-
Artículo de Mario Draghi en Financial Times.
- Paso el enlace completo y en inglés a través de Archive.is. La traducción es un copy_paste de DeepL no revisado
Las últimas semanas han recordado con crudeza las vulnerabilidades de Europa. La eurozona apenas creció a finales del año pasado, lo que subraya la fragilidad de la recuperación interna. Y Estados Unidos ha empezado a imponer aranceles a sus principales socios comerciales, con la UE en el punto de mira. Esta perspectiva arroja más incertidumbre sobre el crecimiento europeo, dada la dependencia de la economía de la demanda exterior.
Dos grandes factores han llevado a Europa a esta situación, pero también pueden sacarla de ella si está dispuesta a un cambio radical.
El primero es la prolongada incapacidad de la UE para hacer frente a sus limitaciones de oferta, especialmente sus elevadas barreras internas y obstáculos reglamentarios. Estas barreras son mucho más perjudiciales para el crecimiento que cualquier arancel que pueda imponer EE.UU., y sus efectos nocivos aumentan con el tiempo.
El FMI calcula que las barreras internas de Europa equivalen a un arancel del 45% para la industria manufacturera y del 110% para los servicios. Estas barreras reducen de hecho el mercado en el que operan las empresas europeas: el comercio entre los países de la UE es menos de la mitad del comercio entre los estados de EE.UU.. Y a medida que la actividad se desplaza más hacia los servicios, su lastre general para el crecimiento se agrava.
Al mismo tiempo, la UE ha permitido que la regulación rastree la parte más innovadora de los servicios, la digital, obstaculizando el crecimiento de las empresas tecnológicas europeas e impidiendo que la economía obtenga grandes ganancias de productividad. Se calcula, por ejemplo, que los costes del cumplimiento del RGPD han reducido los beneficios de las pequeñas empresas tecnológicas europeas hasta en un 12%.
En conjunto, Europa ha estado elevando los aranceles dentro de sus fronteras y aumentando la regulación de un sector que representa alrededor del 70% del PIB de la UE.
Esta incapacidad para reducir las barreras internas también ha contribuido a la inusualmente alta apertura comercial de Europa. Desde 1999, el comercio como porcentaje del PIB ha aumentado del 31% al 55% en la eurozona, mientras que en China pasó del 34% al 37% y en EE.UU. del 23% a sólo el 25%. Esta apertura era una ventaja en un mundo globalizado. Pero ahora se ha convertido en una vulnerabilidad.
La paradoja es que, mientras las barreras internas seguían siendo altas, las externas caían a medida que se aceleraba la globalización. Las empresas de la UE miraron al exterior para suplir la falta de crecimiento interno y las importaciones se hicieron relativamente más atractivas.
Por ejemplo, se calcula que desde mediados de los noventa los costes del comercio de servicios han descendido un 11% dentro de la UE, pero un 16% en el caso de las importaciones extracomunitarias. Esto ayuda a explicar por qué el comercio de servicios dentro y fuera de la UE es hoy aproximadamente el mismo en porcentaje del PIB, algo impensable en una gran economía plenamente integrada.
El segundo factor que frena a Europa es su tolerancia a una demanda persistentemente débil, al menos desde la crisis financiera mundial de 2008. Esto ha exacerbado todos los problemas causados por las limitaciones de la oferta. Hasta la crisis, la demanda interna como porcentaje del PIB en la eurozona se situaba cerca de la mitad del rango de las economías avanzadas. Después, cayó hasta el fondo y ahí se quedó. EE.UU. se ha mantenido siempre en la parte alta.
Esta creciente brecha de demanda ha contribuido a convertir la elevada apertura comercial en elevados superávits comerciales: la balanza por cuenta corriente de la eurozona ha pasado de estar prácticamente equilibrada hasta 2008 a registrar superávits persistentes a partir de entonces.
Y la debilidad de la demanda ha retroalimentado un crecimiento excepcionalmente débil de la productividad total de los factores tras las recesiones, un patrón que no se observa en Estados Unidos. Esto puede explicarse en parte por el efecto de la demanda en el ciclo de la innovación. La investigación ha demostrado que las perturbaciones de la demanda impulsadas por las políticas tienen un efecto significativo sobre la inversión en I+D, especialmente en el caso de las tecnologías disruptivas.
Aunque la brecha de la demanda tiene diferentes causas, la más significativa ha sido la orientación relativa de las políticas fiscales. De 2009 a 2024, medido en euros de 2024, el Gobierno estadounidense inyectó más de cinco veces más fondos en la economía a través de los déficits primarios: 14 billones de euros frente a 2,5 billones de euros en la zona del euro.
Ambas deficiencias -oferta y demanda- son en gran medida culpa de Europa. Por tanto, está en su mano cambiarlas. Un impulso inflexible para eliminar las limitaciones de la oferta ayudaría a crecer a los sectores innovadores y, al reorientar la demanda hacia el mercado nacional, reduciría la apertura comercial sin aumentar las barreras comerciales. La nueva Brújula de la Competitividad de la Comisión Europea ofrece una hoja de ruta para lograrlo.
Al mismo tiempo, un uso más proactivo de la política fiscal - en forma de una mayor inversión productiva - ayudaría a reducir los superávits comerciales y enviaría una señal clara a las empresas para que invirtieran más en I+D.
Pero este camino exige un cambio fundamental de mentalidad. Hasta ahora, Europa se ha centrado en objetivos individuales o nacionales sin tener en cuenta su coste colectivo. La conservación del dinero público apoyaba el objetivo de sostenibilidad de la deuda. La extensión de la regulación se diseñó para proteger a los ciudadanos de los riesgos de las nuevas tecnologías. Las barreras internas son un legado de tiempos en los que el Estado nación era el marco natural de actuación.
Pero ahora está claro que actuando así no se ha conseguido ni el bienestar de los europeos, ni unas finanzas públicas saneadas, ni siquiera la autonomía nacional, amenazada por la presión exterior. Por eso es necesario un cambio radical.
Hay datos muy interesantes en el informe, pero que diga eso de abajo me saca de mis casillas.
Pero este camino exige un cambio fundamental de mentalidad. Hasta ahora, Europa se ha centrado en objetivos individuales o nacionales sin tener en cuenta su coste colectivo. La conservación del dinero público apoyaba el objetivo de sostenibilidad de la deuda.
¿Le importó a él el coste colectivo que hemos pagado los pequeños ahorradores amenzados permanentemente por la imposición de tipos negativos sobre nuestro dinero?
¿Le importó arriesgarse a inflar una burbuja inmobiliaria de proporciones épicas con el dinero que huía de sus tipos bajo cero?
¿Le importó a él ahuyentar cantidades ingentes de inversiones necesarias dentro de Europa hacia EEUU, activos estúpidos e improductivos?
¿No ha sido su política de tipos un "arancel" para el ahorro bien invertido? ¿No han sido sus puñeteros tipos negativos una espada de Damocles para la inversión racional y la libertad de disponer del dinero como estime su propietario?
A ver si este señor utiliza sus ratos libres para hacer examen de conciencia, suponiendo que use de eso, en lugar de soltar sermones a una clase política a la que ha suministrado ingentes cantidades de tipos_morfina para calmar los dolores provocados por unas políticas desastrosas. Gracias a don Mario y sus compras de deuda mastodónticas los políticos han podido eludir afrontar con valor, honradez y cerebro (en vías de extinción) los gravísimos problemas de una Europa al borde del precipicio.
Me marcho a la calle. Acaba de salir el sol. Muy buen fin de semana al foro, pero antes les dejo dos enlaces más.
Hasta otra ocasión ¡Ciaoooooooo!