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En 2010 se puso de moda el concepto de “guerra de divisas”; por aquel entonces nos encontrábamos con unas monedas que se estaban devaluando frente a otras Sin embargo, resulta sorprende la utilización de este término, pues el hecho de que unas monedas se devalúen frente a otras no significa que se produzca una guerra de divisas; es lo normal. Por otro lado, cuando Estados Unidos lanza toda una serie de medidas para depreciar el dólar o cuando lo hace Suiza o Japón nadie dice nada. El problema ocurre cuando la devaluación afecta a las zonas receptoras de inversión que han de tener siempre una perspectiva de revalorización.

Vuelvo a repetirlo; ¿Compraría acciones de una compañía norteamericana si espera que el dólar vaya a caer en el futuro? Pues esta es la razón por la que desde Wall Street, Tokio, Zúrich o Londres siempre necesitan que las monedas donde invierten tengan unas perspectivas razonables de revalorización. Invertirán sólo si existen estas expectativas. Por la misma razón, las devaluaciones les ocasionan pérdidas; es decir, necesitan que se confirmen.

Los países receptores lo saben y si necesitan atraer a los inversores internacionales ya saben lo que les toca: Por esto Ucrania ha subido los tipos en medio de una recesión y a punto de reestructurar su deuda, o Brasil, o Rusia o tantos y tantos ejemplos.

Hoy volvemos a escuchar el concepto de guerra de divisas y, como en 2010, estamos obviando que muchos países están haciendo lo imposible para revaluar su moneda. El problema es que lo imposible es difícil que consiga sus objetivos. La palabra guerra implica confrontación y en aquellos momentos tan sólo había un país que no hacía lo que se supone que debería hacer. El resto estaba entre los que se habían rendido y los que aún estaban luchando (por ejemplo Europa).

El país al que todo el mundo pedía entonces que revaluase su moneda y que se resistía era China en aquellos momentos. Las razones de su resistencia estaban también claras: el miedo a una burbuja debido a una avalancha de inversiones desde todo el mundo en sus mercados financieros, lo que incrementaría los ingentes planes de estímulo que ya estaban implementando.

Sin embargo, la resistencia duró poco y finalmente los chinos tuvieron que elegir: o se desmoronaban o tragaban. Todo esto ocurría en un entorno en el que los mercados financieros necesitaban una burbuja en alguna parte. Es evidente que la situación respecto a China es sustancialmente distinta tras una burbuja, los sucesivos mensajes (típicos, tópicos y nunca confirmados) relativos a un “aterrizaje suave” y finalmente el desplome. Hoy nadie pide a China que revalúe, hoy la moneda se está devaluando y son los chinos los que no paran de enviar el mensaje de que se va a revalorizar. De repente volvemos a escuchar el concepto de guerra de divisas y volvemos a olvidar que todos los países cuya moneda está en problemas buscan cómo sea revaluar.

En los primeros días de agosto el Banco Central Chino devaluaba la moneda, afirmando que con la devaluación daba por finalizado el ajuste. Está claro que se intentaba devaluar para dar la sensación de que a partir de entonces se revalorizaba; el problema es que (debido a que la devaluación supone una pérdida para los inversores actuales) la devaluación era mucho menor de lo que se esperaba. Por lo tanto, no funcionó y se tuvo que repetir la jugada la semana siguiente. El resultado fue idéntico.

China ha intentado también intervenir en los mercados de divisas (comprando moneda local y vendiendo dólares de sus reservas) y en los mercados financieros. Más allá de las mejoras temporales y efímeras del día que se iban anunciando las medidas, el resultado de estas acciones es que se facilita la salida de inversores (alguien compra para que alguien venda)  y se reducen las reservas en moneda extranjera (lo cual afecta otra vez a la moneda).

¿Solución? Pues a asumir pérdidas y seguir jugando o buscar otra burbuja donde sea; o eso, o volver a replantearse el sistema financiero surgido de Bretton Woods.

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