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                                                FERNANDO ESTEVE MORA

Ahora que ya veo a la vuelta de un año la jubilación y el final de mi vida como docente me doy cuenta de que uno de mis grandes fracasos pedagógicos ha sido el haber sido incapaz de trasmitir la idea keynesiana del Principio de la Demanda  Efectiva en oposición a la llamada Ley de Say como mecanismo rector del comportamiento agregado o macroeconómico de las economías de mercado.

Y es que estoy seguro que no serán más de una veintena los estudiantes a los que les haya hecho entender el fondo, la  lógica interna del mecanismo keynesiano. La mayoría, o sea, un par o tres de millares,  si no más, de los alumnos que han pasado por mis clases de macroeconomía, se habrán quedado con la idea de que lo que Keynes vino a decir con su Principio de la Demanda Efectiva era una obviedad , una simpleza, pues la idea de que las empresas adaptan su producción a su cartera de pedidos es de cajón para cualquier empresario, ¿para qué producir si no tienes clientes?), pero a la vez habrán seguido pensando que esa idea keynesiana de tan evidente sentido común es compatible con otra también de evidente  sentido común. Aquella que nos dice  que dice que para que una empresa pueda invertir previamente ella  habrá tenido que ahorrar o pedir prestado los ahorros de otros. O sea que, para que una empresa pueda comprar más bienes de capital (que esto es lo que es invertir y no lo es comprar acciones en los mercados bursátiles) habría que ahorrar ante.  Idea esta, la de la llamada Ley de Say,  de tan evidente sentido común que, a veces, aparece bajo una formulación más general: la de que  para demandar efectivamente , o sea, para comprar bienes ya de consumo o de inversión previamente hay que tener renta o ingresos (pues , si no, ¿cómo se pagan?).

Y no. Ambas ideas no son compatibles. La noción keynesiana de la demanda efectiva como primun mobile de una economía de mercado se opone radicalmente al sentido común de la Ley de Say.

Y lo que les ha pasado a la mayoría de mis estudiantes, que nunca han entendido el fondo del principio de la demanda efectiva keynesiano, les pasa también a la inmensa mayoría de economistas a los que he leído, leo y oigo. La verdad es que nunca he sabido de un ministro de Economía o de Hacienda, ni español ni extranjero, que haya entendido a Keynes, y de ahí las tonterías que suelen decir siempre acudiendo al proverbial "sentido común" de que lo mejor para administrar  el sector público es comportarse como la modélica  familia bien administrada. Y lo mismo les pasa a todos los "economistas de salón" de los que he conocido  en los medios de comunicación. Sean cuáles sean sus cargos y títulos, no tienen ni la menor idea de de qué va Keynes. Y  ni siquiera hablaré acerca de lo que opino de un majadero como Milei y sus palmeros, sean o no "catedráticos", cuando se atreven a hablar de la economía de Keynes.

A la hora de tratar de explicar a Keynes, desde siempre ha sido común empezar recurriendo  como treta metodológico a lo que se conoce como Paradoja de la Frugalidad o del Ahorro. Más o menos, esa paradoja se cuenta así. Imaginemos que un individuo se plantea invertir en una empresa o en un negocio, y que para financiarlo no puede o no quiere recurrir a la financiación externa (o se que no va a un banco a que le presten el capital), si así actúa entonces sólo le queda un camino: gastar menos en consumo y ahorrar hasta que tenga el capital necesario para financiar los gastos asociados a la inversión prevista.

Pues bien, ese comportamiento,  que es obviamente factible para un sólo individuo, resulta más que problemático cuando no es uno sino muchos los empresarios que desean invertir, incrementar los stocks de capital físico de sus empresas. En efecto, si todos decidiesen o, generalizando,  decidiésemos ahorrar más para acumular un stock de recursos para financiar futuras inversiones, y para ello decidiésemos gastar hoy menos en bienes de consumo, el resultado agregado sería que podría disminuir en vez de aumentar  la cantidad de ahorro total o agregado pues lo que pasaría es que al consumir menos colectiva o agregadamente, las empresas experimentarían un descenso en sus carteras de pedidos empezando por las que producen bienes y servicios de consumo que luego se extendería lógicamente al resto. No venderían todas sus producciones pues habría caído la demanda real o efectiva de los mismos, y consecuentemente despedirían a los trabajadores ahora innecesarios y el nivel de producción renta o ingresos generados caería, por lo que aunque hubiese aumentado el deseo o propensión a ahorrar  (el porcentaje de los ingresos que ahorramos) la cifra de ahorro total efectiva o realmente generado podría caer porque el total de los ingresos habría caído realmente a consecuencia de la "crisis" de demanda efectiva que nuestros deseos de ahorrar más les habrían generado a las empresas. Sólo no operaría esta "paradoja de la frugalidad" si a la vez que colectivamente aumenta la propensión a ahorrar, simultánea y automáticamente, aumentara colectivamente en la misma medida el gasto en inversión compensatorio. Y esto es en la práctica imposible.

La paradoja del ahorro o de la frugalidad es un ejemplo perfecto de lo que se conoce como falacia de la composición, la idea equivocada de que lo que le pasa a cada individuo aisladamente, por agregación también le pasa al conjunto. Si bien un individuo o unos cuantos pueden aumentar su ahorro si deciden dedicar menos de su dinero a consumo, es difícil que el conjunto lo pueda hacer si muchos todos los individuos deciden consumir menos. O sea, si aumenta la propensión a ahorrar.

La implicación obvia es la de que todos aquellos que pregonan las virtudes del ahorro, así sin más, subiendo a los altares económicos a una Sagrada Familia Económica, económicamente virtuosa en tanto que ahorradora,  como modelo de comportamiento para la sociedad o el sector público,  no son economistas sino unos aprendices de brujo que no saben lo que dicen ni de sus consecuencias....a menos -eso sí- que tengan bajo la manga la carta de la existencia de un mecanismo automático que -merece repetirlo una vez más-  automática y simultáneamente  compense  las caídas en la demanda efectiva (las carteras de pedidos) que sufren las empresas a consecuencia de ese aumento hoy en el ahorro agregado. Es decir, a menos que desde el sector exterior o desde las empresas  se compense de modo simultáneo y automático esa caída en los gastos de consumo. En suma, que ¡cuidadito con las alabanzas al ahorro que se oyen por ahí!

Y un punto más. ¿Qué ocurre si el incremento en el ahorro lo protagoniza el sector público en forma de una disminución del déficit público obtenido mediante  alguna apropiada  combinación de gastos, transferencias públicas e impuestos? Pues lo mismo mismito. Dado que la recaudación impositiva depende fundamentalmente del IVA, el IRPF y el Impuesto de Sociedades los ingresos públicos dependen del nivel de producción y renta de la economía, por lo que el resultado final de esa política de austeridad bien puede ser una aumento del déficit público en la medida que la caída en los niveles de producción disminuyen de golpe la renta y la la base impositiva.

Por supuesto esto pasaría  a menos que mágica y misteriosamente, esa política de austeridad se viese compensada simultánea y automáticamente por un incremento del gasto del sector privado o del que hacen los extranjeros en nuestros bienes y servicios. Hace unos años se puso de moda entre los economistas académicos una idea que recibió el nombre de austeridad expansiva, una auténtica política económica fake, que daba por sentada la existencia de esa conexión aquí tildada de mágica y misteriosa entre austeridad por parte del sector público y "antiausteridad" o sea alegría en el gasto por parte del sector privado y exterior. Los economistas han ideado la existencia de diferentes tipos de alambicados e imaginarios  mecanismos teóricos, automáticos y simultáneos, que puedan compensar hoy unas políticas de austeridad que van desde los efectos sobre el gasto de de las caídas de los tipos de interés, los efectos riqueza, la llamada equivalencia ricardiana (este es de los más "bonitos" pues vendría a decir que la rebaja del gasto público hoy  implica más gasto privado compensatorio hoy pues los agentes económicos pueden dejar de guardar  recursos hoy para acumular fondos para pagar los mayores impuestos que en el futuro hubieran tenido que  pagar caso de que los gastos públicos hoy no hubieran disminuido). Ni qué decir tiene que todas esas respuestas al problema planteado por el principio de la demanda efectiva de Keynes son meros artificios con escaso valía  teórica y nula relevancia práctica, que sin embargo y desafortunadamente constituyen el núcleo esencial de la macroeconomía que estudian los estudiantes en las facultades.

Pero, ¿por qué es tan difícil de entender el mecanismo keynesiano? Pues he llegado a la conclusión que lo es porque invierte la lógica temporal en la que nos movemos mentalmente todos y cada uno de nosotros en nuestra vida cotidiana. Y es que la lógica keynesiana opera en contra de la flecha del tiempo que inexorablemente rige cada una de nuestras vidas y va del pasado hacia el futuro. En ese sentido no me parecería exagerado ligar la revolución keynesiana a otras revoluciones intelectuales que se dieron en el primer tercio del siglo XX, como la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad en Física o, en Psicología, las consecuencias de  la noción de Freud de la extrañas relaciones entre la lógica del discurso  consciente y el del inconsciente. En esos otros casos, el sentido común que guía nuestras vidas particulares también acaba en paradojas y contradicciones.

Veamos. Cierto es que para consumir o ahorrar, primero o previamente un individuo tiene que tener ingresos, o sea, dinero, o sea -y por lo general-  trabajo. Luego, en buena lógica secuencial temporal para cualquier agente económico ya sea individuo o empresa  primero está la producción y los ingresos obtenidos con su venta y, luego, después, viene lo que se quiere hacer con esos ingresos: si consumirlos, invertirlos o ahorrarlos. Y eso, generalizando desde el individuo al agregado de individuos,  es lo que dice la Ley de Say: que también a nivel agregado la producción va antes que la demanda. La ley de Say no sería pues sino la expresión de esa flecha del tiempo que para cada individuo va desde el pasado (la producción y los ingresos) al futuro (los gastos en consumo, el ahorro o los gastos en inversión).

Por contra lo que Keynes viene a decir es que, a nivel agregado, la flecha del tiempo va hacia atrás. Y por eso se hace tan difícil de entender, porque choca de frente con el sentido común en el que se desenvuelven nuestras vidas individuales. A nivel colectivo o agregado, dado que para que cada individuo tenga ingresos que gastar o ahorrar, previamente ha de haber producido y vendido algo en el mercado, la demanda efectiva va antes en la secuencia temporal que la producción. O sea que primero están los gastos en consumo e inversión que hacen las familias y las empresas y esa demanda efectiva genera realmente los ingresos o la renta de quienes producen los bienes de consumo y de capital demandados, ingresos  que permiten así  generar/financiar los gastos en consumo y  el ahorro necesario y suficiente para financiar la  inversión nueva. O sea, que la inversión va antes en la secuencia temporal que el ahorro que la financia, lo que obviamente choca con el sentido común.

Pero, ¿cómo es esto posible? ¿cómo el gasto -o sea, la inversión- puede hacerse  antes en el tiempo que la renta con la que hacerlo -o sea, el ahorro-? Pues simplemente gracias a la existencia del dinero, de la liquidez en un sistema financiero desarrollado. Cuando un banco le presta a una empresa dinero, o sea, poder de compra para financiar en el mercado los gastos asociados a la inversión que quiere hacer no está utilizando ahorros previos(o no necesariamente) porque los bancos no son meros intermediarios financieros que transfieren poder de compra -dinero- de los ahorradores a los "gastadores". No, el sistema financiero es capaz de crear poder de compra "de la nada", y, en consecuencia financiar la demanda efectiva Y esa es su principal función. y de ahí el increíble poder económico del que goza el sector financiero en las economías de mercado modernas.
                                                                                                 (continuará)
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