Es necesario cambiar el paradigma energético para sustituir las fuentes de energía fósiles por otras renovables, que no agoten recursos para las generaciones futuras y que no contaminen ni conlleven calentamiento del planeta. Pero también debe cambiarse la forma en que se estructura la producción de energía, democratizándola: las grandes instalaciones eólicas y solares que se están promoviendo, ocupando grandes extensiones de terreno cultivable, colonizando sierras y arruinando paisajes privilegiados tampoco es sostenible. A las grandes empresas les interesan las grandes promociones que son más rentables y no les preocupan el paisaje, la biodiversidad o la suficiencia alimentaria. Hay que cambiar este modelo para convertir a todo pequeño propietario en productor: cada edificio debe tener sus placas solares, sus pequeños molinos eólicos y su instalación geotérmica, en el campo además una pequeña producción a base de biomasa; cada campesino, cooperativa, aldea, incluso nuevos barrios o urbanizaciones pueden tener su microrred energética, según un modelo que se va extendiendo por diferentes lugares del mundo, que favorece su autonomía y la eficiencia energética. Se obtiene una descentralización, una autonomía por los individuos que favorecen la democratización de la sociedad, la sostenibilidad y la participación pública, además de mermar el poder de las grandes corporaciones energéticas. Y, a la larga, supondrá un ahorro para los consumidores, ahora también productores, ya que podrán amortizar la inversión realizada.
Y, mientras se llega a la suficiencia por esa vía, hay que fomentar un mayor aprovechamiento de la energía que se produce: por ejemplo, no es de recibo que el calor que genera una central térmica se enfríe con agua del río, perjudicando el ecosistema fluvial, en lugar de aprovecharlo para otros usos industriales o para calefacción urbana, como se hace en otros países.
También hay que cambiar el modelo de transporte, para acabar en unos años con los carburantes fósiles y poder funcionar con energías renovables. Mientras tanto, hay que fomentar el transporte público, sobre todo el ferrocarril; reducir el uso del vehículo privado; facilitar que los desplazamientos cortos se puedan realizar en bicicleta y los más cortos andando, que además mejoraría la salud de la gente. Más ejercicio, menos contaminación, menos ruido, menos estrés, más salud.
Para las mercancías, hay que fomentar también el uso del ferrocarril y las autopistas marítimas. Menos camiones en la carretera significan menos contaminación y más seguridad. Por otro lado, hay que fomentar el consumo de productos locales para evitar transportes innecesarios, sin que ello conduzca ni a limitaciones al libre comercio ni, sobre todo, favorecer la ineficiencia: la preferencia por lo local estará condicionada por su calidad y sostenibilidad.
Hay que olvidarse de las grandes infraestructuras viarias y las nuevas urbanizaciones como fuente de empleo, que es sólo temporal, poco cualificado, poco productivo y muy destructivo para el entorno en que vivimos. En cambio, puede mantenerse el empleo en la construcción con obras beneficiosas para el medio ambiente y la sociedad: rehabilitación y mejora de los edificios ya construidos, para mejorar su eficiencia energética; con obras de recuperación ambiental; con infraestructuras de saneamiento; con colectores para el aprovechamiento de las aguas de lluvia y para la reutilización de las aguas grises de la ciudad, una vez depuradas. Es un sinsentido que se construyan emisarios para verter en alta mar las aguas depuradas cuando pueden ser reutilizadas en la industria, en el riego, etc.
Tiene que haber un gran crecimiento del sector servicios: servicios a desarrollar en zonas rurales, para evitar el despoblamiento del campo y reequilibrar la población; vivir en el campo tiene que ser algo digno, con acceso a la educación, la sanidad, las telecomunicaciones, el transporte público, etc. en forma razonable. Y en los servicios a las personas dependientes. Todos los que no quedemos por el camino y lleguemos a mayores requeriremos más atención con el paso de los años. Hay que desarrollar de una vez la Ley de Dependencia, que será una fuente de puestos de trabajo de alto valor social y permanente muy importante.
Hay que promocionar las nuevas tecnologías, la informática, la biotecnología, la investigación en nuevas fuentes de energía renovable y en mecanismos y sistemas para lograr una mayor eficiencia energética. Son sectores que han demostrado su futuro al continuar creciendo y creando empleo y riqueza incluso en estos tiempos de crisis. Y son los sectores, junto con los servicios a dependientes, que permitirán mantener o incrementar el bienestar que hemos alcanzado sin incrementar el consumo de recursos naturales ni las desigualdades, sino todo lo contrario.
Decía que el nuevo Green Deal global exige medidas que van más allá de las de planificación industrial y por sectores de producción. Exige también cambios en nuestro modo de vida. Llevamos mucho tiempo consumiendo por encima de nuestras posibilidades. Y no me refiero sólo al excesivo endeudamiento, a vivir a crédito, que ha contribuido a la crisis financiera actual. Me refiero sobre todo a la crisis ecológica y humanitaria: a que aunque muchos podamos pagar el nivel de consumismo a que se ha llegado en la sociedad occidental actual, el Planeta y la Humanidad en conjunto no pueden ¿Se acuerdan de aquel antiguo anuncio que pedía ahorro energético: "aunque Vd. pueda pagarlo, España no puede"? Es injusto para nuestros hijos, para todos los pobres del mundo e incluso para el resto de especies vivas que para poder disfrutar de un elevado nivel de consumo destruyamos recursos no renovables ni suficientes para todos, destruyamos ecosistemas y formas de vida.
Por lo tanto, para que este New Deal sea de verdad verde, para que de verdad pueda resolver la crisis ecológica, no basta con cambiar el modelo energético y de producción, hay que cambiar todo el sistema para acabar con la pobreza en el mundo y las tensiones que llevan a esquilmar recursos, a guerras, a migraciones forzadas. Para que la economía y la sociedad en conjunto sean verdes no basta con una nueva revolución industrial o económica que obvie los grandes problemas sociales de la Humanidad y mantenga las mismas estructuras sociales y de poder, los mismos principios carentes de ética y las mismas desigualdades entre el Norte y el Sur. La revolución verde exige acabar también con la pobreza y sentar las bases para la paz global. Pero si dejamos la economía en manos de las grandes corporaciones y sus testaferros en los gobiernos, el cambio sólo servirá para retrasar la catástrofe.
Aparte de la deforestación y agotamiento del petróleo y otros recursos, pensemos en otras consecuencias menos evidentes de la crisis ecológica. Últimamente se han programado varios documentales que denuncian que la mayoría de las guerras en África, esas grandes matanzas y catástrofes humanitarias, están vinculadas al acceso a recursos minerales que requiere la industria occidental. Para que nuestros teléfonos móviles sean más baratos es mejor pagar sobornos a un general que pagar unos impuestos justos y un salario digno a los mineros, aunque ello suponga guerra, matanzas, violaciones y desplazamientos de poblaciones. Para tener pescado barato dejamos sin existencias a miles de pescadores artesanales africanos; luego nos quejamos de la afluencia de inmigrantes en pateras o de que haya piratas en las costas de Somalia. ¿Quién es el pirata? Antes de que empezasen a asaltar barcos pesqueros, éstos les han expulsado de sus caladeros tradicionales, frente a sus costas, de los que venían viviendo; sin pagarles ninguna compensación.
Por consiguiente, tenemos que acostumbrarnos a pagar por lo que consumimos: en lugar de rapiñar en los antiguos territorios coloniales, debemos negociar en forma transparente con gobiernos responsables el acceso a los recursos de cada país, incluyendo en esos acuerdos aspectos como los impuestos a pagar, las condiciones de trabajo, las compensaciones a los pueblos locales; y desarrollar en estos territorios, antes de emprender cualquier explotación, los estudios de impacto ambiental, antropológico y económico, para evitar la expulsión de comunidades de sus territorios ancestrales, privarles de sus medios y modos de vida, perjudicar la biodiversidad y ecosistemas locales.
Esto implica que habrá un acceso más limitado a muchos recursos, y que será más caro. Porque se pagarán precios justos y se permitirá que el nivel de bienestar de las poblaciones de los países del Sur global se aproxime al nuestro. Nuestro consumo debe limitarse a lo necesario para mantener un nivel de bienestar elevado, pero que elimine lo superfluo, los lujos innecesarios y a los que no pueda acceder todo el mundo sin esquilmar el planeta. Esa responsabilidad social que exigimos a las empresas debemos exigírnosla también a nosotros mismos.
Y hay que asumir también que en este mundo superpoblado no hay trabajo para todos. En la actualidad en España vamos camino de los cuatro millones de parados, y de superarlos ampliamente. Pero incluso en los tiempos de economía más próspera había casi dos millones de desempleados. Y en el Sur global el desempleo es algo generalizado y que va a peor como consecuencia del crecimiento demográfico, del cambio climático y de la explotación abusiva de sus recursos por nuestras compañías; lo que incrementará las migraciones al Norte.
Por consiguiente, hay que empezar a pensar en otro paradigma laboral. Vamos a tener que repartir el trabajo: jornadas más cortas, con menos salario, para que haya más empleo para más personas. A cambio, más tiempo libre para disfrutarlo con nuestras familias y amigos, para dedicarlo a nuestras aficiones, para hacer nosotros mismos muchas cosas que en la actualidad solicitamos al mercado en forma absurda: no más comida precocinada, comida casera, más sana, sabrosa y barata; más bricolaje; más deporte al aire libre; pequeños huertos urbanos para que quien lo desee pueda cultivarse sus propias verduras orgánicas...
Y hay que plantearse también que todo el mundo debería tener garantizado un mínimo vital básico porque no puede haber familias sin ningún sueldo y que se tengan que buscar la vida como puedan, incluso mediante el delito generalizado a poblaciones enteras. ¿Realmente es delito un fraude a la Seguridad Social para cobrar prestaciones no devengadas cuando los defraudadores son más de 1.700 personas necesitadas?
Hay que acabar con estas situaciones absurdas e implementar una renta básica universal, que garantice a todos un mínimo vital, que habrá que financiar mediante la afloración de la economía sumergida y el dinero negro, acabando con los paraísos fiscales y con impuestos que graven ciertas actividades: la industria contaminante, las transacciones puramente financieras, los viajes en avión, el comercio de armas... Con una tasa impositiva bajísima se podría financiar esa renta básica así como programas para acabar con el hambre en el Sur global. El beneficio sería enorme: se acabaría con las vergonzosas situaciones de indigencia y pobreza extrema (vergonzosas para la sociedad más que para quien lo sufre); con la desprotección de las amas de casa, los jóvenes que no han accedido a un primer empleo, la población rural con explotaciones poco rentables, etc; dificultaría la explotación laboral y facilitaría la autonomía y la creatividad individual. Y permitiría que muchos pudieran dedicarse a trabajos sociales, a investigar, a cuidar a la familia, a formarse, etc., etc.
Para no alargarme excesivamente, voy a mencionar sólo algunas otros elementos de este modelo. Más apoyo a las pequeñas empresas y a los autónomos, en lugar de financiar con subvenciones multimillonarias a las grandes multinacionales que luego nunca cumplen sus promesas de creación y mantenimiento de empleo, de I+D ni de respeto al medio ambiente, y que chantajean a políticos y sindicalistas con amenazas de deslocalización.
Más regulación, eficaz, de los actores financieros; y cambio de orientación de la banca para que sirva a la economía real y a los ciudadanos, en lugar de dedicar sus recursos a la especulación financiera.
Políticas para garantizar la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, que faciliten el pleno acceso de éstas a los cargos superiores de dirección, investigación, etc.
Todas las políticas han de estar pensadas para el largo plazo, sin condicionamientos por las citas electorales; deben pensar en las generaciones futuras y la sostenibilidad.
Política fiscal redistributiva, que acabe con las vías de escape hacia paraísos fiscales, que dé un mejor trato a las rentas de trabajo que a las de capital (no es admisible eliminar los impuestos sobre el patrimonio y las sucesiones y donaciones) y que grave las actividades contaminantes, desgravando las más sostenibles.
Inversión elevada en educación.
Esto es un compendio de propuestas que parten del ecologismo político, movimiento elaborado a partir de los trabajos de autores como Iván Illich, André Gorz, Nicholas Georgescu-Roegen, entre otros. Puede encontrarse una breve presentación en este opúsculo de Florent Marcellesi, con abundante bibliografía, y un seguimiento intenso y de actualidad en la página del eurodiputado verde francés Alain Lipietz. Y que se concretarán en la propuesta verde para las próximas elecciones europeas, en manifiesto contraste con el agotamiento de ideas de los grandes partidos tradicionales, que ya no saben qué hacer ante la crisis aparte de seguir con las mismas políticas de siempre, y llegan a suspender "cumbres" por no saber qué hacer.
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