Uno de los múltiplos más utilizados y, curiosamente, menos entendidos en bolsa es, sin lugar a dudas, el PER. Es una herramienta sencilla pero poderosa que se obtiene dividiendo el precio entre los beneficios de la empresa, y puede interpretarse como el tiempo que tardaremos en recuperar la inversión realizada a través de los beneficios (suponiendo que el beneficio se mantenga estable):
El PER se puede calcular de muchas formas. Las dos más extendidas son el trailing PER (esto es, dividiendo el precio entre los beneficios pasados) y el leading PER (dividiendo precio entre estimaciones de beneficios futuros). La forma de interpretarlo parece sencilla: las acciones con PER bajo están infravaloradas y por lo tanto se deben comprar, y las que tienen PER alto están caras y por lo tanto se deben vender.
De hecho, parece que ciertamente existe una relación entre un PER bajo y rendimientos altos en el futuro. Así por ejemplo en el siguiente estudio:
Y hasta aquí la parte sencilla. Lo cierto es que lo que hemos dicho hasta ahora es una visión irreal, que da a suponer que podemos calcular si una empresa está cara o barata tan sólo por cómo cotiza frente a los beneficios que obtiene. Es decir, esta reducción nos llevaría a problemáticas como la de decir que es cara una empresa que tiene unas perspectivas espectaculares de beneficios pero que actualmente da pérdidas (una start-up por ejemplo).
La única forma de comenzar a afrontar esto es definiendo caro o barato. Y en bolsa no hay acciones caras o baratas en sí mismas, sino con respecto a algo. A otras acciones, a otros sectores, a su índice de referencia o a otros activos.
Por ejemplo, calculando el PER de los bonos (como la inversa de su YTM) y comparándolo con el PER de la bolsa frente a la historia podemos decir si la bolsa está relativamente barata o cara frente a los bonos.
En cuanto a otros empresas, para decir si un PER es alto o bajo, tendremos que compararlo con el de otras empresas que no sólo sean similares, sino que tengan características similares. Esto es, las mismas expectativas de crecimiento de beneficios, por ejemplo. En el momento en el que hay diferencias, el PER ya no es un indicador válido.
Por eso a veces se calcula el PEG, que es el PER entre el crecimiento de los beneficios. Así se pueden comparar empresas con perfiles de crecimiento diferentes. No es mala idea, pero evidentemente no basta.
El PER, como otros ratios, no es más que un número final que dice algo que depende de muchas cosas. Es informativo, pero la realidad es que quedarse sólo con el dato final no sirve para nada. (Hay que descomponerlo, como hicimos con el ROE).
En este sentido, es destacable el efecto conocido como “Efecto Molodovsky”. Este hace la observación, muy contraintuitiva, de que el PER muchas veces es máximo en suelos de mercado y mínimo en los máximos. Es decir, que funciona al revés de lo que se supone: hace máximos cuando surgen las mejores oportunidades y mínimos cuando el mercado está en sus máximos.
Lo anterior se produce porque en los suelos de mercado los beneficios están tan deprimidos que distorsionan los resultados, mostran un PER alto (si caen más rápido los beneficios que los precios, por ejemplo, el PER aumenta). Del mismo modo, en techos del mercado, si los beneficios aumentan fuertemente más rápido que los precios, el PER caería.
En resumen, no hay caminos fáciles ni indicadores milagrosos. Quien diga lo contrario, miente o intenta engañarte por algún motivo.