campesinos. Teológicamente hablando el faraón era el dueño de todo, tanto de las tierras como de los hombres. Aunque en la práctica la propiedad privada estaba muy extendida y gozaba del respaldo de la leyes y de los tribunales. Los ciudadanos eran libres y podían ascender sin reparos en la escala social (porque los cargos administrativos todavía no eran hereditarios). Sin embargo, tal vez lo más llamativo fuera la preeminencia social de la mujer. La mujer egipcia podía repudiar a su marido; divorciarse de él, conservar sus propiedades, emprender negocios o ejercer ciertas profesiones que en otras sociedades tenían totalmente prohibidas. Como ejercer la medicina. Una constante que perdurará miles de años (al menos, hasta la época de Cleopatra). Para entender lo avanzados que estaban los egipcios en la comprensión de ciertas libertades individuales ¡Basta con señalar que en España no se legalizó el divorcio hasta 1932!
El concepto del dinero
Desde los comienzos de la civilización, hasta bien entrado en la Edad Media, la forma natural de pago por el trabajo remunerado se realizaba en especie. Sólo a partir de mediados del I milenio a.C, los imperios más avanzados generalizarán el uso de la moneda; sobre todo en las transacciones comerciales en las que mediaba el Estado o el gran comercio internacional. En cambio, para la inmensa mayoría de la población, sólo cabía el recurso del trueque como forma de pago para cubrir sus necesidades más apremiantes.
En el antiguo Egipto no existían las monedas. Todo el mundo cobraba su salario en especie; mediante productos agrícolas que luego podían intercambiarse por productos más elaborados como los tejidos o la cerámica. O dicho de otro modo: el dinero se “comía”. Así que si alguien necesitaba algo, había que darse prisa antes de que los alimentos se pudrieran o devaluaran. Quizá por eso los productos más valorados eran aquellos que resistían mejor el paso del tiempo, como el grano de los cereales; que además ofrecían la posibilidad de su fácil almacenamiento, como reservorio de riqueza a la que acudir en los momentos de carestía.
No hace mucho, escuché a Esteban González Pons (del Partido Popular), decir algo así como que “el dinero no se destruye; sólo cambia de manos…”. Vamos, que “se transforma”. Hasta cierto punto es verdad; pero si el dinero lo inviertes en actividades improductivas que ofrecen poco o ningún retorno (hablo de riqueza), es cómo si lo tiraras a la basura. En España tenemos bastantes ejemplos dignos de mención: el aeropuerto de Castellón, estaciones del AVE sin pasajeros, las autopistas radiales de Madrid que tendrán que ser rescatadas por el Estado y, sobre todo, un montón de urbanizaciones abandonadas que languidecen bajo el sol. Casi todo construido con el dinero de los depositantes bancarios. Dinero que se ha “evaporado”, lo sepan o no los sufridos españoles…
Pues bien, en el antiguo Egipto sucedieron cosas parecidas. Y es que en algunos aspectos, no hemos cambiado tanto en 4500 años… El aumento de la población urbana durante las primeras dinastías faraónicas, sólo pudo financiarse con el aumento de la productividad de la tierra. Durante mucho tiempo, incluso cientos de años, todo marchó estupendamente. Sin embargo, cuando la producción agrícola no pudo seguir la estela del crecimiento urbano… la crisis se presentó a las puertas. En ese caso, el Estado podía recurrir a sus excedentes almacenados para minorizar el impacto de la recesión. En caso contrario, el languidecimiento de las ciudades estaba asegurado.
A comienzos de la III dinastía, al rey Zoser le dio por construir la primera pirámide de que se tiene constancia.
El faraón tenía grandes planes para su enterramiento… pero a finales de su reinado, tuvo que enfrentarse a una sequía que duró 7 años. Durante este periodo el Nilo nunca se desbordó. Los canales se secaron y la agricultura languideció. La economía entró en depresión; ya que la falta de alimentos, además de generar un problema de salud pública, frenó en seco todas las transacciones comerciales (porque sin ellos, era imposible comprar nada). Para colmo de males, el rey había dilapidado los excedentes agrícolas de los tiempos de bonanza, en la construcción de su mausoleo. Así que cuando llegó la sequía, el Estado no pudo actuar como “prestamista de última instancia” para evitar que los egipcios sucumbieran por inanición. La “estela del hambre”, resume perfectamente las preocupaciones de Zoser en su décimo octavo año de reinado:
El dolor me tenía sujeto en mi trono y la gente a mi alrededor estaba triste. Mi corazón me oprimía porque durante mi reinado hacía siete años que el Nilo no crecía a su debido tiempo. El cultivo de cereales era escaso, las semillas se secaban en la tierra y no había suficiente comida. Los niños lloraban, los jóvenes desfallecían y los viejos se acurrucaban en el suelo con las piernas cruzadas (morían). Entonces, para apartar la preocupación hice llamar al sumo sacerdote Imhotep. ¿Dónde nace el Nilo? – le pregunté. Que divinidad vive allí, para que yo la estreche a mí. Imhotep respondió: Hay una ciudad en medio del agua, rodeada por el Nilo, que se llama Elefantina y cuyo dios es Khunum. Con satisfacción el rey tuvo noticia de las riquezas de las que era dueño Khunum. Ordenó un gran sacrificio para Khunum y las diosas que formaban tríada con él, Satis y Anukis…
Es muy posible que el rey no hubiera podido evitar la crisis. Pero si en lugar de utilizar los excedentes agrícolas en la construcción de su pirámide, los hubiera almacenado en los templos, como salvaguarda contra cualquier catástrofe natural… Sin duda, habría podido mitigar el impacto de la crisis. Aunque no puede culpársele; porque quizá este tipo de asociaciones estuvieran fuera del alcance de los mandatarios de la época. Lo que hizo Zoser en aquél momento, fue lo que hacen todos los países cuando se encuentran al borde del abismo: saquear al vecino. Así que se acercó al país de Khunum (en la antigua Nubia –actual Sudán-) y saqueó todo lo que pudo.
La resolución final de esta crisis corrió a cargo de la propia Naturaleza. Siguiendo el pensamiento de Malthus, cuando en una sociedad se rompe el equilibrio entre la población y sus recursos, éste sólo puede restaurarse de dos formas: aumentando los recursos cuando la población crece demasiado; o bien, adaptando la población a los recursos disponibles. En el Egipto de Zoser sucedió lo segundo. Las hambrunas, las enfermedades y los conflictos armados de baja intensidad, diezmaron a la población hasta que el equilibrio se restauró.
Auge y caída del Imperio Antiguo
El mejor momento del Imperio Antiguo llegó con la IV dinastía, a la que se atribuyen las colosales pirámides que todos conocemos. Nadie sabe a ciencia cierta cómo ni porqué se construyeron… Aunque la opinión mayoritaria entre los egiptólogos, es que se trataba de monumentos funerarios para glorificar la memoria de sus faraones.
Desde luego, son un gran misterio. Sin duda los egipcios tenían los conocimientos matemáticos para levantarlas; pero cuesta creer que lo hicieran sin conocer la rueda, con herramientas de bronce y sin la ayuda de animales de carga (algunos bueyes a lo sumo). En cualquier caso, en lo que sí están de acuerdo casi todos los historiadores, es en que los faraones las utilizaron para “domesticar” a gran parte de la población masculina. Cuando el Nilo se desbordaba, los campesinos se quedaban ociosos en sus casas durante tres meses, hasta que se retiraban las aguas. Para los gobernantes eso era peligroso… porque los gobernadores locales, los nomarcas, podían sentir el impulso de manipular la voluntad de las comunidades agrícolas para conspirar contra la monarquía. Así que los faraones se inventaron una especie de servicio militar obligatorio, mediante el cuál reclutaban a miles de campesinos para que trabajaran unos meses al año en las canteras o en el ensamblaje de las pirámides.
En contra de lo que la gente suele creer, en las tumbas reales apenas se utilizaron esclavos. Los campesinos recibían un buen sueldo a costa del erario público y cuando morían, eran enterrados dignamente. Aunque su vida como obreros era muy dura. Lo sabemos por los huesos de los enterramientos. Muchos trabajadores sufrían artritis prematura y fracturas de toda índole durante el periodo en que era movilizados; lo que a la postre, terminaría perjudicando a su rendimiento como campesinos.
El primer faraón de la IV dinastía, Senefru, fue el primero en dedicarse en serio al negocio de las grandes pirámides. En realidad, se pasó 20 pueblos… y nadie más, jamás, igualó su mesianismo constructor. Sus descendientes: su hijo Keops, su nieto Kefrén y su bisnieto Micerino, serán los artífices del complejo piramidal de Gizeh, que hoy aparece en todas las postales turísticas de Egipto.
Para organizar semejantes empresas, la administración estatal tenía que funcionar como la seda. Se necesitaba un gobierno fuerte, muy centralizado, con un cuerpo de escribas disciplinado y bien formado, que pudiera encargarse de todos los problemas logísticos que surgían durante la realización de los trabajos. Sin embargo, cuando observo lo que hicieron… me doy cuenta que el tamaño de las tumbas reales es directamente proporcional a los recursos agrícolas que se necesitaron para su edificación y, también, al colosal tamaño que la población urbana tuvo que alcanzar en aquella época. Para los egipcios de ciudad, aquella fue una época maravillosa; pródiga en recursos y con amplias posibilidades de ascender en la escala social. En cambio, si vivías en el campo… estabas peor que jodido. Los faraones de la IV dinastía se guiaban ya por la premisa del “estajanovismo soviético”; mediante la cuál, cualquier campesino produce mucho más de lo que necesita para sobrevivir. Así que los crujían a impuestos hasta dejarlos al borde de la inanición.
Quizá por eso la tradición posterior los recuerda como tiranos que sometieron al pueblo para satisfacer su megalomanía personal. Sobre todo en el caso de Keops –según cuenta el Papiro de Westcar-. El reinado de Keops es interesante por varios motivos. En aquella época se estableció un patrón “monetario” de intercambio de hortalizas; en el que tres zanahorias podían valer lo mismo que un pepino, cuatro pepinos lo mismo que una sandía, dos sandías lo mismo que una docena de huevos. Y así sucesivamente… La estandarización del sistema facilitó los intercambios y dio alas al comercio, tanto dentro como fuera de Egipto. Lo que probablemente aumentó la “velocidad del dinero”. Pero también pasará a la historia por la reforma del ejército y de la administración; para encumbrar su papel represor ante las constantes revueltas y hostilidades que estallaban periódicamente en las comunidades agrícolas.
En cualquier caso, la actividad constructora siempre fue en declive, de Senefru a Micerino. Los faraones podían haber utilizado los excedentes agrícolas para reorganizar y modernizar el sistema de regadíos, así como toda la logística para el almacenamiento de los granos; pero en lugar de eso, se dedicaron a erigir mausoleos que no producían nada, con escaso o nulo retorno a largo plazo. Cuenta Herodoto, que con Kefrén el país ya estaba sumido en la indigencia y que la población lo odiaba con todas sus fuerzas… Él pudo construirse una buena pirámide, pero no dejó nada para sus familiares, cuyas tumbas son muy modestas. Con toda seguridad, porque no había recursos para más. Ni siquiera su hijo Micerino pudo terminar su habitáculo para el más allá… Tras su muerte, se sucedieron varios gobernantes títere; hasta que uno de ellos fundó la V dinastía, seguramente tras un golpe de Estado.
Los reyes de la V y VI dinastías, todavía erigieron pirámides. Aunque muy modestas. El Estado se descentralizó a favor de los gobernadores locales y los faraones cambiaron su atribución de “Dios Sol” por la de “Hijo del Sol”; porque ahora tenían que compartir su poder religioso con la casta sacerdotal establecida en Heliópolis. Las tierras antaño administradas por el faraón fueron privatizadas de facto; aunque eso no evitó que el reino entrara en una espiral descendente de desorganización social, caos, hambre, revueltas y anarquía. Situación que se prolongó durante siglos y que empeoró cuando el delta del Nilo fue invadido por pueblos extranjeros que viajaban a lomos de un animal nunca visto por los egipcios: el caballo. El camello tendría que esperar… hasta la invasión árabe.
Buscando información en Internet para confeccionar este artículo, te encuentras todo tipo de teorías sobre quiénes y cómo construyeron las pirámides. Las más abundantes son las que hacen referencia a los extraterrestres… pues para mucha gente, los faraones fueron una especie de “contactados” cuya voluntad fue teledirigida para que construyeran sus tumbas. No tengo nada contra la gente que cree en la existencia de OVNIS o alienígenas. De verdad. Pero lo que SÍ sé, es que al construir de las pirámides los egipcios se arruinaron y lo pasaron francamente mal. Tras la IV dinastía abandonaron el negocio de las grandes pirámides y cuando Egipto renació, sus gobernantes prefirieron enterrarse en el Valle de los Reyes. El sufrimiento no valía la pena: ¿lección aprendida?
Un abrazo a todos/as