Un programa para ser cumplido
Miguel Angel Fernandez Ordoñez
La herencia económica que recibe el nuevo Gobierno no es fácil. Aunque la gestión del PP de la primera legislatura fue positiva, durante la legislatura de mayoría absoluta se paralizaron las reformas estructurales y se dejó a la macroeconomía acumular demasiados desequilibrios (endeudamiento de las familias, déficit exterior, burbuja en la construcción, etcétera). La herencia es difícil también porque esta expansión desequilibrada ha mostrado hasta ahora sólo sus efectos positivos -más empleo y mayor crecimiento que la UE-, con lo que la mayoría de la gente cree que el nuevo Gobierno recibe una buena herencia y, si las consecuencias negativas de esos desequilibrios aparecieran durante esta legislatura, podrían ser achacadas al Gobierno socialista y no a su antecesor.
El partido socialista se ha presentado a las elecciones con un programa que justifica ser optimista sobre el futuro de la economía española. Sus principios esenciales son tres: 1) estabilidad presupuestaria; 2) no injerencia en la vida empresarial, y 3) impulso a la productividad. Se trata de una fórmula que equilibra continuidad, cambio e innovación: 1) recoge lo mejor de la política del PP -la importancia de la estabilidad presupuestaria- 2) hay un cambio hacia una mayor competencia y menos intervencionismo, con una actitud más liberal que dará fin al periodo de mayor injerencia política en la vida empresarial de toda la democracia, y 3) es novedoso, en cuanto se propone desarrollar un campo en el que no ha hecho nada el PP, que es el aumento de la productividad.
La orientación del programa sorprende por su seriedad. Cuando los jóvenes Economistas 2004 diseñaron estos principios generales, los más antiguos del partido socialista les dijeron que era un buen programa para gobernar, pero no para ganar las elecciones. Ahora resulta que el partido socialista va a gobernar y afortunadamente tiene un programa serio, ortodoxo en lo macroeconómico, liberal en lo microeconómico y dinamizador de la productividad, que es justamente lo que España necesita en este momento. Los responsables económicos del PSOE que llegaron al Gobierno en 1982 tuvieron que hacer lo contrario de lo que decía su programa electoral. Ahora no. Ahora el nuevo ministro de Economía sólo deberá vigilar que se cumplan los principios esenciales del programa electoral, aunque seguramente tendrá que aplazar o modificar algunas propuestas concretas del propio programa que son contradictorias con esos ejes esenciales.
Aunque la herencia recibida no es buena, el nuevo Gobierno socialista no debería dedicar un solo minuto a criticar al Gobierno anterior, y mucho menos a perseguir a sus antecesores, como hizo el PP en 1996, sino que debería emplearse a fondo en cumplir lo que ha prometido. La productividad no es "un invento de los técnicos", como dijo Rajoy a Gabilondo, sino un elemento esencial del progreso económico. Además, el aumento de productividad es la única posibilidad de recuperar competitividad dentro un sistema de moneda única. Con la actitud dialogante que se supone va a caracterizar esta nueva legislatura, se debería convocar a empresarios y trabajadores a dedicarse a esta tarea de mejorar la competitividad de nuestra economía. Gran parte de esa labor consiste en provocar un cambio cultural entre los empresarios españoles porque nuestro tejido empresarial está formado en su mayor parte por empresas de reducida dimensión que piensan que la innovación es cosa de los grandes o los extranjeros. Además de aprobar decretos y ley, el Gobierno deberá dedicar mucho tiempo a convencer a los agentes económicos de la importancia de innovar, de ser eficientes, de ser flexibles. España no tiene por qué volver a aparecer siempre a la cola de las estadísticas europeas que se refieren a productividad, sociedad del conocimiento, investigación y desarrollo, etcétera. El Gobierno debe explicar que el hundimiento de la productividad que hemos vivido en España en los