Hace unas semanas que terminé un libro sobre mi ciudad, titulado "Palencia: Momentos, personajes y lugares para la historia (1808-1935)", de Javier de la Cruz Macho. Es un muy buen libro con fotografías antiguas de gran calidad, y en el que he encontrado multitud de historias no tan lejanas y que desconocía por completo, todas ellas ambientadas en aquellos lugares por los que no hace tanto tiempo transcurría mi vida y que aún hoy sigo frecuentando. Para alguien que no conozca la ciudad ni tenga especial relación con ella seguro que el 90% de las historias, referencias y lugares que se cuentan en el libro no le resultarán de mucho interés, pero es bueno prestar atención a ese 10% restante, ya que a veces se encuentra la inspiración en lugares en los que nunca sospecharíamos: en este caso quiero hablar del Motín del Pan de 1856.
Por hacer un poco de promoción de mi ciudad ante todos aquellos que no la conozcáis y penséis que no tiene nada de interés, decir que Palencia ha tenido en su poder las llaves que le hubieran permitido llegar mucho más lejos como ciudad, pero la mala suerte, la poca visión a largo plazo o simplemente la ineptitud de quien tomó las decisiones le alejaron de un futuro brillante. Por ejemplo, mucha gente desconoce que hasta no hace tanto tiempo existía una muralla al más puro estilo Ávila que rodeaba todo el centro de la ciudad, pero algún sabio del lugar consideró en su momento que estorbaba para la expansión de la ciudad y decidió demolerla por completo. También sufrió la misma suerte la monumental Puerta del Mercado (una de las puertas de aquella muralla que rodeaba la ciudad, que perduró más allá de la misma), en este caso porque un aristócrata bien relacionado con el ayuntamiento y el poder decidió que le tapaba las vistas hacia el parque del Salón Isabel II desde el balcón de la casa que se acababa de construir justo enfrente. También tenemos el caso de la Calle Mayor, con sus 900 metros repletos a ambos lados de edificios burgueses del siglo XIX y principios del XX, y que a partir de la segunda mitad mitad del XX más iluminados palentinos decidieron que era buena idea reemplazarlos por bloques de pisos de ladrillo, destrozando para siempre su homogeneidad. Es cierto que desde hace años se está llevando a cabo una gran labor de rehabilitación y la recuperación de las magníficas fachadas modernistas le está permitiendo asomar de nuevo su esplendor, pero se ha perdido parte del brillo de una calle única en todo el país (al menos, yo no conozco ninguna calle principal tan larga, soportalada y con tal cantidad de edificios modernistas a uno y otro lado). También importante mencionar que en su origen la calle estaba soportalada en ambos lados, pero quizá otro genio palentino decicidió que con un solo lado de soportales bastaba para que la gente no se mojase en los días de lluvia.
Otro hecho que posiblemente mucha gente desconoce de Palencia es que fue el lugar donde se fundó la primera universidad de España en 1212, y no en Salamanca como se suele creer. Cuenta una leyenda que fue un cura palentino el que decidió malvenderla a Salamanca para alejar a los palentinos de las distracciones del demonio (la ciencia y el progreso) y pudieran preservar una recta moral basada en la fe.
Moviéndonos ahora al norte de la provincia, donde se ubica una de las mayores concentraciones de arte románico de Europa, hay que señalar que Palencia (junto con el norte de León) cuenta con una de las zonas de las que más riqueza se ha extraído de España en los últimos dos siglos. Estoy hablando de la minería del carbón, motor de la revolución industrial y de todo el norte palentino (y leonés). Para quien le interese saber un poco más sobre el tema le recomiendo el libro "Hijos del Carbón", de Noemí Sabugal, donde va a poder entender de una forma muy rápida el motivo de por qué esas mismas zonas, hoy ya sin la minería, parecen un solar empresarial tan sólo sostenido en el caso de Palencia de forma magnífica por Galletas Gullón: aunque salía carbón de debajo de las piedras, tuvieron que ser industiales de otras regiones (principalmente vascos para quemar en sus altos hornos) los que pusieran el capital necesario para su extracción a gran escala. No es muy difícil imaginar que, en cuanto el carbón dejó de ser rentable, esos mismos industriales se volvieron a su región cerrando las explotación y la economía local se fue a pique. ¿Por qué tuvieron que venir gentes de fuera a apostar por nuestra tierra? ¿Por qué no se empleó toda la riqueza generada durante décadas en desarrollar negocios complementarios o directamente nuevos para apuntalar la actividad económica de las cuencas mineras? Mi opinión a estas preguntas, sin ser historiador ni pretenderlo, es en primer lugar el ya mencionado origen no local del capital en las explotaciones, y en segundo lugar, la propia cultura y forma de ser de sus gentes. Castilla (y también León, aunque lo conozco menos) siempre ha sido una región predominantemente agricultora y ganadera, donde la riqueza y la posición social se ha medido por el número de tierras que poseía cada familia. En ese sentido, una sociedad tan atomizada en pequeños pueblos se ha encargado de apuntalar aún más las situaciones de poder entre quien tiene y quien no tiene (según decía Miguel Delibes en sus novelas, en todos los pueblos de Castilla había un mismo esquema de reparto de la tierra. No recuerdo exactamente los porcentajes pero venía a ser algo así: el rico del pueblo poseía el 50% de la tierra, el segundo más rico poseía otro 25%, y el resto de la gente del pueblo se repartía el 25% restante), y esta situación se perpetúa de generación en generación, ya que las tierras las heredan los hijos. Pensemos que hasta no hace tanto tiempo la producción era más bien local por el alto coste de transporte del producto, reduciendo la competencia directa del mas rico del lugar a una pequeña zona en los alrededores (la tierra de cultivo se podía considerar por entonces de alguna forma como un activo con cierto componente irreplicable, igual que una cantera o una planta cementera, cuyo coste de transporte del producto hace más costoso traerlo de cualquier otro lugar que comprarlo en la explotación más cercana). Esta falta de competencia (tampoco había demasiada emigración de otras regiones ni llegaban grandes comerciantes al no tener puerto marítimo) ha llevado a que, en mi opinión, la gente más pudiente de estas zonas no haya tenido la necesidad de arriesgar su capital ni emprender ningún negocio para poder mantener su estátus, y así nos ha ido y nos va a lo largo de la historia. Conservadurismo y toda la vida jugar a empatar el partido con tal de no perder. Y no por falta de capacidad educativa o intelectual, como deja bien claro el informe PISA sobre el nivel educativo de la región, sino por conservadurismo y falta de capacidad y motivación emprendedora, hecho que nos convierte en la mejor mano de obra cualificada de otras regiones, principalmente la Comunidad de Madrid. Sí, consumimos los recursos educativos en nuestra región para que el beneficio económico se lo lleven otras regiones, pero que no quede duda de que los principales culpables somos nosotros.
Para no extenderme más, y también por repartir un poco de responsabilidad con la mala suerte o la inevitable impredictibilidad de la historia, decir que la gran obra de ingeniería civil que se llevó a cabo entre los siglos XVIII y XIX, y que iba a comunicar la meseta con el puerto de Santander para facilitar el comercio, se vio truncada por la aparición del ferrocarril, un medio de transporte mucho más rápido y barato que varios bueyes tirando de barcazas. Hablo del Canal de Castilla, el gran sueño ilustrado que recorre la provincia palentina de norte a sur, y que después se extiende hasta Valladolid (ramal Sur) y hasta Medina de Rioseco (ramal Campos).
Hasta aquí mi intento de vender Palencia, no se si con éxito. Al final he terminado escribiendo bastante más de lo que tenía pensado, pero viene bien para entender la forma de vida de una zona en cierta forma desconocida para el gran público.
El motivo de este post era comentar el pasaje del libro al que hago referencia en el primer párrafo, y que trata sobre el Motín del Pan que da título al post. Como veremos, hoy en día está más de actualidad que nunca, y es que a mediados del siglo XIX la guerra de Crimea en Ucrania arrasó con muchos de los extensos y fértiles campos de trigo que abastecían Europa. Recordemos que si Castilla era el granero de España, Ucrania era y es el granero de Europa. La escasez de trigo ucraniano en Europa llevó a que el trigo y harina castellana fuera muy demandado en el extranjero, incrementando sus precios y empujando a sus productores a exportarla al calor de los mayores beneficios. Esto provocó a su vez que el trigo castellano escaseara en la propia Castilla, que unido a las subidas de impuestos al consumo del gobierno progresista, provocó que los ciudadanos castellanos apenas pudieran acceder a comprar pan, alimento que en aquella época (y quizá todavía hoy) era uno de los más básicos de las gentes. El descontento pronto se tornó en revueltas, comenzando en Valladolid pero rápidamente extendiéndose hasta Palencia, y originando serios altercados que culminaron con la quema de varias harineras que había a las orillas del Canal de Castilla a su paso por la ciudad.
Pues bien, casi doscientos años después Ucrania vuelve a estar en guerra. No es difícil suponer que muchos campos de cultivo se están destruyendo, o bien directemente sus cuidadores están abandonando sus cuidadoes al tener que ir al frente o huir. En esta ocasión la escasez tampoco se va a poder compensar con importaciones de trigo ruso, ya que las sanciones que la comunidad internacional y la UE están imponiéndo al comercio lo van a complicar sobremanera. Cierto es que hoy en día existen más alternativas alimenticias disponibles en los supermercados, y el transporte desde otros paises cultivadores ya no es tan costoso como hace uno o dos siglos, pero parece inevitable pensar que, de la misma forma que va a subir el precio del gas también lo vaya a hacer el precio del trigo.
El problema de los cultivos es que son muy inelásticos a cambios, más aún en la época del año en la que nos encontramos. Aunque hoy se prevea escasez de trigo ucraniano y ruso, este año la siembra ya se ha hecho, lo que significa que la cosecha de verano va a ser necesariamente lo que está ahora mismo plantado. Si acaso se podría empezar a planificar la próxima siembra que se recogerá en el verano de 2023, pero queda demasiado tiempo hasta entonces como para pensar que pueda ser una solución. Por tanto, entre tanto se podrían vivir períodos de escasez y alza de precios, ya que no hay forma adaptar a corto plazo la oferta a la demanda. Por si fuera poco, no está lloviendo nada y se corre el riesgo de que este año la cosecha en España sea escasa, incrementando aún más los precios. Así que está por ver si la situación actual de Ucrania y Rusia van a provocar escasez de trigo en Europa e incrementos de precio, lo que podrían aprovechar los productores castellanos para exportar su mercancía y desabastecer el mercado local.
Esperemos que las tropas rusas abandonen Ucrania cuanto antes (sobre todo por la tragedia humana), y que aún sea posible acordar un levantamiento de sanciones (por supuesto que después de comprometerse a reparar todo el daño causado), aunque cada día parece más improbable. Como siempre en estos casos, quien más va a sufrir los efectos es el pueblo (de uno y otro bando), aquel que normalemente tiene que cargar con las erráticas decisiones de sus nefastos gobernantes. Este conflicto es un ejemplo claro de que, en términos generales, nunca hay ganadores en ninguna guerra. La población rusa está sufriendo severas sanciones que van a complicar mucho su existencia, y nosotros, aún sin participación armada en el conflicto y ubicados en el bando aliado mayoritario, también lo vamos a sufrir por el incremento de precios de la energía y alimentos como el trigo. Mantengamos el optimismo, que seguro que llegarán tiempos mejores.